HELENA
Por Jose Pacheco*
Caminaba por la calle luego de terminar mi jornada de clases, ensimismado, perdido en el tiempo y en el espacio. Pensando en todo. Las vías llenas de gente, con sangre en las venas esta vez. Los carros y el ruido. El humo también.
Camino. Es mi costumbre, mi pasión. Caminar, conocer, enterarme de lo que está pasando. Sigo mi ruta. He transitado tantas veces por aquí que podría hacerlo con los ojos cerrados y no tropezaría con una piedra. Conozco hasta el más mínimo detalle de esta calle. La señora de la casa de rejas blancas, por ejemplo, a las seis de la mañana escucha el mismo CD de música cristiana; el hombrecito de la tienda, un sujeto despreciable, he escuchado muchas cosas de él, pero eso es marginal… Lo importante, que es lo que quería decir, es que tiene la mala costumbre de ubicar sus sillas de forma tal que siempre me obstruye el paso y tengo que bajarme del andén. Un tipo de apariencia poco agradable a la vista, su cabeza calva, sus ojos saltones y un extraño lunar rojo en la parte izquierda de su cara, que se asemeja más a un mapamundi. ¡Dios!, verdaderamente feo.
Nunca he entrado a su tienda y la verdad no sé cómo la sostiene porque a excepción de un par de borrachos, que al parecer son amigos suyos, jamás he visto entrar a alguien a ese lugar. Es éste uno de esos personajes que después de muertos se convierten en mitos. Uno va pasando con su hijo mucho tiempo después por el mismo lugar donde me encuentro ahora, y seguro dirá: el tipo que vivía aquí era muy feo, una bestia, se rumoraba que había pertenecido al ejército y la mancha en la cara fue porque se quemó en un atentado de la guerrilla, tuvo problemas psicológicos de los que nunca se recuperó y le dieron de baja. Un hombre siniestro. Hoy no me ha incomodado, se me hace extraño que aún no tenga sus sillas ocupando el espacio público.
En el semáforo dos hombres vociferan: al extremo de seguir el pleito verbal, llegarán hasta los golpes, seguro, de eso no me queda duda alguna. Me detengo a mirar, pero sigo después de enterarme del motivo. Al parecer el anciano se pasó el semáforo en rojo y embistió de frente al taxi. Qué gremio solidario son los taxistas, más de veinte esperan a ver cómo termina la cuestión. Caos total en este punto de la ciudad.
Helena no me ha llamado. Tal vez haya puesto fin a nuestra relación. Tormentosa, de hecho. No soporto su indiferencia ante pequeños detalles que pueden hacer la vida en pareja divertida y duradera. Ayer discutimos. Se le hace muy difícil reconocer que no siempre tiene la razón. Es muy inteligente, pero a veces presume y le he dicho en repetidas ocasiones que no le queda bien. Hace caso omiso a mis sugerencias; parece no importarle lo que yo piense. En fin, si ha decidido terminar nuestro noviazgo, creo que fue una buena decisión y un gran detalle de su parte no avisarme. Me encantan las sorpresas y ella lo sabe de sobra.
Una de esas tardes vacías y oblicuas, como la de hoy, un suceso inesperado cambió el rumbo de mi existencia. Le dio sentido a mi vida. Con la vista extraviada, mirando todo y viendo nada, haciendo un barrido para encontrar un punto en el cual mirar, la encuentro erguida, altiva, orgullosa, retadora, insolente, como una yegua salvaje que nunca ha sido montada y recorre libre los caminos reales de la extensa llanura donde nació, creció y se convirtió en el objeto de peleas de cientos de sementales que se baten hasta la muerte para poseerla.
Así es Helena, lindo nombre, Helena. Como la de Troya. Un país entero cayó por la gracia de una mujer. Y yo fui cayendo, poco a poco, en su juego de seducción. Pero ahora todo es diferente. El tiempo ha pasado y no me siento tan bien con ella como antes. Todo pasó tan de repente que no comprendo aún cómo terminamos involucrados sentimentalmente. No sé de dónde salió, ni cómo había llegado a la bahía de mis dominios visuales, a interferir y embellecer mi paisaje. Pero sentí al verla que la conocía de siempre. Que la esperaba desde hacía tiempo.
