Literatura Cronopio

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Por los mismos años que Cernuda y Espriu, Ángela Figuera (1902-1984) parafraseaba el himno mariano Salve Regina en este «Salve a España» (Toco la tierra. Letanías, 1962): «Dios te salve / tierra y madre / sin misericordia; / muerte, amargura y esperanza nuestra, / Dios te salve. / A ti llamamos, / a ti suspiramos / gimiendo y llorando / en tu valle de lágrimas. / (De lágrimas, ¿por qué? ¿Por qué de llanto / tus hombres y tus ríos se alimentan?) / A ti clamamos / los desterrados / de ti, que en ti vivimos extranjeros, / de tu raíz de ayer desposeídos, / de tu verdad de hoy eliminados, / a tu futura herencia no admitidos. / A ti llamamos / los huérfanos de ti en tu propia entraña, / los que a diario te aman y te sufren, / los que te llevan, ácida, en la sangre, / los que sus huesos sueldan con tus huesos, / y no saben salvarte y balbucean «que Dios te salve» por si Dios escucha». Y la misma poetisa finalizaba así su ya anteriormente citado poema «Canto rabioso de amor a España en su belleza» (Belleza cruel, 1958): «Porque eres bella, España, y te me mueres, / porque eres mía, España, y no te absuelvo / del mal de España, canto tu belleza / y fecho y firmo a corazón parado, / boca cerrada y apretados puños, / clavándome la lengua entre los dientes, / porque no quiero blasfemar tu nombre».

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A la pregunta «¿Qué es España?», contestaba Blas de Otero (1916-1979) en otro incisivo poema cercano también al de Cernuda: «A veces pienso que sí, que es imposible / evitarlo. Y estoy a punto de morir / o llorar. Desgraciado de aquel que tiene patria, / y esta patria le obsede como a mí. // Pregunto, me pregunto: ¿Qué es España? / ¿Una noche emergiendo entre la sangre? / ¿Una vieja, horrorosa plaza de toros / de multitud sedienta y hambrienta y sin salida? // Fuera yo de otro sitio. De otro sitio cualquiera. / A veces pienso así, y golpeo mi frente / y rechazo la noche de un manotazo: España, // aventura truncada, orgullo hecho pedazos, / lugar de lucha y días hermosos que se acercan / colmados de claveles colorados, España» (Que trata de España, 1964).

Y para ir terminando y no alargar más este necesariamente incompleto recorrido, Jaime Gil de Biedma (1929-1990) en «Apología y petición» (Moralidades, 1966) criticaba duramente los males de España en un poema pleno de actualidad que, según Juan Goytisolo, «debería ser incluido entre las más hondas y hermosas composiciones de tema español de nuestra literatura —junto a Quevedo, Unamuno, Machado y Cernuda—»:

«Y ¿qué decir de nuestra madre España, / este país de todos los demonios / en donde el mal gobierno, la pobreza / no son, sin más, pobreza y mal gobierno / sino un estado místico del hombre, / la absolución final de nuestra historia? // De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza. // Nuestra famosa inmemorial pobreza, / cuyo origen se pierde en las historias / que dicen que no es culpa del gobierno / sino terrible maldición de España, / triste precio pagado a los demonios / con hambre y con trabajo de sus hombres. // A menudo he pensado en esos hombres, / a menudo he pensado en la pobreza / de este país de todos los demonios. / Y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos simple, en otra España / en donde sí que importa un mal gobierno. // Quiero creer que nuestro mal gobierno / es un vulgar negocio de los hombres / y no una metafísica, que España / debe y puede salir de la pobreza, / que es tiempo aún para cambiar su historia / antes que se la lleven los demonios. // Porque quiero creer que no hay demonios. / Son hombres los que pagan al gobierno, / los empresarios de la falsa historia, / son hombres quienes han vendido al hombre, / los que le han convertido a la pobreza / y secuestrado la salud de España. // Pido que España expulse a esos demonios. / Que la pobreza suba hasta el gobierno. / Que sea el hombre el dueño de su historia».

Como comenta con acierto, Eduardo Jordá, Gil de Biedma eligió en «Apología y petición» una sextina —forma estrófica medieval inventada por el trovador provenzal Arnaut Daniel— porque desconfiaba de la poesía demasiado directa o declamatoria. No quería ser un poeta social con un megáfono en la boca, sino otra cosa, algo más complejo y más sutil. De hecho, su análisis de la situación política de aquellos años era de una clarividencia apabullante, y, con las salvedades que se quiera, leído hoy en día, el poema sigue siendo un análisis certero de la historia de España, incluso de la España actual que Gil de Biedma no pudo llegar a conocer, y los demonios, por desgracia, todavía están ahí. En abril de 1962 Gil de Biedma le escribió a Ferraté este retrato de la España de entonces: «Parece que España, que es un país feudal que no ha tenido feudalismo, y un país burgués que jamás ha hecho la revolución burguesa, se prepara a ser un país neocapitalista sin gran capitalismo. Vamos a la economía de consumo, pero de un consumo mínimo: nuestro porvenir consiste en convertirnos en el menos desarrollado de los países desarrollados. Es decir: adquiriremos nuevas miserias y nuevos defectos sin perder ninguno de los antiguos».

