Durante seis horas modifiqué varios telescopios hasta detectar una onda gravitatoria que confundí con un Universo paralelo y justo cuando recopilaba los datos, para luego comunicárselos directamente al emperador, me percaté con gran decepción de que en realidad había captado el horizonte de eventos de una estrella muerta en el polo sur de mi Universo por lo que, desmonté mis aparatos y me puse a investigar el comportamiento de un gen en un ambiente similar al de Saturno. Luego de eso, me quité mi bata, boté mis guantes y salí del laboratorio.
Atravesando callejones repletos de opulentos edificios y calles de color rojo, volví a mi casa apreciando una supernova de antimateria que brillaba como un negro faro sobre las nubes grises que empapaban el místico firmamento y dejando mi bata colgada en la entrada, cerré la puerta, me quité la odiosa máscara y me desplomé en mi cama como un guerrero que observa el rostro femenino del destino con los ojos espectrales de la agonía en la fatiga del combate, sintiendo el toque de las sabanas en mi pecho, y en cuestión de minutos entre pequeños murmullos de melodías clásicas que solía poner en mi habitación para relajarme, finalmente me quedé dormido.
Edificios azules, castillos electromagnéticos, muros de fuego verde, tanques y naves con forma de antílopes alados, cubrían la superficie de un pequeño astro de cráteres grises que flotaba sobre un imponente planeta de océanos azules y continentes verdes. Una atmósfera majestuosa se resistía a los funerales espaciales del aire, respirando la primavera de la existencia entre latidos boreales, cubriendo la superficie rocosa de aquel extraño mundo y debajo de su vientre de asteroides y granizo, de hielo y ráfagas radioactivas, pude apreciar fusionado con la objetividad dogmatizante del subconsciente, una ciudad habitada por humanos que levantaban sus rifles hacia el cielo, completamente aterrorizados, corriendo debajo de coliseos de vidrio y entre pirámides de diamante, y entre el sonido de sus gritos, se camuflaban los sonidos de varios motores mientras que entre las plumas de los buitres que volaban sobre una península de rascacielos se ocultaban varios aviones que apuntaban misiles nucleares hacia plazas repletas de ciudadanos indefensos.
Pude sentir el dolor de una madre que entre las espirales crepusculares de su cabello castaño, intentaba proteger a su hija con su túnica desgastada. Pude sentir el amor de un hermano que se encuentra con su padre después de décadas de soledad y pude sentir la curiosidad y el miedo de un joven que escucha por primera vez el acertijo de la muerte y todas estas emociones de organismos lúcidos que se enfrentaban a la sombra de un bombardeo inescapable, me golpearon de tal forma que entre gritos desesperados desperté justo cuando los primeros misiles se convertían en hongos de uranio y tormentas de humo y, con el rostro cubierto de sudor y el corazón martillando las delgadas membranas de mi pecho como el zumbido de mecánica fosilizada que exhalan las manecillas de un reloj cuando el tiempo se detiene, me alejé de mi cama despavorido y corrí al baño.
Un viejo espejo de vidrio transparente convirtió el reflejo de mi rostro en una ilusión de mejillas esqueléticas, de barbas largas y de puntas rojas, de párpados hinchados, de ojos sin interés y de un cuerpo desnutrido y al ver tan espeluznante reflejo, lancé mi puño contra el vidrio, en un intento de validar mi existencia a través del dolor y mientras pequeñas pirañas de vidrio devoraban mis dedos, salí del baño y me senté en la sala frente a una inmensa biblioteca preguntándome qué rayos me ocurría. De repente, justo cuando las gaviotas de la tranquilidad empezaban a volar sigilosamente sobre las playas de mi mente, los oráculos de mi anatomía me advirtieron del advenimiento de una terrible visión y, entre convulsiones y espasmos, caí en un estado de profundo hipnotismo como un monje oscurantista en un sombrío rito y, con babaza escurridiza cayendo de mis labios, me sumergí —aunque no por voluntad propia— en un estado de conciencia desconocido para mí.
