En efecto, una de las propuestas de la vanguardia, y que Duchamp empezó a explorar con su orinal, fue la del «objet trouvé», es decir, extraer un objeto de uso cotidiano y presentarlo como una obra de arte. Barthelme, por su parte, emplea este mismo recurso extrayendo elementos de guías de televisión, recetas de cocina, anuncios publicitarios o cartas aparecidas en periódicos y revistas para incorporarlos en sus historias. Al hacer un cuento que toma varios de los personajes y elementos del universo de Batman, en «The Joker’s Greatest Triumph», Barthelme emplea un objeto propio de la cultura popular y lo coloca en un nuevo contexto: uno artístico y literario. De esta forma, el lector se ve obligado a realizar una reflexión sobre un producto que hasta ese momento sólo había contemplado como una mera forma de entretenimiento.
El cuento de Barthelme «That Cosmopolitan Girl», por ejemplo, parte de un aviso aparecido en un periódico en el que una mujer critica a la revista Cosmopolitan por mantener el imaginario clásico de que las mujeres deben estar siempre resguardadas por un hombre: «¿Debe una mujer estar siempre protegida por un hombre? ¡No esta mujer! (…) La semana pasada, en el aeropuerto J. F. K., cargué una de las maletas de Stephen. Él llevaba varios palos de golf y yo sólo tenía una maleta de viaje y un Vuitton (…) ¿No es tonto tratar de preservar viejos clichés cuando la naturalidad y la libertad son mucho mejores?» Este texto, que sirve de epígrafe para la historia, es desarrollado a lo largo de todo el cuento, en el que la mujer relata lo que le pasó el día después de que cargó la maleta de Stephen. Con una buena dosis de humor, Barthelme narra, imitando el estilo de escritura de la mujer abundante de palabras en itálicas, cómo al siguiente día Stephen la obliga a pagar el taxi en el que se transportan y a cargarle una maleta Vuitton bastante pesada, de donde finalmente saca a una mujer llamada Elberta.
«(…) así que me acerqué y toqué a Elberta en la mano, la mano que tomaba una de nuestras bebidas, y le pregunté qué revista leía ella, con qué revista se identificaba, cuál revista la definía, porque por supuesto estaba infinitamente curiosa por saber cómo había logrado conseguir esa falsa entereza que ella irradiaba sobre Stephen como una red o algo así. Ella sólo me miró y dijo: «Scientific American, querida» (Barthelme: TDB, 171).
Mediante el humor y las situaciones absurdas, Barthelme le da un reverso al discurso de la mujer y muestra cómo ella, al condenar los clichés, también cae en ellos. La crítica que ella hace a Cosmopolitan, una revista destinada a mujeres citadinas y «modernas», contiene varios estereotipos propios de esa revista, como los bolsos Vuitton o los partidos de golf, que la encasillan en un estilo y un modo de vida establecido y hace que esa naturalidad y libertad de las que ella habla resulten siendo una farsa.
Volviendo a «The Joker’s Greatest Triumph», la pregunta que aún cabe hacerse es: ¿Qué hace Fredric Brown, un escritor de novelas de misterio y relatos de ciencia ficción de corte humorístico, en un cuento donde todos los personajes son sacados de las historietas de Batman? Una de las virtudes (y de los rasgos distintivos) de Barthelme, es precisamente la de componer historias tomando elementos diversos y luego mezclándolos en un nuevo producto, generando continuidades donde por lo general se ven disrupciones. El que Fredric Brown se encuentre en una historia de Batman es un ejemplo de esto, haciendo de la narración una especie de collage.
Ilustración 1: «El premio Dassaud se convirtió en un tema de suma importancia en las mesas más prestigiosas de la ciudad. Aquí, una reunión del Cercle Métaphysique. (Nótese el tranvía eléctrico para servir las comidas sin la intrusión de la servidumbre)». (Barthelme: TDB, 241).
