Literatura Cronopio

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Samuel Shem la casa de Dios

SAMUEL SHEM: LA CASA DE DIOS

Por Fernando Lolas Stepke*

Samuel Shem fue el pseudónimo usado por el psiquiatra Stephen J. Bergman para publicar la novela The house of God en 1978. En ella se relata el año de internado del personaje Roy Basch en un hospital ficticio denominado La Casa de Dios, fácilmente reconocible como alguno de los grandes hospitales docentes de una prestigiosa universidad estadounidense, financiada por magnates judíos (llamados la familia Zock) en esa filantropía institucionalizada tan característica del país.

Más que una obra de ficción, esta novela adquirió pronto el carácter de un libro emblemático por su descripción descarnada y de cargadas tintas del proceso de formación de los médicos en los exigentes internados. La razón de dedicarle atención estriba precisamente en lo que puede aportar de material de primera mano para el enjuiciamiento ético de la conducta profesional de internos, residentes y médicos en una organización asistencial supuestamente de excelencia.

Para quien escribe este comentario la novela es una fuente de recuerdos y anécdotas parecidas, si no iguales, a las que constituyen el libro. La primera reflexión es que nadie que no haya pasado por semejantes experiencias —considerando las diferencias culturales y socioeconómicas— puede entender algunos aspectos de este relato. Tenemos con frecuencia una avalancha de prescripciones, indicaciones y críticas que proceden de personas que jamás han estado expuestas a los sinsabores, las tensiones y las satisfacciones que brinda el trabajo clínico práctico, especialmente en las etapas formativas.

Dentro del hospital, como institución compleja, se dan curiosas formas de jerarquía, luchas de poder, confrontaciones con los propios miedos y aceptación del disgusto que algunas personas y situaciones provocan. No puedo sino imaginar que quienes pontifican sobre el comportamiento correcto de los médicos, o apelan a su indispensable vocación de servicio, suelen desconocer por completo el entramado social en que esta profesión se constituye, se aprende y se ejerce. Al igual que en el caso de la industria farmacéutica, a la cual nada es más fácil que satanizar y hacer parte de «horror stories», la profesión médica, vista por los profanos —por muy educados que puedan ser— es objeto de malentendidos y lugares comunes muy fáciles (por desgracia) de respaldar con ejemplos. Es ya tópico, y no de los originales, decir que el trato con las personas es «deshumanizado». También es banal recordar que si alguien escoge una profesión de servicio se le pueden exigir todas las formas, voluntarias e involuntarias, de la benevolencia, la compasión y la beneficencia. Quienes enseñan ética médica desde fuera de la profesión, al igual que quienes hablan de investigación sin haberla practicado en el mundo real, pueden solazarse en ejemplos, admoniciones y «casos». Pero ya en los escritos de los clásicos se deja ver cuán distinto es teorizar sobre algo y practicar ese algo.
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La historia descrita en este libro abunda en situaciones de carácter algo desagradable. Por ejemplo, se reitera el trato dado a los gomers, designación que incluye a todos los ancianos en condiciones infrahumanas que constituyen la principal clientela de la Casa de Dios. Gomer significa go out of my emergency room y alude a lo que en español chilensis llamaríamos pacientes «cacho». Son incapaces de expresarse, viven aquejados por demencia y múltiples patologías sin solución, irritan a los cuidadores e incluso llegan a agredirlos, por no hablar del comportamiento de los familiares y cercanos, generalmente irritante. La conducta frente a ellos es intentar largarlos a otro servicio, previo acicalamiento de la historia clínica. O bien, tratar de impedir su ingreso construyendo muros argumentales que permiten alivianar la propia conciencia. En la novela, estos personajes ocupan un lugar preeminente. El lector se siente al tiempo disgustado y curioso. Los residentes e internos hacen lo que pueden, a veces desprovistos de información o conocimientos y, por cierto, carentes de experiencia para controlar o siquiera anticipar situaciones complejas.

Las dimensiones de lo descrito en la novela son innumerables. Todas tienen que ver con la forma de vivir. Como decía Durkheim, la moral es un sistema de hechos sociales sobre los cuales cabe ejercer reflexión, crítica o aceptación. Tal es el papel de la ética, como moral reflexiva y meditada. Por ejemplo, las relaciones de pareja son objeto de gran tensión por muchos motivos. Primero, por las extenuantes horas de servicio, que dejan embotados los sentidos y reducen a las personas a autómatas que despiertan, actúan, comen y duermen. Lo demás se convierte en lujo dispensable y ello afecta las relaciones interpersonales, especialmente las amorosas. En segundo lugar, un ambiente en que conviven hombres y mujeres bajo condiciones de exigencia extrema, a menudo marcado por la proximidad de la muerte y la degradación física del ser humano, es propicio para desahogos de naturaleza agresiva o sexual. No necesariamente vinculados a afectos o intenciones, los actos que esta novela describe, a veces con lo que en los setenta podía calificarse de crudeza, son todos comprensibles aunque sean dignos de censura. La instrumentalización del sexo como instrumento de poder, el uso del sexo para escapar de las tensiones, las perversiones latentes que se activan o reactivan, todo ello es parte de un cuadro en que las asépticas consideraciones filosófico-morales del mundo exterior no tienen cabida.