Soldados con armaduras de bronce, yelmos decorados por leopardos solares, faldas de titanio y capas negras, cargando sables nucleares, corrían en un paisaje de ríos evaporados y enjambres de calaveras, gritando en un lenguaje que nunca había escuchado antes y sin embargo, podía entender a la perfección que el planeta Marte había sido impactado y que era poco tiempo antes de que la tierra se le uniera en el cementerio planetario que agobiaba el sistema solar. Unos instantes después, la imagen cambió a un centenar de aviones enfrentándose en la altura del firmamento, intercambiando misiles y bombas y debajo de las explosiones de cianuro y ácido tronante que iluminaban las nubes del destino, incontables submarinos teñían el océano de sangre y fragmentos de hierro derretido.
Un monje atrapado entre los escombros de una formidable catedral, gritaba mientras un avión kamikaze envuelto en llamas de isotopos explosivos se acercaba al bosque de ceniza, de ventanas rotas y de pilares entrelazados con costillas y cabezas decapitadas que se había tragado el esplendor de su ciudad natal, sosteniendo en sus manos la imagen del Dios de los átomos errantes, con lágrimas rojas y un ojo negro:
«Si tan solo el emperador se hubiese abstenido de conquistar Neptuno, las tropas de los verdugos de la incertidumbre nunca hubiesen invadido el sol y como resultado su luz no nos hubiese abandonado y tal vez, esta guerra inter-planetaria se hubiese evitado. Ahora lo único que queda es volver a las estrellas, como moléculas despojadas de toda conciencia» y con una sonrisa que contrastaba con las chispas de una explosión cercana, el monje agregó antes de ser borrado de la faz de la tierra:
«Voy a fusionarme en los pulmones de la eternidad, en los santuarios de la ceguera inmortal, en las tumbas de las ideas y en las cruces de los recuerdos, con el gran Dios creador de la materia. Tal vez mi vida no haya sido tan inútil después de todo».
Continentes enteros eran borrados de la corteza terrestre por bombas de anti-protones, por misiles que evaporaban el tiempo y por bombas que derretían el espacio y las ciudades que habían sido construidos cerca del espacio exterior por terratenientes ambiciosos, fueron saqueadas junto a los pocos satélites que todavía se mantenían en órbita y fue desde esta nueva perspectiva que me di cuenta de algo verdaderamente escalofriante. Más allá de la luna dividida, de edificios destruidos y de cementerios de metano, el planeta Mercurio había desaparecido y frente a los párpados de Venus yacía un agujero negro con una multitud de estrellas, planetas y asteroides convirtiéndose lenta y dolorosamente en abundante alimento para su atroz singularidad.
De pronto una voz ajena a la de mi mente, perteneciente a un humano o a un alienígena invisible para mis ojos de deidad omnipotente, irrumpió de manera inesperada en la cruel soledad de mis pensamientos dejándome sin palabras:
«Tengo que encontrar la tumba del último faraón de Júpiter y llevarla a la base de los Fathalmnes si no lo hago, los humanos que se esconden en la ciudad de las fosas marinas serán descubiertos por las naves cuánticas y la semilla de Adán con toda su gloria científica y su legado histórico se convertirá como muchas otras razas de muchos otros Universos en un suspiro inexistente, condenado a perderse en la escabrosa uniformidad del olvido».
Nuevamente, mis dilatadas pupilas de lunático incomprendido volvieron a ocupar las nebulosas blancas de mis ojos y viendo la luz de una lámpara que había colocado sobre mi amplia biblioteca, con una sonrisa de gran satisfacción, recobré el conocimiento casi tan rápido como había caído en el nido de los escorpiones feroces del delirio puro y descontrolado y, sin poder comprender el significado de mis inexplicables visiones, ni cómo podía ver el pasado de una civilización borrada de los registros de la astro-sociología y de la Cosmo-demografía, me levanté de aquel viejo sillón y salí, tan rápido como mis aturdidas piernas me lo permitían, de la espiral de claustrofobia que se amasaba como un espeso virus dentro de la asfixiante habitación.
Esa noche me quedé despierto, rehusándome a caer en el hechizo de mi locura somnífera, entre blasfemias incoherentes y miradas de reluciente paranoia, acorralado en una esquina de mi cuarto y con las manos temblándome y mi cerebro incapaz de concentrarse, di varios paseos alrededor de mi casa hasta detenerme frente a una ventana a contemplar el alba creciente con cierta admiración por su imponencia artística y por el hecho de que este caótico día estaba terminando y la promesa de un nuevo comienzo emanaba de los rayos de un tímido sol que apenas escalaba las cordilleras boreales del grisáceo firmamento.
