EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER
Por Antonio Arenas Berrío*
(A propósito de la novela de Juan Gabriel Vásquez, Alfaguara 2011)
«Se carece de oídos para escuchar aquello a que no se tiene acceso desde la vivencia»
Nietzsche
Antonio Muñoz Molina, en su texto: «La realidad de la ficción», dice que la tarea de escribir, como la conciencia diaria de una persona común, es el imaginar y recordar. Ejercicios que se asemejan y de cuando en cuando se parecen entre sí. La memoria está imaginando, de manera constante, nuestro pasado según los principios de selección y combinación. Lo imaginario y la memoria nos sirven para comprender las cosas o las pequeñas eventualidades del pasado y así darle coherencia a un destino.
Dentro de cada persona hay un novelista que se oculta y en el diario vivir escribe una bibliografía torpe y lujosamente novelada. La novela «El ruido de las cosas al caer» es esto, una biografía de un hombre, Ricardo Laverde, lujosamente contada; y hace uso de la memoria, el conocimiento ordinario y del tiempo para escuchar el sonido de cada cosa al caer. Ruido y desplome son dos metáforas que se ven asociadas cuando se lee esta novela de Juan Gabriel Vásquez.
Hay que reconocer en ella, qué cae y qué no se cae. Se piensa que todo se derrumba. Es la voz del narrador la que precede y sigue la secuencia del desplome de las cosas. «Todos los pilotos caen». Cae un hipopótamo macho de tonelada y media. Cae Ricardo Laverde por los disparos de sicarios asesinos. Cae la señora Elaine (Elena) Fritts en un vuelo de aviación. Cae Mike el gringo que inicia el tráfico de marihuana e instruye a Ricardo en esto. Cae Maya Fritts en la soledad y el olvido. Caen Aura y su hija Leticia. Cae un ministro (Lara Bonilla). Cae un candidato presidencial (Luis Carlos Galán). Cae la Hacienda Nápoles símbolo del poder del mayor capo del narcotráfico en Colombia. Cae en la violencia una nación entera y las personas inician una acometida de miedo. Cae el joven profesor Antonio Yammara herido por las balas asesinas. En su desesperanza y turbación sintetiza la impotencia de todos.
El miedo y la desesperación son un elemento catalizador que se asocia a las vidas humanas. Pero, ¿por qué mataron a Ricardo Laverde? Un primer elemento básico de esta novela consiste en descifrar el enigma y luego contar la historia de Ricardo Laverde. Narrar y recordar son nociones paralelas. Ahora bien, Juan Gabriel Vásquez es uno de esos escritores afortunados dentro de la generación mutante y de la memoria. Digo afortunado, porque su lectura de la realidad es vista desde afuera, un episodio de memoria y visualización de unos sucesos de la ciudad de Bogotá.
El acto de recordar y la importancia de objetivar lo que cae, parecen acentuarse en la ficción. Si el texto describe temor, el lector leerá el miedo y la desesperanza en los personajes. Allí están atrapados por el desasosiego y las violencias sutiles. Un hombre joven y con miedo cuenta una historia. He ahí la trama de la novela. Toda novela narra una historia y en la historia deberá suceder algo. Pero no es suficiente que el hombre cuente una historia, es necesario que este hombre caiga y tenga miedo y describa el de su generación. Veamos:
«Allí, mientras aquel actor fracasado se burlaba de mí y provocaba las risas de los transeúntes, pensé por primera vez que mi vida se estaba cayendo a pedazos, y que Leticia (mi hija), niña ignorante, no podía haber escogido peor momento para venir al mundo».
Existe una relación entre el miedo y la historia contada. Hay un hombre que se vuelve sobre sí mismo y su pasado, que se relaciona con otro hombre. «Este hombre no ha sido siempre este hombre —pensé—, este hombre era otro hombre antes». Ricardo Laverde era un piloto que había muerto y había pasado muchos años en la cárcel y que sólo estaba ahí donde se juega billar y que llevaba una vida desconocida.
Laverde no ha sido siempre el mismo, hay algo turbio en su pasado, era otro antes de morir asesinado. Sea como fuere la novela El ruido de las cosas al caer, no es más que una especie de aparejo literario, un instrumento perfectamente construido, de manera fragmentaria, formando un tejido literario, con cinco capítulos y aproximadamente 259 páginas, acopladas por la voz del narrador en primera persona.
