Literatura Cronopio

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El senor del santo sepulcro

EL SEÑOR DEL SANTO SEPULCRO

Por Ramiro Restrepo U.*

Se encontró una nota: «Nos vamos de negro como los demonios». Los dos cuerpos yacían en el suelo acompañados de un frasco vacío sin etiqueta.

Anselmo se enamoró de Mariana desde el momento en que la conoció en el lupanar del pueblo. Fue la primera hembra que probó; tenía dieciocho años. Sus amigos lo consideraban marica, puesto que nunca lo habían visto con mujer alguna, ni frecuentar los cenáculos del crimen y la prostitución. Celebró su décimo octavo aniversario con Mariana para quitarse el san Benito de encima; ya se sentía acomplejado.

Su madre pertenecía a las Hijas de María y su padre cargaba el Santo Sepulcro en la Semana Mayor. Ella gozaba de espiritualidad, pero él sudaba y respiraba hipocresía.

El matrimonio tenía olor de santidad. El sexo entre marido y mujer gozaba de absoluta metafísica.

El marido se desfogaba en el antro donde trabajaba Mariana; ella era una de sus putas preferidas a quien deparaba costosas atenciones y buena paga.

Anselmo y su padre se encontraron en el lupanar y ambos se pasmaron al verse. Por fin su padre habló:

—Tú que haces por aquí, este no es lugar para un hijo educado en La Santa Madre Iglesia, tal como lo hemos hecho tu madre y yo.

—El que debe responder eres tú, un hombre casado y servidor del Santo Sepulcro. Yo por lo menos soy soltero y la carne exige.

Mariana observaba la escena con sigilo de detective de novela policíaca. «Me voy con el viejo», pensaba, «al fin y al cabo es el de la plata».

—Te vas inmediatamente de aquí —le restregó en el rostro el viejo.

—Ya soy mayorcito para que me mandes; tengo más derecho que tú a estar aquí, así que vete tú. Me callaré para no hacer sufrir a mi madre, pero eres un desgraciado malnacido.

Entre los dos quedó prendido el odio y el mozuelo enfermó de celotipia.

Volvió al día siguiente a donde Mariana:

—¿Te acuestas con mi padre?

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—¿Quién es tu padre? —interrogó con aire solapado.

—Manolo, el del Santo Sepulcro

—Ah, sí, es un cliente común. No discrimino, quien paga disfruta. Claro que tu padre no sabe gozar el sexo; siempre está como arrepentido.

—Quiero que lo dejes.

—Imposible es mi mejor cliente.

—Dijiste que era común.

—Bueno, uno no siempre piensa cuando habla.

—¿Entonces no me amas?

—Nunca lo he dicho, tú te encaprichaste conmigo. Eso es todo.

Anselmo se sentó solo en una mesa, pidió una botella de aguardiente. Al tercer trago ya había decidido que su padre no merecía vivir. Sería un parricida sin el auxilio de Mariana y ella también moriría. Siguió bebiendo y encendiéndose la crisma de resentimiento.

Salió beodo para su casa. Aunque estaba ciego de odio contra su padre, tuvo el suficiente aplomo para acostarse sin escándalo.

Durmió su rasca con la profundidad del borracho. Se levantó tranquilo, saludó a su madre y se metió a la ducha. Allí el agua le refrescó el cerebro y empezó a cavilar la venganza.

Salió del baño. Llamó a Mariana. La invitó a dar un paseo. Ella le aceptó. Era domingo, día para la pesadez espiritual. Preparó un vino especial. Le mezcló arsénico y lo metió en su mochila. Desayunó con frugalidad. Se lavó los dientes. Se despidió de su madre. Corrió a la pieza de su padre, que se levantaba tarde los domingos. Le cortó la aorta. Salió a encontrarse con Mariana

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* Ramiro Restrepo U. Economista de la Universidad de Antioquia, especialista en Política Económica de la misma universidad. Es profesor jubilado de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Ha publicado varios artículos en revistas de economía como Ensayos de Economía, Cuadernos de Economía, Revista Economía Colombiana. Asimismo, varios cuentos suyos han sido publicados en Revista el gran mulato, Revista elMalpensante.com y Autoreseditores.com

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