Tomándome un café y poniéndome de nuevo mi mascara —la cual casi olvido por accidente— me abrigué con una chaqueta de cuero negro y corrí a trabajar, deseando ocupar mi mente con encargos de otros planetas para construir armas y nuevas tecnologías, deseando con toda la fuerza de mi dilatada voluntad, romper la maldición de profano oráculo, o de clarividente, o de simple loco que ahora me consumía. Los pocos amigos que tenía en el trabajo se perdieron en el egoísmo de un individuo con problemas que intenta enfrentarse a sus dificultades personales sin ayuda, completamente aislado, además, la mujer a la que amaba abandonó mi corazón, permitiendo que se convirtiera en un jarro de piedra palpitante, solo por inercia mas no por la poesía del romance.
Cuando finalmente estuve frente al laboratorio que el gobernador me había entregado en persona hace ya más de una década, me puse un par de guantes y comencé a trabajar en un microscopio capaz de usar fotones acelerados para revertir el tiempo y obtener imágenes del pasado de cualquier objeto que fuese colocado debajo de sus cálidos lentes, y al terminar con aquel ambicioso proyecto de ingeniería, me distraje probando la eficacia de un ácido mono-atómico fusionado con algoritmos moleculares para poder manipularlo a control remoto, partícula a partícula, y mientras sostenía una muestra de la sustancia, resbalé como un torpe ebrio, derramando el ácido sobre la máscara.
Había conseguido esconder mi secreto, todo este tiempo nadie sospechaba que yo no era nativo de ese planeta y que mi verdadera anatomía era singular en todo el Universo conocido, similar a la de las criaturas que veía en mis sueños y en mis delirios y, a pesar de que había engañado a soldados, emperadores e incluso a la prensa durante toda mi vida adulta, por un simple error, ese día fui descubierto de la peor forma. Segundos después de que el ácido hubiese derretido la máscara con mi verdadero rostro expuesto bajo la blanca luz que iluminaba el laboratorio, un colega mío entró sin tocar seguido por dos guardias ya que solía estar protegido por dos guerreros bien armados y aunque al principio irrumpió con un chiste, cuando me vio arrodillado en el suelo con mi cabello pegado al rostro, de inmediato intentó ayudarme. Sin embargo, levantándome para ver mi rostro de humano con un fuerte y agudo grito alertó a la mitad del personal de seguridad del edificio.
Cuatro soldados entraron en el laboratorio y me ataron con varias cadenas poniéndome una bolsa para cubrirme el rostro de alienígena y, sin importar cuánto suplicara, la fuerza con la que me arrastraban parecía no disminuirse y tras la torva oscuridad de la ondulante bolsa que opacaba mis mejillas, supe sin consuelo alguno que mi legado biológico sería la causa de mi perdición y que esta captura probablemente culminaría en un juicio injusto, en un tortuoso interrogatorio y finalmente en una dolorosa ejecución.
Una multitud de científicos y trabajadores me rodearon, tildándome de traidor, de Mesías de la destrucción y al verme en aquel penoso estado de absoluta impotencia, retenido por las hirientes cadenas, los rumores empezaron a titilar en la suavidad irónica del aire y mientras mis supuestos amigos me juzgaban de invasor espacial y de fenómeno aberrante, mis ojos se elevaron como guiados por una inteligencia ajena a la mía, deteniéndose como orbes acuosos para observar las nubes que abrazaban el cielo cristalino y en ese momento, mi corazón se contrajo abruptamente y mi mente comenzó a divagar en países ajenos y en territorios desconocidos habitados por criaturas semejantes a mí, con una piel blanca y ojos llenos de esperanza y sobre todo, criaturas perseguidas por la misma sombra misteriosa.
