TENEMOS QUE HABLAR
Por Ramiro Restrepo U.*
Nos conocimos en un baile que ofrecía la acción comunal del barrio. Una de esas reuniones en que te sientes perdido, en que no conoces a nadie y estás como congelado de timidez. Todo saludo es una risa hipócrita, porque no conoces a nadie. Pero la vi a ella, la Pasionaria, la reina del barrio, la diosa sin coronar.
Me le acerqué con la timidez de un gato.
—Bailamos —digo.
—La próxima —dice.
Observo que acepta la invitación de Camilo. Tipo de buen porte, labia desmedida y de buen tumbao.
«No hay chico», pensé.
Saludé al dueño de la casa, el encargado de los licores. Un ron con Coca Cola, por favor. Mario, mi primo, me había indicado que unos buenos rones despejaban el cerebro y hacían soltar la lengua, que las féminas admiraban la osadía de los buenos verbosos.
Me le senté a su lado, le pregunté su nombre.
—Clara —dice.
—Pareces yema —digo.
Seria se queda.
—Fue un mal gracejo —digo. Es que tienes una piel canela, no clara. Y le suelto una sonrisa… por lo demás muy hermosa.
—Gracias —dice. No demuestra ninguna emoción.
—Esta mañana abrí la ventana. Vi tu caminar tierno, el balanceo de tus caderas como en un equilibrio inestable. Te veías preciosa, sugestiva y graciosa. Y quedé, también, en un equilibrio inestable, pero emocionalmente —digo.
—Bailemos, pero no me alague con frases empalagosas, su figura no me ilusiona —dice.
Apremié mis ínfulas de Giacomo Casanova: me sabía feo, pero sentía que una debilidad femenina era tener la sensibilidad en los oídos. Iba a intentar seducir con el verbo. Hacer el verbo carne como en la parábola.
—No resistí, te seguí hasta tu oficina. Tus rizos libremente caídos. Te veías irresistible, per per perturbadora.—digo. «Tienes que aplomarte» —me digo.
—No gastes energía conmigo —dice.
—No puedo controlarme —digo. El placer es mejor compartirlo, añado.
—No se imagine que lo logro sola —dice.
—No insinúo eso. —digo. Pero no creo que sea problema hacerlo. ¿No dicen que es mejor solo que mal acompañado?
—Pues tengo con que lograr buenas compañías —dice—. Pero mis padres me enseñaron el recato, no caer en brazos de cualquiera. Debo ser esquiva y lejana —continúa.
—¿Por qué me crees cualquiera? —pregunto.
—¡Con esa figura! —dice. Cualquiera te cree cualquiera.
—Qué tiene mi figura —digo.
—Eres más feo que el Jorobado —dice.
—También tienes exceso de encanto —digo—. Tus ojos color azul cielo despejado, tus pantorrillas que parecen columnas diseñadas por un artista del Olimpo. —continúo.
—No le he dicho que no gaste energía conmigo —dice.
—Eres luminosa e insondable como una estrella —digo. Por ti perdería el control de mí, algo que deseo a borbotones. Eres como la Sirenas y no quiero ser Ulises —le susurro al oído.
—Basta de tonterías —dice.
—Tienes una voz sensual, cadenciosa y hechicera —digo. Sería un esclavo de tus pompas y no resistiría tus besos —digo, gritadito.
Regreso a casa, duermo intranquilo.
La vuelvo a seguir a su oficina el día siguiente.
—Tu resplandor es externo —digo. Pero tu energía sexual, tu placidez y tu determinación son interiores —lanzo sin pensar.
No me responde. Voy de visita donde mi primo Mario, y él me ofrece su sabiduría:
—Esa chica encierra su misterio. Aparece como tenuemente sexual, lleva una carga erótica, y esa es su atracción. Ella lo sabe reprimir, por eso se hace insistir, se sabe débil y expresa fortaleza. Persevera y caerá. Llama a las emociones, no a la razón. Se mantiene a distancia porque reclama que te arrimes. No muestra porque pide que la desnudes. Te rechaza porque pide que le insistas. Muestra seriedad porque quiere que la hagas reír. Te deja hablar porque le produces perturbaciones emocionales. Aprende a desinhibirte: debes irradiar una sexualidad peligrosa, insinuar bien tu dotación varonil, caminar con los hombros elevados, elevar tu estatura, exhibir falta de temeridad. Crea una imagen de poder, eso debilita tu fealdad , muéstrate con otras, genérale celos.
Logré la convicción. Concertamos una cita.
—Entre 5 y 6 p. m. en el Café Algarabía —dijo.
—Muy precisa para la hora —dije burlonamente.
Estuve todo el día siguiente intranquilo, nervioso. Salí a caminar. Llegué a eso de la 2 p. m., me duché del ardor solar, me vestí con confort. Saqué de un estante de la biblioteca Diario del Desasosiego. Llegué al Café a las 5 p. m., pedí un café helado y empecé a leer.
5:30 p.m. «Era una llama al viento…»
5:40 p.m. «Hay días en que somos tan lúgubres…»
6:00 p.m. «Cambio mi vida, vendo mi vida…»
6:30 p.m. «Me gustas cuando callas…»
7:00 p.m. Pago la cuenta con la cara hirviendo de ira y vago por los parques de Laureles: La hijueputa «noche está estrellada…»
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* Ramiro Restrepo U. Jardín, Antioquia, Colombia, 1954. Economista de la Universidad de Antioquia, especialista en Política Económica de la misma universidad. Es profesor jubilado de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Ha publicado varios artículos en revistas de economía como Ensayos de Economía, Cuadernos de Economía, Revista Economía Colombiana. Asimismo, varios cuentos suyos han sido publicados en Revista el gran mulato, Revista elMalpensante.com y Autoreseditores.com Libros publicados: La muerte ronda por ahí (Autoresditores, 2015), Cuentos de bolsillo (2015), El señor del Santo Sepulcro (2016), Animales fantásticos y otros cuentos (2018).