Literatura Cronopio

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FEMBRA PLACERE, GRYLLUS MONTÍCOLA

Por Juan Fernando Ramírez Arango*

I. LA TESIS

1. LA VULVA

Si algún Doctor Moreau me preguntara a quema ropa, o sea en plena vivisección, qué me gustaría que me trasplantara de mi novia, no dudaría un parpadeo en responderle que el sistema digestivo. Y si me pide que justifique mi respuesta, le diría que es perfecto, que así ella decidiera seguir la dieta soñada del elefante, o sea comer solamente maní, su popó se deslizaría suavemente hasta alcanzar la luz al final del túnel. Además, siempre defeca a la misma hora, a las veinte en punto: pronuncia sus palabras mágicas, «tengo popó», va al baño y evacúa en un santiamén. Yo, en cambio, me demoro un lapso mayor al permitido por el mito del progreso, y lo peor de todo es que nunca he podido vincular la lectura con el acto de cagar. Por eso me alarmé el día que dijo que estaba estreñida, e incluso defecando con sangre. Mi novia le tiene miedo insuperable a la sangre —por algo eligió la microbiología industrial por encima de la bacteriología—, y cuando se enfrenta a ese tipo de angustia, surge su humor negro: echó mano de lo más escatológico de la patafísica, y comparó su situación con las escasísimas posibilidades de embarazo que hay por la vía del sexo anal, luego, su flujo de sangre por el dos, no era más que una desviación del menstruo. Yo le respondí con una carcajada, la peor respuesta que hay para el humor negro que deviene del miedo y que, finalmente, desemboca en autoengaño: mi novia creyó por algunos minutos que lo que había dicho era cierto, pero la única verdad que se puede deducir de ese comentario tan enrevesado, es que buena parte de los miedos de mi novia tienen su epicentro en la vulva, y buena parte de los míos también.

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2. ADIDAS

A mi novia la estaba matando su tesis de maestría. No sé cómo su asesor la dejó involucrarse con algo tan ambicioso. Tanto, que mi mejor hipótesis era que todo hacía parte de un ritual de iniciación. Y es que el grupo de investigación en el que mi novia era la cola del organigrama, tenía todas las peculiaridades de una secta. Todos sus cofrades ostentaban un doctorado en la Universidad de Purdue, y todos vivían por fuera de la ciudad, la mayoría en Santa Elena y el resto en Guarne, en granjas que algún día serán autosuficientes. E incluso el director del grupo actuaba como un líder sectario, solo lo veían a fin de mes para rendirle cuentas, y los demás días hábiles se suponía que estaba en alguna reunión trascendente. La única vez que visité el laboratorio de ese grupo, Laboratorio de Biotransformación, lo vi en una foto que recreaba una de esas reuniones y su rostro me pareció familiar. Su sonrisa era el punto de fuga de la foto y mi novia dijo que con toda justicia, pues esa reunión terminó catapultando al grupo a la primera línea de Colciencias. En cualquier caso, era una sonrisa prefabricada, fruto del diseño de sonrisa, y como yo soy más afín al neorrealismo que al star system, subí un tris la mirada y recorrí su frente de sur a norte: me impresionaron sus entradas, tan profundas que no las podía disimular con su peinado hacia adelante, y ambas surcadas por tres grandes arrugas de corte transversal, como si fueran el logo de Adidas. Ese día mi novia y yo NO pudimos revalidar nuestra costumbre máxima. Era sábado y, a excepción nuestra, no había nadie más en el Laboratorio de Biotransformación. Nuestra costumbre máxima reza que cada vez que nos dejaron solos en algún sitio, los astros se alinearon para vernos copular. Ese sábado gris, sin embargo, mi sangre no fluyó. A lo mejor mi cerebro de reptil se embelesó con otro asunto: ¿Por qué el líder sectario me pareció familiar? ¿Dónde lo había visto antes? O quizás mi cerebro rojizo, impactado por las entradas del líder sectario, solo le estaba llevando la contraria a Adidas y su estúpido eslogan: Impossible is Nothing.
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3. LA CHICA CARACOL

