Literatura Cronopio

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Estar solos

ESTAR SOLOS

Por Carlos Mellizo*

Más tarde o más temprano descubrimos
que nuestra vida es vida abandonada,
y que las alegrías del principio
sólo fueron engaños de la infancia.
Es falso lo que entonces nos decían.
Todos formamos parte de una trama
en la que cada cual se encuentra a solas,
y a solas debe proseguir su marcha.
¡Qué bien si en algún punto del camino
Dios hubiese acudido a la llamada
para dar dirección a nuestros pasos!
¡Cuánta dicha si un Ángel de la Guarda
nos hubiera llevado de la mano,
lejos de toda senda equivocada!
¡Qué bendición si allende las estrellas
tuviese nuestro Padre su morada,
y desde allí, solícito y atento,
nos mandara señales de esperanza
que fuesen generosas, verdaderas,
alegres, inequívocas y claras!
Pero hemos aguardado mucho tiempo,
y no nos han llegado esas palabras
capaces de dar norte a la existencia
y de llenar de gozo nuestras almas.
Es, sin duda, la idea de estar solos
la que más hondamente nos amarga,
y por eso buscamos sin descanso
soluciones que puedan ahuyentarla,
cualquier cosa, con tal de no sufrir
el horror solitario ante la nada,
la desdicha de ver que el desamparo
es el rasgo esencial de nuestra casta,
y que en eso consiste, a fin de cuentas,
la condición humana.

DEL PADRE CAYO

Era el mío un colegio-catedral
de ojivales montantes y ventanas
cuyas vidrieras rojas y amarillas
teñían de colores la luz blanca.
Un olor a vinagre y a lejía
soltaban los pasillos y las aulas;
por aquéllos marchábamos en fila,
en éstas escuchábamos las largas
lecciones que impartía el Padre Cayo,
el cura más antiguo de la casa.
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Abrazó la carrera religiosa
para así dedicarse a la enseñanza
y conseguirse el pan de cada día
de una forma segura y eclesiástica.
Con su docente y sacro ministerio
no le quedaba tiempo para nada.
Imposible pensar en otras cosas,
fuera de sus tareas cotidianas:
las clases de latín para los niños,
confesiones, bautismos, misas, pláticas…
No era mala persona el Padre Cayo,
siempre con sus librotes y sus gafas,
aquellas proverbiales gafas suyas
circulares, espesas y metálicas.
Sesentón, corpulento, encarcelado
en la negra prisión de su sotana.
No era el tipo frailuno en absoluto.
Aunque tal vez él mismo lo ignorara,
su sitio estaba afuera, al aire libre,
entre aromas agrestes de montaña.
Siempre pensé que César y Salustio
eran como una fuga, una escapada
que liberaba a Cayo del horror
en que diariamente agonizaba.
Traduciendo sentencias del latín
y explicando cuestiones de gramática
anestesiaba un poco el sufrimiento
de su pobre existencia equivocada.

DEL COLEGIO

Era entonces difícil darse cuenta
del sentido final de aquella vida
de pupitres, lecciones y novenas.
Todo nos resultaba tan normal,
y las cosas tan claras y tan ciertas.
Andar de dos en fondo por pasillos
de enormes ventanales y losetas
era para nosotros el destino
de una existencia lógica y burguesa,
lo mismo que vestir camisa blanca
y grises pantalones de franela;
igual que dar la mano a los maestros,
tanto con ocasión como sin ella,
o recibir en punto, cada viernes,
boletines de notas y asistencias…
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No hace falta seguir citando ejemplos
de cómo era la vida en nuestra escuela.
Sin duda fueron años memorables
los de aquella perdida adolescencia.
Revivirlos produce un sentimiento
que en mucho se parece a la tristeza,
pero también se siente al recordarlos
después de tanto tiempo y tantas penas,
la alegría de haber sido inocentes,
aunque pronto muriese la inocencia.

FIESTAS DE GUARDAR

En lugar de ir a misa los domingos,
se me ha ocurrido subir a la montaña;
y en lugar del sermón y de los kyries,
escuchar la canción de las cascadas,
el constante rumor de la espesura
y el cristalino discurrir del agua.
En vez de oler el humo de las velas,
respirar el aroma de las plantas.

