EL VIAJE DEL PARNASO DE CERVANTES, UNA REVELACIÓN DE LA POESÍA
Por Juan Andrés Alzate Pelaéz*
El Viaje del Parnaso, de Miguel de Cervantes, es un canto al esfuerzo, es un ascenso y una batalla alegórica para defender la poesía de sus tiempos, y la de todos los tiempos. Si bien es poco conocida esta pieza entre el público lego, es un documento de importante valor para reconocer el estado de cosas de la poesía en el Siglo de Oro español. Cervantes, haciendo gala de un amplísimo conocimiento del panorama poético de sus días, cita más de un centenar de poetas vivos y otro tanto de poetastros, cuyos nombres no menciona pero que insinúa por otros rasgos. ¿Qué se propuso don Miguel de Cervantes escribiendo en tercetos su aventura en el mítico Parnaso? ¿Acaso un encomio? ¿Acaso una sátira? Si se lo ve con más detalle su intención está en otro orden, no en las alabanzas personales (que ciertamente las hay en la obra) sino en la exaltación de la poesía misma.
Si hemos de buscar una clave hermenéutica en esta novela versificada (pues que la crítica no se decide a clasificarla como poema) ha de ser no en el viaje, sino en el ascenso. La poesía es ascenso, y cuando es auténtica, ascenso dificultoso, pues cosa difícil es lo bello. En esto hay algo de valor filosófico, a saber, que la experiencia estética se considera en esta obra dentro del modelo mimético de Aristóteles y no de Platón. No se ve con desprecio la imitación o representación. Aquí la fuerza poética está en representar la naturaleza —el ser— en cuanto es y en cuanto puede ser. Es decir, es símil y verosímil de la realidad. He aquí el quid de la dificultad en la poesía mimética: poder hermosear lo que se imita haciéndolo verosímil.
A lo largo del Viaje del Parnaso se asocia la poesía con la verdad, por lo que la poesía que busca dar apariencia de verdad a lo falso (el caso de los versos en alabanza de príncipes y señores que condena Apolo en los «Privilegios y Ordenanzas» al final de la obra) es inaceptable. No sólo eso, sino que se exige un espíritu puro y un ingenio agudo para poderla identificar, pues la verdad no agrada a los simples y los discretos no la ven:
¿Cómo puede agradar un desatino
Si no es que de propósito se hace,
Mostrándole el donaire su camino?
Que entonces la mentira satisface
Quando verdad parece, y está escrita
Con gracia, que al discreto y simple aplace [1].
Si san Juan de la Cruz tuvo su Ascenso al Monte Carmelo, Cervantes asciende a la luz de la poesía pura en su Viaje del Parnaso. Si el uno halló consuelo en la fuente de agua viva, el otro tuvo la inspiración y la purificación en la fuente de Castalia. El primero busca y se ve movido por la experiencia sagrada, el segundo es llamado sin buscar, para descubrir que tiene un mérito: el de revelar la poesía donde esta se hallare.
En cuanto a Caporali, en quien se inspira y de quien se hablará más adelante, Cervantes completa el viaje que al Perugino le queda inconcluso. En la obra del poeta italiano Apolo apenas menciona la intención de constituir un ejército para aleccionar a los poetas necios, y el mismo Cesare no alcanza a quedarse en el Parnaso. Eso que faltó al «Viaggio» de Caporale, lo puso Cervantes en su «Viage» [2].
LA OBRA
El Viaje del Parnaso es un poema extenso, escrito en tercetos, hacia 1614, por Miguel de Cervantes, quien con su característico sentido del humor e impecable sátira horaciana, se dedica a criticar a los malos poetas de su tiempo. Es, usando las palabras del poema Itaka de Kavafis, un viaje «largo, lleno de aventuras, lleno de descubrimientos». Lleno de aventuras porque en sus 2923 versos ocurren batallas poéticas y batallas reales, vuelan versos y libros, hay naufragios y fatigas, pero también hay recompensas y alegrías. También es lleno de descubrimientos, porque en esta obra se reivindican muchos poetas que de no ser por su mención hoy seguirían siendo desconocidos.
El argumento del poema se centra en la aventura que tuvo Cervantes, quien por petición de Apolo reunió un ejército conformado por los buenos poetas para librar al Parnaso de la invasión de poetastros que padecía. En esta obra Cervantes hace un extraordinario despliegue de conocimientos de la poesía y los poetas de su época. Cita poco más de un centenar de «buenos» poetas (136 para más precisión) con nombre propio, e insinúa el resto por sus obras. Siguiendo la tradición horaciana de atacar el vicio y no la persona, se abstiene de mencionar a los malos poetas, con la sola salvedad de don Lope de Vega a quien «encomia» satíricamente.
