Literatura Cronopio

0
283

LA MORAL, LO INSÓLITO Y LAS CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN «EL REINO DE ESTE MUNDO» Y «EL SIGLO DE LAS LUCES», DE ALEJO CARPENTIER

Por Elton Emanuel Brito Cavalcante*

Alejo Carpentier nació el 26 de diciembre de 1904 en Suiza, pero pasó su primera infancia en La Habana. En 1927, se fue a vivir a París. A lo mejor sea este el momento en el que tuvo contacto con las vanguardias literarias europeas. Aunque jamás hubiera estado al frente de ellas, es innegable que influyeron en gran medida en su obra. Sin embargo, Carpentier no las aceptó sin cambiarlas, puesto que las limpió de las exageraciones. Él pronto supo que las vanguardias eran fruto de una Europa polarizada política y culturalmente: de un lado un grupo conservador de las tradiciones religiosas y económicas; del otro, los reformadores y revolucionarios socialistas, contrarios a la mentalidad burguesa. Es en este tramo que se encuentran las principales corrientes filosóficas que iban a influenciar todo el arte del siglo pasado.

De las vanguardias, el Surrealismo quizá fue la que más influyó en la obra de Carpentier. Los líderes de dicho movimiento estuvieron al tanto de las ideas freudianas, además poseían una propensión introspectiva que rayaba entre el pesimismo y el nihilismo. Desde luego, empero, es necesario apuntar la diferencia entre la visión freudiana y la estética surrealista. Los surrealistas buscaban describir la irracionalidad y la locura en sí mismas, pero, en términos cognitivos, sugerían que el inconsciente humano es algo imposible de comprenderse en su todo, por lo menos bajo el punto de vista de la lógica humana. El inconsciente sería autónomo y dueño de sí, de modo que lo veían similar al concepto de voluntad expuesto por Schopenhauer, quien decía que la voluntad era una fuerza destructora e imposible de subyugar, responsable por todas las desgracias terrenales. Por consiguiente, al hombre solo le restaría aprender a convivir con ella, intentando hallar algo que le ayudara a disminuir su sufrimiento. Dicho filósofo era ateo y no percibía la religión ni tampoco la ciencia como capaces de aplacar el sufrir, pues, para él, únicamente el arte lograría amenizar el vacío existencial humano. De esta manera, el arte quitaría el peso del exterminio del yo, puesto que el artista, por medio de ella, podría recrear la existencia y hacerse mundos donde la muerte y el dolor no existieran. El artista sería el dios de su creación. Los surrealistas, también se valieron de tal concepción estética para reescribir la existencia, pero no desde la perspectiva metafísica como lo hizo Schopenhauer, sino en forma de protesta en contra de una interpretación de lo real basada en la racionalidad vigente. Renegaron de las leyes lógicas aristotélicas, cartesianas y kantianas, etc. para volverse hacia lo irracional y onírico. Según ellos, la racionalidad condujo la humanidad hacia la guerra y la verdadera faz del existir era lo grotesco e irracional. Además, profesaban que la historia, de la manera como se las contaron, era engañosa y fruto de intereses de las clases dominantes a lo largo del tiempo. En verdad, directa o indirectamente, el arte surrealista, y de los vanguardistas en general, estaba acorde con las banderas ideológicas de la Rusia comunista. Varios de ellos pertenecían al partido comunista.

Mientras tanto, los freudianos creían que la mente era regida por las mismas reglas del universo, de modo que las leyes que constituían la consciencia eran físicas y cognoscibles. Por lo tanto, el inconsciente podría ser mensurado y controlado, de ahí que debería dejárselo a cargo de la ciencia empírica. Así, son más optimistas y, al contrario de lo que preconizó Schopenhauer, que echó los cimientos de un pesimismo avasallador, los freudianos creyeron poder curar las enfermedades físicas, mentales y espirituales por medio del entendimiento de la psique humana. No obstante, en términos políticos, se aproximan a la ética surrealista, en vista de que reniegan de la moral burguesa y cristiana en lo tocante a las cuestiones sexuales: pregonan que los problemas mentales son fruto de represiones sexuales que se han sufrido en algún momento de la vida.