Hay cosas a las que uno nunca encuentra una respuesta lógica. Ha de ser que se hace preguntas poco inteligentes, no lo sé y no me aflige no saberlo. Tampoco quiero jugar al filósofo. Si no encuentro solución a lo que estoy pensando, algún día alguien se preguntará lo mismo y de seguro podrá explicarlo, esto de ningún modo es importante, pero quiero hacer reflexiones sobre algo.
La música, por ejemplo, es una de esas cosas con las que uno no podría vivir. Hay ritmos que ameritan bailar, voces que te incitan a llorar, letras que te pueden enamorar, sonidos estridentes que te hacen gritar. Son un sinfín de sensaciones, reacciones, posiciones y discusiones que se pueden generar en torno a la música pero definitivamente eso es marginal. No quiero enfrascarme en temas que no me incumben. Soy una persona que hace, ve y escucha lo que le gusta para no tener que decir cosas desagradables sobre algo o alguien, pero esto también es marginal.
No sé a quién mirará con sus hermosos ojos cafés. Cualquiera sucumbiría ante sus encantos de mujer fugaz: una cinturita que hace que su cuerpo perfectamente tonificado parezca una guitarra. Ninguno puede evitar mirarla cuando pasa. Sentía muchas veces cuando estaba con ella, que me envidiaban. Todos los hombres y me incluyo, envidiamos la fortuna de quien puede tener a su lado una mujer bonita. Pero Helena no sólo es linda, es inteligente. Puede hablar de política, literatura (ha leído todos los libros de Kafka), cine y hasta de fútbol. En cierta medida eso me motivó a conocerla. Una mujer interesante en el sentido estricto de la palabra.
Sigo caminando. Le echo una ojeada superficial al periódico local: el alcalde como de costumbre en primera plana. Pobre tipo, no sabe cómo explicar en qué invirtieron cinco mil millones del presupuesto anual de la ciudad. Tendrá problemas más adelante, lo sé. Cuando la prensa arremete contra algún funcionario público no descansa hasta verlo destituido y tras las rejas. Es la constante en este país. Una breve anuncia en la página cuatro de la sección A, con un titular gigante: «La policía captura a alias ‘El Chamán’». Lo sindican de haber robado un banco y llevarse consigo doscientos millones. Es sin duda un triunfo de la inteligencia policíaca; cuatro meses de seguimiento, terminaron ayer por la tarde cuando en un operativo ‘hollywoodesco’ se le dio captura. Noticias interesantes el día de hoy. Debería comprar el diario pero no tengo tiempo suficiente para leerlo completo. Sería botar el dinero. Por cierto muy escaso y difícil de conseguir en estos tiempos de recesión económica.
Vuelve a salirme el perro. Siempre me asusta con sus roncos ladridos, creo que quiere morderme hace rato, no entiendo el porqué. Dicen que los caninos son los mejores amigos del hombre, pero éste no tiene nada de amistoso. Unos barrotes de aluminio le impiden salir a la calle. Me mira con odio, aparta la vista una milésima de segundo y vuelve a mirarme siempre atento a mis movimientos. Muchas veces me he burlado de él y lo sabe, es consciente y está seguro que algún día arreglaremos cuentas. Ya conoce mi rutina. Todos los días a la misma hora espera a que pase, se ha convertido en su diversión. Si dejara de andar por esa calle, el animal moriría de aburrimiento.
Es increíble, aun cuando voy lejos y escucha mi voz sigue ladrando, puedo oírlo gruñir, tal vez maldiciendo la suerte que le impide clavar sus afilados dientes sobre mí. Aníbal se llama y es un Gran Danés. No quiero imaginar si llegara a salir de su casa. Me mataría, no hay duda. Me odia tanto que disfrutaría matándome, puedo sentirlo en el modo en que me ladra y él sabe que si yo pudiera también lo mataría. Estamos inmersos en el juego de la supervivencia, si no me matas, yo te mato primero.
Es inusual que piense este tipo de cosas, pero, todo es válido para sacar por un momento a Helena de mi mente. Quiero evitar pensar en que puede estar con otra persona en estos momentos. Esa idea me perturba y aunque no lo quiera reconocer, no imagino la vida sin ella. Sería muy estúpido de mi parte dejarla ir así no más.
El cielo despejado y el sol ardiente incitan a ir a la playa. Tal vez lo haga más tarde. Me refugiaré en la inmensidad del océano azul e infinito que ha inspirado a muchos y ha recibido el agradecimiento de pocos. Poseidón debe estar orgulloso de sus dominios. Si hay algo sobre la faz de la Tierra que pueda ayudarte a dispersar la mente y aliviar un mínimo tus pesares ese es el mar.
