Literatura Cronopio

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Historia como verdad y verdad como historia

HISTORIA COMO VERDAD Y LA VERDAD DE LA HISTORIA

Por Rodica Grigore*

Analizando la obra de Borges, Octavio Paz señaló que sus cuentos debían leerse como ensayos y sus ensayos como cuentos. El escritor cubano Alejo Carpentier, por su parte, fusiona ambos géneros desde el ejercicio intelectual combativo, con predominio de la tensión narrativa y de la cotidianidad. La desolación del hombre es para el autor cubano un modo de exclusión social que, además, tiene raíces en la angustia de no comprender lo que verdaderamente pasa en este mundo. Por eso, sus historias exhiben la lucha entre una modernidad que avanza y una realidad que, en muchos sentidos, se vuelve primitiva.

En el prólogo a El reino de este mundo (1949), una de sus obras mas significativas, inspirada en un viaje que había hecho a Haití en 1943, aparece el sustento de su teoría sobre lo real maravilloso, una teoría que, no obstante la innovación, bucea en la realidad con áspera dureza. Parte del éxito de El reino de este mundo se debe a que su contenido resulta de la simbiosis entre la verdad histórica y la ilusión de olvidar los hechos para dar figura humana a los mitos. En medio de las tradiciones haitianas, tienen lugar varios episodios insólitos que, a la vez, sirven para comprender mejor la realidad americana. En efecto, lo real maravilloso no surge de la distorsión, sino que, en el decir del propio Carpentier, «se encuentra a cada paso en las vidas de los hombres que inscribieron fechas en la historia del continente» [1]. Así que podemos decir sin duda alguna que fue precisamente Alejo Carpentier— aunque también hay que citar por cierto a Miguel Ángel Asturias —quien sentó las bases sobre las cuales habría de erigirse el fenómeno del «boom» literario hispanoamericano de los años 60—. Y la verdad es que es mucho lo que heredaron de él García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y también Juan Rulfo. A veces, la crítica ha discutido la paradoja de un autor que, en cierto modo, estuvo más cerca de lo europeo que de lo americano; pero los signos de su narrativa son la presencia latinoamericana y, en estrecha relación, el cultivo de una estética barroca.

De todas formas, a partir de su conocida novela El reino de este mundo, la mirada literaria de Carpentier ya era más que una concepción estética. Había en él un modo de escribir capaz de incorporar, además de tradiciones culturales, una inventiva certera para poner un punto de inflexión a la historia novelada y crear un espacio de narración viva. Su variada formación y sus múltiples intereses (la arquitectura, la música, la historia, el periodismo, las letras) le permitieron crear un mundo literario signado por la inquietud de quien ansía conocer. Todos estos aspectos pueden ser encontrados en la otra novela de Alejo Carpentier, El arpa y la sombra (1979), que trata sobre el intento del papa Pío IX de canonizar a Cristóbal Colón. Después, la intención inicial se convierte en un fascinante relato que une las intrigas del conquistador con las intrigas no menos audaces del Vaticano. Pero El arpa y la sombra no es una novela histórica al uso. Su propósito no es solamente el de reconstruirnos una época y unas costumbres (cosa que sabía hacer Carpentier cuando quería), sino el de introducirnos en el alma de un ser humano. Así que podemos decir que se trata de una obra de asunto histórico, lo que unido al hecho indiscutible de que es una novela, parece no dejar lugar a dudas y, sin embargo, el lenguaje es engañoso: cuando un lector de principios del siglo XXI lee la novela, piensa, por ejemplo, en las grandes novelas escritas por los anglosajones durante las épocas pasadas. Pero las novelas de Alejo Carpentier suelen tener una ambientación histórica: El siglo de las Luces trata sobre los ecos caribeños de la Revolución Francesa y El reino de este mundo, sobre un levantamiento de la población negra en el Haití del siglo XIX, así que el tipo tradicional de novela histórica no se respeta en el caso de Carpentier.