«The Dassaud Prize», narra la historia de un concurso llevado a cabo en la Exposición Mundial de 1900 en París que buscaba encontrar a Dios en el espacio y en el tiempo. La búsqueda que diversos científicos, inventores y exploradores emprenden se da, entonces, por medio de telescopios, trajes rudimentarios de buceo, máquinas aeronáuticas y otros muchos inventos tan descabellados como la torre Eiffel. Este cuento, sin embargo, resulta bastante curioso porque representa lo que Barthelme llama su «vicio secreto», es decir, su costumbre de cortar diferentes ilustraciones y grabados antiguos para luego pegarlos y componer con ellos una historia (Ilustración 1). Este gesto, similar al que Max Ernst llevó a cabo en novelas surrealistas como «Une Semaine de Bonté» (Ilustración 2), se separa de los collages modernistas de las vanguardias de principios del siglo XX en cuanto no se plantea como una ruptura con el pasado; sino que, por el contrario, vuelve a éste para mirarlo con otra óptica, a través de un lente irónico, convirtiéndose al mismo tiempo en una meta-narrativa, una reflexión sobre el collage y los grabados.
Juego, parodia e ironía son constantes en la obra de Donald Barthelme. Tanto en sus cuentos como en sus novelas, se da un tratamiento de los personajes y las situaciones que sorprende por lo absurdo. Para los lectores de historietas, Bruce Wayne representa gran parte de sus deseos: él es millonario, exitoso, atractivo y seductor. De igual forma, cuando adopta su personaje de Batman, se convierte en un héroe que lucha contra el mal y la injusticia. Así, Bruce Wayne pasa de ser un simple hombre a convertirse en un arquetipo mítico: «El personaje mitológico de los comics se halla actualmente en esta singular situación: debe ser un arquetipo, la suma y compendio de determinadas aspiraciones colectivas, y por tanto debe inmovilizarse en una fijeza emblemática que lo haga fácilmente reconocible» (Eco 229). Cuando, en «The Joker’s Greatest Triumph», Barthelme hace que Batman sostenga conversaciones tontas sobre tragos, cigarrillos y clases de francés con diversos personajes, está jugando con una figura de la cultura popular, con sus características. Mediante la parodia y el pastiche despoja a este producto de toda aparente ingenuidad y critica a la sociedad en la que se produce este mito.
«The Teachings of Don B.: A Yankee Way of Knowledge» es un cuento escrito a manera de diario sobre un hombre que busca la iluminación espiritual por medio de un sabio Yankee llamado Don B. Desde el título hasta la manera como está escrito, este cuento es una parodia del libro de Carlos Castañeda, The Teachings of Don Juan: A Yaqui Way of Knowledge, en el que un antropólogo entra en contacto con un chamán yaqui, Don Juan, con el fin de convertirse en un «hombre de conocimiento». El sabio Yankee de Barthelme es bromista y torpe, pero ante todo parece ser un charlatán. En uno de los tantos episodios del libro de Castañeda, que Barthelme parodia, Don Juan señala que los cuatro enemigos naturales del hombre de conocimiento son el miedo, la claridad de mente, el poder y la vejez, siendo éste último el enemigo que no se puede vencer nunca por completo. Don B., por su parte, dice lo siguiente:
—Los cuatro enemigos naturales para el hombre de conocimiento —dijo Don B.— son el miedo, el sueño, el sexo y el Servicio de Impuestos Internos […]
—¿Has logrado conquistar los cuatro enemigos naturales del hombre de conocimiento, Don B.?
—Todos menos el último —dijo con una mueca—. Esos hijos de puta nunca se rinden. (Barthelme: TDB, 171).
Mientras los tres primeros enemigos que señala Don B. son físicos y se relacionan con el cuerpo, el último, aquel que no se puede vencer, es completamente material y burocrático; de esta forma, lo que en Castañeda se mueve en el territorio de lo mítico y simbólico, en Barthelme pasa completamente al terreno de lo profano. Así, con algo de ironía y melancolía, este cuento es una crítica al «American way of life» y a la modernidad (pero en cierto punto también a Castañeda), ya que los enemigos del hombre de conocimiento Yankee son enemigos externos y materiales, que poco se relacionan con su espiritualidad, la cual no tiene mucha cabida en la actualidad. Esto último se hace patente, sobre todo, cuando el final de la búsqueda espiritual conduce al narrador de este cuento a un editor que le ofrece publicar los diarios en los que registró su búsqueda de conocimiento en un libro bestseller, convirtiendo así algo que se suponía sagrado y personal en un producto mercantil.