En la década de los años 80 del pasado siglo, el cantautor Víctor Manuel escribió y musicó un poema inspirado en un verso del poeta Blas de Otero. Esta canción, en la voz de Ana Belén (https://www.youtube.com/watch?v=S2zpjwbSFcA), sigue teniendo una amplísima difusión, y es otra manifestación del tema de España que he tratado en este trabajo:

España camisa blanca de mi esperanza / reseca historia que nos abraza / con acercarse solo a mirarla, / paloma buscando cielos más estrellados / donde entendernos sin destrozarnos / donde sentarnos y conversar. // España camisa blanca de mi esperanza / la negra pena nos atenaza / la pena deja plomo en las alas / quisiera poner el hombro y pongo palabras / que casi siempre acaban en nada / cuando se enfrentan al ancho mar.// España camisa blanca de mi esperanza / a veces madre y siempre madrastra / navaja, barro, clavel, espada; / la muerte siempre presente nos acompaña / en nuestras cosas más cotidianas / y al fin nos hace a todos igual. // España camisa blanca de mi esperanza / de fuera o dentro, dulce o amarga / de olor a incienso de cal y caña / quién puso el desasosiego en nuestras entrañas / nos hizo libres pero sin alas / nos dejó el hambre y se llevó el pan. // España camisa blanca de mi esperanza / aquí me tienes, nadie me manda / quererte tanto me cuesta nada / nos haces siempre a tu imagen y semejanza / lo bueno y malo que hay en tu estampa /de peregrina a ningún lugar.

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UNAMUNO Y MILLÁN ASTRAY

El 12 de octubre de 1936, aniversario del descubrimiento de América por Colón y día de la «Fiesta de la Raza», se celebró la ceremonia de apertura de curso en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Estaban presentes, entre otros, el obispo de Salamanca, Pla y Deniel, el general Millán Astray, fundador de la Legión Española —mutilado de guerra, con la cara desfigurada, con un parche negro en el hueco del ojo que le faltaba y sin un brazo—.

Presidía el acto don Miguel de Unamuno, como rector y, además, compartía la mesa presidencial doña Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco. Después de varias intervenciones, el catedrático de Literatura, Francisco Maldonado habló del «Caudillo de España» y de la «Anti-España» y atacó violentamente al nacionalismo vasco y catalán como «cánceres en el cuerpo de la nación» y cómo el fascismo sabría exterminarlos: «cortando en la carne viva como un cirujano resuelto, libre de falsos sentimentalismos». Alguien lanzó entonces, desde algún lugar del paraninfo, el grito legionario «¡Viva la muerte!». Millán Astray respondió con las voces rituales: «¡España!», «¡Una!», «¡Grande!» y «¡Libre!», coreadas por un exaltado auditorio, al tiempo que falangistas uniformados hacían el saludo fascista ante la fotografía de Franco que colgaba de la pared sobre el estrado. Todos los ojos se volvieron hacia Unamuno cuya antipatía a Millán Astray era conocida, y el viejo rector —tenía entonces 72 años y su salud muy quebrantada— habló así: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces quedarse callado equivale a mentir; porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho en otras ocasiones. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes, llamándoles la Anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo que, lo quiera o no es catalán, nacido en Barcelona, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que, como sabéis nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Pero ahora —continuó Unamuno— acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!». Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada».

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En ese punto, Millán Astray empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?» Su escolta legionaria presentó armas y el general pronunció, a gritos incoherentes, un vehemente discurso en defensa de la rebelión militar para terminar con un estentóreo: «¡Mueran los intelectuales!» y «¡Viva la muerte!». Unamuno, indignado y sin que le temblase la voz, terminó: «Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».

En ese momento doña Carmen Polo, la mujer del general Franco, ante las voces, los insultos y abucheos contra el rector, pidió a su guardia personal que se acercara, cogió a Unamuno del brazo y lo condujo lentamente hacia la salida, en medio de gritos crispados y saludos con el brazo en alto.

Unamuno fue destituido de rector de la Universidad de Salamanca, se le despojó del título de presidente del Casino y del de alcalde perpetuo del Ayuntamiento, y viejo, cansado, enfermo y hundido, se recluyó en su domicilio y murió dos meses y medio después, el 31 de diciembre de 1936 —a propósito de su muerte, Ortega y Gasset dijo: Ha muerto de mal de España—.

Miguel de Unamuno Unos días antes de su fallecimiento, en aquellos momentos de angustia y desencanto, había dejado escrito en su Cancionero: Horas de espera vacías: / se van pasando los días / sin valor, / y va cuajando en mi pecho, / frío, cerrado y deshecho, / el terror. […] / Cual sueño de despedida / ver a lo lejos la vida / que pasó, / y entre brumas en el puerto / espera muriendo el muerto / que fui yo.

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* Miguel Díez R. (mikdiez@gmail.com) ha sido durante casi cuarenta años profesor de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria. Además de manuales de Literatura Española y de Comentarios de Textos Literarios, ha publicado Antología del cuento literario (1985; Madrid, Alhambra-Longman, 2005), la edición de Jardín umbrío de Ramón del Valle-Inclán (Madrid, Espasa-Calpe, 1993), y Antología de cuentos e historias mínimas (2002; Madrid, Espasa-Calpe, 2008). En colaboración con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado Antología de la poesía española del siglo XX (1991; Madrid, Istmo, 2008), La memoria de los cuentos (Madrid, Espasa-Calpe, 1998, reeditado en la misma editorial y colección con el título de Relatos populares del mundo),Antología comentada de la poesía lírica española (2005; Madrid, Cátedra, 2006) y Cincuenta cuentos breves. Una antología comentada, Madrid, Cátedra, 2011. Así mismo ha publicado numerosos trabajos literarios en Biblioteca Digital Ciudad Seva y en las revistas digitales Espéculo y Letralia. En el blog https://narrativabreve.com/ coordina la sección titulada «Cuentos breves recomendados», donde ha publicado cerca de 300 relatos universales seleccionados por su alta calidad literaria, con una extensión de media página a cinco o seis: textos antiguos muy variados (mitos, leyendas, fábulas, apólogos, pequeñas historias, cuentos tradicionales) y cuentos modernos literarios.

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