Yo asumí que el ritual de iniciación de mi novia había llegado a su final cuando su esfínter se manchó de sangre, al momento en que la hechura de su tesis de maestría se convirtió en alerta de hemorroides, pero faltaba algo más. Ahora querían que ella asesorara una tesis de pregrado. La estudiante de pregrado se llamaba Margarita y venía recorriendo un conducto regular interminable: en una píldora, la Facultad de Artes le había aprobado un asesor externo para su tesis de grado y mucho después la cadena jerárquica la llevó hasta la Escuela de Microbiología y, finalmente, al Laboratorio de Biotransformación. Y allí, por supuesto, el líder sectario decidió que mi novia era la asesora externa que andaba buscando Margarita. ¿Asesorar a una estudiante de artes? Yo le aconsejé a mi novia que por ningún motivo se fuera a involucrar con una estudiante de artes. ¿Por qué? Para responderle, tuvimos que desmontar una de nuestras reglas doradas: NO hablar de relaciones anteriores. Una vez desmontada, le conté que yo tuve una novia artista que solo me dejó malos recuerdos: Como un eco tercermundista de la generación X, ella era linda y rara, más rara que linda. Si buscara un referente en mi colección de CD, ella sería el mini me de Liz Phair en 1992, o sea un año antes de su famoso álbum debut, pero con el pelo corto y las pestañas más largas. ¿Mini me de Liz Phair en el 92? Sí, como un genio en una botella reciclada, pequeña, pero en ebullición, llena de deseos no masificados por cumplir. Era tan pequeña y leve, tal vez 1,50 y 45 kilos, que yo la llamaba La chica caracol. ¿Por? Porque toda ella podía habitar su propia vagina. Así de independiente era. Tanto, que decidió aceptar el reto que le lanzó su papá el día que descubrió la pipa de mariguana que ella escondía en el cajón de los calzones. ¿Qué hacía ese señor metiendo sus narices en el cajón de los Lollipop de su hija? Desde ese día, ella lo nombró el parafílico. El reto que le lanzó el parafílico: «tú nunca serás como yo». ¿Nunca? El parafílico era ingeniero mecánico y ella decidió estudiar ingeniería mecánica. ¿Una mujer en ingeniería mecánica? ¿Una chica caracol haciéndole frente a un torno y a otros molinos de viento? La transgresión le duró unos cinco semestres, hasta que aceptó la derrota. Un transgresor que sabe aceptar la derrota, esa era su definición de artista y la siguió al pie de la letra.
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4. EL JUEGO MISÁNTROPO

Yo no quería conocer a Margarita, entonces mi novia, neofílica a más no poder, creyendo que me estaba perdiendo algo extraordinario, inventó un juego cargado a su favor. El juego del misántropo, en dos palabras, consiste en ir conociendo a un desconocido a través de un tercero. Es un juego de larga distancia y, por lo tanto, de adivinación, se juega por correo electrónico y tiene pocas reglas. 1) El misántropo deberá remitirle un correo al tercero o conocido mutuo. 2) En el cuerpo del mensaje, el misántropo intentará adivinar alguna característica del desconocido, una por correo. 3) Si el misántropo tiene cinco desaciertos consecutivos, perderá y le venderá el alma al tercero o conocido mutuo. 4) Cada acierto, borrará los desaciertos. 5) El misántropo, fiel a su misantropía, será lo más cruel posible. Estos fueron algunos de mis aciertos actuando como el misántropo, mi novia como el conocido mutuo y Margarita como la desconocida del primero: Apuesto que es como el Parque del Periodista, una subcultura aquí y otra allá, pero ni siquiera ella misma adivina cuál es su verdadera esencia. Su mochila tiene un botón de «Las chicas no se sientan así», y todos los caminos de la mochila conducen a ese botón. A lo mejor ha intentado morderlo salvajemente, busca marcas. Tiene un corte que tú quisieras lucir, pero no te atreverías por culpa de tus orejas de Dumbo, lo que implica que tiene rapado lateral. Usa botas Dr. Martens personalizadas, quizás con flores venenosas o que lo parezcan, ningún animal silvestre las probaría. ¿Sabes qué? Apenas se las quitan para «hacer el amor», se las quitan y sus pies son fríos como el hielo seco, y solo después del primer polvo recuperan la temperatura ambiente, de ahí mi inquietud por la necrofilia.
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5. DESHOJANDO LA TESIS DE MARGARITA

