Literatura Cronopio

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LA CLARINETISTA

Por Juan José Palacio Ríos*

«El amor, según he oído decir,
unas veces vuela y otras anda;
con éste corre y con aquel va despacio;
a unos entibia y a otros abrasa;
a unos hiere y a otros mata»
(Miguel de Cervantes)

Ella tan lejana, tan ajena, tan absorta, tan minúsculamente mía, ella está a diez filas y media tarima de distancia; el clarinete soprano, que la ata al súbito rayo de inspiración, contando tres sillas a mi derecha desde la frontera con las flautas, me obliga a serpentear en el asiento y de esa manera todos comienzan a bailar en un mesmo encantamento. Me gusta observarla con su piel de satín revestida de negro, atuendo usual de la banda departamental. Mi observar es obsesivo, dentro de mí es una galería, una procesión, una mujer con los labios pintados, los ojos pintados, los senos pintados en mi cabeza.

Termina el concierto, yo permanezco en el asiento; olvido por un rato cómo caminar en mi mundo deseando resbalarme por sus caderas. Me levanto, me dirijo a la salida con aire meditabundo, miro el suelo mientras el escenario es desprovisto de las sillas donde quedan los restos de levedad de los músicos, mi vida, ahora carente de la plenitud absoluta que me obsequia mi clarinetista, deviene luctuosa. La ciudad me otorga el cobijo que un caminante cualquiera podría tener. El invierno se manifiesta, la cocaína me atrapa en una cárcel escarchada.

Uno, dos, tres, cuatro meses han pasado desde que me fijé en el rostro canelado de aquella mujer; cada cuatro domingos me acerco al teatro por mi dosis de felicidad, me gusta ver su relación con el instrumento, imagino que sus manos se mueven de igual manera, con la misma intensidad, sobre mí.

DOMINGO 8 DE FEBRERO

Despierto gracias al sol que se escurre en mi habitación por culpa de la malicia de mis cortinas; me levanto con los ojos adormecidos y voy a la cocina a besar la cafetera, enciendo la radio:

«Recuerden que hoy en el teatro ****** se presentará a las siete de la noche la banda sinfónica departamental, bajo la dirección del maestro ******»

La felicidad me esclaviza, la cordura mengua, las emociones se apretujan en ese lugar donde se supone está el corazón, mi obsesión se une a mi vida con una aguja enhebrada por un alambre oxidado. Aspiro con fuerza, las manos se aferran a las rodillas, los ojos miran a la zaga, galopa el pulso, los labios se pierden en la nevada. Un baño, un perfume, tres cigarros y una puerta abriéndose; la clarinetista espera, sin saberlo, por mí.

Camino por la calle ****** y recuerdo mi pasado con nostalgia, el pueblo, levantarme temprano a ordeñar las vacas, que estaban marcadas con el sello familiar, los alaridos de papá, la comida con sabor a leña de mamá; recibí en el campo mi primer libro, le escribí mi nombre con lapicero de color rojo: «Leonardo», luego, por mi cumpleaños recibí otro libro y de libro en libro llegué a la gran ciudad, sin apoyo de mi familia en esta ocasión, con delirios y ansias de urbe.

¿Me quiere la clarinetista como yo a ella? Quizá su amor sea recíproco, cuando creo que me mira desde el escenario yo me porto indiferente, desencajo los ojos y los hago volverse hacia el director, luego la asimilo de nuevo y sonrío. Como si estuviéramos en un bar aguardando una iniciativa, vivimos cada presentación de esa manera.

Atravieso la puerta del vestíbulo y entro al purgatorio, tomo la información del concierto de hoy y me sorprendo, es ella:

«Concierto para clarinete en la mayor K622 de Wolfgang Amadeus Mozart. Interpretación especial de ******»

Hoy es su turno, allí está, frente a toda esa recua que pretende opacar su grandeza; todos la observan con ojos de asombro, siento celos, corro al baño para aspirar antes de que inicie el concierto, la tranquilidad debe acontecerme antes de que ella. Tropiezo mientras escalo hacia mi silla. Fila 10, asiento 8, mis ojos titilan, comprenden la realidad del sentir propio.

