Literatura Cronopio

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Noche

NOCHE INVERNAL

Por Alberto Llanes*

Un toquido extraño en la puerta de mi casa, como de alguien que trae prisa, me sacó de un sueño profundo.

Por fortuna hace tiempo vivo solo y no tuve ningún problema con mujer alguna con quien compartiera el lecho y se sobresaltara tras la estampida de golpes que se superponían uno tras otro con cierto frenesí.

Luego de levantarme, muy a mi pesar (era la primera vez que lograba conciliar el sueño gracias a una dosis importante de Diazepam tras dos meses enteros de insomnio), me dirigí a la puerta para ver de quién se trataba.

En el umbral, una ex novia de mi época de bachillerato era la que había sacudido mi sueño.

Sin más preámbulo me dijo que venía a tomar unos tragos, así que sin decirme nada, ni cómo consiguió mis datos, mi dirección, o si estaba ocupado o no, entró como una estela húmeda que se cuela por algún resquicio dejando una sensación gélida a su paso. La piel se me enchinó, una extraña sensación me recorrió en fracción de segundos de cabeza a pies. Era algo que no podía comprender pero sí, ahí estaba, en mi casa.

La mujer llevaba una botella de whisky porque recordaba que era mi bebida favorita.

Cerré la puerta con calma y fui tras ella. El ambiente se tornó gélido tras su presencia. Sí, sí recuerdo su nombre pero… se volteó a verme y me extendió la botella al tiempo que con sus labios tocó los míos y me dijo que iba al congelador por hielos.

Tanto su beso como su convicción y su visita (entrada la madrugada) me dejaron igual que los hielos que iba a traer para beber ese primer trago de… hacía exactamente, si mi memoria no fallaba, diez años que no la veía ni sabía nada en concreto de ella, de cuando en cuando algún mensaje por alguna de las redes sociales de moda que utilizamos para estar en contacto con ciertas personas que dejamos, por una razón u otra, de ver, pero nada más. Nuestros mensajes se limitaron a cada año desearnos feliz día por nuestros cumpleaños y hasta ahí.

Recuerdo que salió de mi vida de una manera peculiar que, ahora que hago memoria, en aquel momento me dejó igual que los hielos que iba a traer en este instante del congelador, complemente helado… frío.

Regresó del congelador con un par de vasos repletos de hielo, hundió, con muchísima seguridad, a la mitad de los vasos, el whisky y el resto lo completó con agua mineral. Tenía presente cómo me gustaba y la cantidad necesaria para ponerme a tono. Todo lo recordaba a la perfección, cual si hubiera sido ayer la última vez que la hubiera visto.

Sus movimientos eran automáticos y con seguridad por todo el espacio sabiendo a la perfección dónde estaban las cosas en mi hogar. Todo lo hacía como si ella en realidad fuera la señora de la casa y esos diez años los hubiera vivido allí, a mi lado.

A pesar del tiempo se veía espectacular, mucho mejor que hace diez años cuando la dejé de ver. El tiempo le había sentado de maravilla y traía un color blanco (pálido) que resaltaba más su rostro y sus ojos de un negro fijo… firme, haciendo juego con su cabello que, negrísimo, iba agarrado en una coleta que me fascinaba cuando éramos novios y que engalanaba con parsimonia su cabeza.

Fue entonces cuando dejé el sopor que me había causado su extraña presencia y empezamos una amena charla entre trago y trago.

Continuamos nuestra historia en el episodio donde la habíamos dejado diez años atrás cuando nos dimos cuenta que, si tuviéramos un hijo, llevaría, cosa curiosa, los apellidos de mi padre al combinar ambos al momento de la mezcla. En ese justo momento desapareció de mi vida para siempre hasta ahora, diez años después que hizo acto de presencia en la puerta de mi casa tocando como cuando alguien trae prisa, sacándome de un sueño profundo que estaba teniendo tras un tiempo importante de terrible insomnio, para tenerla frente a mí, con su hermosura fría y un vaso de whisky en la mano para brindar por…

Se sentó en mi sofá favorito con su cabello negro y su piel totalmente blanca (no sé porque este estilo de mujeres siempre me han parecido tan exquisitas) y puso su mano en mi pierna. Sentí un frío tan violento que, una ráfaga exquisitamente extraña y húmeda, recorrió de nuevo mi cuerpo entero.

No dejaba de reír cuando le contaba algún pasaje perdido-vivido tiempo atrás, cuando por fortuna nos puso el destino uno delante del otro y las experiencias, los recuerdos, llegaban a mi mente y los sacaba a colación.

Estaba preciosa, incluso más que antes, mucho más (como dijera aquella vieja canción).

