AVENIDA CROMO
Por Mariana Saldarriaga Gutiérrez*
Quizás tu piel, para el inicio fue tallos verdes y un millar de semillas que crecieron llamándose hipócritamente venas, y más tarde todo se proclamó rojo cuando en realidad lo que te corría era tan verde, pero después tan azul —porque eras cielo—, formándote así de un montón de cosas hermosas que se fueron ocultando bajo el repudio de los cigarrillos de floritura que te crecían de una o varias idealizaciones de poeta perturbado que quizás nunca podrás ser en realidad, entonces tendrás que permanecer pegado a la almohada o al escritorio, soñando o escribiendo o amarrándote a ambas ideas. Quizás lo que antes fue verde se llenó de piel por pura vanidad, quizás una soga alrededor de un cuello haga la diferencia, entonces toda la tragedia sería necesaria por pudrir de tal manera el lienzo que solías ser.
Te diré luego desde mis pupilas —que de repente ya no brillan— que vos eras tanto que al final terminando siendo él nada, la nada que ahora vaga mundanamente por la carretera para charlar con las luces de los autos, tal cual suicida deslumbrándose por unas cuantas cuchillas. Deben existir nadas encantadoras, pero claramente no es el caso, porque sos el punto muerto que efectivamente vive bajo la influencia fúnebre de unos labios color morado oscuro que ya tuvieron que haberse comido las aves, o lo que sea que se coma satisfactoriamente unos labios seriamente envenenados a los cuales echaste tierra, tratando de mantenerlos retirados de tu boca, sin darte cuenta que esta, sin lugar a dudas, desde hace ya bastante tiempo, andaba invadida de los gusanos que se escabullen por la tierra del cementerio central, el cual tiene más cuerpos que cenizas, lo cual para ellos es de los mejores banquetes que pudieran sucederles.
—Ojalá se degrade el color hasta que de púrpura pasemos al lavanda más claro que vos puedas imaginar —dijiste—.
Así que fuiste Olivia oscuro, quitándome sutilmente el sostén blanco mientras que en la saliva que iba pasando de mi boca a mi cuello se sentía la presencia del TA–RA–RE–O alrededor de tus mejillas, que ahora se han perdido, porque me pusiste en la ridícula tarea de imaginarlo, pues, de nuevo habías olvidado encender el tocadiscos por andar pensando en que la picazón que estaba molestando en tu ojo tenía que ser la larva que encontramos el Sábado en el parque, cuando estabas tan frío que hasta regresaste a ser estúpidamente superficial, después de reaccionar llamándome «Bonita», lo que se transformó en error porque el silencio estaba tan ameno que lo arruinaste totalmente. Al final yo sabía que la basura en la que penosamente te habías convertido tenía que ver con un montón de cosas que hábilmente olvidé —tal vez por práctica— después de que bajaste hasta mis muslos y le contaste una historia a mi matriz, que para entonces no estaba mojada, lo cual supone un problema que solucionaste sin dejar de hacer el asunto tedioso, esperando como siempre, ser prometedor para que más tarde, cuando fueras color pistacho, caminaras por mi piel, que no era piel, era mantequilla por la cual te deslizabas como tratando de robarme la esencia que te hacía falta. Te convertiste casualmente en la obligación del deseo, mientras que te despojaste de las ropas que naturalmente estaban llenísimas de sudor, más por tu esfuerzo que por el mío. ¿Te imaginas recitando versos entre gemidos?, los haríamos líricos o algo así, pero no, tu imaginación se agotó desde que enfocaste toda tu atención en mis jóvenes senos. Todo esto mientras miraba con dirección al espejo de la sala, como tratando de conversar conmigo misma, enojándome por el hecho de que olvidaras la música, y además, porque tendría que pasar la noche en aquella habitación, mirando hacia el techo, imaginando galaxias como reto personal mientras vos al otro lado, hacés el papel de cadáver de cementerio. Ahora que estás color Verde Lima, me doy cuenta que la magia salió de vos, tal vez en estado gaseoso o líquido, por medio del sudor que para vos se traduce como buen sexo; pero sea como fuese, es innegable que te ha abandonado, porque eres —ahora y quizás sigas siendo, si es que aún sos vos o algo que se le parezca— una obra en la que nadie quiere marcar su seudónimo.
Verás, estás agotado, debe ser así, yo imagino que debe ser así; porque yo sí lo estoy, lo estoy de vos y de la putrefacción por la que está pasando tu alma. Se torna hasta profano el asunto, te lo cuento así, estás peor que el chiste del marginado teocentrista, jugando con las piernas de la muchacha que cree en la buena fe, en la salvación y en la casa del señor. Ojalá te despertaras de repente, porque hoy es Martes y ayer era Lunes, y ah, querido, estamos en la cama que ya tanto recorrí, que paseamos a veces alegres, que estrujamos para luego adornar de florecitas. Ya sé que lo que hizo que tu sangre fuera roja y no verde, como los tallos de las flores de la cocina, fue que te pinchaste con una de ellas, yo quiero imaginar que por estos asuntos simples la espina te quedó grande y que, de repente te llenaste, aparentemente, de la estúpida sangre roja mezclada con los odiosos prejuicios. Allí fue cuando me llamaste por primera vez bruja, luego de proclamarme diosa en tu cama, ah, ¡pero qué vulgar!, o quizás te convertiste en esta farsa después del concierto del pasado 31… Sé que tocaron mal y que sus instrumentos andaban desafinados, como casi siempre pasa con las bandas que tocan los Domingos en la Placita de Florez. El asunto es que te cuadriculaste, y yo con eso no puedo, no puedo con el peso de tu corazón de piedra, no puedo cargarte mientras que solo me da medianamente para sostener el papel de la novela que aún no termino, que no florece porque vos no dejás que florezca.
Despierta, mirá que aquí te tengo el café, claro, cariño. Yo te doy los buenos días pero vos solo sabés decir que te gustan mis senos, porque claramente no me he vestido ya que me la he pasado ocupada toda la mañana tratando de escribir algo que no sea una cafetera rota, y a la misma vez débil, que está en trocitos por tus arterias, cortando cada uno de tus vasos sanguíneos. Piensa en esto, esto es asquerosamente clásico, esta cama que ya no tiene amor, estos gusanos que se nos comen la piel y los colores que ahora se ven tan convencionales y malditamente aburridos, como el motel de Rubén a medio día, cuando hace tanto calor como para sudar más y más y mááás. Vos sabés de sobra que no te amo, y vos llevado de tu parecer confundes estas sabanas con caricias. ¿Hace cuánto no te llamo «cariño» de una forma dulce?, es que te fuiste pareciendo a los terrenos baldíos que no quiero caminar y en todo eso tan salado, que arde como una herida nueva tratando de sanar. Bebe, bebamos, como sea, mi taza está limpia y hasta se lee sombría, pero qué más da.
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* Mariana Saldarriaga Gutiérrez es estudiante de décimo grado, de la Institución Educativa Santa Juana de Lestonnac, barrio Pedregal, Medellín, Colombia.