Es bien conocido que para la crítica, Cervantes es un mal poeta. Él mismo jamás se consideró tal, y no obstante, se atrevió a escribir varios poemas, sonetos y villancicos que incluye como partes de sus obras. No es que no supiese qué es la poesía, que bien debía saberlo, sino que, al contrario, se sabía un mal rimador y debía tener claro que hay una gran diferencia entre la poesía y la versificación. Hoy también pensamos eso (que no es cosa nueva, pues de hecho no se nos hace raro que haya «prosa» poética, por ejemplo; del mismo modo que puede haber versos sin poesía), con seguridad en el Siglo de Oro aquello estaba igualmente claro, pues muchas cosas se escribían en verso, y no por eso se les consideraba poesía. ¿Qué es, entonces, la poesía? Eso lo dejaremos de momento, pues en tal empresa de responder semejante pregunta nos sumergiremos más adelante.
Lo que llama la atención en el Viaje del Parnaso no es tanto su osadía, cuanto que pretende hacer un poema sobre la poesía —metapoesía diríamos hoy—, lo cual exige un lector culto en dicha materia. No es posible asimilar el sentido del Viaje del Parnaso si se desconocen los cánones clásicos de la poesía. Para ese entonces primaba el canon estético aristotélico: la poesía es representación verosímil de la naturaleza. Como ejemplo el «Arte Poética Española», de Juan de la Cuesta, publicada en 1606, dice en el capítulo 2:
«La materia del arte Poética son todas las cosas, que tienen ser, y las que no le tienen, sino es el que del mesmo Poeta reciben. Al qual pertenece no sólo el hablar de cosas verdaderas, pero mucho más el fingir, y aun esto en tanto grado, que dice Aristóteles, que solos los que fingen son propiamente Poetas. Y no quiso dezir que los poetas avían de mentir, sino que avían de descrivir y pintar al vivo las cosas».
Súmase a esto que no hay ciencia completa de la poesía renacentista y barroca si se desconoce la mitología griega y romana. De hecho el poema en cuestión cita algunos de los mitos relatados en las Metamorfosis de Ovidio (obra que con mucho puede ser considerada la «Biblia» de los poetas del Siglo de Oro), así como otros mitos fundacionales de los principados Italianos (el caso de Parténope, por ejemplo) y de la mitología romana y griega en general.
LA TRADICIÓN DETRÁS DEL TEXTO
El mito es un dato de la cultura que se transmite. Por eso se llama mito (de «mittere», transmitir). Es un caso particularísimo de la tradición, pero no es ajeno a su esencia. A saber, comunicar alguna clave de la cultura. Las tradiciones, igual que los mitos, mantienen intacta su forma (i.e. las unidades de información cultural) a lo largo del tiempo, pero no así su forma (i.e. las palabras, los argumentos, la interpretación). En el poema del que se ocupa este ensayo ocurre así. Hay una actualización y reinterpretación del mito por un lado, y de la tradición por el otro.
Del mito porque las divinidades paganas se ven limitadas en su poder (por ejemplo, Apolo se ve necesitado de los servicios de los poetas españoles) y también en situaciones prosaicas ajenas a su divinidad (por ejemplo, cuando las musas deben arar y salar la tierra del Parnaso, pues de la mezcla de esta con la sangre de los poetastros estaban brotando alimañas, o también cuando compara a Pegaso con Rocinante, o cuando Apolo le escribe dos cartas a Cervantes cual si de un amigo se tratase).
De la tradición es también actualización porque invierte los papeles del «Viaggio di Parnaso» de Cesare Caporali [3], obra en la cual se inspira, pero invirtiendo las circunstancias de la experiencia. En la obra de Caesare Caporali la acción transcurre durante un sueño, mientras que en la de Cervantes el sueño sólo viene después de la batalla.
En este respecto cabe decir que Cervantes ni traduce, ni imita a Caporali, sino que más bien intenta completar su «Viaggio», tal como se mencionó en la introducción. En el «Viaggio», Caporali se dirige al Parnaso por sugerencia de un cardenal (Médici, entre otras cosas) montado en su mula para encontrarse a dialogar con los más ilustres poetas italianos. Su estadía no logra completarse, pues Pegaso espanta a su mula y Caporale, por encontrarla, termina hallándose fuera de los dominios de Apolo. En cambio Cervantes no va a encontrarse con los poetas ilustres, sino a sacar a los malos que han invadido el sagrado monte. Si en la obra del Perugino, Pegaso espanta al visitante, en el del alcalaíno es esta bestia la que les abre la fuente Castalia y le ayuda a Cervantes y a su ejército a confortarse antes de la batalla final.