Otro aspecto merecedor de análisis ético tiene que ver con la sensación de compañerismo e identidad que aflora en quienes comparten un trabajo exigente y peligroso. Salvando las diferencias, es como la solidaridad entre combatientes. Se generan amistades perennes, sentido de pertenencia a grupos diferentes y obturación del sentido crítico en relación al comportamiento de los pares. Es imaginable que en tales circunstancias actos que la sociedad ajena a ese grupo consideraría inadecuados o punibles, son dentro de él tomados como cosa natural. Es insinuante la reflexión sobre el enjuiciamiento moral en grupos cerrados, la evolución de los signos distintivos de pertenencia, la sensación de ser distinto (tanto positiva como negativamente). Saliendo de los límites de este libro hay todo un campo de análisis.
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Sin duda alguna, el tema de las jerarquías, sus señalamientos y sus peculiaridades, queda bien reflejado en La casa de Dios. Entre los médicos del personal se encuentran los Lamedores, aquellos que hacen su carrera a fuerza de zalamerías y agasajos a quienes tienen poder. La expresión lameculos, aunque no aparece en el libro, es la primera que su descripción evoca. La piramidalización del poder hace que quienes están alto en la jerarquía nunca sientan seguridad. Y al final, el que manda a todos los otros es el más solitario, el más indefenso y el más inerme de los seres.

En la novela hay, por razón de la institución que describe, la categoría de los Médicos Privados. No pertenecen al personal estable, pero hospitalizan sus pacientes y son responsables de ellos, debiendo delegar en los internos, los residentes y las enfermeras el trabajo que finalmente ellos cobran. La novela abunda en estos personajes, algunos de los cuales dejan a sus pacientes en el hospital por mucho tiempo porque ello supone cuantiosos honorarios. Otros prescriben costosos tratamientos o pruebas diagnósticas (lavados de intestino, como en la institución de la novela) cuya eficacia es dudosa o nula. El tema del dinero permea toda la conducta. No solamente porque se cobra más, porque se refiere a colegas que sabrán agradecer un nuevo caso. También porque la medicina en ese lugar está señalada por una tonalidad adversarial. Porque olvidar un análisis puede significar luego una demanda judicial. Porque dejar de aplicar el más costoso tratamiento de la plaza puede conllevar ser tratado de atrasado, de ignorante o de negligente.

La profesión médica, como todas las profesiones modernas, está en una encrucijada entre servicio social que responde a demandas reales, presiones políticas y económicas para deslindar su campo de influencia, auténtico espíritu de sacrificio, amor por el conocimiento y satisfacción por sí mismo cuando cree estar siendo lo que quiere parecer. La reflexión ética se enriquece con obras de ficción porque interpelan no solamente lo cognitivo y razonante, sino porque hacen vivir o revivir situaciones y circunstancias. Estas nunca quedan bien descritas en el lenguaje corriente. Siempre tienen un residuo inefable que sólo la imaginación logra aprehender.
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Una nota final sobre la traducción. Es un tanto incómoda la excesiva «españolización» del texto. Más bien, su «peninsulización». Es un español muy peninsular, muy local, que en cierta forma traduce muy limitadamente lo que debe ser el original inglés. Muchas palabras son de escasa presencia en el resto del mundo panhispánico. «Gilipollas», «chavales», «tíos», aparte de otras expresiones y formas sintácticas, hacen a este lector el efecto de un extrañamiento del texto y la esperanza de volverlo a leer en su idioma original. No es esto una crítica. Es una observación, pero una observación para los lectores no peninsulares.

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Referencia:

Shem, Samuel. La casa de Dios. Anagrama, Barcelona, 2014 (quinta edición en español).

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* Fernando Lolas Stepke es médico cirujano, psiquiatra y escritor chileno. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua, Académico Correspondiente de la Real Academia Española. Ha escrito ensayos literarios (premios Pedro de Oña, Gabriela Mistral, Manuel Montt, Consejo del Libro y la Lectura) sobre temas de historia y humanidades médicas. Ha escrito varios libros sobre bioética y ciencias humanas; Conferencias en diversas instituciones. Programa Interdisciplinario de Estudios Gerontológicos en la Universidad de Chile. Columnista de los diarios La Época y El Mercurio (Santiago de Chile) y Hoje em Día (Belo Horizonte, Brasil), con libros de recopilación de crónicas. Tiene cerca de cuatrocientas publicaciones en revistas nacionales e internacionales en español, inglés, alemán, polaco y portugués como el Journal of Philosophy and Medicine, Social Science and Medicine, Transcultural Psychiatry y World Psychiatry. También es editor o miembro del comité editorial de varias revistas especializadas en psiquiatría y medicina.

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