MURAL CON ARQUEÓLOGO Y OTROS MICRORRELATOS
Por Jorge Etcheverry*
MURAL CON ARQUEÓLOGO
Como las huestes de animales que comen y beben desde el cuerno de la abundancia en otras mitologías que surgieron en culturas ya con ciudades, el artista paleolítico que hizo el mural, o los artistas muestran esa miríada de seres bastante desdibujados, algunos antropomorfos que se yerguen, reptan, parecen volar hacia o desde puntos más bien luminosos en varios lugares del mural. Algunos de entre nosotros tratamos de establecer figuras simbólicas, o preñadas de algún significado y ligadas a la miríada de representaciones de signos, figuras geométricas alusivas que casi todas las culturas han ido secretando, trátese de mitos, religiones o la concentración abstraída de consignas políticas y concepciones de mundo (Weltanschauung). Las afirmaciones definitorias no han sido posibles y sólo han llegado al nivel de la conjetura, debido a las normas de la Fundación y sus limitados medios, el hecho de tener que ceñirse a disposiciones nacionales e internacionales, normas del trabajo de fijación y autentificación arqueológicas y paleohistóricas. La seriedad académica que tenemos que mantener a toda costa, la autentificación de fuentes y el imperativo de no dejar de mencionar en cualquier producto de la investigación, por preliminar o provisorio que sea, al o los autores que hayan podido sentar, aludir o establecer precedentes, aunque parciales, han sido otros elementos a considerar. Además nuestra manipulación ha tenido que ser lo más cuidadosa posible para no alterar por ejemplo la temperatura y humedad ambientales. Este mismo informe no puede ser divulgado, y a veces me pregunto si con todas estas (y otras) restricciones (o red tape) vale la pena de seguir con esta investigación que no se puede negar que algunos consideran como un derroche de los ciudadanos impositores. Esta nota en papel va a ser destruida (shredded) en algunos momentos.
ADVERTENCIA A TELEVIDENTES, IPÓDEOS, ETC.
Cuando la noticias se despliegan en las pantallas o se hilvanan en los reportajes, ¿es acaso la adrenalina la que nos mantiene con los ojos fijos, recibiendo, asimilando y atesorando la ira? Nos resistimos a que la masacre acumulativa de esas viñetas sangrientas venga a reemplazar a las películas cada vez más fomes, a la música que ya nos deja más o menos igual. Con la micropantalla en la mano cuando sentados en trenes, aeroplanos, o sentados en el sillón frente a la tele, los espectadores se conmueven, se espantan y se enrabian cuando miran esas imágenes. En alguna parte del tejido nervioso, los centros procesadores de la materia gris ya empiezan a bostezar aburridos de la repetición que atenúa, desdibuja y a lo mejor borra hasta lo más terrible. En el peor de los casos un inconsciente afán de novedades hace que los dedos cambien el canal para brindarnos nuevas cargas de atrocidades. En el mejor de los casos una voz acaso nos susurre que tengamos cuidado: no sea que las células sean las que nos piden un poco más de adrenalina y no los altos ideales que siempre profesamos.
CUERVOS
«Cría cuervos y te sacarán los ojos». Mentira. Más crueldad verás en esa bandada de gorriones que persiguen a picotazos al miembro débil o enfermo hasta ocasionar su muerte. A vista y paciencia nuestra que paseamos por una calle bastante moderna, no te creas. Estoy haciendo un poema largo llamado gorriones— hace años de esto— y ella propone hacer un change and replace y ponerle en cambio Codornices, inglés quail. Los cuervos de un parque en British Columbia le copian a patos y aves exóticas y nadan en la fuente o se sacuden el agua para que les tiren comida los turistas. Negros se remontan con mariscos en el pico junto a las gaviotas y los dejan caer desde lo alto para romper caparazones y conchas y comerse las entrañas. O disputan a los buitres la carroña de incontables animalitos que aplastan los autos en las interminables carreteras del país. El cuervo es el delfín de los pájaros, Francisco dice, desplegando ante nosotros el pavor de la biología. Los pollos recién brotados del cascarón mueren de hambre sin un pájaro al lado del que puedan aprender cómo comer. Los nazis ya estaban empezando a adiestrar cuervos para que transportaran cámaras y bombas como los delfines de los gringos. En la cadena sin fin y circular de la lucha por la supervivencia en este planeta y otros, no somos nada. La naturaleza a lo más es un espejo de nuestros talentos y limitaciones.
