NARRADORES
Por Jaime Baez León*
La mañana era oscura. Soñaba que le daba un beso largo y provocativo a Leoncia, aunque sólo supo que era ella cuando se despertó con la alarma del reloj. Se inclinó hasta quedar sentado sobre la cama, escuchó unas voces afuera de su cuarto, no importa. Ahora está parado, buscando sus pantalones por algún lado. Mientras mira el reloj de reojo se queda quieto. Algo no anda bien, hay mucha gente despierta…
Ahora corre como desquiciado. Señoras y señores, bienvenidos a los diez kilómetros de Suba a la carrera séptima. Nuestro participante, Carlos Ricart, que todos los lunes y miércoles debe despertarse a las siete de la mañana, la noche pasada olvidó ajustar su reloj, y ahora sólo le quedan diez minutos para alistarse y llegar a clase, a una exposición que le representa el cuarenta por ciento de la nota.
Y arrancamos: Carlos avanza, busca rápidamente en su armario, escoge unos pantalones caqui, una camiseta negra, unos calzoncillos verdes, dos medias grises, una de un par, otra de otro. Ahora sale de manera acelerada, atropella a su hermanito de cinco años, revuelca toda la casa buscando su toalla, la ha encontrado. Entra al baño. Las duchas Vitalla son las mejores, si quieren agua caliente siempre utilicen duchas Vitalla, las duchas de calidad. El señor Ricart sale del baño corriendo, entra a su cuarto y se viste, no encuentra su desodorante, lo busca. Pero si de desodorantes se trata, desodorantes AGA son los mejores, si quieres un rendimiento al doble, utiliza desodorantes AGA. No hay tiempo para peinarse, no hay tiempo para desayunar. Sale del edificio a toda velocidad, ahora está parado mientras aprovechamos para informarles que si quieren tener buena preparación, y al mejor precio, tienen que ir al instituto Princeton, con más de dieciséis programas aprobados por el gobierno. Carreras técnicas en sistemas, en administración; instituto Princenton, tu mejor camino hacia un nuevo futuro, instituto Princenton: un compromiso con tu país.
Ahora Carlitos utiliza su haz bajo la manga, decide tomar dos buses. Y ahí va, señoras y señores, atravesando a varias personas que se aglomeraban como para evitar que tome el bus, una rubia despampanante, un señor con sombrero, perdón señora pero voy de afán, el bus arranca sin que Carlos lo aborde, no se rinde, corre tras él, grita, suplica, chifla, zapatea, agita sus manos pero el conductor no lo ve. Por suerte el bus frena en el semáforo de la esquina. Carlitos corre, estimados amigos, el polvo se levanta por todos lados, unos niños que van a la escuela se burlan de él, los evita con destreza, ahora ha saltado una zancadilla traicionera de uno de sus amigos del barrio; sube por la parte izquierda de la acera, el semáforo pasa a amarillo, el bus está por arrancar y Carlos salta y se agarra de la barra, se impulsa hacia adentro y sube. Lo logró, lo logró. Pero Carlos no suda, porque usa desodorante AGA, si quieres un rendimiento al doble, utiliza desodorante AGA.
Carlos paga al conductor, burla a una, dos, tres personas que estaban paradas y colgadas de la barra del bus, llega cerca de la puerta y se sienta. Ahora el señor Ricart suplica para que el bus se apresure. Un par de niñas bonitas lo ven y se burlan, pobrecito, despeinado y cansado. Mira por la ventana, en el CADE hay una cola como de tres cuadras. Compañero, denos su comentario de lo que ha acontecido hasta este momento.
Claro que sí, estimados amigos. Pues hasta ahora nada raro, esperábamos que decidiera tomar los dos buses, o quizás un taxi, porque esperar hasta el bus directo le puede costar minutos preciosos. Ahora bien, habrá que esperar a ver el comportamiento de las calles, porque a esta hora el tráfico es espantoso y yo personalmente dudo que el señor Ricart, mejor conocido como la pelusa, logre su cometido; a menos que la avenida esté despejada, en cuyo caso, por supuesto que nos podría dar la sorpresa, y eso es lo que estamos esperando para beneficio del público de este espectáculo.