Las historias de Barthelme son experimentos formales, invenciones que hacen acopio de diferentes técnicas narrativas, tomadas de los más diversos lugares, y que no imitan la realidad, sino que la alteran hasta crear algo absurdo y diferente. ¿Es esto simplemente arte por el arte? Para Barthelme esta clasificación resultaría vacía ya que: «El arte es una explicación verdadera de la actividad de la mente. Porque la consciencia, en la formulación de Husserl, es siempre consciencia de algo. El arte siempre piensa en el mundo, no puede no pensar en él, no puede darle la espalda al mundo ni aunque quisiera» (Barthelme: Not-Knowing, 23). El arte no necesariamente debe representar una realidad, pero sí está obligado, y casi condenado, a meditar sobre ella; no debe reflejar el mundo, pero sí reflexionar sobre él. Por lo tanto, mediante la ironía, el juego y la experimentación, Barthelme critica y medita sobre el mundo. Con ello también busca cambiarlo, imaginarlo de formas diferentes, dándole una función estética al arte pero también ética.
BIBLIOGRAFÍA [6]
Barthelme, Donald. «Not-Knowing». Not-Knowing: The essays and interviews of Donald Barthelme. New York: Vintage Books, 1999.
—. The Teachings of Don B.: Satires, Parodies, Fables, Illustrated Stories, and Plays of Donald Barthelme. TDB. Berkeley: Counterpoint, 2008.
Castañeda, Carlos. Las enseñanzas de Don Juan. México: Fondo de Cultura Económica, 2008.
Eco, Umberto. «El mito de Superman». Apocalípticos e integrados. Tusquets: Barcelona, 2009.
Ernst, Max. Une Semaine de Bonté. Dover Publications: United States, 1976.
* * *
Cuando acabé de escribir el informe ya era de madrugada. Guardé el archivo en mi computador y me acosté en la cama para acabar lo que me quedaba de la botella de whisky. No tardaría mucho en cogerme el sueño. Me desperté de nuevo ese mismo día, justo antes del ocaso, me bañé y pedí de comer en el restaurante del hotel (algo ligero porque el whisky me había dejado con resaca). Luego me dirigí a la dirección que Batman anotó en el papel que me había dado y dejé una copia impresa del informe en el casillero que me indicaba. Para celebrar que, para bien o para mal, ya había acabado con mi labor, me fui a un bar en el Lower East Side.
Volví a mi hotel en la madrugada y en la recepción me entregaron un mensaje que un desconocido había dejado. Era de Batman. «Recibí tu informe, chico», decía, «quédate estos días en el hotel, cuando lo termine de leer te buscaré».
Los siguientes días los pasé visitando lugares emblemáticos de Ciudad Gótica, fui al Zoológico, al Museo Flugelheim y subí al edificio más alto de la ciudad, propiedad del multimillonario Bruno Díaz [7]. No fui sin embargo a ese lugar tan infame que es el Asilo Arkham, residencia de los villanos más temidos de la metrópoli. Supongo que hice lo mismo que cualquier otro turista, ignorar a propósito la existencia de ese lugar, tratando de ver sólo el lado romántico de la ciudad. Quizás alguna vez llegue el día en que ese asilo sea abandonado, se transforme en ruinas y al cabo de unos años se convierta finalmente en un parque temático. Ahí sí todos iremos allá, haremos filas interminables para entrar y hablaremos con una mezcla de indiferencia y morbosidad de todas las atrocidades que allí se vieron. Estos lugares sólo son atractivos cuando la maldad y ruindad humana pueden ser vendidas como una curiosidad arqueológica. Por algo será que hoy en día construyen hoteles de lujo en antiguas cárceles para presos políticos en China y que Guantánamo ahora abre sus puertas como un McDonald’s.
Casi una semana después de que entregué mi informe, volví a encontrar una nota en mi habitación en el hotel que me indicaba ir a un lugar determinado en una hora determinada. La cita esta vez fue en la azotea de un edificio en el centro de la ciudad, poco antes de la medianoche. Cuando llegué a ese lugar Batman ya estaba allí, parado en todo el borde del edificio y mirando fijamente a la calle.