Mi novia lo planeó todo a su manera: luego de ver un documental sobre Ai Weiwei, improvisaríamos. Margarita llegó tarde y el vaso de vino que llevaba en la mano todavía es uno de los misterios capitales de mi vida: ¿Cómo hizo para ingresarlo a Comfama? Se acercó a saludarme de pico y, ayudado por la luz violácea de la gran pantalla, noté otro de mis aciertos: nariz disidente, más cicatrices de perforaciones que poros en la piel. La película pasó como se raya una zanahoria manualmente y salimos. Cada vez que estoy por allá, evito cruzar la Plazuela de San Ignacio. El café que venden en ese lugar, con el azúcar ya incluido, es peor que un repelente. ¿Café con azúcar? Además, al otro lado hay una de las calles que más me inquieta, justo donde muere durante una cuadra la avenida Colombia. Desde el último adiós del tío Beto, quien nació, vivió y murió en el centro de Medellín, evito esa y otras calles más. Así que yo subí por Pichincha y ellas se adentraron en la carrera 44. Mientras yo iba repasando mentalmente mi rutina de chistes relativa al Parque del Periodista, Margarita le iba a mostrar a mi novia una zapatería artesanal en la que hacen Dr. Martens superiores a las inglesas. La compañía como variable implícita de la distancia, secreto a voces, siempre acorta recorridos. Cuando llegué al Parque del Periodista, ellas ya estaban dándole el primer trago a sus cervezas, lo que frustró el intro de mi mejor rutina, cómo tomar cerveza en ese parque sin contraer hepatitis B. En cualquier caso, el tema que iba a reinar la noche ya estaba sobre la mesa: la tesis de Margarita.

Según dijo, su tesis de grado era el corolario de una decisión, ella decidió estudiar artes porque solo una artista entendería el giro en U que había dado su papá: salir del closet promediando los cincuenta. Salió del closet y cambió de selva de cemento, Bogotá por Cúcuta, por eso Margarita prefiere usar la expresión salir de la nevera. No sé cuál de los dos emigró primero, pero ella se unió a un colectivo de peluquería experimental y terminó siendo la community manager que dio cuenta de sus aventuras por carreteras suramericanas. La escala más larga la hicieron en São Paulo y esa fue la metrópolis que, al contrastarla con Medellín, originó la idea de su tesis. Si la legislación de São Paulo prohíbe la publicidad en sus calles, y por eso están despobladas de anuncios publicitarios, a Margarita le dio la impresión de que la gran mayoría de mujeres de Medellín son anuncios publicitarios de carne y hueso. ¿Qué venden? Desmontando esa pregunta encontró la hipótesis de su tesis: en Medellín habría surgido una nueva especie de mujer, una mutación del Homo Sapiens gracias a su paulatina adaptación a un nuevo ambiente. Ese nuevo ambiente se habría fundado a la par de la sociedad de mejoras públicas, en 1899, cuando Carlos E. Restrepo se trazó el objetivo de embellecer la ciudad hasta convertirla en una obra en exhibición. De ahí que el órgano que ha definido y definirá a Medellín es el ojo decimonónico, el ojo como espejo de Stendhal, el del sentido de la mirada superficial.

Al final de la noche —varias cervezas atrás había pasado pitando el último Circular Coonatra del día—, cuando Margarita y mi novia celebraban a carcajadas una coincidencia inversa, Margarita había bendecido al condón y mi novia lo había condenado, la primera no puede usar anticonceptivos por culpa de un defecto en el sistema circulatorio, y mi novia no tolera el condón por ser alérgica al látex y por creer que también lo es a los condones látex free, y cuando yo concluía para mis adentros lo incómodo que sería hacer un trío con ellas, Margarita cortó la risa y dijo: «allá viene mi asesor de tesis». ¿Un choque de trenes entre asesor principal y asesora externa? Pero no era el asesor, y ese error de apreciación ajeno, sumado a las cervezas, le aflojó la lengua a mi novia: «es que Margarita está enamorada de su asesor». ¿Enamorarse del asesor de tesis? Que yo sepa, las tesis se clasifican en rechazadas y no rechazadas, y estas últimas en malas, regulares, buenas y premiadas, pero en ambas ramas siempre hay una constante, todos los ponentes terminan odiando a su asesor. Luego, a lo mejor Margarita, que había decidido estudiar artes para aceptar a su papá gay, no lo había hecho y lo que estaba buscando en su asesor de tesis era a un nuevo papá. ¿A esa pose se le podría llamar ser artista? De acuerdo con la definición de La chica caracol, NO.
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6. MEDELLÍN