Consecuentemente, el arte surrealista, mezclado con las nociones freudianas sobre el sexo, creará un proyecto social ambiguo: al mismo tiempo que se incita a la liberación sexual, el uso de drogas, la borrachera y la negación del tradicionalismo, se percibe que la gente se mostraba cada vez más deprimida con relación al presente y futuro de la humanidad. La diversión frenética en los bailes y cafés no generó un arte alegre y despojado de los conflictos internos. Al revés, lo que se advirtió fue el culmen de una práctica melancólica entre los intelectuales, amargada con Dios, con la existencia y el orden. En suma, la vida les era callejón sin salida. Incluso les parecía que la ciencia trajo solo dolor y destrucción. Esta forma de concebir el mundo no era nueva, apenas recrudeció una comprensión fenomenológica o metafísica del devenir humano que ya venían configurándose desde mediados del siglo XIX en hombres como Van Gogh, por ejemplo. No era difícil predecir una nueva serie de suicidios como había pasado en épocas de Goethe y Schopenhauer.

No obstante, en Latinoamérica tales doctrinas tuvieron otra dirección. Es verdad que las enseñanzas freudianas, surrealistas, marxistas, anarquistas llegaron pronto allí, pero el artista nativo no estuvo bajo dos grandes guerras, que le devastarían sus ciudades, o de olas seculares de desesperanza. Por lo tanto, el pesimismo y la desilusión pregonados por él no eran oriundos de una causa política real, sino de meras copias de moldes europeos considerados novedosos en aquel entonces. La influencia de las vanguardias fue considerable en la mentalidad americana. Con todo, muchos fueron los que apenas las arremedaron groseramente y pocos los que las adaptaron a la realidad del lugar. Los grandes escritores jamás se limitan a copiar, se van más allá y establecen algo distinto. El Surrealismo en Carpentier, por ejemplo, generará lo que él mismo denominaba Realismo Maravilloso, en vista de que su intención era trabajar lo fantástico e inescrutable del alma colectiva de los pueblos que vivían aún alejados de los dogmas de la civilización industrial. En consecuencia, Carpentier no describe los mitos y leyendas de la forma como un reportero o un científico lo harían, pues eso le parecería mecánico. A menudo se estudian los pueblos originarios partiendo del supuesto de que estos viven en una realidad de ilusión y supersticiones. En Carpentier es todo lo contrario, él lleva a los lectores a revivir el aura de encantamiento y devaneo que la sociedad urbana e industrial les ha quitado. Les demuestra a estos lectores, en su mayoría acostumbrados a las comodidades urbanas, que su realidad tal vez no sea tan distinta de la que viven los pueblos originarios americanos y afroamericanos.

Paralelamente, en la literatura, a partir de los 50, se comenzó a gustar de los textos que hablan de lo inusitado, legendario y fantástico que las junglas, aún por explorar de Latinoamérica, podrían ofrecer. Eso pronto se expandiría para un creciente interés sobre las civilizaciones precolombinas, sobre todo las incas, mayas y aztecas, para la vida cruda en los desiertos mexicanos o en la helada Patagonia. Los lectores europeos cultos querían lo exótico y a la vez un retorno a una cultura sencilla, donde la religiosidad fuera sincera y la naturaleza fuente real del imaginario popular. Era la época en que el pensamiento de Lévi-Strauss sobre los mitos amazónicos se esparcía en los círculos intelectuales. Todo lo que venía de América Latina era consumido con avidez por los lectores de viejo continente. Y a tal avidez se la nombró el «Boom Literario».