Ya son las cinco de la tarde, y en el horizonte empieza el espectáculo multicolor que ofrece el ocaso del día. Tengo boletos de primera clase. He visto esto muchas veces y cada día me gusta más. Soy como un niño en Disney World. Mi vida sin duda está ligada a las olas, la arena, las gaviotas, la pesca y la aventura, o tal vez he leído muchas veces la historia de Simbad el marino, no sé, no lo tengo muy claro en estos momentos.
Llego a la casa. Y todo cuanto allí hay me la recuerda. Puedo sentir su aroma flotando en el aire como un mal presagio, escuchar el eco de su risa retumbando contra las paredes y mortificándome con gran fuerza, siento sus cálidas manos acariciando mi rostro, sus besos envenenados, su frágil figura junto a la mía. Hoy he de comprender que esa mujer se ha ido para nunca volver. Emulando el pasado mitológico, la Troya de mis deseos, sueños y sentimientos ha caído destrozada ante la belleza, insensatez y orgullo de una mujer llamada Helena.
II
Se ha ido y con ella se fue gran parte de mí. Lo que soy, es nada sin su presencia. Mi motivación más grande, mi fuerza, mi razón de ser, mi sueño, mi realidad, mi mundo, mi vida entera. Todo va tras ella, tras sus hermosos ojos café, su pelo desordenado y sus labios rojos y siempre dispuestos a besarme.
El tiempo pasa lento, rápido. No sé, la verdad y tampoco quiero saberlo. Lo único que sé, es que no se detiene a preguntar, sólo va pasando llevándose consigo todo lo que siempre has deseado. Tiempo incomprensible y despiadado que todo lo acaba. Ha pasado tanto desde la última vez que la vi, que ya no recuerdo su rostro. Todo lo que a ella se refiere, ha sido borrado adrede por mi mente para no atormentarme, una especie de amnesia auto provocada que me evita pasar momentos desagradables. La muchacha del pelo rojo hace días no me visita. Sus pecas y cabello encendido me daban mucha risa. Mi primo insiste en que está enamorada de mí. Estar juntos, es algo que he sondeado internamente y la verdad no me veo con ella. Mi primo, si, un pesado de primera, llegó hace un mes o dos, no lo tengo claro en estos momentos, pero he tenido que soportar sus ronquidos y sus demoras en el baño. Un tipo difícil sin duda. No podré soportarlo mucho, aparte que es un entrometido. Trata de ser amigable, pero su actitud es fastidiosa. No lo soporto.
Hoy ha prendido el televisor a las seis de la mañana, trataba de dormir, pero fue imposible. Perdí la noche leyendo a Charles Baudelaire: me asusta su obra, pero a la vez me impresiona. Sería el momento de tomar un ejemplo a seguir, todos lo hacen: Lorenzo de Medici siguió el ejemplo de Nicolás Maquiavelo, los doce apóstoles siguieron el ejemplo de Jesús, ahora yo busco en los libros alguien a quien seguir. ¿Sería Baudelaire un buen modelo? No sé, es algo que estoy meditando. He sido autónomo hasta ahora, tratando de hacer de mi vida lo que he querido. En cierta medida y sin pensarlo soy una especie de Baudelaire, las reglas siempre han sido acomodas a mi conveniencia. No hay límites, no hay restricciones. De eso se trata: vivir intensamente. Tomar decisiones transcendentales de manera acertada en el momento acertado es la clave del éxito. La mente ha estado nublada últimamente. No he querido esforzarme en lo absoluto por aclararla, tal vez sea mejor así, estar sumergido en un estado de demencia, que nada victoriosa en el mar de mi inteligencia y obstruye totalmente los canales del pensamiento. Es como si el siniestro Belcebú me arrastrara consigo a los infinitos y siempre dañinos caminos de la perdición. Es por su culpa, lo sé, lo tengo muy en claro. Hay momentos en los que pregunto dónde está Dios, quiero que con su infinita piedad y redención me saque de este estado de total descontrol.