En cuanto a la novela El arpa y la sombra, ella está dividida en tres capítulos. El primero, protagonizado por el papa Pío IX, nos da cuenta de las razones de retorcida geopolítica (no exentas de lógica) que le movieron a abrir tal expediente. El segundo está contado por Colón en primera persona y trata de la historia del descubrimiento; y el tercero, una portentosa y cruel bufonada, trata del juicio de canonización del Gran Almirante, al que este asiste como espíritu incorpóreo e invisible. Sin embargo, el corazón de la novela está en el capítulo central: Carpentier hace de Colón un judío converso hijo de tabernero, mentiroso, pendenciero, visionario y por si todo eso fuera poco, marinero. Desde luego, la historia de cómo llegó a convencer a Isabel la Católica (a la que llama cariñosamente «Columba») después de vagabundear por las cortes europeas, es maravilloso y demuestra el gran talento de Alejo Carpentier no solamente para reconstruir una época desde el punto de vista histórico, sino también para hacer lo que le gusta más: contar una historia. Además, como señaló Fernando Alegría, los personajes del escritor cubano representan a un hombre que está consumido por el vacío espiritual y la espantosa presión que genera la decadencia del mundo moderno. Y eso vale tanto para los personajes sin ética como para las víctimas. Por ejemplo, en El recurso del método, se advierte la forma sutil en que Carpentier crea a un tirano cerebral, cuyo cinismo es el de alguien que extiende su acción a un sistema. Lo real maravilloso opera allí, también como en El arpa y la sombra, como descubrimiento y ausencia al mismo tiempo: el tirano ya está, sus actos son espantosos, pero nada es más cierto que el poder abstracto que envuelve la historia del continente; la situación será incluida de nuevo en la novela El arpa y la sombra y la idea es casi la misma: solo queda seguir buscando, luego de releer sus paginas, en un argumento que no se disuelve, el origen de signos autoritarios que aun hoy continúan latentes a través de resabios. Además, el exilio, la lealtad a las utopías y el rechazo a una modernidad de exclusión condujeron a Carpentier y a otros autores latinoamericanos a pergeñar un universo literario, en algún punto, bastante efectista. Como lo era también el estilo neobarroco, que servía para proyectar en la escritura la exuberancia de los acontecimientos.

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El interés de los escritores de la modernidad por la reconstrucción del pasado histórico se ha dirigido en buena parte al polémico tema del descubrimiento de América en un intento de revelar la cara oculta, no oficial, callada por la historiografía oficial. Desde El arpa y la sombra, novela publicada por Carpentier en 1979, a La vigilia del Almirante (1992) de Augusto Roa Bastos ha aparecido una serie de libros que tienen como protagonista a Colón y sus viajes. Todos ellos presentan, más o menos, las características que establece Seymour Menton (citado por Rosa Pellicer) para la novela histórica: imposibilidad de conocimiento de la verdad histórica o la realidad, distorsión, ficcionalización de los caracteres históricos, metaficción, intertextualidad, lo paródico y lo carnavalesco [2]. A las que puede añadirse, como señala Fernando Aínsa, la «abolición de la distancia épica» [3] por medio de la narración en primera persona, la superposición de tiempos diferentes, la presencia del anacronismo, la reconstrucción o desmitificación del pasado por medio del arcaísmo, el pastiche o la parodia. Además, uno de los temas recurrentes en las novelas sobre Colón es el de la búsqueda y hallazgo del Paraíso Terrenal en el tercer viaje, que servirá como ejemplo para caracterizar algunas de las variaciones sobre la vida del Almirante. Las novelas sobre Colón suelen citar sus supuestas palabras, tan influidas por la Imago Mundi de Pierre d’Ailly y tal vez por Mandeville, que se utilizaron para configurar su visión del personaje y de la historia. Las novelas en las que el protagonista no es el Almirante sino un personaje de ficción, se limitan a aludir al motivo del Paraíso, situación perfectamente ilustrada por El mar de las lentejas, de Antonio Benitez Rojo, en la que la alternancia de distintos episodios, el desorden cronológico, la alteración de textos originales desmantelan la autoridad del discurso histórico para reconstruir el origen del poder en términos políticos, la presencia de lo imaginario es mas bien escasa.