Súmase a tal continuación y revaluación del pasado, que en buena medida Cervantes denosta todo apego a la forma por la forma, como si esta fuese garantía de calidad. Mucho se decía en su tiempo que «los oradores se hacen, pero los poetas nacen». En esto sí que queda salvado Cervantes, pues siendo él un mal componedor de versos, es un excelente creador de historias didácticas, propias y dignas del género de ese nombre (didáctico) y de dar pie a auténtica poesía.
En prospectiva también supone un cambio en la tradición literaria, pues estamos ante una obra satírica que, no obstante, no busca moralizar (como se espera de la sátira horaciana) ni pontificar, no al menos como fin principal, sino más bien busca legitimar una forma particular de hacer poesía: no la de Cervantes, sino la de los buenos poetas [4]. Qué sea o en qué consista tal proceder ha de entenderse ya no según la forma (el verso medido), sino según la materia: la materia de la poesía es el todo de la realidad, el mundo mismo es una eterna poesía en movimiento. Así lo dice textualmente el poema:
¿Puede ninguna ciencia compararse
Con esta universal de la poesía,
Que límites no tiene do encerrarse?
Este supuesto conlleva tres obligaciones: ser verosímil, ser honesta y ser inspirada.
Ser verosímil porque la belleza está en las cosas tal como se presentan. Esto es una regla básica del arte renacentista, evitar la belleza exageradamente idealizada y plasmar las cosas tal como se ven. Es el naturalismo característico de aquel período. Aunque Cervantes se inscribe en el Barroco, este aspecto no ha cambiado en la poesía, y que no nos engañe la exuberancia y los adornos del Barroco, que siendo adornos, no dejan de responder al mismo principio. Sobre estos adornos hay que mencionar algo con lo que Cervantes parece distanciarse, es que ateniéndose a un molde más clásico, parece buscar la elegancia en la sencillez:
[Mercurio:] Y no conoces qué es la Poesía.
[Cervantes:] Siempre la he visto envuelta en pobres paños,
Le repliqué: jamas la vi compuesta
Con adornos tan ricos y tamaños:
Parece que la he visto descompuesta,
Vestida de color de primavera
En los días de cutio y los de fiesta.
[Mercurio:] Esta que es la poesía verdadera,
La grave, la discreta, la elegante,
Dixo Mercurio, la alta y la sincera,
Siempre con Vestidura rozagante
Se muestra en qualquier acto que se halla,
Quando á su profesión es importante.
Nunca se inclina, ó sirve á la canalla
Trobadora, maligna y trafalmeja,
Que en lo que mas ignora, menos calla.
«En lo que más ignora, menos calla», se queja el dios de los discursos plagados de frases y vacíos de sentido. La poesía no puede ser medio de charlatanerías. Por eso la segunda obligación es que debe ser honesta. Haciendo eco de un verso de Hesíodo, nos recalca don Miguel de Cervantes que es indigno de la poesía dar apariencia de verdad a la mentira. Esto haría de la poesía algo inmoral, dándole la razón a la larga a Platón y negándosela a Aristóteles, quien «no quiso dezir que los poetas avían de mentir, sino que avían de descrivir y pintar al vivo las cosas». La queja es clara en el poema, citando de nuevo el verso transcrito en la introducción: Que entonces la mentira satisface / Quando verdad parece, y está escrita / Con gracia, que al discreto y simple aplace.
Siendo consecuentes con el principio de verosimilitud y con el de renuncia al formalismo, la tercera obligación para hacer auténtica poesía es sencillamente poseer talento para descubrir lo verdadero (lo esencial) en las cosas que se describen en el poema y, además, talento para expresar con belleza esas formas. En este orden de poesía no cabe la mecánica ni el automatismo, la poesía debe fluir naturalmente en el poeta talentoso. Así se expresa Cervantes de su alegórico galeón hecho de versos:
No le formaron máquinas de encanto,
Sino el ingenio del divino Apolo.
EL LECTOR DEL «VIAGE».