Eso no ocurrió por azar. Después de la Segunda Guerra mundial, el hombre necesitaba una inyección de espiritualidad y de un misticismo que lo alejara de su condición precaria. Por décadas, se había vivido bajo las conjeturas de una ciencia que prometía el confort y la paz duraderos. Sin embargo, lo que se vio fue casi la destrucción del planeta. Por lo tanto, las personas estaban desconfiadas del racionalismo científico, y también cansadas de las vanguardias pesimistas y sin sentido. Querían algo que llenasen su vacío social y espiritual. Décadas antes, Walter Benjamín ya escribía sobre ello. Según él, las sociedades industrializadas estaban bajo el dominio de la producción en serie que, a su vez, generaba un ritmo de vida también rápido. Así, la literatura se identificada cada vez más con las noticias de periódicos, y además lo mágico y lo maravilloso eran reemplazados por el pragmatismo de la sociedad burguesa. El avance científico se rehusaba a aceptar día tras día la religión como forma de llegar a verdades eternas. De ahí que las narrativas tradicionales, cuyos mitos y leyendas eran el centro de la trama, se desvanecían poco a poco. La imaginación y la sensibilidad dejaban paso a la necesidad de información rápida y objetiva. Los mitos ya no eran más tratados como creencia llena de significados útiles, por cuanto se los consideraban expresiones culturales de sociedades atrasadas. Cualesquiera que fueran las metrópolis europeas, la religiosidad, lo maravilloso y lo mágico se habían mermado a raíz de una visión materialista del mundo.

Estando al tanto de esa coyuntura, Carpentier se va a Haití en 1943, y allí tuvo contacto con una cultura en donde lo maravilloso estaba en su estadio originario, pues notó como el vudú y la santería impregnaban la existencia del pueblo. Le interesó comprender la historia de aquel país, y como la gente se enfrentó al racionalismo pregonado por la Revolución Francesa. Se dio cuenta de una realidad dispar y contraria a la forma de pensar del hombre educado bajo las ideas de la Ilustración. Le hablaron del primer emperador de la América colonial, Henri Christopher, y de un cierto François Mackandal, y de cómo después de la muerte de este, la comunidad afrodescendiente aún lo esperaba fervorosamente. Como el Haití fue colonia francesa durante la ilustración, se preguntaba a sí mismo cómo el país pudo mantenerse firme contra una Francia imperialista. El mundo antillano durante la Revolución Francesa y la Ilustración es el tema de dos de sus libros El reino de este mundo y El siglo de las luces, que serán analizados a continuación.

1. EL REINO DE ESTE MUNDO

El reino de este mundo es una novela histórica, que intenta demostrar lo místico percibido, intuido y creído intensamente por los esclavos en la antigua colonia francesa, hoy día conocida como Haití. Carpentier se dio cuenta de que la gente vivía allí en un aura de misticismo, mientras Europa vivenciaba el recrudecimiento de la globalización y de sus nefastas consecuencias, o sea, la desvalorización del sentimiento religioso por parte de los ciudadanos, cada vez más preocupados por los bienes materiales. El narrador es Ti Noel, un negro esclavo que quedará a lo largo de la novela con una interrogante: ¿Por qué hay tanta desigualdad? Él fue discípulo del hechicero y revolucionario François Mackandal, así que estuvo desde el inicio involucrado con la magia negra y con el movimiento de liberación de «Saint-Domingue» (Haití) de los franceses. Pero él no poseía capacidad de mando, tampoco el carisma de su maestro, quizá no era muy listo para planear una revolución, pero latía en su pecho un odio ancestral contra los blancos. A pesar de ello, Ti Noel aprendió a regatear y a fingir fidelidad a su amo, Monsieur Lenormand de Mezy, y este lo estimaba nada más debido a la forma como trataba a los caballos y reses de la finca. Sin embargo, cuando le vino la oportunidad a Ti Noel de vengarse, no titubeó. Hubo una revuelta general de los esclavos en la isla, y él se envolvió en la matanza, violó a la mujer de su amo y lo buscó para matarlo. Y si no lo logró fue a causa de que Mezy se escondió de tal forma que nadie lo halló.