—Te estarás preguntando por qué me importó tanto lo que decía ese cuento —dijo él sin retirar su mirada de la calle apenas sintió mi presencia—. La respuesta es muy sencilla: toda mi carrera se ha fundado en el hecho de que provoco miedo en mis enemigos, mi imagen debe causarles terror no risa. Mediante la risa los hombres malvados pierden todo respeto a la autoridad, la rebajan y hasta la eliminan, por eso es que le gusta tanto al Guasón. Y es por eso que cualquier burla que se me haga debo tomármela en serio —Batman volvió su mirada hacia mí—. ¿Entonces piensas que Barthelme no es el Guasón ni tiene nada que ver con él?
—Sí, lo pienso.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy. Él podrá ser un bromista, pero no es el Guasón [8].
—¿Entonces por qué escribió algo así sobre mí?
—Para serte sincero nunca fui fanático de la serie que protagonizaste en los sesenta, cuando nací ya hacía mucho tiempo que había sido cancelada. Y aunque he visto uno que otro episodio en esas franjas de programación nostálgica que tienen algunos canales por cable a la medianoche, nunca he sido un gran seguidor. Aun así, uno de mis recuerdos de infancia más querido está ligado a este programa. Cuando era pequeño mis papás me regalaron una copia taiwanesa del Batimóvil que usabas en esa serie. Era rojo, en la parte de atrás tenía algo así como unos pistones inmensos y en el asiento del piloto estabas tú, con Robin sentado a tu lado como copiloto. Recuerdo que mi hermano y yo ahorrábamos la mesada que nos daban mis papás para comprar esas baterías más gruesas que las doble A que antes se usaban. Nos podíamos quedar horas viendo al carro andar de un lado a otro, estrellándose contra las paredes y dando luego la vuelta para seguir en otra dirección, siempre radiante con sus luces titilantes.
—¿A qué quieres llegar con esto?
—Como te dije en el informe, Batman, hace mucho tiempo que dejaste de ser una persona y te convertiste en un mito. Tu historia ahora nos pertenece a todos y por ello podemos narrarla una y otra vez de maneras diferentes… Confía en mí, es imposible que Barthelme sea el Guasón, por desgracia murió ya hace más de veinte años.
—Eso no es garantía de nada, por un par de años (o quizás algo más), dimos por muerto a Flash y ahora él está de nuevo con nosotros…[9] Yo mismo podría contarte algunas cosas sobre la muerte —dijo él, y en ese instante pude notar cierta mirada sombría detrás de su máscara—. Y ahora que mencionas tu informe, te pedí que investigaras a Barthelme por un cuento en específico, pero tú casi no hablas de éste, ¿por qué?
—Bueno, no hablé del cuento de Barthelme que tu protagonizas porque es un cuento que ambos leímos y sabemos que lo podemos encontrar en Internet. Por ello me pareció más interesante rastrear algunos elementos de «The Joker’s Greatest Triumph» en otras historias y, por medio de ellas, resolver tus dudas.
Saqué de entre mis bolsillos una libreta en la que llevaba apuntes de esta investigación, buscando algo que había escrito la noche que conocí a Batman.
—Luego de nuestra primera entrevista tomé nota de algunas cosas que dijiste. Me dio la impresión de que si bien tu preocupación principal era saber quién era el autor de esta historia, había toda una serie de hechos en ella que te tenían perplejo. Si el Guasón no estaba detrás de todo esto, y muy pronto me convencí de que así era, querías saber por qué alguien te usa como personaje de una historia. Esta pregunta traté de resolverla mediante «That Cosmopolitan Girl».
—Un objet trouvé…
—Touché. También estabas confuso por el hecho de que esta historia te relacionaba con un tal Fredric Brown.
—Créeme, chico, que no conozco a ese sujeto.
—Te creo, pues se trata de un collage, el vicio que llevó a Barthelme a ensamblar quimeras como «The Dassaud Prize» o el mismo «The Joker’s Greatest Triumph». Ahora, nos queda la burla y el arte como un juego.