RONDÓ ALLEGRO

Jamás la había observado con tanta atención, es un frenesí de exaltaciones, está de pie intentando asesinarme, ¡Qué nadie más se atreva a morir!, sus dedos bailan y sus largas piernas soportan la avalancha de notas hijas del silencio. Elegante fábrica de plenitud, cierras tus ojos y juntas tus párpados con fuerza, como si tus pupilas intentasen escapar, como si yo estuviera allí, apropiándome y haciéndote, como si el clarinete fuera un simple placebo de mi cuerpo.

Me paro y te aplaudo, lo mereces, me encuentro henchido de orgullo, amor, permíteme llamar a esto amor.

ESE MISMO DÍA EN LA NOCHE

Estoy sentado junto a la estática de la radio, única compañía que puedo permitirme por respeto a mi clarinetista. La sueño dibujada en el aire que respiro, pero no soy capaz de tocarla, aún compuesta por trazos tan realistas. Aspiro una y otra vez pensando que es su esencia blanca y liviana.

Yo soy en cuanto te pienso, porque de ser más tú serías menos, psicopatológico desquicio por ti, simplemente puedo permitirme lo más cercano a tu alma. La luz, con su cadencia que gusta de intimar con el averno, me agobia en tu ausencia. Je ne sui pas. I am not. Yo no soy. La lucidez jamás te permitirá, jamás te encontraré anatómicamente concebida para hacerme delirar, literariamente acertada para cubrir las noches en claroscuro. Este asunto de la dependencia se ha tornado muy triste; dependo de ti no sé para qué, por qué, con qué y puedo utilizar todos los auxiliares interrogativos que lleguen a mí, pero mi baja autocondescendencia entra en negación.

Cuando aspiro en la nieve hay menos pasos hacia nuestra mutualidad. Si caminaras hacia mí, buscándome, si llegaras a moverte ante mí como te mueves con tu clarinete, esa plenitud sería excesivamente perturbadora, pero ese suceso no se atreve a permitirse. Aspiro más y más polvos blancos. Mía, dulce mía, de suspiro en suspiro me he convertido en tu sombra y ahora apareces a contra luz anidada en mis brazos, no lo entiendo, injustas alucinaciones, pero qué importa entender, dime algo manchado de amor, no creo no merecerlo, con devoción te he adorado.

El hecho de trabajar es un absurdo, puedo vivir de ella, del hecho de observarla, alimentando mi alma con su melodiosa respiración. Aunque siento la vida desgastada, mi estómago se engulle a sí mismo, quizá la palabra «quizá» es un sinsentido o probablemente me equivoque, pero no sé qué desvarío es el más fuerte: pensar que ella espera por mí o pensarlo y no asegurarlo. No hay café, solo tengo el desvarío de tu ausencia, esas cuatro semanas de desasosiego completo.

DOMINGO 1 DE MARZO

Estos días no se han apiadado de mí, todos han corrido relativamente y con el desespero tuyo a cuestas, pero ya estoy en la puerta. Sé que me deseas, pero cómo hacértelo saber.

Hoy interpretan un poema sinfónico, llamado Mazeppa, de Franz Lizst, puede que la clarinetista me acepte en su aposento, estoy preparado para ella, hoy no he probado los polvos que caen de su alma, hoy quisiera su existencia completa, cada partícula. Hoy me amarás y desanudarás tus amarras negruzcas.

El concierto ha empezado y no me he dado cuenta, ahora me engaña el tiempo, es Ad livitum, sigue el mundo sin mí. Solo espero un segundo, un momento en el cual me permitas ser tuyo, es simple y coherente mi pedido, no exijo todo, no, me conformaría solo con un pequeño roce que me permita probar tu alma; la puerta está al lado izquierdo de la tarima «ACCESO SOLO A PERSONAL AUTORIZADO», me autorizo mil veces yo mismo, la muchedumbre me ocultará, no sé qué me aguarda el cielo.

