ÓPALO
Por Daniel Padilla*
«Tenía una belleza enfermiza, en la que se podía presentir un futuro
dedicado a dar placer a los hombres».
(Yasunari Kawabata, El Anillo)
Maru seguía sonriendo, a pesar de que la mano que antes sostenía la suya se había ocultado bajo la superficie, y la otra, apoyada en su hombro izquierdo subía hacia el cuello moviendo el pulgar en círculos.
Aunque la primera reacción de Soujiro fue de curiosidad y luego rechazo, cuando Maru perdió el equilibrio al inclinarse y sus diminutos senos temblaron como azulejos asustados, no pudo evitar tomarla de la cintura y sentarla de modo que —sin dejar de admirar el anillo—, pudiera sentir la tibieza de la piel infantil húmeda sobre su vientre.
—Es un regalo de un hombre adinerado del campo. Mi madre dice que el mes entrante estaré lista. —Anunció la niña, con una mezcla de vanidad y tristeza.
—Comprendo. ¿Qué dirías si hablo con ella ahora mismo?
—No será difícil convencerla —dijo ella—. Sólo necesitas prometerle licor en abundancia. Es lo único sin lo cual la vida se le hace insoportable.
—Dicen que la gema de tu anillo trae mala suerte. Tomaré el riesgo de todos modos; ningún hombre rehusaría el placer de pasar la primera noche contigo.
La espalda de la niña se estremeció con el cumplido, como una delicada planta acuática mecida por la brisa de la montaña; el aro, de oro puro, reflejó la última luz de la tarde. Luego la quietud envuelta en copos de sombra los invadió. Ella, inmóvil sobre el regazo del hombre que apenas respiraba debido a la excitación, susurró:
—Ella confía en ti. Déjame ir contigo a Tokio.
Al llegar a la posada, lo único que Soujiro deseaba era olvidar los problemas que durante la última semana había presentado la traducción de un código penal de Occidente. Sin embargo, al sumergirse en el pequeño estanque de aguas termales creado en la gran roca que sobresalía en la mitad del arroyo, esa niña atrajo su atención con un truco propio de la más descarada geisha; él había mordido el anzuelo admirando el ópalo de colores inverosímiles, que como un insecto se posaba suavemente sobre el dedo infantil. Ahora, sin dejar de acariciar las caderas desnudas de Maru, calculaba si la discreta mensualidad que sus padres enviaban desde Osaka sería suficiente para solicitar la compañía de la niña con regularidad.
Ni hablar de llevarla a Tokio, por mucho que la palidez insana de su piel alcanzara con el vapor del estanque termal el lívido carmesí de los capullos de rosa antes de florecer o ser cortados. Imposible. ¿Tal vez donde Ryuji por un tiempo? ¿O con Noboru? No, ni pensarlo. Pero mientras su mente se esforzaba por evadir el tema, un desfallecimiento paralizó un instante su corazón, exaltado por el roce de Maru, que al acomodarse mejor en su regazo se frotó con malicia.
Sobre sus piernas, Maru exhibe el anillo con el brazo extendido, ufanándose ante él de la joya que le ha dado la categoría de criatura digna de deseo. Con su aliento cálido derramándose suavemente sobre las mejillas de Soujiro, le recuerda el compromiso que su madre ha contraído con el hombre del campo. Sin hacer caso de las mujeres de rostro maquillado que ríen desde la orilla del bosque, Soujiro la besa cerca de la boca y promete llevarla con él a Tokio.
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* Daniel Padilla es psicólogo egresado de la Universidad Surcolombiana. Cuenta con dos libros inéditos: Licor de Lodo (poesía) y Grietas en el Prisma (prosa). Además cursó tres semestres de maestría en literatura en la UTP en convenio con la Universidad del Tolima.