Muchos críticos reflexionan sobre la historia y la ficción, acentuando el carácter metaficcional de los libros del escritor cubano. Pero la relación con la historia que había mantenido Carpentier en las obras anteriores a Concierto Barroco se invierte en El arpa y la sombra, al optar de forma irónica por la perspectiva del poeta en vez de la del historiador. He aquí lo que leemos en la «Advertencia del autor» a esta novela: «Este pequeño libro solo debe verse como una variación (en el sentido musical de término) sobre un gran tema que sigue siendo, por lo demás, misteriosísimo tema. Y diga el autor, escudándose con Aristóteles, que no es oficio del poeta (o digamos, del novelista) “el contar las cosas como sucedieron, sino como debieron o pudieron haber sucedido”». Analizando la importancia del descubrimiento de América, Germán Arcinegas concluye: «Con este momento la vida toma una nueva dimensión. De 1500 hacia atrás, los hombres se mueven en pequeños solares, están en un corral, navegan en lagos. De 1500 hacia delante surgen continentes y mares océanos. Es como el paso del tercero al cuarto día, en el capitulo del Génesis» [4]. Por su parte, Alejo Carpentier vuelve sobre esa nueva imagen de América donde se sobreimprimen la fisura temporal, la impronta genesiaca y el sentido de la imagen previa del mundo. La cultura de los pueblos que habitan en las tierras del mar Caribe (1978) y El arpa y la sombra, textos aparecidos en la ultima etapa de la vida del escritor cubano, significan este camino de regreso, modulando, como bien dice Gabriela Tineo en su ensayo sobre «Variación cubana y las tierras del mar Caribe», «desde el ensayo y la ficción respectivamente, los alcances de un proyecto de escritura decididamente interesado en releer y reescribir —en clave proyectiva— los orígenes» [5].

En la novela, el retorno a los umbrales hará de la figura de Colón y de los escritos colombinos, los vectores de una doble travesía. Carpentier crea un Almirante movido por la codicia, el reverso de los que quieren, sin éxito, elevarlo a los altares: Pio IX y León XIII y sus exégetas Roselly de Morgues y Bloy. Es muy conocido el fragmento de El arpa y la sombra en que, antes de morir, al repasar la relación de su primer viaje, alude a las veces que aparece la palabra «oro»: «Es como si un maleficio, un hálito infernal, hubiese ensuciado ese manuscrito, que mas parece describir una búsqueda de la Tierra del Becerro de Oro que de una Tierra Prometida para el rescate de millones de almas sumidas en las tinieblas nefandas de la idolatría». Además, es bien sabido que la presencia del oro anuncia la cercanía del jardín del Edén. Por esta razón, aunque Colón se lamente de no haber encontrado las riquezas esperadas, se vanagloria del hallazgo del Paraíso: «¡Encontraré nada menos que el Paraíso Terrenal!» Este Colón, que no halla la mina buscada y tratará de hacer fortuna con la venta de indios caníbales en España, como tributo a la «historia» mantendrá en el cuarto viaje la idea de utilizar el posible oro existente de lo que cree tierra firme en la reconquista de Jerusalén, aunque a renglón seguido Carpentier le haga dudar de la sinceridad de sus intenciones.

