Literatura Cronopio

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Navidad Isla Verde

NAVIDAD, ISLA VERDE (2015)

Por Francisco Cabanillas*

[x_blockquote cite=»Luis Othoniel Rosa» type=»left»]La poesía es otra cosa, la poesía en Puerto Rico es el género más productivo y reproductivo y expande sus enredaderas por todo el Caribe, y no nos vamos a meter con eso ahora[/x_blockquote]

[x_blockquote cite=»Francisco José Ramos» type=»left»]Cuando se llega al aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín, hay un magno letrero que de inmediato pone sobre aviso: Welcome to the United States of America [/x_blockquote]

DE DETROIT A SAN JUAN.

En el avión, con el primer tomo de Barataria (2012) en las manos, una novela quijotesca, inscrita en la realidad político-partidista contemporánea de Puerto Rico —además, viaje a un delirio antropológico—; empiezo a leer la última tercera parte de la novela una vez se ha estabilizado el vuelo y el avión se mueve en línea recta: «CAPÍTULO XII: DONDE SE CUENTA EL ENCUENTRO QUE TUVO CHIQUITÍN CON UN TAL MARGARO VELÁZQUEZ, SU COLOQUIO Y LA APARICIÓN DE UN HACHA INDÍGENA».

La tranquilidad del vuelo contrasta con las locuras de Chiqutín, personaje quijotesco de la derecha anexionista boricua que se mueve en una bicicleta extravagante, después en doblecleta, con un remolque parecido al de Gabriel García Márquez en la versión cinematográfica de Eréndira (1983): «la carretilla, que luego fue acoplada a la doblecleta de modo fijo y seguro con varas de aluminio cogidas al marco con abrazaderas de metal, un trabajo mucho más elaborado que el de la primera carretilla» (Barataria).

Las bicicletas boricuas de la pintura de José Rosa, Elizam Escobar y Pepón Osorio se enganchan al título de una anti-obra de teatro de Yván Silén, El velocípedo de Jesús (2011). Politización del héroe cristiano en la realidad boricua; enganche teatral que remite a su vez, con un breve salto del avión, a la prosa del historiador Fernando Picó, Don Quijote en motora y otras andanzas (1993). Desde la cultura popular, la imagen de Toño Bicicleta llega a un cuento de José Liboy, donde el bandido boricua es revestido de un aura de poeta fracasado.
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Aproximándonos a 500 millas por hora a la única escala del vuelo en Orlando, dos saltos más remiten, por un lado, a la Historia del caminar de Rebeca Solnit, Wanderlust (2015), donde se plantea una ecuación clave entre la velocidad del pensamiento y la del andar: tres o cuatro millas por hora. Por el otro, entre el caminar de poetas y filósofos de Wanderlust y el pedaleo en las bicicletas del arte boricua, se engancha aristotélicamente, como punto medio, el cuento de José Antonio Ramos, «Jogging» (1983).

Además del protagonismo de la bicicleta, Barataria se vale de un vocabulario culinario que huele a comida criolla: «Aisladas no, asiladas es lo que vamos a quedar nosotras si les llevamos a Chiquitín a ese hospital y se lo soltamos allí como un saco de batatas.»

Narrador gastrocéntrico y gastropolítico, el de Barataria sabe que, como dice Michael Pollan, se vota tres veces al día al comer. Por eso, pone en el plato novelístico la política: «En su afán por que la juventud educara el paladar al gusto del hermano del Norte, y fuera más fácil para la población la transición hacia la Estadidad, el gobierno de Qurindongo estableció una nueva dieta en los planteles, compuesta en su mayoría de pizza, perros calientes, papas fritas, hamburguesas, tacos y burritos, refrescos de soda, dulces de barra y otros íconos de la cocina norteamericana».

Al aterrizar en Orlando, la novela de Juan López Bauzá quedó cerrada en la página que narra este diálogo entre Chiquitín y su Sancho Panza, Margaro:

¿Qué fumas, ardilla?, le preguntó Chiquitín sin abrir los ojos, a la vez que bajaba el volumen del radio.
Orégano, contestó sardónicamente Margaro.
Creo que me engañas.
Para qué pregunta entonces.
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De Orlando a San Juan, la parodia al anexionismo fanatizado, a través del delirio político y antropológico de Chiquitín, se transforma en una imagen geopolítica inesperada, a la que se engancha la isla de Cuba. Vuelo dentro del vuelo: de la novela a la realidad. El delirio anexionista de Chiquitín es ahora la ilusión, durante el verano de 2015, ante el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. El mismo verano que, por su parte, Puerto Rico se hundía en el impago de su deuda pública, la cual el gobernador tuvo que admitir públicamente en julio.