Dicho, pues, que la poesía auténtica que quiere rescatar Cervantes es la que alaba la verdad, síguese que el lector-tipo (o «lector modelo» usando la clasificación de Umberto Eco) para esta obra ha de ser alguien no solo sensible, sino culto. Sensible porque, como ya se mencionó, sólo quien es puro de alma y agudo de ingenio puede encontrar la verdad en la poesía. Y si el lector quisiere comprender esto, deberá también estar dispuesto a dejar tocar sus fibras por la verdad de la poesía y el ingenio de los poetas. Culto ha de ser el lector porque, como también se ha dicho, la poesía es un recuento del mundo, de las cosas, de su orden y también de la producción humana. La poesía verdadera no existe en el aire, sino que existe «in situ», contextualizada y arraigada a una historia y cultura. El lector del Viaje del Parnaso debe estar muy bien informado de la cultura clásica, renacentista y barroca. También ha de tener un excelente dominio del idioma español, no porque el acervo léxico sea inmenso en esta novela versificada (que lo es y con creces), ni por los giros de la sintaxis y las formas verbales de entonces, sino porque es imposible la comprensión de un texto autorreferente del lenguaje. Recuérdese que esta es una poesía en honor de la poesía. Cervantes es plenamente consciente de estar haciendo un homenaje al lenguaje en el que ineluctablemente debe hacer uso de aquel.
Un texto que exige un lector tal no puede ser tenido por obra menor. A nuestro juicio, el Viaje del Parnaso es una obra mal entendida y mal apreciada. Acaso porque el tipo de lector que exige no es frecuente, acaso porque ya la poesía venía sufriendo traspiés desde aquel tiempo y pronto se le pudo echar en olvido. Esto último no es gratuito, ¿qué otra necesidad de defender la verdadera poesía habría tenido Cervantes si el malhadado uso de la libertad poética no se hubiese exacerbado entonces?
En este punto queda más que claro que el elogio y la sátira son sólo una excusa. Leer el Viaje del Parnaso es hacer un viaje personal por el mundo de las palabras, de la belleza y del orden. La forma en que Cervantes adentra al lector por la geografía —real y fantástica— y en las aventuras de los poetas, impresiona el alma con la misma fuerza de cualquier buena figura retórica. Pues la poesía está en el sentido que aquella deja en la mente y en la experiencia que perciben las emociones, y no en los adjetivos o las sílabas.
Tan válido es el principio de verosimilitud entonces como hoy, pues la verdadera poesía no es la del Siglo de Oro, ni la que oyeron los antiguos griegos, ni la que cantaban innumerables reyes con sus liras. No. La verdadera poesía es la que señalando el ser (que de suyo es verdadero) alcanza a tocar las fibras del alma, haciéndolas consonar con el mundo. Así lo pensaba Pitágoras, así lo aceptó Platón, así lo expuso Aristóteles, así lo pensaban los hombres del Renacimiento, y así lo sienten hasta hoy los hombres de alma pura e ingenio agudo que saben ver el tesoro de la verdad en cada cosa.
REFERENCIAS
Cervantes, Miguel de. Viage (sic) del Parnaso. Editio Princeps. Imprenta de la Viuda de Alonso Martín, 1614. Localización: Biblioteca Nacional (España). Sig. R / 12007. URL Facsímil https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/viage-del-parnaso–1/html
Lokos, Ellen. El lenguaje emblemático en el Viaje del Parnaso. En: Bulletin of the Cervantes Society of America 9.1 (1989): 63-74.
Sansone, Giuseppe E. El «Viaje del Parnaso», testimonio de una discontinuidad. EN: Asociación Cervantista, Actas del Ii Congreso Internacional (1995). AC 55-62. URL https://cvc.cervantes.es/literatura/cervantistas/congresos/cg_II/cg_II_06.pdf
NOTAS
[1] Se cita el texto original pero se han puesto algunos acentos ortográficos para facilitar la lectura.
[2] El título original es «Viage del Parnaso». Vid. Lista de referencias.
[3] Puede consultarse una copia facsimilar de la edición de 1666 en https://archive.org/stream/imageG6210NarrativaOpal#page/n0/mode/2up
[4] Una prueba de que ya se estaba liberando la poesía del formalismo es la aparición de la silva, que fue la primera forma de verso libre que encontramos en la literatura castellana.
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* Juan Andrés Alzate Pelaéz es docente de filosofía y de lenguas clásicas y semíticas, egresado de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia) y candidato a doctorado en filosofía de la misma universidad. Es también editor de Revista Cronopio.
Excelente artìculo , me ha llevado al conocimiento de un Cervantes que nos lleva a entender la grandeza de la poesìa, ademàs de la seriedad con la que los poetas deben asumirla , cuando dice que debe ser : «verosìmil,honesta e inspirada» ; visiòn que habla de de un hombre que se definiò a sì mismo como negado para hacer versos , porque su fortaleza estaba es escribir grandes historia y sin embargo, exalta de esta forma satìrica el compromiso que se debe tener con ella.Felicitaciones Juan Andrès!