Literatura Cronopio

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Los diálogos

LOS DIÁLOGOS

Por Leonardo Moreno*

—Hola.
Greta habla apenas dejando escuchar su voz. No espera una respuesta y, de hecho, prefiere que no la haya. Desea acostarse. Es la una de la madrugada; el trabajo en la pizzería estuvo duro.
—Hola, ¿cómo te fue?
Jacobo comete el pecado rutinario. Persiste en recibir algo más que un saludo.
—Bien.
Antes, cuando recién se mudaron, conversaban hasta casi el amanecer. El trabajo de Greta y la rutina de escritura de Jacobo eran iguales, pero tenían ánimos para hablar, para hacer el amor. Esta noche Jacobo desea tenerla. Ella luce el uniforme de trabajo. La falda, no muy corta, deja ver unas piernas blancas, gruesas. Jacobo la ve de espalda y el deseo incrementa. En verdad tiene un buen culo.
—Brodie tiene parásitos. Le mandaron dos tabletas.
Greta se acurruca a mimar a Brodie. Tiene una manera erótica de moverse, caminar, sentarse; una manera casi vulgar. Jacobo la mira entre sus piernas, reconoce sus calzones: verdes, con manzanitas.
—¿Preguntaste por las vacunas?
Jacobo lo olvidó, pero miente; lo hace con facilidad.
—Hay que llevarlo en un mes.
Brodie se frota en las piernas de Greta. Ella se levanta y lo deja. También para él hay un límite de tiempo.
—¿Te mandaron el dinero?
Jacobo se lanza a la cama. Tiene repentinos gestos infantiles. Su padre le envió el dinero; incluso un poco más de lo esperado. Podrá invitarla a cine, a comer. Piensa en las manzanitas; sabe que se encuentran más cerca.
—Sip. Seiscientos.
Greta hace cuentas. Tiene una inteligencia promedio, pero su espíritu ávido la hizo buena en matemáticas. «Cien para las vacunas, trescientos para el alquiler». Jacobo no come en casa y ella lo hace en la pizzería. Un poco más y alcanzaría para el celular. «Maldito, maldito (el que la robó)».
—¿Pedimos hamburguesas?
Jacobo piensa en los tiempos. Las manzanitas tendrán que esperar… valdrá la pena. Greta contenta es una locura en la cama.
La ve abrir la boca y tragar la carne, las salsas, las papas.
—Un man me está cayendo en la pizzería.
La comida la vuelve elocuente.
—Es un bobo, un gordo que no hace sino fumar marihuana. También se quiere ir para Argentina.
—Ah.
Jacobo no reconoce rivales. Se siente seguro del amor de Greta. «Ella se burla».
—Marcos… ya me habías dicho.
Lo ha mencionado por tercera o cuarta vez.
—Ajá. Tiene una barba horrible.
También Jacobo tiene barba, no muy bien cuidada; imagina diferencias.
—¿Te pasa algo, bebé?
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Jacobo es inteligente y esperó el momento oportuno. Ella ha bajado la guardia.
—No, ¿por qué?
Los interrogatorios siempre le han resultado molestos. No se siente culpable por la desidia, por Marcos, por su repentino alborozo. Jacobo se equivoca; lo descubre enseguida. Aunque esa noche sólo piensa en tenerla, de verdad la ama, más que a nadie, más que a nada. Si llegara a marcharse se culparía por siempre.
—Hay que jugar con Brodie.
Greta se deleita en toda su potestad; se abre de piernas.

