Literatura Cronopio

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7 — ¿RETOMAMOS EL CAPÍTULO MATERNIDAD Y ESOS APRENDIZAJES QUE NO CESAN?

MO — Retomamos, hasta donde puedo. No hay secreto alguno, es como decir que la vida es un aprendizaje que no cesa; obviamente la maternidad es uno de esos aprendizajes, no nacemos sabiendo cómo es ser padre o madre. Y para mí fue fuerte por dos razones. La primera porque me tomó seis años, pongamos que cinco años literales de búsqueda, llegar al punto deseado de acunar en mis brazos a Evangelina, y otros cinco después del nacimiento de Agustín, conocer a Cande, mi hija menor. La otra razón —o sin-razón, según cómo se la mire—: Agustín nació con el síndrome de Down, instancia difícil a primera vista, que jaqueó todos mis conocimientos previos sobre el tema. Volví a ser primeriza, en este caso de un niño especial. El paso del tiempo (y no sé por qué pero siempre que digo «el paso del tiempo», asocio con el maravilloso título del libro de Marguerite Yourcenar «El tiempo, gran escultor»), conocer a mi hijo y a mis dos hijas, cuidar y acompañar la relación entre ellos, de nosotros padres con ellos, con cada uno individualmente y con el conjunto, y el trabajo constante con profesionales fue allanando, facilitando. Aprendimos y sutilmente fuimos modificando una realidad que parecía, también a primera vista, adversa. Fue difícil porque el camino estaba sembrado de prejuicios sociales que enfrentamos con mi marido y nos ocupamos, además, de desmontar paso a paso, con palabras, gestos, acciones. Difícil por las manifestaciones desagradables de ese prejuicio, por la increíble connotación que acompaña a la palabra «mogólico», entre otras variantes, que me ocupé de reflejar, con todos los efectos que causó en mí, en una nota que titulé «Nombrar» y que publiqué en mi blog, donde se puede leer:
https://marta-ortiz.blogspot.com.ar/search/label/D%C3%8DA%20MUNDIAL%20
DE%20LAS%20PERSONAS%20CON%20SINDROME%20DE%20DOWN

Y digo aprendizaje en todos los sentidos, porque conocer el mundo de las personas con otras capacidades y llegar a sentir con naturalidad que formamos parte de ese mundo, fue otra vivencia de esas que hacen crecer de golpe y que no tienen precio. Desde mi lugar de escritora tuve la oportunidad de escribir dos cuentos para jóvenes que se incluyeron en un libro de lecturas ideado y escrito por la psicóloga Adriana Wilson (hoy directora del Programa para Jóvenes en la institución que frecuenta mi hijo), que se llama «Un libro para mí» y que editó Homo Sapiens en 1999. Cuando ella trabajaba los contenidos, me preguntó si me animaba a escribir un cuento para Agustín, a incluir en un apartado literario. Fue un desafío, no había incursionado en la escritura para niños y/o jóvenes y menos para un público lector tan especial con el que yo estaba tan involucrada. Pensé entonces qué le interesaba más a mi hijo, cómo atraerlo, y así surgió mi «Cuento con superhéroes para Agustín», apelando a una de sus más grandes pasiones. Se publicaron dos relatos míos en la sección mencionada. Y si uno de los muchos miedos que enfrenté (apoyada en el prejuicio del que por supuesto nadie está exento antes de la experiencia), fue que Agustín no pudiera aprender a leer y escribir, él mismo y el trabajo conjunto familia-profesional me demostraron que sí, que podía aprender a leer, a escribir y a hablar muy bien, entre otras capacidades desarrolladas.

En resumen, la maternidad (y aquí traigo a mis tres hijos sabiendo que somos una familia especial), fue y es un aspecto importante y riquísimo en mi vida, Rolando. Pero excede ampliamente los límites de esta entrevista, queda para un libro de memorias, si llego a escribirlo un día.

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8 — CONTEMOS SOBRE ESOS DOS CD EN LOS QUE PARTICIPÁS CON TEXTOS.

