Literatura Cronopio

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El cuento

EL CUENTO

Por Mauricio Quintero*

Vine a escribirte un cuento porque vos a mí me obsequiás inspiración sin proponértelo; pasa eso que le ocurre a un mortal cualquiera cuando sale de caminata un día libre y luego regresa al trajín de la urbe como si hubiera dejado una cáscara de piel áspera y triste entre el humus de las montañas. Por eso es que he venido a contarte de un mito que aún no invento.

En el camino hacia vos, venía meditando ritmos, perdiéndome en divagaciones ingenuas que todavía me engolosinan en su mística y su callejón sin tiempo. Tan distraído vengo que no he logrado cerciorarme de si sí te encuentras. Mientras salgo de la duda aprovecho para explicarte qué clase de fábula construiremos para vos. No imagines, por favor, que eres mi panacea, ave lírica, musa única; en realidad te estoy usando, sin asesoría de Maquiavelo por supuesto, para engendrar una prosa que nazca de vos, de tu valle prometedor y de una pluma incauta pero serena. Por eso es que vengo pensando cadencias inconclusas.

Te decía que se me hace indispensable hablarte del estilo de la obra. Y ya que hemos tocado el asunto de la cadencia inconclusa, es oportuno ilustrar que la cadencia emana y se constituye con la participación del manantial inspirador, es decir, vos. Sí, porque si aún no te percatás, tengo para contarte que eres protagonista e hilo conductor. Aunque no debes ilusionarte con la figura estelar, tu función es condicionar la acción dramática del primerísimo personaje principal, el cuento. El cuento se desarrollará natural y milagroso, al tiempo que la pluma generosa te recuerda.

Ahora veo una luz encendida en la ventana de tu cubil al desembocar en tu calle. Especulo que estarás, tal vez, leyendo un libro de cuentos o quizá estás afuera ventilando el insomnio y dejaste la lumbrera para dar calor a un cachorro de gato. Es mi deber cruzar el umbral para saber al menos si tienes interés de escuchar; como ya he dicho, he venido con la intención de escribirte un relato.

Será un cuento incondicional, sin pretensión de agradar a la crítica literaria, conque nos agrade a vos y al mentor será suficiente. Lo ambientaremos con la música que te saca del pecho el aguijón sombrío, la que llena tu boca de palomas mensajeras, de las que llevan buenos recuerdos. Hace falta que participes del ejercicio e imprimas tus figuras en la coreografía de la pluma; está bien que ella baile sola en el preámbulo del cortejo creativo, pero toda danza que se estime floral y fecunda consta al menos de dos soñadores activos.

Bien; aún no afirmas que deseas colorear con tus tonos de musa la pluma del poeta; comprendo tu actitud ausente, más todavía si recordamos el hecho de que me la he pasado recitando un prólogo, mientras camino por la acera del farol intermitente de tu esquina, sin llegar hasta ahora a encararte con mi nerviosismo infantil e invitarte al juego de la composición. Ya dándole solución a este conflicto, me resuelvo a ascender los escalones del antejardín para encontrarte y enfrentar el hecho de que sin vos no hay historieta; debo sincerarme, convencerte de la importancia de que alguien quiera escribir una aventura teniéndote como fuente de inspiración.

Al llegar al portal, la luz pausada y de ámbar del farol, hace brillar las hojas de los crotos y retomo la idea de que sólo el sello de tus colores dará la textura que la pluma intenta recrear sin éxito, a la vez que se riega ridícula y danzarina. La meta de elaborar con ingenio un escrito para vos es auténtica; no fue por ocio que alcancé la puerta principal de tu guarida. Por favor, no olvides que se trata de una hoja en blanco que espera ser invadida por la frescura de tu risa, tu sino trágico, tu búsqueda ociosa. Aunque al fin y al cabo el cuento es tuyo y puedes usarlo como quieras; podrás contar historias de falacias divertidas, dramáticas tragedias, en fin, dirigirás la orquesta a tu antojo. Será una narración a tu manera, eso sí, escrita con tinta de la pluma del poeta.

Es momento, ahora sí, de domar el animal de la duda; toco la puerta, busco la sombra del dosel para evitar el molesto resplandor de las luminarias urbanas, recreo tu carisma en el cuerpo imaginario del relato, la sala de espera donde se reúnen las ideas antes de manchar los pergaminos. Y te veo de nuevo como te encontré la última vez, eras un dibujo de madreselvas retratado en el humo del tabaco y el aroma a cafeína entre las luces rubias del cafetín. Siempre numen, siempre inspiradora, inquieta, ausente, de nadie. Qué buen cuento nacería de vos; presiento en esa atmósfera tuya una antología de soñadores olvidados, un do de pecho del cantor más ebrio. Nadie responde a mi llamado y decido tomar piedrecillas del jardín para catapultarlas a tus vitrales; me asusta un poco la certidumbre de tu ausencia. No quisiera perder el ímpetu conque inicié esta gesta literaria.

Insisto en mi seguridad de saber que eres el maná sanador de una imaginación cansada; con la sola aparición fantasmal de tu mirada antigua se hará posible la redacción de unas obras completas; pero yo no vine con astucias para lograr el Nobel o un Príncipe de Asturias. Solamente deseo escribirte un cuento.

Al tercer intento de desentrañar a pedradas a cualquier habitante de tu edificio, mi enérgico lance sobrepasa las medidas de las ecuaciones prudentes y se rompe el cristal de tus cenefas coloridas. Imagino que asomarás con expresión iracunda y, en vez de preocuparme por la imprudencia cometida, me ventila un aire de posibles nudos narrativos que fluirán de tu discurso de ciudadana violentada. La musa salida de casillas con un lenguaje soez y desarrapado invadiendo de actividad páginas y páginas de lo que parecía una noche cotidiana y sin luna. Un drama original y casual que animará los renglones de tu fábula y enriquecerá los perfiles sicológicos de tus antojados personajes. Será un gran comienzo.

En medio de mi ensoñación lírica no me percaté de vigilar tu ventanal herido y, al alzar la vista, me sorprendió la imagen amorfa del agua cayendo sobre mí, el líquido había abandonado el balde que lo contenía a causa de la operación manual de un homo sapiens hembra que, asomada en la ventana, sin vergüenza de exponer sus rulos y su mascarilla de cremas verdes, gritaba indignada: «¡Desocupado, ya te he dicho mil veces que tu musa se mudó!».

Empapado, metí mis manos entumecidas en los bolsillos del pantalón y comencé a desandar los pasos, mientras, olvidándome del último acto, sumaba al inventario un cuento más que no se escribió. Sigo andando sin pesares y pienso: «Otro manantial, otra musa, ¿dónde estás? ¡Voy a escribirte un cuento!».
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* Mauricio Quintero nació en Envigado (Antioquia). Es artesano de oficio, narrador de profesión, escritor por ocio, caminante por obligación y el mejor amigo de sus amigos. Ha sido otro de los náufragos perdidos en la vida por culpa de don Fernando González, quien le dio a entender que la vida es vivencia, y entonces emprendió el rumbo hacia él mismo teniendo como puerto los caminos. Actualmente se desempeña como guía de la Casa Museo Fernando González y Coordinador de Eventos en la Corporación Otraparte. Entre sus trabajos inéditos se cuentan tres recopilaciones de cuentos cortos: «Historietas para Fulanas y Menganos», «Navieros» y «Sala de espera».

Este relato hace parte del libro «Historietas para fulanos y menganas» de Hombre Nuevo Editores.

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