«Si combinamos el genoma de la raza humana, utilizando el intelecto de nuestros más grandes científicos, podremos crear un humano que alberge en su ADN, los clásicos de nuestra poesía, nuestro legado científico, nuestro amor por el arte y sobre todo nuestro espíritu inquisitivo y nuestra determinación como especie. En esencia, este humano será un arca de conocimientos y tradiciones y en las penínsulas de su sangre descansarán los tifones de la historia entrelazados con toda clase de emociones y teorías, de esculturas y poemas, de novelas e ideas. Cuando llegue el momento, lo enviaré fuera de este Universo utilizando un colisionador de agujeros negros y rogaré a los dioses de las estrellas que consiga llegar a un planeta habitable. Será el último hijo de Adán, el último humano y en su interior, colocaremos millones de generadores de oxígeno artificial para permitirle respirar incluso en los ambientes más hostiles, regeneradores de células, anti-oxidantes lo suficientemente potentes como para evitar el deterioro de sus órganos internos y adicionalmente, fusionaremos su cerebro con una cerámica de nano-titanio indestructible, dándole el milagro de la inmortalidad, un bien que ninguno de nuestros ancestros consiguió, ni siquiera en las ilusiones distantes de la alquimia ni en las filosofías de la física. Su nombre será Bavlidirux hijo de Einfredolg, hijo del intelecto colectivo, almacenado tras cuatro billones de milenios por científicos desde aquellos que descubrieron la ley de la gravedad y el cálculo hasta los que construyeron ciudades en el sol y descubrieron el secreto para viajar en el tiempo. La voluntad de Dante, el ingenio de Homero, las teorías de Einstein, el intelecto de Newton y el arte de Dalí descansan como joyas inmateriales en lo profundo de tus venas. Tú, mi querido hijo, eres el último humano y para asegurarme de que el recuerdo de esta civilización no se pierda por completo, voy a conectar tus electrones con las pulsaciones atómicas de mi era para que, durante tus sueños tengas la oportunidad de visitar el pasado de un Universo condenado a morir».
La visión culminó y un brillo de luz bañó el irreconocible rostro de Bavlidirux, conmoviendo a los heraldos de la tensión que estaban a punto de estrangularlo y aunque el peso de las cadenas le había roto varios huesos, el conocimiento un tanto tardío y abrupto de su verdadero origen y del propósito de su existencia, le llenó de tal satisfacción que, su cerebro activó un mosaico de imágenes de varios siglos de historia de la legendaria raza humana, desde los Egipcios hasta la conquista de Urano, y entre lágrimas sinceras de orgullo, Bavlidirux se preguntó qué destino le esperaría ahora como último sobreviviente de la raza humana y de pronto, el fénix negro de la muerte se presentó frente a su fatigada mirada y el misterio del porvenir que debe existir luego de la tumba, le llenó de miedo y más que eso, de pujante curiosidad.
Después de un juicio profano en donde fue declarado enemigo del imperio, Bavlidirux fue torturado e interrogado por un grupo de soldados expertos en el arte de la extracción de información y luego estando al borde de la muerte con una hemorragia cálida drenándole las arterias que aun palpitaban debajo de los moretones y cicatrices que habían deformado su belleza de humano, un soldado que llevaba un antifaz lo lanzó contra un muro plateado y sacando un rifle comenzó a cargarlo con balas de adamantio, mientras que Bavlidirux se retorcía como una serpiente en el lodo que crecía debajo de los inclementes ladrillos, viendo cementerios de humanos, calaveras olvidadas y sarcófagos tan antiguos que sus átomos ya hace mucho que habían dejado de existir y al sentir el dolor que acompaña los carruajes intemporales del destino mortal que nos asecha como especie, desde el amanecer de la existencia humana hasta su trágica caída, Bavlidirux se llenó de ira y tristeza pero por alguna razón, justo cuando el soldado estaba cargando las últimas balas, su mente se alejó de aquella turbulenta realidad para convertirse en una simple imagen.
