LILITH
Por Elisa C. Martínez Salazar*
Nos conocimos la noche en que Carlín tuvo la fiebre. Cuando comenzó a convulsionar, mamá me mandó al río a buscarle agüita fría. Corrí por los matorrales con un cubo y caí varias veces. Me raspé las rodillas, me golpeé la cabeza y me torcí un dedo.
La luna alumbró el camino desde la casa hasta la ribera. Sumergí el recipiente en el agua. Estaba listo para marcharme, pero no así por el resto de mi vida. A pocos pasos río arriba, salió del agua como el diablo la trajo al mundo: desnuda e impredecible. Se sentó sobre unas hojas a mirar la luna. Pasaron minutos, horas quizás, pero el tiempo no me preocupaba. Ni siquiera recordaba qué hacía allí, herido, mirando por primera vez a una mujer.
Una nube gris ocultó nuestra luna y ella volvió a desaparecer en el agua. Esperé. Me hice viejo esperándola. Pensé inventarle un nombre, pero ninguno me llegó a la mente. Recordé la fiebre de Carlín. Di un par de zancadas queriendo regresar por el mismo camino y, por un instante, tuve un alma.
—¿Te vas sin tocarme?
Su voz ronca partió el silencio. Desperté de un sueño sin saber que dormía. Quise volar, mostrarle todos mis mundos y lo que haríamos juntos. La noche suspendió sus palabras. Yo la sentía en mi piel, latiendo en mis entrañas. Giré sobre los talones para sorprenderla saliendo del río, pero no fue otro, sino yo, el sorprendido. La encontré de pie a mis espaldas. Me perforó el pensamiento con los ojos negros y supe dentro que la amaría siempre.
—¿Quién eres? —pregunté con un hilo de voz.
Me quitó el cubo de las manos. La luna volvió a salir y noté que no tenía ombligo ni vello púbico.
—¿Por qué me mirabas?
Me acostumbraba aún a su voz de bestia. Ella esperaba una respuesta, pero ¿qué decir? ¿Quién era yo, un chico apenas, para jurarle mi amor?
—Quiero que te quedes conmigo —anunció.
Fue capaz de leer las dudas y los sueños a través de mi cuerpo. Nos conocíamos desde hacía un momento, pero bastaría para la eternidad. Mi mirada jugó con la presencia de sus senos claros. Me debatía ante un dilema: el primer y último amor o la vida de Carlín. Mi destino quedó sellado cuando entendí la verdad, su verdad.
—Si te quedas, estaremos juntos y yo seré tu mujer. Sólo te pido una cosa.
—¿Qué? —Mi impaciencia aceptaría lo que propusiera.
—La única manera de quedarme más allá de esta noche, es si dejas morir a tu hermano.
La aparté de mí cuestionando la seriedad de sus palabras. Tiempo después, cuando aquel encuentro se convirtió en un recuerdo borroso, me hice la pregunta que hubiera cambiado el curso de mi existencia: ¿Cómo supo que Carlín se debatía entre la vida y la muerte? La realidad es que lo pensé, pero poco me importó la familia, mi sangre, cuando la lujuria y el capricho se me aparecieron en sus formas. Recé a Dios para que perdonara mi alma y guardara la de Carlín, pero renuncié a toda salvación cuando mi amada, sin nombre aún, me desvistió.
Hicimos el amor en medio de nada y rodeados de todo. Me abrí paso entre sus grutas inexploradas. Descubrí sus virtudes y temí que fuera un espejismo o alguna leyenda en la espesura del silencio, pero era real, tan real como yo quisiera.
Terminamos y se derramó sobre mí. Me besó los ojos, los oídos y el ombligo. Su lengua de fuego presagiaba más excesos cuando sentí que algo no marchaba bien. Fue entonces cuando lo vi.
El niño estaba de pie. Nos miraba desde las hojas donde ella se había sentado a ver la luna. Venía envuelto en un haz de luz plateada. La figura inmóvil juzgaba nuestra complicidad y mi tardanza. Me avergoncé de mi debilidad y me arrastré hacia él.
—Carlín, ¿qué haces aquí? Ya te llevaba el agüita —mentí.
No respondió. La escuché reír detrás de mí. Mi hermano se disolvió en la luz que le rodeaba, pero no fue eso lo que llamó mi atención. Ella se hincó sobre las rodillas y extendió los brazos al cielo. Las partículas de luz plateada entraron por su nariz. Podría jurar que los ojos negros le resplandecieron con un brillo rojizo y dorado. Todo rastro de Carlín desapareció y quedamos solos la noche, mi pecado y yo.
Una lluvia tenue mojó nuestra desnudez. Yo seguía sin hablar y ella, hincada, recordó su promesa.
—Lilith —señaló la luna. —¿Ves cómo parece que nos escucha y nos toca cuando la lluvia no hace ruido?
Ignoré la voz de bestia, pero me aseguré de coser su nombre a la carne de mi pecho. Lilith. El nombre eterno ardía en la profundidad del pensamiento y del deseo. Su fragancia se tatuó bajo mis uñas y, por estos días, la recuerdo igual que antes.
Fue la última noche que habló. Rodó al agua y desapareció entre la corriente del río. Me cubrí el cuerpo con la ropa, pero el adiós de mi inocencia sería misterio insalvable para los milagros y la lluvia que no hace ruido. Tomé el recipiente y regresé a los míos por los mismos matorrales.
Los gritos me recibieron al otro lado del umbral. La vieja me escupió, despreció el agüita fría y me arañó el rostro.
—¿Por qué tardaste tanto? —repetía entre sollozos.
Ninguno quiso mirarme a los ojos. Todos despedían a Carlín, ebrios de la necesidad de culparme y asustarse ante la fragilidad del hombre.
Pasaron los años sin mi hermano. El mundo envejeció y olvidó. La vieja, huraña y resentida, nunca me miró igual; los demás, se resignaron a la vida.
Las horas se escurren por los relojes, mientras yo espero cada aniversario de la muerte. Busco el sonido de la lluvia que no hace ruido en la noche con luna que parece escuchar y tocar. Corro hasta la ribera. Nos encontramos a solas como la primera vez: yo, con la inocencia quebrada, y Lilith, con los ojos negros perforándome el pensamiento. Hacemos el amor entregándonos a la traición de la verdad. Terminamos con un latido y, aunque hoy sea un anciano con el corazón lleno de dudas, ella cumple su promesa. El sueño se esfuma cuando un alma infantil llora y Lilith, mi Lilith, se despide con el beso de la lluvia que no hace ruido.
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* Elisa C. Martínez Salazar es escritora dominicana, nacida en Santo Domingo (1989). Escribe en español, inglés e italiano. Es autora del libro de poesía Desvelo, silencios y recuerdos (Granada, 2012). Su trabajo literario ha sido incluido en las antologías de poesía y narrativa Desde el corazón II (Madrid, 2013), Otoño e Invierno (Madrid, 2014) y Una poesia per Giulia (Roma, 2015). Su cuento Nahuel y la verdad fue publicado en la edición 124 de la revista Resonancias Literarias, editada en Francia. Poemas suyos han aparecido en las revistas Almiar (España) e Inverso (Italia). Es bloguera del Huffington Post.