—Ya que lo dices, creo que puedo contarte una historia que se relaciona con esto. Algunas semanas antes de que Oráculo me mostrara el cuento de Barthelme, me encontraba en horas de la madrugada sobrevolando la ciudad en mi Batiavión, cuando me pareció ver salir algunas luces extrañas del Museo Flugelheim. De manera silenciosa me detuve en el techo del Museo y me asomé a una cúpula de vidrio que me permitía ver todo su interior. Me sorprendió ver que dentro se estaba llevando a cabo una feria: habían payasos, vendedores de globos y algodones de azúcar, gente paseando entre diferentes atracciones y una tarima donde un vendedor, junto a una maleta sellada y puesta sobre un pedestal, prometía un producto revolucionario y milagroso que cambiaría la vida de todos los asistentes. El vendedor golpeaba delicadamente con su bastón la maleta, caminaba alrededor de ella vociferando y señalándola y la gente se agolpaba a su alrededor atraída por la curiosidad y por la promesa de novedad. Pronto lo identifiqué como el Sombrerero Loco (quien, dicho sea de paso, es después del Guasón el principal sospechoso de estar detrás de todo este asunto de Barthelme). Cuando ya casi todos los asistentes se habían agolpado curiosos a su alrededor, el Sombrerero abrió los broches de la maleta y lentamente dejó ver su contenido. En la maleta había toda una serie de objetos en miniatura: fotografías, pinturas, una imagen de la Mona Lisa con bigotes y hasta un pequeño orinal. Le envié esas imágenes a Oráculo y ella me dijo que era…
—Ya sé, la Boîte-en-valise de Duchamp. También estuve en el Flugelheim hace unos días.
—Exacto. El gesto de sorpresa de todo el público fue doble ya que, aparte de revelar el contenido de la maleta, el Sombrerero también dejó ver que bajo su traje de vendedor y bajo su sombrero de copa tenía una bata de artista, manchada toda de pintura, y una boina. Pero fue un gesto breve, porque poco a poco el público también dejó ver que bajo sus vestidos de feria se encontraban ocultos críticos de arte, curadores, falsificadores, multimillonarios buscando piezas para decorar sus salas, coleccionistas, académicos, artistas rivales, etc. Y cada uno empezó a hacer su trabajo. Los críticos escribían columnas para los periódicos, algunos alabando la obra y otros despotricando de ella, los falsificadores falsificaban y con ello los coleccionistas coleccionaban, los artistas creaban movimientos artísticos y escribían manifiestos y se cambiaban una y otra vez de bando. Los curadores trataban de acercarse a la maleta para encontrarle un mejor lugar a ella y a los objetos que contenía y los académicos comenzaron a escribir libros con teorías sobre la obra de arte y terminaron escribiendo teorías sobre sus teorías. Los multimillonarios simplemente se encontraban en ese lugar como una excusa para tomar vino en sociedad. Así siguieron actuando un buen rato, algunos intercambiando sus roles de vez en cuando, un multimillonario podía convertirse en artista, y viceversa, o un falsificador podía convertirse en académico (y viceversa). Poco antes de que el sol despuntara, y faltando un par de horas para que el museo volviera a abrir sus puertas, todos detuvieron aquello que andaban haciendo y empezaron a recoger todas sus cosas y a despojarse de sus trajes. El juego había terminado y el Sombrerero Loco y sus secuaces, entre los cuales estaban también los vigilantes nocturnos del museo, volvieron a poner todo en orden y desalojaron el lugar sin llevarse nada o dejar rastro alguno de su presencia. Te juro, chico, que no supe qué hacer, no sabía si había algo malo en lo que ellos estaban haciendo y si debía arrestarlos. Preferí subir rápidamente a mi Batiavión y marcharme de ahí sin que nadie notara mi presencia.