La ilusión de renovar relaciones —¿quién no piensa en la economía?— se engancha con la realidad financiera puertorriqueña. Mientras Cuba sube, Puerto Rico baja. Ante el abandono del Gobierno Federal usamericano, que no hace nada para resolver el impase al que ha contribuido en gran medida, ni tampoco deja que el Estado Libre Asociado de Puerto Rico haga algo para renegociar la deuda pública que lo ahoga; ante esa realidad colonial, se engancha esta propuesta del geógrafo marxista, David Harvey: el capitalismo nunca resuelve sus contradicciones, en vez, cuando ya no puede más con ellas, la desplaza a otro lugar.

Imagen geopolítica: Estados Unidos traslada a Cuba las contradicciones que no pudo resolver en Puerto Rico.

Cuando el avión aterriza en el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, privatizado al capital mexicano, salta esta oración a la mitad de la primera página del Capítulo XX, último del primer tomo de Barataria: «Miren ya cómo casi me mete la nariz dentro del culo».

PLAYA DE «EL ALAMBIQUE»: ISLA VERDE

De la riqueza verbal de Bartaria al estudio monumental de Adolfo de Hostos, Historia de San Juan, ciudad murada: ensayo acerca del proceso de la civilización en la ciudad española de San Juan Bautista de Puerto Rico, 1521-1898 (1948): «Cincuenta años después de su fundación la ciudad contaba con un millar de habitantes, repartidos en unas 200 casas, ubicadas en cuatro [o] cinco calles».

Lectura que llevo a cabo de cara al Atlántico, en el condominio Coral Beach, frente a la Calle José M. Tartak; desde un cuarto piso que tiene como escenario el entra y sale de la gente a la playa por la Tartak, una calle sin salida en la cual, desde temprano en la mañana, se juntan locales y turistas para contravenir la cuentística de Jose Emilio S. Belaval, en Cuentos para fomentar el turismo (1946). Historias espantosas sobre el Puerto Rico premoderno, de cara al turismo que se levanta con la apertura del hotel Caribe Hilton (1949) y la modernidad del Estado Libre Asociado (1952).

Del 20 de diciembre de 2015 al 9 de enero de 2016; 18 de los 21 días corro de punta a punta, dos veces, la playa de El Alambique, mitigando la espesura de la arena, la inclinación de la orilla, el viento, el sol y el singular ecosistema marítimo-terrestre que hizo del chubasco inesperado, a pleno sol, un leit motif de la correría invernal: experiencia tripartita de sol-lluvia-sol.

Por las tardes, desde el balcón o en la playa, la lectura de Historia de San Juan, ciudad murada, «de 1527 a 1548 el crecimiento de la población de San Juan sufrió una severa crisis», se mezclaba con el documental de Eduardo Aguiar, San Juan, ciudad soñada (1995), cuyo guión, escrito por Edgardo Rodríguez Juliá, remitía, por esa incidencia autorial, a El cruce de la Bahía de Guánica: crónicas playeras y un ensayo (1989); libro que se sentía como si estuviera siguiéndonos los pasos.

Mientras corro sobre la arena seca, alejado de la orilla, siguiendo varias de las muchas huellas que los vehículos motorizados trazan a diario, como las guaguas que traen los puestos de comida, los cuatriciclos de la policía o el tractor que limpia la playa por la mañana; mientras troto, las referencias literarias —las crónicas de Rodríguez Juliá, el Atlántico de la poesía de Yván Silén, el cuento, la novela— saltan al espacio de la fotografía. Desplazamiento y cruce transdisciplinario. Enredo heterárquico, como plantea la epistemología decolonial de Ramón Grosfoguel.

Correr sobre las huellas de las gomas que aplanan la superficie de la arena, enfocado en el movimiento de esa ruta colmada de patrones geométricos que se repiten, produce, según uno avanza a velocidad constante, un efecto de vértigo; sinestesia que confunde la arena de la playa llena de marcas con el paisaje lunar de una fotografía lúdico-política como la de ADÁL, en la serie de los «Coconautas en el espacio» (2007). El eco del poema de Juan Antonio Corretjer, «Boricua en la luna» (1928), aumenta la fruición sinestésica. Efecto literario; mareíto que, para contrarrestarlo, es necesario hiperventilarse al trotar.