MO — El CD «Pérdida de tiempo» (2009) fue un proyecto de la actriz rosarina Mónica Alfonso, con auspicio de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, con la idea de llevar y difundir la escritura de narradoras también rosarinas al registro oral. Ella seleccionó cuentos de Angélica Gorodischer, María Laura Frucella, Alma Maritano, Marta Ortiz, Delia Crochet y Clara Rozin. El conjunto refleja personajes ciudadanos fácilmente reconocibles. Los efectos sonoros creados especialmente pertenecen el músico Germán Rofler y hubo una serie fotográfica alusiva a los textos, original de Federico Tinivella. Dentro de mis escritos, Mónica Alfonso eligió el que abre «El vuelo de la noche»: «Vida regalada». La idea era también favorecer que personas no videntes pudieran escuchar relatos que no están traducidos al braille. Este último concepto anima también al Servicio de Lectura Accesible para personas con discapacidad de la Biblioteca Argentina de Rosario. Dicho servicio cumplió veinte años de trabajo en 2014 y lo festejó grabando el CD «Palabras al oído», coordinado también por Mónica Alfonso y Humberto Lobbosco y Teresa Montero. Aquí intervinieron varios lectores y los autores leídos, también rosarinos, corresponden a una selección que abarcó a Emilia Bertolé, Delia Crochet, Roberto Fontanarrosa, Marta Ortiz, Ebel Barat, Clara Rozin.

9 — TRADUCIDA AL ALEMÁN, TU CUENTO «SICÓMORO» INTEGRA LA ANTOLOGÍA «ARGENTINISCHE ERZÄHLERINNEN DES 20 JAHRHUNDERTS»

MO — «Sicómoro» es un cuento entrañable para mí, un buceo arqueológico en la que fue mi infancia. Con selección y prólogo de María Teresa Andruetto integró la antología «Narradoras argentinas del siglo XX», editada en Berlín, en 2014, a través de Editorial Trafo. Los textos fueron traducidos por un equipo que dirigió el Dr. Marcel Vejmelka, profesor del doctorado de traducción de la Universidad Johannes Gutenberg (Mainz, Alemania). El corpus previsto incluyó narradoras reconocidas (algunas ya desaparecidas y otras en actividad): Tununa Mercado, Lilia Lardone, Luisa Axpe, Delia Crochet, Andrea Rabih, Estela Smania, Irma Verolín, Amalia Jamilis, Patricia Suárez, Paula Wajsman, Liliana Heker, Angélica Gorodischer, Liliana Heer, Esther Cross, Libertad Demitrópulos y Elvira Orphée. Fue una experiencia hermosa que agradezco a la selección de María Teresa y al excelente trabajo del profesor Vejmelka y su gente.

10 — ¿EL ÚNICO GUIÓN QUE HAS ESCRITO ES EL DE UN ESPECTÁCULO TITULADO «ZOO…NANDO»?

MO — Sí, fue el único, a pedido del prestigioso conjunto Pro Música para Niños de Rosario, que me divirtió mucho hacer. En realidad mi trabajo consistió en hilvanar la selección musical del espectáculo en los tramos de un cuento que titulé «El casamiento de la pulga Diamela con el señor Ciempiés»; los personajes son animales de toda laya que recorren variadas distancias para llegar al casamiento, cada párrafo corresponde a un tema musical que incluye ritmos diversos (rock, chacarera, jazz, bagualas, metros medievales y renacentistas) y al final se arma el gran baile, bailan los animalitos y los pequeños espectadores. «Zoo… nando» fue el nombre que el conjunto le dio a su espectáculo didáctico musical que se presentó en 2008 en Rosario y recorrió el país, incluso el extranjero: una gira por ciudades de Colombia.

11 — ¿TE CUENTO CUÁL ES EL POEMA QUE MÁS ME CONMOVIÓ DE TU «CASA DE VIENTO»?: «CAÑA DE BAMBÚ», DEDICADO « A LA MEMORIA DE MOSAMEET HENA, EJECUTADA EN NARIA, BANGLADESH, EL 2/2/2011».