Luego de aplastado el levantamiento, los esclavos fueron condenados a la horca en plaza pública. Muchos murieron, y Ti Noel se encontraba en la fila para tener el mismo fin. Con todo, su amo le pidió al alcalde que perdonara a los esclavos, pues «¿sin estos cómo los colonos iban a recomenzar sus vidas?». El amo logró salvar a Ti Noel y a otros pocos. Con el paso de tiempo, el «orden» volvió a la isla, pero la economía quedó destrozada a tal punto que obligó a varios colonos a inmigrar hacia el extranjero. Con poca renta, Mezy decide irse también a vivir a Cuba. Las cosas, empero, no salieron como había planeado, y él empezó a dedicarse al juego y la bebida. De pronto, lo poco que había logrado salvar, se lo perdió en las cartas, incluso al propio Ti Noel. Este pasó a manos de un defensor de los ideales de la Revolución francesa, inspirado en el lema «igualdad, libertad y fraternidad», lo que le permitió a Ti Noel algo de libertad y, por consiguiente, pudo ahorrar dinero y pagar por su libertad. Libre, y ya medio viejo, decidió volver a Haití.

En este tramo de la narración, el protagonista, después de la larga ausencia, se siente alumbrado con lo que ve en su tierra natal: encuentra un reino hecho por hombres negros. En consecuencia, se siente feliz, ya que no tendrá más que huir de la gente blanca y sus prejuicios. El responsable por la administración de la isla se autoproclamó rey, y se llamaba Henri Christopher. Este fue un personaje real, valiente e intrépido revolucionario, que logró expulsar a los franceses de la isla y declarar la independencia política. Ti Noel de pronto lo reconoció como el antiguo cocinero del poblado donde vivía. En ese momento, una chispa de celos se le viene a mente: ¿Por qué él y no yo? —parece indagarse. Sí un cocinero triunfó ¿por qué él también no lo podría haber hecho? Pero eso fue un efímero sentimiento que luego olvidó. Lo que importaba en el momento era la sensación de pertenecía y la esperanza de al fin vivir en paz.

Con todo, estos sueños se cambiaron en pesadilla. El rey se veía en la necesidad de construir una estructura que hiciera frente a posibles ataques franceses y a la vez garantizar y legitimar su gobierno, por lo que tenía que construir numerosos edificios. En un primer momento, todo trabajo era pagado, sin embargo, en un santiamén las arcas públicas no aguantaron tantos costos, por lo cual se exigió trabajo forzado para garantizar las obras. A Ti Noel no le respetaron las canas, y lo pusieron a trabajar. Ya con los títulos de libertad, se vio de nuevo en la vil condición de esclavo. La ironía era que ahora esclavo de gente de su color. Para empeorar, tuvo que trabajar más que antes. Ti Noel aprendía una dolorosa lección: lo que hace la esclavitud no es el color, sino una maldad que crece en algunas personas, es decir, el deseo de poder y gloria. Esto se reflejaba en la determinación del rey en construir un castillo que fuera un tipo de Versalles caribeño. Además, dicho rey buscó también la protección espiritual contra los blancos en los rituales vudús, pues mandó a sus subalternos que mezclaran la sangre de reses con los cementos usados en la construcción de las murallas. Todo eso era la determinación de hacer hincapié en las tradiciones de sus ancestros y revitalizar la mentalidad del pueblo.

Pero desgraciadamente su reino duró poco. Los recién esclavizados, enojados con tal condición, se rebelaron contra su rey, lo depusieron y asesinaron. También aquí Ti Noel tuvo participación, y le quitó al rey su bella chaqueta, la cual era siempre usada en los eventos especiales. Ti Noel decidió entonces no vivir más en tal sitio, ya que añoraba su antiguo poblado. Así, pronto se pone en marcha hacia ese lugar. Al llegar, pasó a habitar en la casa de su antiguo amo. Allí, en tremenda soledad, comenzó a delirar y repasar fervorosamente su triste vida. Pronto vino la locura, que lo hacía sentirse, de la misma forma que el revoltoso Mackandal, capaz de metamorfosearse o dominar las fuerzas de la naturaleza. Entonces, se preguntaba a sí mismo lo qué habría ocurrido si hubiese descubierto eso antes. Y se enojaba, puesto que por ventura hubiera sido uno de los grandes líderes de la revolución, aunque, probablemente, hubiera perdido temprano la vida. «¿Por qué no he luchado de la misma manera que lo hizo Mackandal?», se inquiría frecuentemente.