* * *

—Tenemos que hablar.
La expresión, universal y sempiterna, le congela el alma.
—¿Sí?
Piensa, imagina, desea, que puede tratarse del dinero. Aquello no resulta un problema. Con algo de suerte y persuasión su padre aumentaría la mesada. También puede ser una simpleza: le robaron el celular de nuevo y tiene vergüenza.
—Me acosté con Marcos.
La maldita no tiene corazón. Lo dice sin rodeos.
—¿Cuándo?
Pronuncia cualquier cosa. No es la pregunta adecuada; la respuesta implica detalles, pensar dónde se encontraba, qué estaba haciendo.
—Fueron dos veces: hace un mes… y anoche.
Llegó un poco tarde, no demasiado; comieron juntos e hicieron el amor.
—Me gusta experimentar.
«Podías fumar marihuana o drogarte. Podías meterte un puto vibrador».
—Lo siento.
Ha escuchado tantas veces esa frase. No se victimiza ni busca beneficios. Ella puede caer siete, setecientas veces siete y podrá perdonarla.
—¿Quieres hablar?
Espera una cachetada o promesa de engaño. Si lo hiciera podría liberarse. Jacobo la mira, carente de cualquier expresión de enojo, magnánimo.
—No podemos continuar.
Es Greta quien pronuncia la sentencia. Pecadora y juez. Jacobo no se atrevería a decirlo.
—¿Quién se queda con Brodie?
Habla en un tono sereno. Desea abrazarla y llorar; no lo intenta por el temor a una siguiente revelación. «¿Piensa marcharse», ¿se irá con Marcos?».
—Yo me quedo con él.
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Greta no comprende su pretensión de humor; no conoce la melancolía, el doble sentido.
—Podemos esperar a fin de mes.
Jacobo se esfuerza por encontrar las palabras; busca alguna culpa, una excusa para pedir perdón, para justificar su engaño. No logra encontrarla: ha sido fiel, paciente, comprensivo.
—El sábado pienso llevarme las cosas.
«¿Lo había decidido ya? ¿Tenía la despedida escrita en un papel?» Lo decidió hace un instante, sin pensarlo, sin ningún motivo verdadero.
—¿Por qué lo hiciste?
Es una pregunta sincera, ajena a todo reproche. Continúa buscando una explicación lógica. «No es guapo, inteligente o rico. Trabaja en una pizzería, como ella. Siempre se burlaba, parecía despreciarlo».
—Fue por experimentar.
Greta se obstina en su ínfima respuesta. Es sincera al igual que Jacobo. Un día Marcos la invitó a su casa… se acostaron. Tener sexo por capricho le parece moderno. Se autodefine como mujer liberal y todas las otras, sus compañeras de instituto, de trabajo, son mojigatas. «También Jacobo debe reformularse».
—¿Qué pasará con el viaje?
Ninguno posee la fuerza para marcharse solo. Una relación facilita las cosas: se pueden compartir gastos e inseguridades.
—Nos iríamos en marzo.
Greta olvida las consecuencias de sus actos.
—Puedes ahorrar el dinero de tu papá.
Habían meditado muchas veces la posibilidad. Greta regresaría con sus tíos, Jacobo con su madre. El dinero del arriendo sería para los pasajes.
—¿Todavía me quieres?
Jacobo se desmorona.
—Es una pregunta muy difícil.
Brodie aparece de pronto. Greta lo mima con especial entusiasmo.
—Ese man es un perdedor.
Jacobo ataca.
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—Sí.
La naturaleza del amante le resulta secundario. Es el hecho mismo, la sensación de libertad sexual su estimulante.
—¿Te sientes sucia?
Ella le había narrado una historia: su primera vez fue en un baño público, con un tipo recién conocido que la penetró sin lubricarla. Decía que aquel día se sintió sucia.
—No.
Jacobo rebusca entre líneas. «El antónimo de sucio es limpio, placentero, agradable».
—¿Te gustó hacerlo con Marcos?
Espera una descarga.
—No tienes que hacer esto.
Greta se compadece por fin. No quiere lastimarlo.
—¿Te gustó?
Siempre ha buscado las verdades incómodas.
—No.
Es cierto.
—Te amo, bebé.
Ella no quiere una escena de telenovela.
—Podemos continuar juntos.
Jacobo lo piensa.
—Claro.
Se necesita mucho más para dejarla.
—Tenemos que ahorrar.
Hay dos conversaciones.
—Si nos mudamos, podríamos adelantar el viaje.
Jacobo se ilusiona. Pronto llegará la partida, pero volverán a encontrarse. «En Argentina empezaremos de nuevo».
—Casi no se le para.
Tuvo que recurrir a la sapiencia femenina. La frase, completa y verdadera, debería incluir escatológicos detalles.
—Jáa.
«Para que no se ande follando a la novia de otro».
—El man es un guiso.
Piensa en las vulgaridades pronunciadas al oído, las palmadas. «Con Jacobo es diferente».
—¿Y si yo lo hiciera?
Ninguno había pensado en la posibilidad.
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—No te perdonaría.
Lo dice con firmeza. La modernidad y el sentido liberal sólo aplican para ella.
—Perdón.
Se acerca por la espalda y lo abraza.
—No importa, bebé.
Siete, setecientas veces siete.