Mi mamá ha querido que no pierda tanto tiempo leyendo por las noches. Te volverás loco, me dijo hace días. La entiendo. Le preocupa mi situación, sabe cuanto me ha afectado su partida. Jeffrey ha venido a visitarme. Trae consigo una película. Le extraña mi ausencia en las canchas de fútbol. Pensó que estaba enfermo o algo por el estilo los primeros días. Luego Helena le comentó lo que había pasado con nosotros. Ella también está triste, me dijo, él es una especie de confidente que tenemos en común; es el negociador entre nosotros, pero no creo que esta vez pueda hacer mucho. Es un final trágico pero necesario. No es del todo imparcial, antes me tenía al tanto de lo que sucedía con ella y hoy no ha sido la excepción. Es un buen amigo lo sé y me cuenta esto para animarme. Sé que Helena no lo ha visitado en días, meses tal vez, sabía que es un soplón de primera y no confiaba en él. No sé cómo se enteró que habíamos terminado.
Llegan las vacaciones y aun no decido qué hacer. Había planeado tantas cosas, pero ahora todo está confuso. Ayer me pareció verla venir en la oscuridad de la noche, pero su silueta se desvaneció como se desvanece el humo ante la leve caricia del viento. Que problema se ha convertido para mí el no tenerla. Me parece escucharla en mi ventana, me parece olerla al lado derecho de mi cama, me parece sentir sus suaves y delicadas manos sobre mi cabeza rapada. Me parece, me parece, todo y nada a ella se me parece. Mis sentidos inconscientemente están siempre alertas y dispuestos a sentirla, olerla, verla, oírla y hablarle. Me ha atrapado en un mundo de sombras y luces. Giros y más giros, busco y busco y siempre estoy sólo y cada vez más solo. Me taladra las entrañas como queriendo encontrar el fondo de mi ser, buscando algo dentro de mí que le dé indicios de quién soy.
No hay razones suficientes para explicar lo que está pasando. No tengo idea. Últimamente no las he tenido; además el tiempo no me ayuda mucho, no puedo reaccionar a su endemoniado ritmo. Todo cambia, todo cambia, decía alguien una vez y no lo escuché, ahora sé que aquel tenía razón. He querido visitar a Rodrigo, pero no estoy de ánimos para escuchar a un estúpido perro, ladrando tras unos barrotes de aluminio. Voy a suspender la lectura mientras se procesa la información que ha recibido mi mente en estos días. El Padrino, Don Juan y El Tambor de Hojalata, en una semana, es demasiado. Mario Puzzo, Lord Bairon y Gunther Grass, buenos, muy buenos, pero sinceramente espero leer a Baudelaire la próxima vez. Magnífico Baudelaire, magnifica su obra, magnifica su vida, magnifica las noches en las que leía sus poemas.
He perdido mucho tiempo buscando las puertas del jardín de la calma. Soy como un hombre que vaga por las ardientes arenas del desierto deseando encontrar un oasis donde saciar la sed. El que yo busco tiene nombre propio, pero no sé dónde se ha metido. La ciudad la esconde en su seno. Helena, vuelve otra vez y aparece. Te vas, desapareces y me dejas sumergido en un mar de cemento, carros, humo, ruido y estrés que me asusta. Me agobia, me oprime y se burla de mí.
Jeffrey me ha invitado a la playa, antes solíamos ir por las tardes. Pasábamos horas y horas con la mirada extraviada en el azul infinito del mar sin decir una palabra. En ocasiones regresaba a casa solo hasta el amanecer. El estruendo de las olas al chocar con las piedras me apasiona y la sensación de efervescencia que se siente cuando el agua salada y llena de espuma llega hasta la arena me hace pensar en la insignificancia de las cosas. Mi vida es monótona y vacía. No hay emociones, no hay nada que contar. Estoy inmerso en una rutina absurda que a veces me saca de quicio pero la disfruto.
Helena cruzó la esquina del camellón, el sol brillaba más de lo normal, la luz le daba al día un toque especial. Buscaba la calle principal, su cabello rizado se hondeaba con la brisa, la ropa húmeda se le pegaba al cuerpo dejando ver su hermosa figura.
Yo iba detrás, a una distancia prudente para que no se percatara que la seguía. La fui a buscar y se negó a salir. Tenía la firme intención de hablar con ella, pero fue imposible.
Terminé odiándola esa tarde. Cuando crucé la puerta de su casa y salí a la calle, iba regando sobre el pavimento caliente todos sus recuerdos para que se evaporaran como agua bajo el inclemente sol del medio día de mi ciudad. Este era sin duda el final de una historia de amor tormentoso y fugaz.
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* José Pacheco es Comunicador Social y Periodista con énfasis en prensa y edición de Medios Impresos de la Universidad Sergio Arboleda.