Literatura Cronopio

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Homo homini lupus

HOMO HOMINI LUPUS

Por Yván Serra Díaz*

[x_blockquote cite=»Plauto» type=»left»]«Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit». «Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro». [/x_blockquote]

La multitud se agolpaba alrededor del cadáver. De este ya había desaparecido el pelambre de su cuerpo, como es natural que ocurra cuando un hombre lobo muere. Al limpiarse la cara se pudo ver el rostro de Alberto Méndez. Habitante de la zona, considerado huraño por sus vecinos, quienes lo veían solo en las compras cotidianas con la cara inexpresiva.

***

Al llegar la patrulla, la gente despejó el lugar para dar paso a los policías encargados de atender la emergencia.

—¿García, tú qué crees?

—Un suicidio clásico, comisario.

—Así parece, pero no podemos descartar nada. Averigua dónde vivía el occiso. Puede ser que alguien lo haya empujado. Llama a la fiscalía, porque necesitamos una orden para requisar su apartamento.

—Enseguida, comisario.

García, luego de averiguar con los curiosos donde vivía Méndez, toma el celular y realiza una llamada. A los minutos tenía la orden de inspección.

—Son 10 pisos. Ni siquiera un hombre lobo soporta una caída de casi 30 metros. No hay puertas forzadas, ni vestigio de lucha. Todo parece confirmar la hipótesis del suicidio. Esto es lo que nos faltaba, comisario, un hombre lobo se deprime y decide quitarse la vida lanzándose desde una ventana ¡Se habrá visto!

—Revisa bien, García. Tenemos que presentar un informe y al comandante le gustan las historias. Nada como un parco comentario de un tal Méndez, quien sabe por cuál razón se quitó la vida. Que exista un chisme, como a él le gusta. Creo que es un periodista frustrado, y quizás por eso se metió a detective. No tanto para hacer el bien, sino para descubrir las historias que están detrás de los crímenes. Tú sabes, puro placer. Así que si no hay historia, tendremos que inventársela.

—Pues como que no habrá que inventar mucho, comisario. Mire este papelito, parece su carta de despedida.

—Ahora sí que nos arreglamos. Además de suicida, cursi y demodé. ¿Este señor no sabía que ahora la gente cuando se mata ya no escribe cartas? Sencillamente se tira al vagón del metro cuando está pasando, se descarga un disparo en la cabeza o se cuelga de una viga. Ya no dejan explicaciones de por qué lo hicieron. Los muertos no tienen nada que explicar.

—Pero esta carta tiene interés criminalístico, comisario.

—Por supuesto García, dámela para leerla. Mi esposa me tiene preparado unos raviolis y no quiero perder el tiempo el día de hoy. Esto nos servirá para salir a tiempo de la guardia.

—Pero hoy nos toca una guardia de veinticuatro horas, comisario.

—¿Ahora te la quieres dar de correcto, García? Deja la pendejada y terminemos ya con esta vaina, que ya son varias noches que no llego temprano a casa.

«Muchos consideran una ventaja ser diferente. Hallar lo atractivo que se posee en primacía, y es de esperarse sirva para causar admiración en los demás. Pero hay diferencias que en lugar de provocar consideración, producen repugnancia. Otras, llegan a ser fatales. Y en ciertos casos, como el mío, llegan a ser intolerables. Ser en ocasiones lobo me provoca una sensación de extrañeza. Si bien los cambios físicos son de por sí perturbadores, lo peor ocurre en el alma: De repente dan ganas de salir al bosque y cazar, devorar la carne de presas, quienes no se saben acechadas por mi instinto asesino. Sigiloso, esperar un momento de soledad, cuando de manera descuidada pasea distraídamente por las calles sin dar cuenta del peligro. Y atacar. La mordida inmediata al cuello y comer lo que se pueda, antes de ser descubierto. La sensación de la carne al ser despedazada por mis dientes es inenarrable. La huida con la satisfacción de haber cumplido con lo que mi instinto pedía. No niego la emoción de la caza y la ansiedad que ocasiona el momento, la adrenalina al máximo. Ningún placer se compara al momento de tomar la presa. Pero al final dejo de ser bestia, y el humano posee remordimientos».

«Este llega cuando nos abandona el plenilunio. Luego de la euforia de la cacería, sobreviene la tristeza, la compasión ante la víctima, que nunca buscaré intentar saber quién fue. Sé que mis días están contados. Pronto descubrirán que el culpable de tantas muertes soy yo, o lo que se apodera de mi cuerpo en las noches de luna llena. No podré escapar de la justicia humana, tampoco deseo ser internado en un sanatorio mental. De seguir libre, seguiré matando. Quizás moriré despedazado por una muchedumbre ansiosa de venganza, o conducido a la justicia donde viviré mi soledad en una celda de máximo aislamiento. A lo mejor me toman como caso de estudio, pero encadenado para evitar el daño que pudiera causarles a mis custodios. Vendrán lunas llenas y el lobo que necesita ser libre, estará enjaulado».

«Hoy es plenilunio, y frente al espejo comienzo a ver mi cara transformarse. La decisión debe ser pronta, antes que aparezca mi instinto cazador».

—Comisario, hoy como que es nuestro día de suerte. Dimos con el asesino que tenemos varios días buscando.

—Sí, García, un día de suerte. Recojan el cadáver y demos este caso policialmente cerrado. En este momento solo pienso en los raviolis. A lo mejor un día de estos te invito a mi casa para que los pruebes —comentó antes de subir a la patrulla rumbo a la comisaría.

***

Alberto Méndez después de estrellar su cabeza contra el pavimento nunca vio cómo su cadáver era curiosamente olisqueado por la muchedumbre. Los paramédicos, quienes trasladaban su cadáver, bebían su sangre antes de ingresarlo a la ambulancia; transportado a la morgue por un chofer que aullaba para abrirse paso entre la multitud, allí sería analizado por un forense, quién aprovecharía sus despojos para dar de comer a sus hijos, y mientras esto pasaba, un par de policías lobos se encaminaban a una jefatura policial para escribir el informe de un suicidio.

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* Yván Serra Díaz. Venezolano, nacido en la ciudad de Puerto La Cruz en el año 1963, residenciado en Valencia, Venezuela. Licenciado en Estudios Políticos y Administrativos de la Universidad Central de Venezuela en el año 1986, y Master en Administración en el Instituto de Estudios Superiores de Administración. Ha trabajado en la gerencia pública y privada y actualmente dirige una firma de Investigación de Mercados y estudios de Opinión Pública, actividad que comparte con la docencia donde conduce las cátedras de Teoría Política, Políticas Públicas e Investigación Electoral en las universidades de Carabobo y Arturo Michelena. Su trabajo como columnista fue reconocido por el gobierno de Carabobo en los años 2010 y 2011 y su blog «El periscopio de Yván Serra» fue ganador del VIctory Awards en el año 2012. Como escritor de ficción publicó el cuento «Compasión» en el libro Urgencia del Relato II, de la Editorial Zona Tórrida.

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