* * *

—¿Esto se deja o se bota?
La pregunta ha sido repetida toda la mañana.
—Se bota.
La respuesta suele ser la misma.
—Parece que Jhonny volvió, no se sabe por qué con tanta prisa.
Es un compañero de la universidad; dos meses antes se fue para Argentina.
—Jhonny es muy débil.
Greta se siente poderosa. «Los otros amigos de Jacobo son igualmente débiles y fracasados… Leonardo nunca se irá».
—Jáa. Nosotros aguantaríamos más.
Jacobo es un buen amigo, pero la situación de Jhonny lo divierte.
—¿Salimos a comer el sábado?
Intenta olvidar.
—No puedo. Voy a reunirme con Andrés.
«¿Andrés?» Jacobo apenas sabe que se conocen.
—Tenemos un proyecto. ¿No te dijo nada?
Se contactaron por Facebook, con Jacobo como amigo común.
—No.
«Nos vemos todos los días… muchas veces he hablado de Greta… ¡nada!»
—Es un libro de fotografía.
«El viaje debe ser en uno o dos meses. ¿Un libro de fotografía? ¿Cuándo?»
—Yo te propuse lo mismo.
Lo hizo en varias ocasiones. Ella siempre le encontraba peros.
—Ah, sí.
No lo hace con mala intención. De repente la idea le resultó interesante y allí estaba Andrés para animarla.
—Es un buen tipo… Andrés toma las fotografías y tú escribes los textos, o al revés, da lo mismo.
Greta advierte la ironía.
—Andrés escribe muy bien.
Lo defiende por capricho. Ha leído sólo algunos de sus cuentos, con muchos errores, sin ningún estilo. Llegó a contemplar la idea de pedirle ayuda a Jacobo; la desecha por completo.
—Escribe diferente.
«¿Diferente a quién?»
—¿Esto se deja o se bota?
Son varias fotografías de ellos pegadas en una cartulina. Fue un trabajo de Greta para el instituto y lo conservaron por el romance del momento.
—Si quieres, guárdalo.
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Es una respuesta inteligente; lo compromete en la decisión. Se escucha un sonido de bocina.
—Llegó el camión.
Greta se mueve de prisa, toma algunas cosas al azar y las mete en bolsas negras. Los movimientos de Jacobo no se alteran.
—¿Vamos mañana a sacar el pasaporte?
Tiene un mínimo interés por la burocracia, pero le teme a una distancia prolongada.
—No sé.
Ha quedado con su tía en acompañarla de compras. Las explicaciones le parecen superfluas.
—Podríamos vernos el sábado.
Insiste, persiste, porfía.
—Bueno.
Es un triunfo voluble. ¡Sábado! ¡Cuántas veces Greta podrá cambiar de opinión!
—¿Te falta algo?
Jacobo termina de empacar; se pasea por última vez. No busca objetos olvidados.
Suben al auto. Greta se acomoda entre el chófer y Jacobo. Tiene la mirada hacia el frente. El chófer habla de un pinchazo en la mañana, de llantas y repuestos, de un trasteo el día siguiente para la capital. Puede cambiar de tema sin ningún esfuerzo ni recibir respuesta. La ruta incluye lugares emblemáticos, bonitos recuerdos —el café, el parque, la veterinaria—, pero nadie los menciona. En aquella hora las calles se encuentran vacías. Llegan pronto a la casa de Greta. La espera una jovencita, fea, muy amable (alguien podría decir que son hermanas). «Mis tíos no han llegado». «Ajá». El chófer baja las cosas, mira expectante; aún falta el trasteo de Jacobo. También Greta parece esperar.
—¿Nos volveremos a ver?
Intenta bromear. Ella debe responder: «Sabés que sí». Luego, él de nuevo: «¿Cuándo?, ¿dónde?». Greta sonríe.
—Chao, bebé.
Greta se despide con un beso en la mejilla, frígido, muy propio.

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Leonardo Moreno es Licenciado en Literatura y Profesional en Estudios Políticos de la Universidad del Valle (Cali-Colombia). Ha publicado diversos cuentos en revistas físicas y digitales, entre los cuales se destacan Jacobo y yo, Un cuento más sobre el absurdo, el humorcito y los recursos literarios, Los glúteos de Jennifer Brown y Los diálogos. Tiene una novela inédita titulada Margarita no da a luz.

Puede contactarse con el autor al correo leomor1000@gmail.com.

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