El tono de su piel blanca le daba un aire gélido, vampírico me atrevería a decir, pero hermoso, sensual e invitador. Me dijo que se había ido a vivir a un lugar que tenía inviernos terribles y que añoraba volverme a ver, a estar conmigo como ahora, a mi lado. Al observar sus labios noté que tenían un tono morado anormal pero pensé que el hielo del whisky y el frío (especialmente intenso de esa noche) tenían algo que ver con esa coloración en su boca.

Agotamos más allá de la mitad de la botella en pocos minutos. El agua mineral se terminó y tuvimos que beber el resto en las rocas. Entonces ella se levantó, quitó su mano de mi pierna dejándomela helada y fue directo al baño sobrellevando una especie de aura, de halo gélido por toda la estancia, tanto que si hubiera tenido chimenea no me hubiera quedado más remedio que ir a encender la pasión.

A su paso con dirección al baño lanzó un beso que se cristalizó en el viaje a mi boca y me golpeó con su aura totalmente congelada, cubetada de agua fría, o como una estalactita de hielo que se me hubiera clavado en los labios luego de haber sido lanzada con precisión mortal de amor. Y sin decir más se introdujo.

Pasaron algunos minutos que aproveché para beber el resto de mi vaso cuando el ruido del picaporte de la puerta del baño atrajo totalmente mi atención. En el umbral ella posaba en ropa interior como sólo lo hubiera hecho la señora de la casa luego de beber unos tragos y querer un poco de acción romántica.

Quedaba claro que no sólo sabía los movimientos y lugares y resquicios y dónde estaban las cosas en la casa, también sabía perfectamente qué es lo que quería y quería amarla. Amarla hasta que me dejara escarchado y helado de amor, del más frío que pudiera tener y guardar para mí.

Sin decir nada más se introdujo a la recámara, se metió al lecho que destendió con parsimonia y la invitación a compartirlo con ella fue el paso siguiente.

Tomé en mis manos otro trago que serví de manera casi automática y fui tras ella como huyendo de una avalancha de nieve.

Con su voz helada me invitó a despojarme de todo ropaje y a hundirme en la cama a su lado. Caminé hacia ella en estado de total calentura, como afiebrado y con el corazón dando vuelcos. De tan caliente sentí una quemazón como cuando un hielo quema en las manos o en el cuerpo entero. Así me sentí.

Una vez dentro del lecho tirité de frío y me castañearon terriblemente los dientes. Se puso por encima y dijo que no me moviera. Noté que se había desnudado totalmente. No sé en qué momento ni cómo le hizo, pero me esperaba desnuda, desnuda y fría encima de mí.

Al entrar, otra vez después de tanto tiempo en ella, sentí una sensación conocida pero esta vez un témpano me recibió que de tan frío quemó. Hielo y fuego, fuego y hielo al mismo tiempo.

Empecé a sudar frío en tanto entraba y salía, pero ella misma, yo no (yo estaba inmóvil como me había dicho), ella se movía arriba abajo, abajo arriba con frenesí. Sus besos eran congeladas o «bolis» en mi boca que me partieron los labios en tanto yo todo lo veía azul.

Al llegar al éxtasis estallamos a un mismo tiempo. Eché aguanieve por los poros del cuerpo y se tumbó entonces a mi lado exhausta, fulminada por una terrible capa de nieve o un bolo que nos golpeó a los dos y nos dejó sin sentido. Sin mediar media palabra nos internamos en un sueño lleno de frialdad que de tanto, resultó húmedo porque amanecí escarchado de una fina película de hielo en todo el cuerpo.

Al despertar con el día clareando y con un poco de gripe por la helada nocturna que viví, mi dama se había ido de la casa como hace exactamente diez años me dejara de la misma manera tan abrupta como lo hizo ahora.

En el buró una nota me pegó como una bala fría cuando le di lectura. Estaba escrita con tinta indeleble color azul bloque de hielo o azul frialdad y congelamiento terrible del alma.

El texto estaba telegrafiado, como de alguien que trae prisa y toca a las puertas de las casas de manera intempestiva y despierta a las personas que no pueden dormir por culpa del terrible insomnio:

«Fuíme. Recordé apellido de hijos y situación por la cual separación. No logro superarlo. En nevera agua mineral, fui por ella. Whisky sobre la mesa. Besos fríos. Dentro de diez años podemos volver a encontrarnos. Quizá.»

Y guardo esa nota como referencia de aquella noche helada o cuando alguien asegura que sólo se trató de un terrible sueño. Eso sí, un sueño terriblemente helado, congelado diría yo.

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* Alberto Llanes es escritor mexicano. Entre su obra están los Maicro Machines, Manualidades, relatos escritos en forma de manual. Actualmente publica su columna titulada Cronicario en AF/Medios y Milenio Colima. Trabaja como editor y corrector de estilo en la Dirección General de Publicaciones de la Universidad de Colima. Y cursó la maestría en Literatura Hispanoamericana en la misma institución.

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