—Creo que era lo mejor que podías hacer, si no robaron nada y si no dañaron nada, un poco de diversión clandestina no está mal… Yo nunca fui muy bueno cuidando mis juguetes. Precisamente esa noche que escribí el informe, recordé lo mucho que nos divertimos mi hermano y yo con el Batimóvil con el que solíamos jugar, pero también recordé que poco a poco mis descuidos fueron dañándolo, primero fue una llanta, después fuiste tú o Robin el que terminó sin cabeza y así sucesivamente hasta que ya en la adolescencia no tuve reparo en botar el carro durante una mudanza. Tuve por ello el impulso de buscarlo por Internet y lo encontré en una página de subastas, costaba seiscientos dólares. Creerás que esto se trata de nostalgia y quizás en principio así fue, pero esa noche, al ver su precio, no tardé mucho en dejar de lado el carro y todos aquellos recuerdos y en portarme como un adulto y en pensar en todo lo que podría hacer ahora con esos seiscientos dólares.
—A todos nos pasan los años, chico.
—No a ti, Batman. No a ti.
—Lo tomaré como un cumplido —dijo Batman y por un instante me pareció ver en sus labios el esbozo de una sonrisa—. Oráculo también leyó tu informe y quedó plenamente convencida con lo que en él escribiste. Si ella te cree, yo también te creo.
—¿Entonces la señorita Oráculo leyó mi informe? —pregunté sin poder ocultar mi emoción.
—Sí, pero no te estarás ilusionando con ella, ¿verdad que no. pequeñuelo [10]?
—No Batman, para nada.
—Menos mal, porque no me gustaría decepcionarte. No sé si sepas, pero ella y Nightwing tienen una historia algo… complicada. Bueno chico, debo irme. Pasado mañana sale el avión que te llevará de regreso. Tu cuenta en el hotel está cubierta, junto con todos tus gastos eventuales hasta ese día. Así que si quieres volver a pedir whisky y habanos puedes hacerlo, pero no te excedas chico, lo digo por tu salud. El total de tus honorarios ya están consignados en tu cuenta bancaria.
Batman apuntó su Baticable a un edificio al otro lado de la calle con la intención de lanzarse al vacío pero yo lo detuve antes de que pudiera hacerlo.
—¡Batman, espera!
—¿Qué quieres, chico?
—Quería saber… Quería saber si lo que cuentan esas historias es cierto, que tú en realidad eres Bruce Wayne.
—¿Acaso importa? Tú mismo lo dijiste, yo no soy una persona, soy un mito. Adiós amigo [11].
Batman me miró con cierta complicidad y se arrojó al vació. Vi como su figura se alejaba surcando los cielos de Ciudad Gótica, desplegando su larga capa como las alas de un murciélago, infundiendo miedo en aquellos que quizás algún día también lo atemorizaron a él, buscando su propia idea de venganza, justicia y redención. Y supe entonces que yo también tenía una historia que contar.
* * *
** Este texto, encontrado en un apartamento abandonado en el barrio La Soledad en Bogotá, estaba archivado en una carpeta junto a una gran cantidad de papeles mecanografiados que aún permanecen inéditos. Escrito originalmente en inglés, llevaba como título Batman’s Secret Identity Crisis or (The Barthelme Affair) y su autor todavía es un completo misterio. La traducción y edición de este texto, incluyendo las notas a pie de página (insertadas solamente donde se consideró conveniente o necesario), fueron realizadas por nosotros. Al lector le queda determinar la autenticidad y veracidad de lo aquí expuesto.
NOTAS
[1] En español en el original.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] Algo bastante discutible, para algunos críticos, entre los que nosotros también nos incluimos, este título le pertenece a Detective Chimp.
[5] En español en el original.
[6] Para orientación del lector, hemos decidido dejar la bibliografía y los títulos de los cuentos y los libros tal como los encontramos en el manuscrito original.
[7] En español en el original.
[8] En inglés, «Yes, I am. He could be a joker, but he is not the Joker». Juego de palabras cuyo sentido se pierde, en parte, en la traducción puesto que «joker» significa guasón y payaso, pero lo entendemos mejor como bromista.
[9] Sobre la muerte de Barry Allen véase «Crisis on Infinite Earths» (1985-1986), sobre su regreso véase «Final Crisis» (2008-2009).
[10] En español en el original.
[11] Ibidem.
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* Cristian Soler es licenciado en Literatura y Filosofía de la Universidad de los Andes. Magister en Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Columbia. Se ha desempeñado como corrector de estilo y docente. Artículos y cuentos suyos han aparecido en publicaciones como Vecindad (Queens, Nueva York) y Lecturas Críticas (Bogotá).