El escritor cubano elige regresar a los comienzos, explorando esa escritura que le confiere «existencia histórica a América» [6], como bien lo dice Noe Jitrik. El título de la novela reenvía al epígrafe que la cifra en todo su espesor, La Leyenda Áurea, y jerarquiza la presencia de los dos términos que habrán de desplegarse sobre el orden composicional: «En el arpa cuando resuena, hay tres cosas: el arte, la mano y la cuerda./ En el hombre: el cuerpo, el alma y la sombra». Arpa y sombra se constituyen, pues, en los soportes connotadotes de las dos perspectivas —mitificadora y desmitificadora— desde las cuales, en un juego de alto contraste, se recupera a Cristóbal Colón y tienden por ello a ser reconocidos como los puntos de partida y de llegada que recorre la imagen. Es muy interesante de analizar el proceso de ficcionalización de la voz del Almirante, pronto a morir en Valladolid, a la espera del confesor, para revelar la trama oculta de una vida y de una experiencia de escritura que ni la versión hagiográfica ni la condenatoria lograron desentrañar. Sin embargo, en la intricada red urdida por las «textualidades» de la novela, no todas se dejan oír con el mismo grado de intensidad.

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El Arcipreste, la picaresca, Quevedo, García Lorca resuenan «con acabada contundencia» [7], como demuestra Gabriela Tineo en el ensayo ya citado. Y todas estas actualizan el interés del cubano por fijar el carácter dinámico de una tradición, cuyo eslabonamiento sostenido en la selección y reelaboración de los textos mas significativos del pasado, pulsa el deseo de legitimar su lugar de pertenencia. Desde esta perspectiva, podemos decir que Cristóbal Colón (como personaje de Carpentier) se convierte en lector del propio Cervantes, abrevando en su ámbito imaginario para reconocer en esta fuente inagotable el principio propulsor de su desenfrenada búsqueda de un «mas allá geográfico». Y Carpentier parece autorizarse legatario de ambos, se filtra en la voz del navegante y rinde tributo a la imaginación cervantina, apoderándose y transformando el impulso por «domesticar lo exótico» [8] (para utilizar la expresión de Said) que orienta la travesía escriturística del almirante. «La construcción imaginaria» [9], analizada por Beatriz Pastor en sus ensayos, que trae de la edad áurea de la literatura pagana la visión de un Paraíso perdido que había que «recobrar o encontrar» se permea de esa «dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados», como considera Alejo Carpentier. En efecto, los pasajes destinados a recuperar esos momentos prodigiosos, en los cuales el navegante confiesa haber asistido a la celebración del encuentro entre lo imaginado y lo real, son numerosos en la novela El arpa y la sombra; pero se despojan de las connotaciones «bizantinas» deudoras del Persiles de Cervantes. Podemos pensar en la escena del espectáculo montado por Colón ante las cortes para mostrar al mundo su descubrimiento. En inflexión expurgatoria, el almirante viejo y sin gloria confiesa: «…cuando me asomo al laberinto de mi pasado en esta hora última, me asombro ante mi natural vocación de farsante, de animador de antruejos, de armador de ilusiones. Fui un trujamán de retablo, al pasear de trono en trono mi Retablo de Maravillas».

Por su parte, el mar Caribe, como sitio paradisíaco, comienza a prefigurarse antes los ojos del lector de Carpentier Matices resplandecientes sugieren su cercanía, totalizando de inesperadas iluminaciones la percepción desde las naves del almirante: «Y de pronto, es el alba: un alba que se nos viene encima, tan rápida en ascenso de claridades que jamás vi semejante portento de luz en los muchos reinos conocidos por mí hasta ahora…» La mirada colombina es la dimensión sobre la que recala la novela para revelar los mecanismos de construcción de esos pasajes y contribuir al trastrocamiento de la visión a veces llamada por la crítica literaria hispana «maravillada». Una de las estrategias recurrentes en los documentos es la que reduce los indicios de lo diverso a un modelo de comprensión establecido. El Colón carpenteriano, distanciado del momento de la escritura, reflexiona sobre esa práctica, desenmascara el engaño: «Digo que la hierba es tan grande como la de Andalucía en abril y en mayo, aunque nada parece aquí, a nada andaluz» y los explica con ironía: «… me esmeré en describir las maravillas de las arboledas, que me recordaban (a buen entendedor) las delicias del mes de abril en Andalucía… (a buen entendedor, nuevamente)…»