MO — No es para menos, la historia de la absurda muerte de Mosameet Hena me conmovió a mí al punto de necesitar escribirla, tenía que revertir, de algún modo, tanto dolor. Fue una notica periodística, naturalmente, vivimos en la antípoda de Bangladesh, no es que lo presencié, quiero decir, nada de eso; pero comprobar que en alguna parte del mundo existen tales aberraciones (que acá también existen, son otras variantes no menos dolorosas, no en vano se acuñó en 2015 el lema Ni Una Menos) fue demasiado para mi capacidad de asombro. Esta menor de catorce años, acusada de «relación ilícita» con un primo de cuarenta años (en realidad, su violador, un hombre con antecedentes incluso de violaciones), fue condenada a cien azotes de caña de bambú. Con ochenta azotes ella se desvaneció, fue internada y murió una semana después. Fue víctima de un tribunal islámico clandestino. Hay mucha tela para cortar detrás de estas historias, pero en realidad yo quise rendirle un homenaje, convertir en belleza eso que era cruel e irracional, darle un lugar en lo que acabó siendo un poema con una cierta estructura dramática, fragmentado en escenas y desenlace. Algo semejante me sucedió cuando leí una noticia similar, en el año 2012, relato que intenté reflejar en el poema «Flores ácidas», también con el objetivo, además de difundir, de agregar belleza a lo oscuro y monstruoso. Otra niña musulmana, Anusha, también de catorce años, murió en Saidpur Bela, aldea pakistaní, tras ser atacada con ácido por sus propios padres por el único crimen de haber mirado a un joven del lugar con quien ellos sospechaban que su hija sostenía una relación. Un «crimen de honor» habitual en la zona, orientado a evitar una supuesta «deshonra».

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12 — DEDICADO A ANTÓN CHÉJOV TU CUENTO «EL COFRE VERDE» (DE «COLECCIÓN DE ARENA», 2013) ES, SEGURAMENTE, OTRO HOMENAJE.

MO — Sí Rolando, lo es, a un autor que admiro sobre todo por lo que significó para la evolución del cuento como género, porque se apartó de la clásica circularidad con final cerrado y sorpresa y fue el gran precursor de los finales abiertos, esos que permiten respirar, imaginar, reponer, sugerir, al texto y al lector. Finales que son mis finales, porque no me gustan los cierres con moño, esos que obturan otras posibilidades, del mismo modo que no me gustan los cierres en la vida, donde poca cosa se ata con moño, poca cosa es clausura. La muerte, sí, tal vez la única clausura, pero también allí el final luce abierto, no sabemos en qué consiste, nadie volvió para contarlo, entonces se abre un terreno fértil, infinito, a la imaginación. Desde esta mirada, la lectura de «Vania» o «Vanka», según la traducción, me voló la cabeza, me con-movió, me movilizó al punto de lo expresado por la narradora de «El cofre verde»: «…lo que quiero contar no es para nada fácil de contar: el relato de los niños tristes, el cuento de los niños viejos. […] Escribir: había una vez un cuento de Antón Chéjov, Vania… leerlo fue detenerme para siempre en el umbral de la tristeza. ¿Cómo sacudirse la telaraña de congoja tejida en ese relato?» En la narración de Chéjov, Vania le escribe una carta a su abuelo Constantin, le pide que lo venga a buscar, que lo libere de los malos tratos que le da el zapatero Aliajin, quien remunera su trabajo con mala comida, alojamiento precario y castigos. Fatalmente la carta se perderá, el niño la tira al buzón sin dirección y sin remitente. Sólo se lee en el sobre: «A mi abuelo, en la aldea.» Y ese final permite medir la dimensión de la tragedia que ha caído sobre la indefensa vida de Vania. Quise, en la reescritura que intenté, darle un destino simbólico a la carta, y lo encontré en el salvataje que a través de Internet, llevó adelante una organización australiana de ayuda a chicos en situaciones extremas, tras recibir un pedido de auxilio por abuso sexual de una niña canadiense a quien le bastó tipear Kids help en el Google para encontrar ese sitio ad hoc con una dirección de correo electrónico, y entonces pidió ayuda y con solo presionar enter, el mensaje llegó a destino. Funcionó. Yo sentí que, tecnología mediante, la carta de Vania —que de algún modo simboliza la carta que todos los chicos en situación de riesgo escribirían—, llegó a destino. Así lo interpreté en la nota que leí en el diario «La Nación» el 7 de enero de 2007, que daba cuenta del caso, y fue el puntapié inicial de «El cofre verde».