Último movimiento y no he escuchado nada más que mi corazón tiritar de miedo. ¿Estaré entusiasmado con verdades absurdas? El concierto ha culminado, debo correr, aplauden, el ruido y la muchedumbre son en este instante mi boleto a tus cabales, solo debo procurar no ser percibido; burócratas, entendido, amantes de la música, nadie sabe qué es el amor verdadero. Logro atravesar la puerta de San Pedro y todos los trabajadores de logística se encuentran atareados, un minúsculo pedazo de luz me da la entrada a los camerinos. Mi traje negro desgastado me sirve para simular que hago parte de ellos, pero nadie me mira para beneficio mío, nadie se detiene a determinar mi existencia.

 

¿Dónde estás? Tu aroma se pierde entre el olor a madera vieja del escenario. Camino en diferentes y numerosos cuartos, me asomo en cada uno de ellos sin ser visto, uno, dos, tres, cuatro cuartos, ninguno, continuaré por el pasillo. El camino me lleva a un cuarto retirado de los demás, hay un imponente espejo y un asiento, me acerco a ver mi reflejo pero solo encuentro un resquicio fantasmagórico, alguien azotado por semanas de ayuno, pensamiento y masturbación en la idolatría de una persona tal vez minúsculamente suya. Qué me sucede, no nos encontraremos, me iré. Yo no soy para ella. Caminaré por el pasillo hasta el fondo, viraré a la izquierda para salir por la puerta que me condujo aquí, volveré al pueblo y recuperaré lo que sea que haya sido alguna vez, existiré de nuevo; reflejo que multiplicas mi pena. Antes de salir diviso gracias al espejo una figura alta que se encuentra en la puerta, con una piel de satín revestida de negro, un par de gotas de sudor bajándole por el cuello, labios caníbales, dedos danzantes, senos sinceros y ojos agobiantes.

LUNES 2 DE MARZO

No sé por qué sucedió todo, simplemente sentí miedo, un miedo irreal, conversamos, ella lanzó palabras y yo solo me defendí.

—¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi camerino? Si no se retira en este momento deberé llamar a seguridad —Me dijo ella. Al escuchar esto yo la miré, caminé a la puerta y ella entró a la habitación sin dejar de mirarme, estaba en todo el centro, en el espejo se reflejaba su espalda y pude ver en él cómo mis ojos perdían su órbita, cerré la puerta con pasador. —¿Cómo no me puedes amar si hemos sido todo? —Le dije acercándomele. Ella asustada caminó de espaldas y chocó con el espejo, la miré y le sonreí, mi rostro la asustó aún más, me apartó bruscamente y corrió a la puerta, la tomé del cabello, la halé y la hice arrodillar, intentó gritar pero mi mirada la amordazó, lamí su cuello, allí pude besar la gloria. Rompí en llanto y la hice parar para poder mirarla frente a frente. Besé su mejilla, me volteé y pude ver en el reflejo el horror que ella estaba sintiendo, esa insoportable pesadumbre. Destrocé el espejo de un golpe, la sangre fue cayendo desde mis nudillos y tomé uno de los trozos afilados, este me cortó la palma de la mano. Me dirigí hacia ella, mis ojos se encontraron en su lugar, la agarré por sus cabellos de nuevo y esta vez se resistió, la tumbé al suelo con dificultad y con las piernas aprisioné sus brazos, luego con el vidrio, mientras mantuve con el otro brazo su cabeza inmóvil, comencé a escribir entre su pecho y su cuello «Leonardo» mientras ella gritaba horrorizada por el dolor y alguien golpeaba la puerta intentando abrirla.

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* Juan José Palacio Ríos es estudiante de Licenciatura en Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira (Colombia). Ha publicado en El Diario del Otún y en la revista La Astilla en el Ojo. Estudiante líder del Semillero en Narrativas Contemporáneas y Estudios Culturales del departamento de Humanidades de la UTP, en el cual se desarrollan investigaciones a propósito de las nuevas formas de narrar y la relación de estas con el nombre; de las prácticas renovadoras de la pedagogía y estudios socioculturales del hombre contemporáneo. Participante como escritor joven en la primera Feria del libro del paisaje cultural cafetero de la ciudad de Pereira. Docente de habilidades lingüísticas en la Corporación para el Fomento del Bienestar del Ser Humano Resplandores.

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