CORAZÓN / POESÍA
El corazón, o centro de la poesía, es como un punto desde el cual las circunstancias de la existencia, de todos conocidas en teoría, se despliegan, o se van desplegando, como ondas concéntricas, para encontrar resonancias en algunas ondas de este vasto mar humano, que pese a las cambiantes, o según algunos, evolucionantes condiciones sociales e históricas, podrá responder en su intimidad e identificarse con esos avatares, por los que a la postre todos atravesamos, pero que quizás pasan y nos dejan impertérritos, sin poder calibrar su importancia vital. Ni más, pero tampoco menos, es la poesía, o lo que se entiende por poesía. En definitiva, recordarnos que pese a las horrendas circunstancias, la alienación, los sacrificios masivos, las torturas e inmolaciones que se suceden y parecen incrementarse día tras día —o acaso se amplifican por nuestro acceso a la información inmediata y a veces gráfica de los medios sociales de comunicación— seguimos siendo gente. No parece mucho a primera vista, pero quizás, si prestamos un poco de atención, puede que lo sea todo.
CUERPO Y MAÑANA
El cuerpo se desglosa en longitudes, anfractuosidades, superficies, pelos y agujeros que mirados con calma parecen tener vida propia. Los años nos enseñan —si tenemos el tiempo libre para considerarlo desnudo, de arriba abajo— a su examen minucioso —yo siempre lo hago temprano en la mañana—. Por la ventana me llega la luz del sol, si tengo los visillos corridos. Ella lleva en su seno esa ola de ruidos de todo el mundo que se despierta conmigo —otra vez desde el ocio una parte del cuerpo, la de detrás de los ojos— me susurra que quizás esta mañana sí va a haber sorpresas desagradables. Afuera cantan los gallos —o me parece o es la memoria—. Así nos levantaremos digo, para celebrar el sol, esta mañana y muchas. «Ojalá» me susurra una lengua detrás de la lengua.
Quizás por cuánto tiempo nos preguntemos, implícita o explícitamente, como tantos antes o después de nosotros, ya sea mirando fijo cuando inmersos en las labores del sustento, ya sea sumidos en la meditación filosófica, ya sea de manera implícita.
DESPERTAR CON TRENES
El joven que despierta en la cama se fija en las paredes, los cuadros y fotografías de las mismas, unas voces que escucha, femeninas por lo altas, otras más bajas de hombres, seguro. Cierra los ojos otra vez por unos instantes. Un reloj da unas campanadas atravesando las voces y otros ruidos. Parece que a lo lejos pasa un tren. Cantan pájaros, piensa «gallos, seguro». Pero no tanto, entonces gansos de latitudes opuestas que inmigran o emigran según las estaciones. O a lo mejor pájaros ignotos que vuelan etéreos o pesados en este ámbito en el que se despierta —pasa otro tren—. Una voz de mujer vocea algo que vende por la calle que está afuera. Perros ladran. Hay un poco de luz, tiene que haber una ventana —pasan más trenes—. ¿Cómo se llama esta parte?, ¿cómo me llamo yo? Las voces llegan desde más allá de la pared, de una pared, o desde detrás de la puerta. Se fija que hay una mesita adosada a un rincón. Un par de sillas, vacías —siguen pasando trenes—.