13 — REANUDANDO UN PUNTO ALQUE YA TE HAS REFERIDO, LE INFORMO A NUESTROS LECTORES QUE EN LA PRESTIGIOSA Y DESAPARECIDA «FEMINARIA» SE DIFUNDIÓ UN ENSAYO QUE TITULASTE «EL HILO SE CORTA POR LO MÁS DELGADO O LA INVISIBILIDAD DEL TEJIDO LITERARIO DE LAS MUJERES»

MO — Me estás llevando al 2002 y aún más atrás, ¡mucha agua corrió bajo el puente! En diversos aspectos las cosas cambiaron y mucho para las escritoras, al menos en este costado del mapa mundial. «Feminaria» fue una revista imprescindible, medulosa, dedicada a la teoría y crítica especialmente sobre literatura escrita por mujeres, fundada y dirigida por Lea Fletcher (doctora en Letras y militante feminista norteamericana), quien vivió casi treinta años en Buenos Aires y en ese tiempo desarrolló el doble proyecto de la revista (1988-2008) y la Editorial Feminaria.

El ensayo que mencionás, corresponde a mi período de trabajo con los grupos de reflexión sobre género y escritura que coordinaba Angélica Gorodischer, y fue leído en el «Congreso de Escritoras de América Latina» (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), en 2002, y publicado en «Feminaria» n° 26/27 en 2001. Nos cuestionábamos, las escritoras, nuestras raíces literarias. Aquí transcribo un párrafo que puede aclarar el espíritu de la letra: «Si en términos generales nuestra práctica literaria ha sido moldeada sobre la escritura de múltiples padres literarios, cabe preguntarnos qué ocurre cuando se quiere encontrar un lenguaje capaz de articular la mirada de la mujer, de nombrar aquello que aún no ha sido nombrado (tal como lo sugiere el vacío cuantitativo de escritoras en la historia oficial de la literatura), y que pertenece a la experiencia intransferible de una mujer; qué sucede cuando miramos atrás en busca de esas madres literarias que en algún momento habrán intentado poner en palabras esas mismas experiencias y ver de qué manera la diferencia sexual ha quedado inscripta en su lenguaje y así, ir incorporando la historia que nos antecede. La constante que encontramos nos remite a una figura de ausencia, invisibilidad, olvido. Un vacío apenas disimulado por algunos nombres consagrados». El objetivo que nos animaba era reconstruir una genealogía, reponerla y atar con nudos fuertes el hilo que se cortaba en lo más delgado, como lo demostraba ese olvido o no reconocimiento. Estos modelos a reponer fueron la base para crear lugares de visibilidad. La tarea fue conjunta, en distintos puntos del planeta muchas escritoras encarábamos esta tarea. La consigna fue «levantar del olvido». Me dediqué entonces, en ese marco, y entre otras autoras, al estudio y difusión de la poesía de Irma Peirano, aunque nacida circunstancialmente en Chiávari, Italia, en 1917, rosarina por adopción, cuya actividad se dio aproximadamente entre los años 30 y comienzos de los 60 del siglo XX. Cuando escribí mi texto, si bien ella vivía en la memoria de quienes la conocieron o contaban en su biblioteca con alguno de sus libros, se hacía difícil su rastreo, leerla, no estaba al alcance del público en general, y es claro que existir sólo en la memoria de unos pocos no alcanza para que el hilo literario no se resienta. Afortunadamente, en el año 2003, la Editorial Municipal de Rosario rescató su obra en el volumen «Poesía reunida» (con selección y prólogo de Martín Prieto).

14 — ¿«…EL ODIO ES UNA ENFERMEDAD IMPARABLE», ES COMO SE RESPONDE UN PERSONAJE DE LA NOVELA «EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS», DEL CUBANO LEONARDO PADURA. ¿EL ODIO ES INDESTRUCTIBLE?

MO — Compleja pregunta; lo que afirma el personaje de Padura parece muy cierto si se mira el mapa mundial de las guerras en el mundo, la tragedia de los refugiados, las hambrunas, los atentados, los dramas de toda laya que sembraron el siglo pasado y que florecen en el actual debidos a la corrupción, a la insaciable codicia de unos pocos, a la devaluación de los Derechos Humanos…

El odio es un sentimiento oscuro que yo no experimento por nadie; es decir, lo mío no pasa de la bronca, la ira, la impotencia a veces; decir por ejemplo ese cliché que mucho esconde tras la literalidad y que está profundamente inscripto en el lenguaje: «lo/la mataría»… Y las broncas pasan, la ira se atenúa y nunca maté ni mataría a nadie. Pero que las hay, las hay, y no son brujas y sí asesinos, pirómanos que se ejercitan en especial con mujeres, entre muchas otras variedades del horror. El infierno dantesco se recicla diariamente. De manera que sí —teniendo en cuenta y visto el registro del dolor y el sufrimiento que arrasan a la humanidad, aceptando con enorme desazón que el ser humano es el peor predador que existe, y a pesar del denodado trabajo por la paz que muchos/as llevan adelante—, el personaje de «El hombre que amaba a los perros» dice la verdad.

