Literatura Cronopio

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Algunas notas sobre escritura creativa

ALGUNAS NOTAS SOBRE ESCRITURA CREATIVA

Por José Manuel Mora Fandos*

1. Verdaderamente, no se ha cerrado el ciclo romántico. Nuestra cultura persiste en algunos de sus tópicos, que atañen a nuestra relación con la literatura, como escritores, lectores. Pienso ahora en el aula de escritura creativa: repetimos debates sobre el genio, la inspiración, la intuición… Si el alumno es todavía joven, puede llegar a albergar la esperanza de que él sea también un genio. Quizás, piensa, las circunstancias han oscurecido la nitidez en esa autoconciencia, quizás han puesto demasiadas dificultades físicas, materiales… y los pocos textos que ha escrito abrasan como una duda, lejos de ser realidades que reposan en su modesta o notable realidad, y que deberían impulsar a una nueva escritura, más sabia.

En todo caso, un curso de escritura creativa puede ayudar a pisar tierra firme, piensa. Y piensa bien. En este momento no puedo evitar volver a verme como Holden Caulfield recorriendo el borde del campo de centeno, intentando salvar a los niños del precipicio. ¿Paternalismo? Mis profesores de referencia (George Steiner, Wayne Booth…) tienen algo de ese paternalismo esencial para la buena educación: firmeza en las convicciones, flexibilidad para cambiar o matizar mediante un diálogo si la razonabilidad lo pide, responsabilidad ética y comunicativa, espíritu de servicio al alumno.

2. Llegados a este punto afirmo que el primer paso para pisar tierra firme es disponerse a luchar contra las inarticulaciones del mundo interior y las perezas del yo. Con Ricoeur, pienso que la autotransparencia reflexiva de la conciencia es una quimera, y que hemos de transitar ese amplio rodeo por los signos, las metáforas, los textos, para comprendernos al comprender. Un buen escritor ha de ser un gran dialogador, un gran escuchador. Esto se consigue con esfuerzo.

3. Uno de mis héroes literarios es la pequeña Momo, de la novela de Michel Ende. Su benevolencia mediante la escucha es una virtud exquisita. En estos tiempos de voluntarismo romántico, me emociona esa esforzada apertura al otro frente a la imposición histérica del yo con que algunos pretenden defender su subjetivismo emotivista.

4. La hipótesis de ser un genio conlleva la aceptación de la inspiración como principio fundamental y tiende a hacer esperar cierto automatismo e inmediatez en la escritura. Sin embargo, nada más incierto. La escritura lograda es una batalla altamente consciente por la forma. Y en el proceso de la escritura, al comprender lo arduo de este logro comprendemos la informalidad que constantemente acecha nuestras vidas. No es fácil la vida, y es fácil dejarse llevar. La vida líquida que constata Bauman es una facilidad. ¿Pero cuándo ha salido algo valioso de una instalación en la facilidad? A mi alumno voluntarista le diría que se puede persistir en delicuescentes quimeras, pero que cada modesto centímetro que ganamos de tierra firme es una felicidad que nos impulsa creativamente.

Forma, intención comunicativa, proceso, perseverancia, construcción textual, son principios que pertenecen a diversos planos, pero solidarios y en co-pertenencia. La escritura literaria es un lance que lo pide (casi) todo, y lo primero, la voluntad de abandonar la estupefacción solipsista. A cuento de esto, quiero compartir ahora unos apuntes sobre la intención comunicativa.

5. La intención comunicativa puede ser muy intuitiva y certera en situaciones vitales sencillas y claramente codificadas en una cultura, como pedir un café: nadie reflexiona sobre su intención comunicativa cuando se acerca con cafeínica sed a la barra del bar. Con naturalidad produce un texto oral fiel a su intención. Pero ¿qué ocurre en la producción de un buen texto literario? La intención comunicativa del emisor se va fraguando, aclarando en el proceso de la escritura, porque el escritor aspira a un mensaje-texto complejo, profundo, fiel a su ley interna que lo hace único; porque se encara con realidades personales de naturaleza cognoscitiva, ontológica, ética, existencial cuya universalidad intuye y busca… que confluirán, con trabajo en un texto logrado. Nuestra cultura de la inmediatez ha desterrado la virtud de la paciencia. Pero sin paciencia no hay buena escritura.

6. Escribir sin esa tensión por la intención comunicativa es como generar nubes: quien se las encuentre podrá jugar a constreñir imaginativamente los perfiles para que muestren el sentido/la forma de una manzana mordida, de la contorsionada cola de un gato. Podemos jugar como lectores de nubes, pero sabemos que allí no hay ninguna inteligencia que nos proponga el encuentro con una imagen preparadamente abierta, ni una incitación inteligente a la que respondemos reconociendo, completando y añadiendo sentido. Un buen escritor no es un irresponsable generador de nubes.