ASIENTO AL LADO DE LA VENTANA
En su momento y todavía inmerso en la naturaleza que tenía a mano, dependiente de los sentidos, dejándose llevar por los gestos congelados en lucha mutua de pastos contra arbustos y árboles y entre ellos, en un conflicto de eones que podía sentir, superponer al paisaje que pasa rápido en sentido opuesto al del bus interprovincial —mira por la ventana—. No se puede negar que todo es producto de la configuración geográfica de la naturaleza —todavía no ha salido del país, eso es lo que conoce— hilvanaba, como digo, ese otro paisaje —o el mismo en tiempo comprimido— y brotaban entonces otras historias y ámbitos —no se me malinterprete— muy basadas en eso afuera.
Los sentidos abrían las alas muy en su casa, el verde (casi) limón de las paredes de su cuarto y antes —los jugos de plantas molidas en diversas botellas llenas de líquidos de espesor variable de todos los tonos de verde del limón a una pasta oscura, espesa—. Los álamos descortezados y después muertos a machetazos porque al crecer levantan con las raíces —o amenazan hacerlo— los cimientos ligeros de esas casas. Pero antes —mucho antes— las visitas nocturnas de unas gemelas que reían y se escondían en el velador, el joven seminarista con que conversaba en las noches de sus cinco años —diminutos hombres y niñas que aparecen en el jardín, el huerto, se esconden rápido bajo las hojas de los zapallos—.
Como crisálida envolvente, espesa, pero insustancial, que depende más bien del sujeto que de la objetividad —esa interpolación para aclarar un poco a lo que nos referimos— como un centro que se irradia y a la vez dentro de esa esfera nos movemos —alguna vez la edad y la conciencia nos permitirán cruzar todo eso y sobrevolarlo incorpóreos, no es que a mí me interese mucho—.
Demasiado repetidos los instantes. Una conflagración de memorias estalla cuando caemos en el sueño. Los jóvenes de todas las latitudes en el extremo inverso de este proceso se ensañan en soñar despiertos —ya no es el caso nuestro—.
Los pájaros que abren abanico reiterado, los gorriones los más, las palomas que se dice que en su momento amenazaron las ciudades de la América del Norte —¿Son las mismas?—. Gaviotas recién aclimatándose a la ciudad volando sobre basurales. Enormes pelícanos muy al paso por algunas playas. Muchas otras especies, ya inventariadas por otras voces más grandes y abarcadoras —al menos en lo que se refiere a ese terruño—.
EXPULSADO
La tarde que como capullo claro se abre entre el ramaje gris y quebradizo del día —el pecado que desde mi conciencia alisa tu falda sobre los muslos— y tú que te enredas en el ovillo de tu propia vida con esa concentración casi animal y que no envejece— yo afuera al descampado sin entrar a la choza el palacio o la cueva —a la intemperie como cazador errante y culpable como mis antepasados dando vueltas en medio del frío y la niebla erradicado del seno tibio del paraíso—.
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*Jorge Etcheverry, nació en Chile el 24 de octubre de 1945, vive en Canadá desde 1975. Es poeta, prosista y crítico. Cronipoemas, su sexto libro es de 2010. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Canadá, México, Cuba, Estados Unidos, España y otros países. Figura en antologías como Cien microcuentos chilenos, Armando Epple, Chile, 2002; Los poetas y el general, Eva Goldschmidt, Chile, 2002; Latinocanadá, Hugh Hazelton, 2008 y The Changing Faces of Chilean Poetry. A Translation of Avant Garde, Women’s, and Protest Poetry, Sandra E. Aravena de Herron, USA; Antología de poesía chilena I. La generación de los 60 o la dolorosa diáspora, de Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris, 2012; Alquimia de la tierra, de Santiago Aguaded Landero, Dante Medina y Sarah Schbabel, España, 2013 y en Elogio del Bar, bares y poetas de Chile, Gonzalo Contreras, Chile, 2014. Su antología Chilean Poets: A New Anthology fue publicada por Marick Press, USA, 2011