Si el legado de Cervantes es el que, dijimos, lidera la construcción del mundo imaginado por el desfalleciente Colón de la novela de Carpentier y nutre de avatares las andanzas de su vida aventurera, un juego anacrónico alternativo se privilegia a la hora de ficcionalizar [sic] sus ansias frustradas de hacer nombrar lo diverso. En estos pasajes, es tanto el universo reflexivo del cubano cuanto el que cobra cuerpo en la materialidad barroca de su escritura y que resuena en la voz del moribundo almirante, alternando ostensiblemente aquellas zonas de los documentos donde se imprimen las primeras imágenes de América. Así que podemos afirmar, sin temor de equivocarnos, que El arpa y la sombra privilegia la reinvención textual de la geografía americana; hay aun reminiscencias bíblicas en la novela en cuanto a una cuestión central de la meditación de Alejo Carpentier, es decir, la tarea onomástica del escritor-navegante: «¿Y no era yo un nuevo Adán escogido por su Criador, para poner nombre a las cosas?» La contemplación y la escritura colombina inmovilizadas por asombro («un poeta acaso, usando símiles y metáforas, hubiese ido mas allá, logrando descubrir lo que no podía yo descubrir») se rinden antes de la majestuosidad del escenario de las tierras cubanas. La mirada colombina es una mirada que recorre, atraviesa y aproxima los objetos hasta hacerlos tangibles y hasta alcanzar su punto culminante en la captación totalizadora de la constelación insular: «Islas, islas, islas… De las grandes, de las ariscas y de las blandas; isla clava, isla hirsuta, isla de arena gris y líquenes muertos; islas de las gravas rodadas, subidas, bajadas. […] isla donde canta el viento en la oquedad de enormes caracolas, islas en tan apretada constelación. […] Islas, islas, islas». Las islas son «resplandecientes» pero una se destaca: Cuba. He aquí su descripción en las palabras del almirante: «Era recia, alta, diversa, sólida, como tallada en profundidad, más rica en verdes-verdes, más extensa, de palmeras más arriba, de arroyos más caudalosos, de altos más altos…» La singularidad de esta isla se enlaza con el gesto del navegante moribundo que la inscribe como única verdad en el vasto territorio de sus mentiras: «Fui sincero cuando escribí que aquella tierra me pareció la mas hermosa que ojos humanos hubiesen visto».

El encuentro del lugar prodigioso (el Paraíso Terrenal) redunda en expresiones que depositan en la facultad de mirar, la excepcionalidad de la experiencia: «Lo vi. Vi lo que nadie ha visto». Como «una variación (en el sentido musical del término) sobre un gran tema que sigue siendo por lo demás misteriosísimo tema» [10], definía el cubano El arpa y la sombra. El escritor también establece el enlace con la literatura cervantina: «Cervantes, con el Quijote, enfatizaba en Alcalá de Henares Alejo Carpentier al recibir el prestigioso Premio Cervantes en 1978, instala la dimensión imaginaria dentro del hombre, con todas sus implicancias terribles o magnificas, destructivas o poéticas, novedosas o inventivas haciendo de ese nuevo yo un medio de indagación y conocimiento del hombre, de acuerdo con una visión de la realidad que pone en ella todo y más aun de lo que en ella se busca» [11]. Pero no tan solo en el sistema de creencias y expectativas, alimentando el sueño del lector, la invención cervantina se revela como herencia: es también en las operaciones a través de las cuales la textualidad carpentariana se inscribe en una perspectiva barroca para emplazar su interrogación al pasado. Gabriela Tineo llama el proceso «una perspectiva prismática que puede validar el magisterio de una visión descompresora» [12], abierta a la investigación permanente.
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Es decir que podemos hablar de una manera de mirar, de asediar que, si en el viaje de regreso a los orígenes del «descubrimiento» opera propulsada por un movimiento relativizador de las fijezas: donde batallan la apariencia y la realidad, la verdad y el engaño, las versiones consagradas y las contra-versiones, un Colón instrumento de la Divina Providencia y otro Colón, condenado por el juicio de la Historia, en el viaje de retorno a las imágenes primigenias, fundantes de la representación de América, el movimiento, la «variación», serán portadores y desencadenantes de otros sentidos. Allí, en este proceso complicado, que no eclipsa la escritura primera sino que vuelve a ella para imprimirle una nueva dirección hacia el futuro, es exactamente donde lo barroco (el que se amasa en el universo teórico y filosófico carpentariano) deviene renovado. Y en este punto se encuentran tan bien los caminos de la historia y de la verdad, transformándose en una maravillosa y única historia textual, de una verdad para siempre estética.