7. La intención comunicativa solo llegamos a saberla (mejor) al final de la escritura. Un pensamiento coherente con esta afirmación sería: «Al final del proceso de mi escritura, espero haber comunicado lo mejor posible mi intención. Bueno, lo más sencillo, realista y prudente será decir, al final del proceso de la escritura, que lo que quiero comunicar es este texto. La obra literaria no es algo que se cuenta sobre algo que pasó (para eso está el relato histórico o el periodístico), sino producción de algo en sí, poiesis aristotélica, que ha de ser fiel a su propia ley. Lo demás, es labor del lector». La obra lograda siempre nos supera en algún sentido, aunque solo sea porque hay siempre una imborrable borrosidad en lo humano. Siempre decimos más o menos de lo que queremos decir, pero es esencial querer decir algo. Nunca la designación exacta, aunque debamos ser lo más veraces posibles con nosotros mismos. Y a la escurridiza naturaleza del material con el que trabajamos (el lenguaje… el alma) hay que sumar el primer vicio del escritor, la pereza intelectual. Y pongamos la guinda final: solo sabemos nuestra intención al intentar decirla.

La lucha por la intención comunicativa no es prescindible, por muchas lecturas y muy inteligentes que una infinidad de lectores pueda hacer. Que cada cual cumpla con su responsabilidad.

8. Si al dar por terminado el texto no sé en algún grado significativo y suficiente para mí lo que he querido comunicar, cuál ha terminado siendo mi intención, entonces es que la escritura no ha concluido como texto logrado. Puede permanecer como un intento o un texto todavía en construcción-revisión.

9. Este grado suficiente de conciencia de escritor no impide que en la lectura se den nuevos sentidos. Pero posiblemente la generación de sentidos nuevos en el lector depende, en parte, de que el texto sea capaz de transmitir en la lectura una percepción clara de intención comunicativa, dependiente de una sólida estructuración textual, un trabajo configurador rico, consciente, elaborado, de una búsqueda de universalidad. El lector nota que está en buenas manos, aunque no entienda totalmente qué significa lo que lee o qué significará al final de la lectura. Si una metáfora de la práctica médica aporta alguna luz a esta relación rica y compleja, le diría al alumno que el lector ha de poder interactuar con el texto como el paciente con un buen médico: no necesita saber medicina (narratología, estilística, retórica, etc.) para ser curado; pero para dejarse curar ha de ejercitarse en la confianza, que vendrá facilitada por la percepción de signos de buena praxis en el médico.

El (buen) lector comprobará que estaba en buenas manos, sobre todo en la segunda navegación que propone Juan José García-Noblejas: en esa lectura holística que hacemos al terminar la lectura diegética, la de entender y dejarse llevar por la trama. En la lectura holística captamos el sentido de la obra, o uno de sus principales sentidos, y siempre en ese diálogo de buenos lectores que ponemos en marcha desde el mundo personal que traemos a la lectura. O dicho de modo rítmico: las buenas manos de los buenos escritores propician e invitan a los buenos lectores a buenos diálogos con buenas propuestas de sentido.

10. T. S. Eliot habla en los Cuatro cuartetos de la «insoportable lucha / con las palabras y los significados». Hay que experimentar, en algún momento, la insoportabilidad [sic] de la lucha para escribir un buen texto. La buena noticia es que no hace falta ser un genio para llegar ahí.

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* José Manuel Mora Fandos es profesor de literatura y escritura creativa en el departamento de Filología Española III de la Universidad Complutense de Madrid. En el Máster en Escritura Creativa de la Universidad Complutense (MUEC) imparte las asignaturas «El oficio de escribir» y «Retórica, composición y análisis». Ha publicado los ensayos Leer o no leer. Sobre identidad en la Sociedad de la Información (Biblioteca Nueva, 2010) y Tan bella, tan cerca. Escritos sobre estética y vida cotidiana (La Isla de Siltolá, 2011). Recibió el Premio Miguel Unamuno de cuentos (2001), fue finalista del Premio Hucha de Oro de cuentos (2003), recibió el premio Vila de Mislata de Poesía (1997). Su poesía aparece en Las dos hermanas. Antología de la poesía española e hispanoamericana del siglo XX sobre pintura (Fondo de Cultura Económica, 2012). Ha preparado y traducido la antología Poemas escogidos. William Wordsworth (La Isla de Siltolá, 2015). Es editor de Aprender a escribir con Jane Austen y Maud Montgomery, de Inger Enkvist (Fragua, 2015). Escribe periódicamente sobre literatura, lectura y escritura en su blog Mil lecturas, una vida.

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