Literatura Cronopio

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Nubia Ankit y la sagrada familia

NUBIA, ANKIT Y LA SAGRADA FAMILIA

Por Danilo López Román*

Salimos del palacio de la realidad consciente, localizado dentro de la burbuja, hacia el lobby exterior, siempre dentro de la burbuja. Vos habías acampado al pie de la escalinata blanca, con tus bártulos, de los cuales lo que más me llamó la atención eran las casitas de muñecas, juguetes y otros recuerdos de la infancia, colocados con mucho esmero en cubículos de madera como de diez pulgadas por lado. Estabas en cuclillas y me viste y me preguntaste: ¿Ya te vas? La gente alrededor se paseaba entre perezosa e impaciente esperando la señal.

La luz general parpadeó un instante y se hizo un poquitín más brillante, era la señal que esperábamos. Se abrió un compartimiento en la burbuja y salimos. Desde la escalinata se podía ver, hasta donde nuestra vista se unía con el horizonte, el largo camino serpenteante en la llanura y allá al final, después de un bosque que en la distancia era diminuto, como a 50 millas, los altos edificios de Barcelona, con la iglesia de la Sagrada Familia de Antonio Gaudí destacando sobre todos. Te despediste: «Que te vaya bien pues, ahí me avisas qué viste».

En cuestión de minutos llegamos al atrio de la Sagrada Familia. Ankit, el muchacho hindú contador que trabaja con nosotros en Fort Worth, iba conmigo. Nuestro destino era otro pero yo no podía dejar pasar la oportunidad de visitar este edificio que solo había conocido en ilustraciones de libros de arquitectura, cuando estudiaba en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Había un gentío, turistas entrando y saliendo, pero sobre todo, trabajadores ocupados en la restauración y construcción de la iglesia. Vamos, le dije a Ankit, te voy a llevar a esta iglesia, ¿nunca la has visitado?

Los turistas venían de todas partes del mundo. Los trabajadores igual, arquitectos, estudiantes, ingenieros, dibujantes, misioneros, escultores, pintores, ebanistas, carpinteros, arqueólogos, filósofos, sacerdotes, jóvenes y viejos, hombres y mujeres. Pasamos por el colorido atrio donde un largo mostrador rojo de recepción estaba vacío y gente sentada en el piso esperando turno para entrar o alguien que les diera indicaciones de qué hacer. Hacia el interior, no hay control de quién entra y quién sale. Pongo mi mochila en el piso, junto a una de las puertas de entrada, y seguimos para adelante. El cielo en esta sección del edificio no tiene más de 12 pies de altura. Cruzamos un pasadizo estrecho, como de 3 pies de ancho y 7 de alto hecho de madera de construcción y le digo a Ankit, no veas hacia arriba hasta que yo te diga, por una de las rendijas del cielorraso se vislumbra la majestuosidad de la nave central, la inmensidad, la tremenda altura.
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Llegamos al final del túnel, que por las maravillas de la tecnología moderan está súper bien iluminado, y de repente se abre el espacio. Estamos en la nave central, o uno de su costados en la planta de cruz, es un espacio como de 300 pies por 400 pies donde pululan los trabajadores confundidos con los turistas, gente con cámaras, con planos bajo el brazo, gente dando órdenes, otros preguntando, gente que platica, gente que admira señalando hacia arriba o a los lados o al piso, gente cargando vigas de madera; otros, figuras de yeso; aun otros, pedazos de estructura entre dos o tres, gente con carritos arrastrando ladrillos con formas no tradicionales, piezas del gigantesco rompecabezas de la iglesia de la Sagrada Familia que Antonio Gaudí dejo a medio palo hace más de cien años y ahora esta gente adivina cómo terminar.

Mirá para arriba, le digo a Ankit, y sus 6 pies con 2 pulgadas de estatura parecen una miniatura de persona ante los 367 pies a que está el altar y ante los 850 pies a que se encuentra la punta de la aguja donde termina esta torre. El andamiaje, rampas, elevadores, materiales apiñados, y más de 300 personas que pululan ante nosotros son parte de la majestuosidad que poco a poco se va levantando en este lugar.