Margarita me pidió que le escribiera una especie de discurso de apertura, uno que abriera la exposición de su tesis de grado. Yo le dije que NO, pero luego ella me convenció al explicarme más detalladamente su plan. La verdad es que el contenido de su plan tuvo que ver muy poco con mi viraje de 180° y lo que provocó el Sí, fue el cuadro sinóptico que trazó en una hoja oficio en aras de aterrizar su grandiosa idea. ¡Tremendo cuadro sinóptico! Tanto, que lo enmarqué y ahora adorna una de las paredes de mi cuarto, la que está detrás de la pantalla de mi computador. Y siempre lo digo, si tuviera la firma de Basquiat, sería un Jean Michel Basquiat.

La asociación que hice de ese cuadro sinóptico con Basquiat —mas la recomendación de Margarita: ser lo más provocador posible—, me dio la idea del discurso de apertura. Recordé la relación que tuvo Basquiat con el rap —la carátula que dibujó para el sencillo Beat Bop es la mejor de la historia de la música—, y eso me llevó a una canción de rap que define a Medellín más allá del ojo como espejo de Stendhal: en lugar de ese ojo culo de botella, echa mano del espejo de doble fondo que aviva la poesía. La canción se titula Medellín y su coro es Medellín en estado puro: «Medellín sos como yo, yo como vos, vos como yo, yo como vos, y a la final lo mismo, unas gonorreas». Voseo y voseo mas una locución adverbial deformada, y de postre, el sustantivo recategorizado en adjetivo gracias a la explosión de violencia. ¡Genial! Ya tenía la idea, el resto sería cuestión de método: dejarla remojar un buen tiempo y luego darle forma bajo presión, un par de días antes de la fecha límite.

7. EL DIORAMA

No faltaba nada. El MUUA le había abierto un espacio a la tesis de Margarita, y para agudizar las cosas, no lo hizo en la sala de antropología, sino en la de ciencias naturales. Esa fue una pulseada que le ganó mi novia al asesor principal, al tornar más científica exacta la empresa de Margarita. Por eso no fue ningún parto seguir las recomendaciones del MUUA: reducir toda la investigación a la escasa superficie de un diorama.