Su vida comenzó a desenvolverse ante los ojos omnipotentes de un observador lejano y sus agudos pensamientos, irracionales temores e ideas sonámbulas se exhibieron como hologramas enigmáticos en el sueño de un ser desconocido y mientras la esencia de su alma de poeta y de su intelecto de científico se extraviaba en la tempestad del surrealismo, en la locura del subconsciente de una criatura desconocida, justo cuando se deshacía como un Ícaro sin alas en la curiosa sinapsis de un millar de neuronas alienígenas, el invisible ser que estaba viendo su existencia desenvolverse como un viejo pergamino en el atardecer del sombrío antagonista de la vigilia, despertó de golpe y mientras sus ojos se abrían en un planeta lejano y sus párpados eran iluminados por la luz de una supernova, el último humano, arca orgánica del legado de una triunfante especie, sintió el impacto de un centenar de balas y en su agonía recordó un verso escrito por un poeta nacido en Marte durante la gloria del imperio terrestre:
Cuando los jazmines del amor, la sabiduría juvenil de la filosofía y la belleza de la ciencia perecen junto al fuego sideral que ilumina los soles de la conciencia, ocultándose en los labios de la eternidad, nuestros recuerdos habrán de esfumarse para siempre como joyas congeladas por el invierno de los siglos, pereciendo en los cementerios de truenos extintos y de vigor opacado que espera a los átomos de todo Universo y nuestros pensamientos, sin importar si existieron en el alba de la lógica, o si cabalgaron solitarios en el crepúsculo del oscurantismo, serán olvidados en el vientre del espacio. Sin embargo, a pesar de que es lo primero que juzgamos como ajeno a nuestra naturaleza, los restos de la materia que alguna vez nos dio forma esculpiéndonos con el mármol de la genética, habrá de fusionarse para siempre con la anatomía del Cosmos, convirtiéndose en una corriente fantasmagórica, en una sombra trivial y en un anillo de luz en las venas magnéticas, en los huesos gravitatorios y en la piel nuclear de un magnánimo Universo que se expande impulsado por un otoño de materia oscura, en los lienzos del tiempo, iluminado por incontables galaxias, interrogado por ecos matemáticos que exhalan los esclavos del conocimiento en sus laberintos de cristal, cazado por las flechas de la ambición intelectual y expuesto en su gloria deslumbrante por los sueños entrelazados que fluyen como ruedas conectadas por engranajes misteriosos.
Antes de desaparecer por completo en el limbo de lo inexistente con los versos de aquel poema desvaneciéndose junto a la electricidad titilante de sus neuronas, antes de que su mente se extraviara para siempre en la nada cruda pero inevitable de la muerte, el arca humana se dio cuenta, con un chorro de sangre brotando de su abatido pecho, de que de la misma forma en la que la historia de una civilización tan vieja como su Universo, se había convertido en un sueño persistente que recorría los calabozos de su mente, su existencia misma, infinitamente inferior en importancia y tamaño, ahora se había transformado en el sueño de una criatura lejana y lo que para ese ser había sido un simple despertar, para Bavlidirux había sido el inicio de una insomnio de lo material, de una ausencia infinita del Multiverso y de un sueño interminable y con una sonrisa camuflada tras atalayas de sangre, Bavlidirux cerró sus ojos y enfrentó su destino.
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* Nicolás Esteban Fajardo tiene dieciséis años de edad. Desde su infancia despertó una enorme pasión por la mecánica cuántica y la física en general. Después de ver incontables documentales y leer múltiples libros del Cosmos, logró escribir su primer libro de física denominado: “THE QUANTUM ODYSSEY”. Posteriormente, comenzó a implementar sus conocimientos científicos al maravilloso mundo de la literatura y de esta forma empezó a escribir ciencia ficción. Hasta el momento, ha logrado escribir cinco libros de ciencia ficción. Ha participado en conferencias con la ACAC sobre física, en semilleros de investigación y en concursos de cuento. En este momento está estudiando en el Colegio Seminario Diocesano de Duitama, en grado décimo.
Es un derroche de magia , pasión y alegría por la escritura , transporta al lector a un mundo en donde todo es posible. Invitar al escritor a seguir trabajando
Una apuesta por la creación que rompe esquemas y se atreve a anteponer las complejas relaciones de la fantasía que no conoce de fronteras ni de límites. Un relato lleno de figuras y lenguaje poético que nos reta la comprensión y nos deja perplejos los sentidos, la imaginación y nos hace sentir que vale la pena descubrir que la vida trasciende la realidad para volvernos poema y canto. Gracias por la palabra hecha relato, magia y creación.
Nicolas. Muchas gracias por compartir conmigo este fantástico escrito. Quiero felicitarlo y de corazón le puedo decir que me siento bendecida por haber conocido una persona tan inteligente y que desde el límite de la terquedad , también me ha permitido conocer unas facetas diferentes y así he podido valorar y admirar su capacidad de escritura que de hecho este texto me ha transportado de una forma agradable a esos escenarios que muy bien describe.