Lo que pasó a continuación es intrigante, pues, mientras hacía sus hechizos, Ti Noel se dio cuenta de que algunos hombres comenzaron a llegar a su sitio. El acento francés fue pronto reconocido. No eran ellos los franceses nacidos en Europa, tampoco los negros herederos de la rebelión, sino mulatos, mestizos de habla francesa, con el claro deseo de recolonizar la isla. Ti Noel, enojado con esa situación, invocó a los vientos pidiéndoles que destruyeran la isla. De pronto, arribó un fuerte huracán, que le arrastró e hizo gran devastación en la región. Según la tradición, su cuerpo se mezcló con la naturaleza. Coincidencia o no, lo cierto es que el viento apareció. Y eso le garantizó fama en la tradición popular como el hombre que dominaba la naturaleza y que a cualquier instante podría volver. Sin embargo, el narrador, con aire de escéptico, dice que, en verdad, el cuerpo de Ti Noel habría de estar en algún rincón físico siendo digerido por los gusanos.

2. EL SIGLO DE LAS LUCES

El reino de este mundo representa solo una parte de lo que vendría a transformarse en una crítica contumaz a la racionalidad europea. La esclavitud en Haití deja ver el lado oscuro de la Revolución francesa, es decir, la igualdad y libertad no eran para todos. En realidad, más que desarrollo, los ideales revolucionarios trajeron la podredumbre que traslucía en la Europa de entonces. La consecuencia mayor de la revolución fue el «Terror» y la carnicería provocada por los del «Directorio» y, por consiguiente, por las guerras napoleónicas.

Quizá el libro de Carpentier que mejor expresa ese punto de vista se llama El siglo de las luces. Una novela histórica donde hay algo de escepticismo hacia la forma de desarrollarse la humanidad. La narrativa empieza en una villa cercana a La Habana. El narrador se llama Carlos y se presenta por primera vez al recibir una misiva, cuyo contenido trataba de la muerte de su padre, lo que lo obligó a volver a su tierra natal. Allí se encontró con su hermana Sofía y su primo Esteban, quien sufría de asma. Los tres tendrán como albacea a un antiguo amigo del difunto, un hombre que se decía honrado y que iba a luchar para dar lo mejor de sí a los huérfanos. En tanto, un mercader llegó trayendo variada mercancía para vendérsela al propietario de la casa. No sabía que este recién había muerto. Joven todavía, este hombre llamado Víctor Hugues se tornaría luego amigo de los tres huérfanos, con quienes pasaría largas horas conversando. En efecto, Hugues era un gran conversador y su belleza cautivaba a Sofía. Era justo, idealista, agradable, educado y además un hombre de letras y acción. A raíz de eso, los jóvenes se ponían a mirarlo admirados. A su espíritu rebelde se sumaba el hecho de pertenecer a la masonería, lo que aguzaba la imaginación de los tres muchachos.

Hugues era noble de espíritu cuando identificaba en todos los hombres el derecho a la libertad, por lo que traía consigo a un amigo negro, el Doctor Ogé, a quien lo presentó como gran médico del alma y cuerpo. En efecto, Ogé curó a Esteban del asma, en ese entonces una enfermedad avasalladora, a través de rezos, pociones y rituales rústicos. Frente a miradas escépticas, él demostró que la ciencia experimental aún habría de desarrollarse hasta reconocer el poder de lo sobrenatural. Demostró que la santería, como toda religión, jamás debería ser despreciada. Ogé, aunque fue aficionado a la santería, también mantenía vínculos con la masonería, lo que lo tornaba una persona muy pintoresca para la época. A pesar de todo, él no logró rebajar la atención y admiración que los tres jóvenes le daban a Víctor, principalmente cuando este les mostró cómo el albacea les robaba. Enojado y sorprendido, el albacea terminó señalando a Víctor como a un bandido, llamándole masón, puesto que había venido a despertar la duda y la discordia entre la gente. Pero los documentos fiscales demostraron que Hugues estaba en lo cierto, lo que le garantizó una afecto mayor por parte de todos, sobre todo de Sofía. Hugues volvió a Francia y tuvo contacto directo con los revolucionarios, incluso logró ingresar en las líneas de mando.