El mes y algo más que pasó entre el descubrimiento de mi idea para el discurso y la apertura del diorama, fue una mierda, como si haber aceptado la propuesta de Margarita hubiera sido una maldición. Para empezar, tuve una pelea con mi novia porque yo no entendía cómo una mujer de 23 años se podía enamorar de un hombre casado que rondaba los cincuenta. Por supuesto, me refería a Margarita y a su asesor principal. La pelea fue tan decadente —yo le decía cualquier cosa y ella me replicaba que leyera a Kundera—, que prometí descubrir las razones de ese flechazo intergeneracional y busqué al asesor principal en las redes sociales. Lo encontré en F_c_book, pero no pude establecer motivos no freudianos para que Margarita estuviera deshojándose por ese señor. Además, su esposa era una MILF, acrónimo que reforzaba mi explicación freudiana del asunto. Hice una revisión exhaustiva y ese tipo de pesquisa siempre deviene en sorpresa: mientras ojeaba la lista de amigos del asesor, noté que uno de ellos era El troglodita. No bien vi la foto del Troglodita, se me desbocó el corazón. Entonces seguí el protocolo que aprendí primero que la canción del conejo que amarra los zapatos: 1) asegúrate de que tu inhalador está contigo… Como nunca aprendí protocolos psicológicos, hice lo menos saludable y lo que no hubiera podido hacer años atrás: darle clic a la foto del Troglodita y perder una tarde en su F_c_book. Resultó que, tras graduarse en ingeniería química, El troglodita había retornado a la U. de A. para dar una voltereta cartesiana, ahora estudiaba antropología. ¿El troglodita un estudiante eterno? ¿Un troglodita estudiando antropología? Esa contradicción en la escala evolutiva no fue nada extraordinario, mi mouse siguió bajando y pronto se topó con un trozo de queso más apestoso: una entrada en la que El troglodita hacía pública la versión original de un texto de su autoría, la versión editada había sido publicada por la revista Matera. El texto era una apología a su onanismo, ismo del que solo salía cuando entraba en crisis su vasto archivo pornográfico mental. Salía en busca de nuevas imágenes y, para ilustrar el modus operandi de esas caserías, usó uno de los encuentros furtivos que tuvo con mi novia. El texto, fiel a la naturaleza del Troglodita, es muy gráfico, cada vez más, in crescendo, hasta que lo remata con una confesión: escribió que nunca se tomó en serio a mi novia por culpa de sus orejas de Dumbo. Ese texto, literalmente, me volvió mierda. Hacía poco ella y yo nos habíamos tomado unos tequilas y, siempre que lo hacemos, jugamos a sacar a la luz algo que ya superamos: dijo que cuando yo le aticé ese papirotazo en su orejota izquierda, la noche en que cantó su larga infidelidad, no lloró porque estaba conteniendo un par de insultos que, en ese mismo instante, cruzaron por su mente. ¿Cuáles? «Mis orejas son más grandes que tu pene», y, poniéndome hombro a hombro con El troglodita, el clásico «no sabes lo parecidos que son». Yo le respondí que mi pene sería más grande si sus orejas fueran más pequeñas. Una frase que, sin saberlo, me igualaba con la confesión que finiquita el texto del Troglodita. Esa igualdad me enfermó, esa es mi forma psicosomática de lidiar con los problemas, los convierto en enfermedades y los olvido superándolos. Me enfermé de algo que ninguna ecografía reveló a ciencia cierta. De repente, el párpado fijo de mi ojo derecho se hinchó y se hinchó y se hinchó como un pez globo, un pez globo sanguinolento. Como los odios literarios no perdonan, ahora tiendo a pensar que era septicemia, la misma enfermedad que cambió la literatura de Borges, de escribir solamente ensayos a debutar en la ficción. Esos diez días de delirio, de infección versus altas dosis de antibióticos, a diferencia de mi siempre odiado Borges, no cambiaron mi vida, pero fueron una excusa inmejorable para no escribir el discurso de Margarita y para no asistir a la apertura de su diorama. Diorama que, al igual que su tesis de grado, pero en blanco sobre rojo, finalmente tituló con un chorizo: Fembra Placere, gryllus monticola.
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II. NO TOP 5 FELIZ

Ajustados a nuestra costumbre, mi novia y yo llegamos tarde al cumpleaños de Margarita. Siempre es mejor arribar a una fiesta cuando el alcohol y otras sustancias ya están viajando por la sangre de los presentes. Los presentes eran pocos, seis contando a la cumpleañera. Todos, menos uno, eran artistas. La excepción era biólogo y seguro no le gustaba el contacto físico porque jugaba ultimate, tenía rastas, e inspiró una reflexión mental que nunca había puesto por escrito: ser rastafari en Medellín es la forma más sencilla de consumir mariguana sin ser tildado de mariguanero. Por eso, por cada cien mil habitantes, solamente hay más rastafaris en Kingston. El biólogo estaba en período de prueba en su primer trabajo y ya había pagado la cuota inicial de su primera moto. Además de esa y otra información irrelevante, que le transmitió a mi novia mientras bailaban, le regaló una tarjeta de un amigo que vende anticonceptivos muy baratos y que lo recompensa con una comisión del 5% cada vez que se venden a su nombre. Mi novia, por su parte, le dio la fórmula de un licuado de lentejas que dispara el crecimiento de ciertas yerbas aromáticas como la albahaca, para que él la aplicara a sus microcultivos de canabbis, a los que les estaba invirtiendo todo el subsidio de transporte, ahorrado gracias a la moto. Mi novia guardó la tarjeta en su top y, al día siguiente, mientras hacíamos pereza, me contó esa charla de baile. ¿Notaste que toda la estabilidad del pequeño mundo del biólogo depende de si pasa o no el período de prueba? Con razón miraba tanto por la ventana. De haberse lanzado desde ahí, se hubiera estrellado contra el techo de ese Easy. Dime dónde cayó y te diré qué clase de suicida era. ¿Sería él el que puso el tema que estaban discutiendo cuando llegamos? Esa pregunta sin respuesta dio pie a nuestro juego de desintoxicación preferido, el de hacer un No top cinco de la fiesta de la noche anterior. Yo siempre hago los impares y ella los pares, y al final consensuamos el número uno y titulamos el conteo.
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