He preferido el canto de los pájaros
al soniquete gris de las beatas.
Al turbio dios de mitras y casullas,
he antepuesto el gran dios de las quebradas,
el dios azul de inmensos horizontes,
el blanco dios de nubes y nevadas,
el dios verde de bosques y praderas,
el claro y rojo dios de las mañanas.

Si hay algo que aún venero del pasado
católico romano de mi infancia,
es la paz y el sosiego que, a la tarde,
producía el tañer de las campanas.
Lo demás se ha perdido con el tiempo.
Lo demás, con el tiempo, ya no es nada.

IGNORANCIA FELIZ

No saber que tenemos que dejar
a los seres queridos cuya ausencia
nos resulta imposible concebir
sin que nos aniquile la tristeza;
no saber que tenemos que morir,
sería para nosotros una fiesta.
Andar nuestros caminos, ignorantes
del trágico final que nos espera,
sin saber que es la nada lo que aguarda
y que marchamos en pos de su bandera;
ignorar que venimos a este mundo
predestinados a pisar las huellas
de quien nace a un oscuro laberinto
y a una eterna pregunta sin respuesta,
daría mayor sentido a nuestra vida,
más calor y alegría a la existencia.
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RUMIAR ETERNO

En un rincón lejano del jardín,
junto a la tapia de adobe y de granito,
en jaulones de alambre y de madera
los conejos cumplían su destino.
¡Oh, aquel rumiar monónoto, incesante,
de cebollas, patatas y pepinos!
Era como si nada interrumpiera
su marcha inexorable al infinito,
como si fuese eterna la faena
de aquellos insaciables leporinos:
rumiar, rumiar, rumiar verdura fresca
bajo la azul mirada de los niños.
.
¿Qué verdades querrían descubrir
aquellos animales en su nido?
¿Qué horizontes ocultos y lejanos
pretenderían vislumbrar, perdidos?
Filosófos sin toga ni birrete,
meditaban con aires metafísicos,
no alcanzando jamás una respuesta
que los librara del negro laberinto.
Así mascaban todos, meditando,
como si de verdad estuvieran vivos
y no fuesen tan sólo sombras muertas
sumidas en un mundo de delirios.

_________
* Carlos Mellizo es en la actualidad Profesor Emérito Distinguido de Filosofía en la Universidad de Wyoming, Estados Unidos, donde también ha ejercido la enseñanza de la Literatura Española desde 1968. Mellizo es autor de seis libros de ficción: Los Cocodrilos (Madrid, Índice Editorial, 1970), Historia de Sonia y otras Historias (Tempe, AZ, Editorial Bilingüe, 1987), Una cuestión de tiempo (Miami, FL, Ediciones Universal, 1991), Un americano en Madrid y otros amores difíciles (Madrid, Editorial Noesis, 1997), La lengua de Buka y otros casos singulares (Ediciones Nuevo Espacio, 2004), y Antes del descenso y otras palabras finales (Greeley, CO, Leyenda Publishing House, 2004). Sus narraciones y ensayos han aparecido en Revista de Occidente, Revista de Filosofía, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Mundo Nuevo, Papeles de Son Armadans, Lucanor, El Urogallo, Cuadernos Salmantinos de Filosofía, Telos, y otras publicaciones periódicas de España y América. Ha publicado varios trabajos sobre filosofía. Es Vocal de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Utilitaristas (SIEU) y ha colaborado recientemente en los volúmenes colectivos Retos de la Razón Práctica, (J.M. Bermudo, Ed., Universidad de Barcelona, 2002), El Quijote y el Pensamiento Moderno (José Luis González Quirós-María Paz Gago, Eds, Sociedad Estatal de Conmemoracioneas Culturales, Ministerio de Cultura, Madrid 2005), David Hume, nuevas perspectivas sobre su obra (Gerardo López Sastre, Coord., Ediciones de la Universidad Castilla-La Mancha, 2005), En torno a Francisco Ayala, (Ricardo Landeira, Ed., e.d.a. Libros, Málaga, 2007), y John Stuart Mill y las fronteras del liberalismo (M. Escamilla, Ed., Universidad de Granada, 2004), entre otros. Su obra más reciente es el estudio Vasubandhu-Berkeley, en colaboración con el Profesor Juan Arnau, del CSIC, publicado por Editorial Pre-Textos, Valencia, 2011. En el año 2013 le fue concedida por el Estado Español la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica, en reconocimiento a su comportamiento extraordinario de carácter civil como profesor e investigador.

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