En cuanto a Sofía, era una joven ilusionada con la vida y desde su más temprana edad estuvo metida en un convento católico. La muerte de su padre le dio la oportunidad de alejarse de los grilletes impuestos por la tradición machista, cuya representación mayor se concretaba en las costumbres de su progenitor. Desde luego, Sofía tenía ganas de renegar de todo lo convencional de la ortodoxia española, y empezó pronto a cuestionar la religión. A lo largo de la novela, sus cambios psicológicos fueron colosales: de niña pacata y hogareña se transformó en una mujer al tanto de vicios, oscura, escéptica, casi una caricatura de sí misma, especialmente cuando se dio cuenta de que su pasión, Víctor, no le correspondería. Mientras ella lo buscaba, él se hundía cada vez más en la podredumbre autoritaria de la dictadura francesa, la que, en nombre de la igualdad, solía matar y esclavizar a los que no estaban de acuerdo con los ideales revolucionarios. En eso se transformó el jovial Víctor, en un hombre capaz de matar a muchos para hacerse firme en los ideales pregonados por la Revolución Francesa.

Con todo, Hugues no logró desilusionar solo a ella, hizo lo mismo con Esteban. Este, curado de su enfermedad crónica, quiso llenarse de nuevas experiencias, y nadie mejor que Víctor para enseñárselas. Además de grato, lo trataba como a un hermano. Dentro de poco, decidió viajar con el mercader francés. De aquí en adelante se tornó a la vez masón como su amigo y uno de los más fervorosos defensores de la Revolución: hablaba en los púlpitos, criticaba la fe religiosa, se enorgullecía, amenazaba con lastimar a los adversarios y visitaba a menudo los lupanares. Pronto, ambos decidieron irse a Paris a luchar en pro de los ideales de la Ilustración, pues desde allí se emanaban las más brillantes ideas a favor de la ciencia y en contra de pensamientos retrógrados, tales como los difundidos por la religión. Todo lo llamaba a disfrutar a ese nuevo e irreprochable mundo. Sin embargo, Esteban no tardaría en sentir un duro golpe. Él quizá fue el que más se decepcionó con la Revolución. En efecto, la cúpula administrativa de esta le envió a España a trabajar como traductor de documentos oficiales del español al francés. A regañadientes se fue a vivir allí, pero luego percibió que sus sueños revolucionarios se limitarían a escribir misivas, o sea, a un aburrimiento total. Al paso del tiempo, comenzó a darse cuenta que nunca sería un revolucionario de verdad, por lo que decidió volverse a su tierra. Años después, oyó por azar que Hugues vendría a expulsar a los ingleses ubicados en algunas islas caribeñas. Feliz con la revelación, se incorporó y se fue a encontrar a su amigo. No obstante, este ya no era más el mismo. A cargo de batallones, lucía orgulloso, vanidoso y con una mirada despótica. Sin embargo, recibió al antiguo amigo, pero de forma poco calurosa. Después de días sintiéndose rechazado, Esteban tomó coraje y le preguntó a su colega qué le pasaba. Al cabo de un rato, Víctor se excusó diciéndole que los tiempos habían cambiado y que el gobierno francés, para garantizar la Revolución, tuvo que actuar con algo de severidad, de manera que él, mientras fuera administrador de las colonias, tenía que mantener cautela y discreción. Y lo hizo bien, puesto que su forma de disciplinar el pueblo fue a través de la guillotina, que quedaba siempre expuesta en la plaza, como para avisar a los descontentos cual sería el fin de posibles levantamientos.