Siempre habrá aquí una voz o un yo que narra la acción. Voz íntima, voz extraña y lastimera, voz humana que devela el miedo y la angustia. Una voz que remite a un pasado sombrío. No es, entonces, una novela hermosa, hay errores de construcción y frases reiterativas en el estilo fragmentario. No es una obra de arte acabada. No es la mejor novela en la que se enlaza el miedo, el amor y el narcotráfico en nuestro país. No iguala a la novela «Delirio» de la escritora Laura Restrepo, que narra el miedo de una generación en la ciudad de Bogotá. No se asemeja a la novela «La mujer de los sueños rotos», de la escritora Maria Cristina Restrepo, quien narra los estragos del narcotráfico y el miedo de una generación en la ciudad de Medellín. No iguala el miedo narrado brillantemente por Evelio Rosero, en la genial novela «Los ejércitos». Esta novela es quizá, un breve resumen de nuestra historia. La ficción, posiblemente, le permite al autor verse a sí mismo en la ciudad de Bogotá y denunciar la falta de memoria de los colombianos.
Si no fuera por su nivel narrativo y el narrador en primera persona, esta historia sería una narración de fragmentos dispersos en el horizonte literario. Hay un narrador que controla la historia, se ve a sí mismo en la ciudad y en el espacio en que sucede la acción. El tema del miedo, los recuerdos violentos de nuestro pasado, el amor de varias mujeres, el casete que parece ser la clave del enigma. El tema del miedo, es aquello de lo que se habla y está constituido por una cantidad de significaciones posibles.
¿Acaso mataron a Ricardo Laverde porque participó en envíos droga al país del norte? ¿Recoger el casete con lo que dice la caja negra del último avión caído, donde pereció su mujer no es la clave de la incógnita? Para que esta ficción se constituya en una obra perfecta y unitaria, debería tener un tema unificado que le permita al lector descifrar el enigma, a no ser que se ensaye un «relato nudo» como el de la novela «Crónica de una muerte anunciada» donde es el narrador, desde afuera, quien interpreta ¿por qué mataron a Santiago?
Un lector podría leer cada capítulo suelto y el último se vería como una alusión perniciosa a la edad adulta y al destino final del relato. «Arriba, arriba, arriba». La postrera fracción de la novela, no aclara su secreto. ¿Por qué lo mataron? Y, por otra parte, ¿el accidente de su esposa, Elaine Fritts, fue planeado? La amistad entre Ricardo y Antonio no fue realmente una amistad sólida, fue sólo de unos días y horas de juego y bebida. Un simple compañero de un juego, como el billar. El tema debería ser todo. ¿Un criminal inocente? Una situación sin salida y luego una solución medio ingeniosa. ¿El casete? Se plantea un enigma y no se lo descifra. Se llega a la absolución gracias a la escucha y la confrontación de la grabación de los pilotos. Se acusa a Ricardo Laverde y se le absuelve con su muerte.
El motivo de la novela: un aparente criminal. La novela tiene un grave problema en la elección del final. La lección del miedo de una generación, dos amores (Aura y Maya). Un país y su pasado, los gérmenes del narcotráfico y la condición humana de un inocente profesor de derecho, tienen cierta importancia cuando son acogidos por el lector.
En una lectura completa, el lector logra enterarse y sólo este dará validez a la obra y su temática. El miedo se volverá polvo y olvido. Aquí se narra el pasado con la mirada perdida de los ausentes. Lo que aparece en esta novela es una trama trágica y patética donde el protagonista sufre una desgracia. La voluntad de su protagonista es débil y permeada por el miedo. Antonio, el narrador, está lleno de temores profundos que se exteriorizan en el lector. No hay carácter en él y el final es abierto y melodramático. El miedo se pinta en el rostro de Antonio Yammara. El miedo aquí tiene muchos ojos. Conviene experimentarlo algunas veces, para aprender a comprender a los demás que claman ante una vida cruzada por la violencia. Quien ha vivido temeroso no será nunca libre.
Hay que leer la novela como un juego de la memoria, un ejercicio de emociones donde lo más importante es la vida y su valoración. La ficción es el deseo de aprender del pasado cundo todo cae, tomar en serio la vida, es ya una manera de enfrentarse a la violencia.
Juan Gabriel Vásquez. Premio Alfaguara de Novela 2011. Habla sobre Albert Camus, Vargas Llosa, García Márquez, entre otras cosas. Cortesía Casa América. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=edLhqG-927I&feature=related[/youtube]
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* Antonio Arenas Berrío es escritor, cuentista, ensayista y filósofo. Correo-e: antonioarebe1@hotmail.com