BIBLIOGRAFÍA

Alejo Carpentier, El arpa y la sombra, Alianza Editorial, 1998.
Germán Arcinegas, Biografía del Caribe, Editorial Porrua, México, 1983.
Alejo Carpentier, Ensayos (Lo barroco y lo real maravilloso), Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984.
Noe Jitrik, Historia de una mirada. El signo de la cruz en los escritos de Colón, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992.
Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983.
Rosa Pellicer, Colón y la busca del paraíso en la novela histórica del siglo XX (de Carpentier a Roa Bastos), en América sin nombre: boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante, no. 5-6/2004.
Edward Said, Principios. Intención y Método, Ediciones Libertarias, Madrid, 1990.
Gabriela Tineo, Variación cubana. Las tierras del mar Caribe en «El arpa y la sombra» de Alejo Carpentier, en Istmo, Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2000.

NOTAS

[1] Alejo Carpentier, Ensayos (Lo barroco y lo real maravilloso), Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, p. 109.
[2] Rosa Pellicer, Colón y la busca del paraíso en la novela histórica del siglo XX (de Carpentier a Roa Bastos), en América sin nombre: boletín de la Unidad de Investigación de la Universidad de Alicante, no. 5-6/2004, p. 182.
[3] Ibíd., p. 190.
[4] Germán Arcinegas, Biografía del Caribe, Editorial Porrúa, México, 1983, p. 11.
[5] Gabriela Tineo, Variación cubana. Las tierras del mar Caribe en «El arpa y la sombra» de Alejo Carpentier, en Istmo, Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2000, p. 4.
[6] Noe Jitrik, Historia de una mirada. El signo de la cruz en los escritos de Colón, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992, p.
[7] Gabriela Tineo, obra citada., p. 7.
[8] Edward Said, Principios. Intención y Método, Ediciones Libertarias, Madrid, 1990, p. 49.
[9] Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983, p. 74.
[10] Alejo Carpentier, Ensayos (América ante la joven literatura), edición citada, p. 185.
[11] Ídem, Ensayos (Cervantes en el alba de hoy), edición citada, p. 230.
[12] Gabriela Tineo, obra citada, p. 9.

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* Rodica Grigore es filóloga y ensayista rumana. Doctora en Filología Románica por la Universidad «Lucian Blaga» de Sibiu. Ha publicado varios libros de crítica literaria y ensayo: Despre cărţi şi alţi demoni (De libros y otros demonios, 2002), Retorica măştilor în proza interbelică românească (Retórica de las máscaras en la narrativa rumana moderna, 2005), Lecturi în labirint (Lecturas en laberinto, 2007), Măşti, caligrafie, literatură (Mascaras, caligrafía, literatura, 2011), În oglinda literaturii (En el espejo de la literatura, 2011), Meridianele prozei (Los meridianos del narración, 2013). Además, ha traducido al rumano el libro de ensayos de Octavio Paz, Hijos del limo (2003), una selección de la obra poética del autor colombiano Manuel Cortés Castañeda, con el título general Oglinda celuilalt (El espejo del otro, 2006), el libro de narrativa breve del escritor estadounidense de origen rumano Andrei Codrescu, A Bar in Brooklyn (2006). Ha compilado también la antología de textos del Festival Internacional de Teatro de Sibiu (2005–2012). Enseña literatura comparada en la Universidad de Sibiu.

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