En este punto, se puede hallar la «moraleja» de la novela, pues el fin de todas las revoluciones es una dictadura, que por lo general suele ser más grosera e irracional que el sistema político anterior. En otros términos, como gobernador de las colonias, Víctor fue tan cruel como sus antecesores: hizo renacer la esclavitud y trajo consigo el signo del salvajismo más singular en la historia: la guillotina. Cualquiera que estuviese contra la Revolución era ajusticiado, incluso los ricos o criollos, sin excepciones. Hugues logró la pacificación y cierto grado de desarrollo económico en su administración, pero gracias al derramamiento de mucha sangre, de manera que Esteban finalmente se dio cuenta de lo que de verdad pasaba, por lo que se desvanecieron sus ilusiones hacia su amigo de copas: el poder suele cegar a la gente.

En un primer momento, desde su publicación en 1962, esta novela fue alabada por los cubanos durante la Revolución cubana (1959), sobre todo por Raúl Castro. Pero el trasfondo dejó el mensaje que toda revolución termina en una dictadura cruel.

CONCLUSIÓN

Alejo Carpentier es el más grande representante de lo real maravilloso, pero eso no lo aleja de una posición crítica de los acontecimientos políticos y sociales. Aunque sus textos no sean muy difundidos en Brasil, su obra por lo general es rica, quizá algo rebuscada. En medio del tercer gran conflicto bélico del siglo veinte, La Guerra Fría, Carpentier, valiéndose de la literatura, suele hacer una crítica a las dictaduras, sean de derecha o de izquierda. Aunque sus libros busquen expresar lo más hondo de lo real maravilloso, jamás se olvidó de los disturbios por los cuales el mundo y su preciosa Cuba pasaban. Casi de forma inconsciente describe lo malo de una idea basada en valores absolutamente racionales. De esta forma, sus dos libros magistrales, El reino de este mundo y El siglo de las luces, pinchan subrepticiamente tanto la dictadura de Machado como la de los Castro, tanto la de Stalin como la de Mao, tanto la de Salazar como la de Hitler, Franco y Mussolini. En suma, estos dos libros son una apología de la libertad, a la igualdad y, lo más imprescindible, a la fraternidad. ¿Y qué mejor manera hay de mantener la fraternidad, sino con el respeto a las costumbres y a la vida de los demás?

REFERENCIAS:

BARRERA, Trinidad. Del centro a los márgenes: narrativa hispanoamericana del siglo XX. Sevilla: Universidad de Sevilla. 2003.

BARROSA, Juan. Realismo mágico y lo real maravilloso en El reino de este mundo y El siglo de las luces. Universal. 1977.

BIRKENMAIER, Anke. Alejo Carpentier y la cultura del surrealismo en América Latina. Madrid: Iberoamericana. 2006.

CARPENTIER, Alejo. Viaje a la semilla. Concierto barroco. Vilaür: Atalanta. 2008.

_____________ . El Siglo de las luces. Barcelona: Seix-Barral. 1980.

_____________ . Razón de ser. La Habana: Letras Cubanas. 1980.

FORNET, Ambrosio. Carpentier o la ética de la escritura. La Habana: Unión. 2006.

MOCEGA-GONZÁLEZ, Esther. Alejo Carpentier: estudios sobre su narrativa. Madrid: Playour.1980.

MÜLLER-BERGH, Klaus. Alejo Carpentier: Autor y obra en su época. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro editor. 1972.

PAZ SOLDÁN, Edmundo. Alejo Carpentier: teoría y práctica de lo real maravilloso. Anales de Literatura Hispanoamericana. 2008.

__________

* Elton Emanuel Brito Cavalcante (Brasil) es abogado y catedrático de la Universidad Federal de Brasil (UNIR). Imparte las asignaturas de Historia de la Lengua y Morfosintaxis. Fue profesor de bachillerato en el Estado de Rondônia (Brasil) y también profesor del Instituto Federal de Tecnología de Rondônia (Brasil). Algunos de sus artículo publicados son: Domingo Faustino Sarmiento y la Barbarie de la Civilización; Domínio cultural, razão instrumental e esclarecimento em Adorno e Horkheimer; Uma interpretação sobre o mito em Orfáos do Eldorado; Mito, dominação e conflito social em «órfãos do Eldorado».

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.