Por la orilla de la playa, al pie de la marea que va y viene, que trae algas y después, cuando estas se secan, mosquitos, se intensifican las referencias a la literatura: «Pero cuando quedó varado en la paya le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y solo entonces descubrieron que era un ahogado».
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El cuento de García Márquez insiste en su realidad literaria. Sin embargo, más allá de la intención autorial, el ahogado más hermoso del mundo se transforma en un señor muy viejo con alas enormes. Intensidad narrativa; el ángel caído del cuento se convierte a su vez en el ángel llevado en camilla de Hugo Simberg, pintor finlandés, cuyo Ángel herido (1903) termina en la portada de la revista Letras Salvajes, 2015, número 17, que explora una pregunta en el fondo igualmente literaria: «¿Ha muerto la metafísica?»

Alteridad. Entre sargazos, filamentos de medusas, restos de cardúmenes, ahogados hermosos, ángeles caídos y heridos, corro por la orilla de la playa, al pie de la marea que va y viene y que trae cosas inesperadas, enganchado a la correría de Nick Quijano por la playa de La Perla en el Viejo San Juan, donde el artista puertorriqueño va a buscar desde hace décadas la basura que llega a la orilla para crear sus «arquefactos», seres hechos de basura, mayormente suelas de zapatos. Entes que, paradójicamente, se resisten a la realidad de la basura de la que están hechos; paladines del reciclado, como Adán (1990), primer hombre hecho de detrito.

ENSAYO.

De la punta este de la playa de El Alambique, frente a la bandera de Puerto Rico atada a una palma del bar La Playita, a la punta oeste, hasta el roquedal que le pone fin a la orilla cuando la marea está alta, detrás de los condominios que están al nivel de la Calle Neptuno, donde está el restaurante Tomate, el espacio recorrido a trote conforma una narrativa con tres dimensiones: la turística, la glocal y la mística.

En la turística, el periplo hacia el este por la parte alta de la arena, de Coral Beach a La Playita, supone sombra por un lado y por el otro, el tramo más comercializado. Zona de carga y descarga. Entre los que alquilan sillas, sombrillas y jet ski, entre artesanos y masajistas, camareros y turistas, el hecho de estar corriendo sobre la arena de una playa pública se torna borroso, como en las fotos fuera de foco de ADÁL. ¿Estamos en el centro comercial de Plaza las Américas o en la playa del Hotel San Juan?

Dimensión turística y también neoliberal. Cambio de paisaje. De La Playita al condominio Marbella, la dimensión glocal, que se recorre al nivel de la orilla, con un mayor ángulo de inclinación, saltando por encima del agua en retirada, sobre una orilla que el mar acaba de limpiar, es una zona que, a partir de Coral Beach, se hace más mestiza. La densidad de turistas decrece; la presencia de bañistas locales aumenta. La playa se hace más ancha y el espacio, según uno se acerca al condominio Marbella, adquiere dimensiones de desierto. El concepto de la soledad, pero sin tristeza, es ahora posible.

De Marbella al roquedal que está a la altura de la Calle Neptuno, pasando por la zona oscura de Villas del Mar, se establece la dimensión mística; tramo marcado sobre todo por la zona de la playa contigua al cementerio, el cual, desde la cruz hecha de bloques de cristal que está en la esquina occidental, interpela a todo el que pasa por la playa.

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En el momento de mayor intensidad, la dimensión mística plantea este cuadro tropical: una pareja sentada frente al mar, de espalda al cementerio, en pose de meditación. Entrega dramática del cuerpo que, con los ojos cerrados, confía en la presencia oscura del otro que lo acompaña en la misma confianza, expuestos ambos al flujo de la marea y a la aparente indiferencia del cementerio.

31 DE DICIEMBRE.

Desde el piso 15 de Coral Beach, Torre I, la despedida del año se llena de fuegos artificiales. Hacia el oeste, el chisporroteo celebratorio del Viejo San Juan le pone colores (chinos) a la noche de la isla que, desde 2006, se ha ido quedando progresivamente sin economía; hacia el sur, pasándole por encima al colorido semafórico del Puente Teodoro Moscoso, el alboroto pictórico de los fuegos parece delinear el contorno de la Laguna San José. ¡Hilera de explosivos que estallan en su colorido voltaico! ¿Diez, quince minutos de explosión constante?

En la playa, la muchachanga hace estallar su alegría a una escala explosiva más reducida, pero no por eso menos celebratoria.