Vamos a la otra nave, le digo a Ankit, sus lentes reflejando las luces que cuelgan por todos lados, los rayos de sol entran como gruesos láser por algunos de los vitrales que un grupo de estudiantes de Rumania coloca dirigidos por un arquitecto alemán de apellido Otto, hijo de Frei, el inventor de las estructuras neumáticas. Nos dirigimos por una rampa temporal de madera hacia otro pasadizo. Sin querer, tiro al piso un andamiaje temporal de madera, lo empujo con el hombro y sus cuatro enclenques patas se van de lado y caen al piso estrepitosamente. Detrás del andamiaje un viejo español, con bigote y pelo largo blancos, que me recuerdan a Miguel de Unamuno mezclado con Búfalo Bill, me hace una cara de diablo, murmurando improperios entre los dientes, al mismo tiempo que yo le digo, I’m sorry, I’m sorry. Pero él insiste en su cara de diablo y maldiciones por un par de segundos, mientras yo repito como idiota I’m sorry, I’m sorry, hasta que él se sonríe asomando una ristra de dientes amarillos y deformados y me dice, just kidding, y sigue levantando la pared de ladrillos en que trabajaba.

Pero se hace tarde, pienso yo después del incidente. Busco a Ankit y lo veo dar la vuelta tras una columna, ¡Ankit! lo llamo, ya es hora de regresar, la burbuja se va a cerrar. Pero Ankit no me oye o se hace el sordo. Yo decido pensar que si me oyó y que pronto veré su alta silueta tras la columna, así que emprendo el regreso, empujando gente con cuidado, caminando contra la dirección del mar de turistas y trabajadores, buscando la salida. Echo un último vistazo a la gigantesca obra y salgo para el atrio de entrada.

Al llegar veo que mi mochila está aun junto a la puerta, por supuesto era de esperarse, pero la levanto y está liviana, la toco y ¡está vacía! Busco como desesperado mi lap top, mi tableta, mi teléfono… nada. Busco fútilmente por los alrededores y por supuesto no veo nada. Pregunto si alguien los ha visto y la gente me ve como loco predicando el fin del mundo en las cunetas de Nueva York, o ni siquiera me prestan atención, es como que soy invisible, como que me estoy desvaneciendo poco a poco y la gente pasa a través de mí, me estoy volviendo fantasma en este mundo de ciegos locos.

Camino rápido y en otros cinco minutos estoy ante la burbuja, paso por la puerta que se abrió anteriormente justo antes de que se termine de cerrar. Vos estás con tus cubículos de madera blancos, moviéndolos, colocándolos en otro arreglo. Me ves y preguntas, ¿y cómo te fue? Je, je, je, empiezo a contarte que perdí mi mochila, que tengo que regresar, pero vos me decís, ya es muy tarde, tenés que regresar al palacio.
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La burbuja se cerró, veo tu cara sonriente y siento una gran necesidad de abrazarte, pero vos volvés a tus cubículos bajando los ojos, yo subo los primeros escalones, paso por el dintel y todo  vuelve a la negra normalidad.

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*Danilo López Román es Arquitecto de la Universidad Nacional de Nicaragua, 1978. Master en Administracion de Empresas por la Escuela de Negocios INCAE 1983. Ph.D. Public Administration  por la Kennedy Western University, 1991. Master Fine Arts candidate por la Universidad de Texas-El Paso, 2016. Libros publicados: Antología de Tarde (1990, Miami); Génesis y Otras Fantasías (1991, Miami); Dead Souls (1992, Miami); Return to Guatemala (1992, Miami); God, Woman & Country (Tropiculture, Miami 2004); Dona Nobis Pacem (Tropiculture, Miami 2006). En preparación: Generations/Generaciones (poesía),The Hells of Valhalla (cuentos) y An Echo of Swelling Voices (novela). Además ha sido editor de obras de otros 8 poetas y antologista de tres colecciones de poesia: «11 Nicaraguan Poets in the USA», «Nicaraguan Poets of the Immigration», y «Five Poets of Miami». Su poesía ha sido recogida en antologías en Argentina, Venezuela, Estados Unidos y Nicaragua. Reconocimientos: invitado especial como lector en las ferias internacionales de poesía de Granada (Nicaragua), Austin (Texas), Dallas (Texas) y Miami (Florida). Miembro Honorario de la Fraternidad Americana por contribuciones a la Cultura Nicaraguense en los USA. Diploma de Hijo de Granada, Nicaragua por contribuciones a la poesía. Trabajos ejercidos: arquitecto, diplomático, profesor universitario, director de programas de construcción para al empresa AECOM, actualmente Director de Calidad y Control de Proyectos en la empresa Jacobs, en Miami, USA.

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