Muchas gracias por ese análisis tan profundo, mi querido amigo. Ahora continuamos con las acciones: el señor Ricart se ha levantado y lleva timbrando una buena cantidad de tiempo para que el chofer le pare. Finalmente ha parado. La pelusa se baja, avanza y toma el otro bus. Se sube y paga, mientras con la mirada ve un puesto solo, otra persona con sombrero se dirige hacia el mismo sitio. Sobrepasa con dificultad la registradora y corre, pero es demasiado tarde, ya le han ganado la silla. Se siente agitado, pero no suda, no señor, porque usa desodorante AGA, si quieres un rendimiento al doble usa desodorante AGA. En estos momentos dependemos del bus. Vamos señor chofer. Y compañero, por qué no nos da otro de esos complejos análisis mientras… un momento…
El bus arranca, pone la primera y el chofer pisa el acelerador con sus tenis blancos. El vehículo atraviesa a toda velocidad la avenida Suba. Asciende en un esfuerzo que parece descomunal para su maquinaria por las montañas bogotanas. Toma el carril derecho y acelera mucho más, ahora están descendiendo nariz con nariz, pegado a un pequeño microbús que no se deja amedrentar. Superan el semáforo que estaba en verde, el micro se adelanta con una maniobra maravillosa, entrando por el carril derecho y atravesándosele al bus que, afortunadamente, ha alcanzado a frenar, y con un rápido movimiento se lanza a la casería del micro verde para devolverle la afrenta, esto se pone bueno damas y caballeros, ahora es personal, personal como el nuevo servicio telefónico que te ofrece Vitacom, llama ya al cinco, veinticinco, dieciséis, treinta; Vitacom la mejor alternativa en telefonía, Vitacom: tu conexión con el universo.
El micro está adelante, detenido por un semáforo. Mientras el bus aprovecha para acelerar por todo el centro de la avenida, casi mata una señora, casi atropella un perro, le gritó a un taxi que se atravesó, gira ahora al carril izquierdo, dentro del bus varias personas se caen, el señor Ricart tiene suerte, se sonríe. A este ritmo tal vez alcance a llegar. El semáforo cambia y el microbús acelera de nuevo, se le escapa, se le escapa, se le escapa…
Y se fue, querido compañero. Claro que sí, esa maniobra me recordó aquella competición de 1975, el lunes 26 de febrero a las 11:00 a.m., cuando también el bus estuvo a punto de asesinar a un par de personas, en la época de la guerra del centavo. Este tipo de espectáculos que desaparecerían si existiera un metro, o un sistema de trasporte organizado para la ciudad… Un momento compañero, tengo que interrumpir su erudita intervención porque ahora el bus está detenido en el semáforo. El chofer suda, pero no sudaría si usara desodorante AGA, si quieres un rendimiento al doble utiliza desodorante AGA.
Cambio de luces y el bus se lanza furiosamente contra el microbús ¿Lo alcanzará? Con rápidos movimientos a la derecha e izquierda se deshace de varios obstáculos. Ahora acelera por el costado izquierdo de la avenida, a lo lejos divisa un microbús, un tremendo alarido que lanza la caja de cambios anuncia la tercera. El bus acelera lo que puede, ha recogido a muy pocos pasajeros, ahora se acerca al micro que está en el centro, se miran cara a cara, el conductor extiende su brazo sudoroso y muestra su dedo anular de manera magistral, increíble que pueda manejar la cabrilla con una sola mano, y sin mirar. Ahora el micro frena para recoger un pasajero, unos metros adelante el bus hace lo propio. Arrancan de nuevo, el bus se deja sobrepasar por la derecha, acelera y lo consigue, en un giro estupendo a la derecha ha cerrado finalmente al micro, que pita con fuerza, excelente trabajo por parte del conductor ¿o no compañero?
Claro que sí, la jugada es maravillosa, en especial por la dificultad que representaba para el conductor del bus un giro de esta clase, y con el bus lleno, pero lo que es mejor, justo a tiempo para que el señor Ricart se baje y llegue a su clase, que espectáculo hemos visto hoy, definitivamente lo mejorcito en mucho tiempo, de eso no hay dudas.
Carlos «la pelusa» Ricart se baja del bus rápidamente y corre todo lo que puede. Atraviesa las puertas, sube varias escaleras y entra al salón con rapidez. Con la mirada busca a Leoncia, la encuentra sentada en primera fila, al lado derecho está su novio, en el izquierdo le guardaron un puesto. En silencio, para no interrumpir la exposición de sus compañeros, llega hasta la silla que le tienen guardada.
—Pensé que ya no ibas a llegar. Llevamos esperándote veinte minutos.
—Se me pegaron las cobijas y tuve que venirme corriendo.
—Se nota. Estas empapado en sudor.
___________
* Jaime Andrés Báez León es candidato a doctorado y docente de narrativa colombiana, literatura europea del XIX, literatura latinoamericana del XIX, literatura latinoamericana de 1900 a 1950 y teoría literaria en las universidades Nacional, Javeriana y Uniminuto en Bogotá. Actualmente es profesor de Literatura Europea del siglo XIX y Teoría Literaria en la Pontificia Universidad Javeriana; en esta misma universidad coordina una investigación sobre la obra crítica de Ángel Rama. Se graduó con honores en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Su tesis «Juan García Ponce: Relato de un parricidio» fue meritoria en la maestría en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana y está publicada en Internet. Ha publicado también artículos y reseñas sobre: Efraim Medina, Tomás González, Susan Buck–Morss, Giussepe Grilli, James Joyce y Marcel Proust en revistas universitarias especializadas.