Última noche de un año funesto para Puerto Rico: 2015. Celebración y «cerebración» (Luis Rafael Sánchez). El primero de enero de 2016, reaparece la «cerebración» de Antonio Gramsci de 1916, «Odio Año Nuevo», en la revista Jacobin. Ensayo en el cual el teórico italiano plantea que, como socialista, detesta esa celebración, pues cree que la energía que se usa para estallar en alegría ese último día del año, más simbólico que real, hay que usarla para transformar la sociedad todos los días del continuo que es la realidad —algo que, esto último, desde el punto de vista político opuesto, endosaría Borges: la realidad como un continuo—.

DE SAN JUAN A DETROIT.

Del primero al noveno día del nuevo año, el tiempo vuela. El eco de una canción que pregunta «quién me ha robado el mes de abril», se escucha en enero. Me asomo al balcón. La playa nunca descansa; a las 7: 50 de la mañana pasa en bicicleta el hombre que alquila sillas frente a Coral Beach. Un poco después de las nueve y media, otro que además de sillas alquila sombrillas, para lo cual trabaja en bikini, empieza a hacer los hoyos para enterrarlas en la arena. La pareja de ocupas del Caribe inglés que ha vivido frente a la verja de Coral Beach en caseta de campaña, es evacuada, mediante traductor, el 7 de enero por la policía. El vacío que deja su ausencia se siente en las olas.

Antes de partir hacia el aeropuerto, la cara del nuevo turismo de Isla Verde me mira desde la playa. Aunque abrumadoramente gringo, la presencia de un turismo europeo, italianos, españoles, rusos, franceses, se nota. Pero sobre todo la presencia de los nuevos ricos de la India y de China impacta. Otra vez, el neoliberalismo se hace presente, siempre como una complejidad histórica que desplaza sus contradicciones (Harvey).

En el aeropuerto Luis Muñoz Marín, la fila para cruzar la frontera aérea flanqueada por el Gobierno Federal de Estados Unidos (TSA), se convierte en una pesadilla cortazariana inesperada. Más de 50 minutos metidos en un flujo lento, en penitencia, a riesgo de perder el vuelo, mientras la abundancia innecesaria de empleados de TSA, ociosos varios, comandaba con arrogancia militar el poco movimiento de los cuerpos que esperábamos, obedientemente, ser revisados de arriba a abajo por un sistema corporatizado hasta los dientes. Presencia del estado policial planteada en Obey (2013), propuesta fílmica basada en los escritos de Chris Hedges.

En el avión, una vez se ha estabilizado el vuelo, continúo la lectura de Los chinos en Puerto Rico (2015), investigación histórica de José Lee-Borges que, con los saltos del avión, se mete en el espacio de la novela de Eduardo Lalo, Simone (2011), en la cual el protagonista, un profesor-escritor puertorriqueño al margen de la movida académica dominante, se enreda de una manera literaria, demasiado literaria, con una estudiante-artista chino-puertorriqueña, marginada tres veces de la sociedad boricua (por china, por artista y por lesbiana). Romance loco, intenso y disparatado, que hace estallar de erotismo al profesor, centro del deseo heterosexual, quien, después de haber poseído a Li Chao, esta lo abandona y él vuelve a la soledad de su marginalidad literaria.

Entre el estudio histórico de Los chinos en Puerto Rico y la novela, Simone, la turbulencia hace que un tercer texto se enganche a la novela y a la historia: la reseña que Charles R. Larson, «Marginalized in Puerto Rico» (2016), le hace en Counterpoint a la traducción al inglés de Simone (2015), llevada a cabo «impecablemente» por David Frye.
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Cuando aterrizo en Detroit, la lectura de Los chinos en Puerto Rico se detiene en la página 149, donde se habla de los mitos creados en las comunidades de China donde «enganchaban» a los trabajadores para llevarlos a trabajar a Cuba durante el siglo XIX: «Además, como no se volvía a saber del destino de los enganchados, con el tiempo se creó la sospecha y el rumor de que los llevaban para comérselos. Otros decían que para venderlos a los antropófagos de Oceanía».

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* Francisco Cabanillas. En 1991, obtuvo un Ph.d en literatura hispanoamericana en la University of Connecticut, Storrs. Ha publicado tres libros: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012). Tras varios años de trabajar con la literatura de Yván Silén (Puerto Rico), su manuscrito sobre la misma, Ensayos silenistas, está en proceso de publicación. En 2007, Pedrira nunca hizo esto, obtuvo el premio en la categoría de ensayo del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Desde 1991, enseña lengua, literatura y cultura hispanoamericanas en Bowling Green State University, Ohio.

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