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15 — ¿QUÉ LE HUBIESES DICHO A MARGUERITE YOURCENAR SI LA HUBIERAS CONOCIDO?… Y A JOSEPH BRODSKY, ¿QUÉ E HUBIERAS PREGUNTADO?

MO — ¡Qué fiesta!! Habría que pensarse como el personaje escritor de Woody Allen en «Medianoche en París»… Esa película nos acercó el modelo, Rolando, imagino que los encontraría compartiendo una mesa de bar de esos que hoy son célebres porque lo frecuentaron escritores, pintores, músicos, con mucho ambiente. No les hubiera preguntada nada, sólo compartir con ellos un café o una copa de vino y dejarlos hablar y aguzar el oído. Tal vez me hubiera animado a decirles que soy fan de los dos y a pedirles una dedicatoria en los libros de ambos que casualmente extraería de mi bolso así como un mago saca palomas de la galera, y no los interrumpiría.

16 —¿TE HA SUCEDIDO QUE CORRIJAS POEMAS O TEXTOS NARRATIVOS DESPUÉS DE HABERLOS LEÍDO DELANTE DE UN PÚBLICO?

MO — Sí, muchas veces, la lectura en voz alta es alcahueta: saltan las cacofonías, las redundancias, las erratas, lo sobrante. De hecho, cuando se lee un poema o texto narrativo en público, se supone que el trabajo alcanzó un estado lo bastante aceptable como para ser expuesto. Pero sucede, y no pocas veces, que una palabra, un giro, el orden del verso o de la frase hace un repentino «ruido» y esa es la luz roja que pide una revisión. Corregir, acto que yo llamaría mejor «re-trabajar», un texto que pretende ser literario, es el trabajo mismo del escritor. La primera versión es siempre imperfecta; tras ella viene el pulido, el reordenamiento, y ese proceso puede durar horas, días o meses. Coincido con Abelardo Castillo: él ha expuesto una suerte de ética de la forma, la corrección de un texto no como una tarea retórica o estilística, sino como una empresa espiritual de rectificación de uno mismo. Soy obsesiva, mi texto para mí es un ser vivo, algo semejante a la planta de Felisberto Hernández. Crecerá si las condiciones son favorables o se secará si no valía la pena. Cualquier ocasión es buena para perfeccionarlo.

17 — ¿EN QUÉ POÉTICAS DE PINTORES, ESCULTORES, DRAMATURGOS, CINEASTAS… PERCIBÍS MAYOR AFINIDAD CON TU OBRA?

MO — Creo que puedo relacionar mi escritura más con la pintura y el cine que con la escultura o la dramaturgia. Traigo a cuento a los pintores impresionistas por el manejo de la luz y del instante, por ejemplo. Esa formulación móvil y cambiante de la realidad en contraposición a lo estático de una fotografía. A Magritte y Dalí, porque naturalizaron en la imagen el mundo surreal, onírico, es decir, mis propios sueños disparatados. Puedo mencionar en la misma línea a Remedios Varo y Leonora Carrington. A Mark Rothko, a Kandinsky, a Miró, porque ilustran mis abstracciones. Creo que el arte pop de Andy Wharhol se ha metido también en los intersticios de mi escritura. Si pienso en la dramaturgia se apelotonan imágenes, Shakespeare y buena parte de autores actuales. Cineastas, ¡muchos! Por afinidad, nombro a Fellini y Almodóvar, Woody Allen, sigo con Visconti (el detalle, la atmósfera), Bergman, Kurosawa y Win Wenders. Menciono al mexicano Alejandro González Iñárritu, su modo de contar me fascina. Y hay más, pero los nombrados son los que primero aparecen.
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