LLAVECITA

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llavecita

Por Marta Lucía Fernández Espinosa*

Había encontrado aquella llavecita al doblar la esquina aquella noche lluviosa. Su tintineo la despertó de su letárgico pensamiento. Auscultó alrededor de sus botas emparamadas y no tardó en descubrir ese brillo metálico inusitado. Era una llave antigua, recordaba una similar en el buffet de su casa de infancia, aquella más aherrumbrada y de cabeza más plana y simple; ésta más brillosa y de ornamentos más complejos. Era un objeto de no más de cinco centímetros de largo.

La guardó con dificultad entre el bolsillo de su chaqueta, la tela parecía haberse encogido mientras destilaba agua y sus manos atravesaban con dificultad el ojal.

Pasaron días de lavado de ropas, de faenas presurosas, de noticias estremecedoras, de presagios lúgubres, de días sin novedades y hasta terminaron las lluvias y muchos de los trajes se quedaron olvidados en el fondo del armario.

Aquella tarde de regreso a casa se encontró con la imagen de una casita deshabitada, sin anuncios de venta ni renta, sin doliente, sin grafitis, ni basuras. Parecía hacerse visible por primera vez, aunque no podría asegurarlo, estaba recién llegando a aquella ciudad. La puerta estaba abierta de par en par y dentro un patiecito soleado con un pequeño lavabo, al lado de un saloncito abierto, la invitaban a entrar. No tardó en adentrarse. Y allí estaba, el buffet de su infancia, o por lo menos uno igualito con dos puertas talladas a cada lado y cuatro cajones en el medio, patas torneadas y sólidas, con una repisa que distaba unos cuarenta centímetros de la cubierta superior, era un mueble lustroso con sus puertas cerradas. Imaginaba las delicias que contendría si allí viviera alguien, su madre solía guardar en aquellos estantes los mejores manjares de la alacena, la cajita de madera repleta de arequipe, la torta de chocolate, los dulces de frutas que preparaba la abuela con todas las frutas de temporada y que casi todas crecían en el solar, los vinos que llegaban a casa en los regalos de los clientes de su padre y por navidades, los tarros de galletas dulces y saladas de enormes tamaños, los enlatados y encurtidos. Los cajones del medio contenían manteles, servilletas e individuales, asuntos que no corrían peligro alguno en un hogar con tres niños. Volvió a confirmarlo, las puertas estaban bien cerradas y entonces recordó la llavecita. ¿Dónde la habría dejado?

Salió corriendo de la casita rumbo a su hogar en busca de la chaqueta, la había lavado, secado al sol y dejado sin usar desde hacía ya un tiempo, tal vez habría sobrevivido a su última depuración del armario, ¿o tal vez la habría regalado? Al llegar a casa corrió a su armario y allí estaba. Corrió de nuevo a la casita y abrió una puerta a la vez, ambos estantes estaban casi vacíos, de no ser por una caja de lata que parecía vacía porque nada sonaba dentro de ella, pero era imposible abrirla, la herrumbre había crecido alrededor de la tapa. Volvió a cerrar ambas puertas, pero llevó la caja y la llavecita consigo.

Horas de tallado con lengüetas para tejer, agujas de bordado y desbaratadores de costura y otras de remojo en aguas mágicas de cocina consiguieron abrir la caja. Al instante se encontró de nuevo frente al Buffet y en medio de la casita sin que hubiese salido de la suya propia. Llevaba consigo la caja y la llave. Volvió a abrir las puertas del mueble y en un santiamén ingresó en un archivo colosal. Cada estante guardaba palabras enlazadas, al tirar de la palabra árbol, venían adheridas las palabras agua, viento, sombra, libro, mesa, casa, ardilla, leña… Al tomar la palabra hijo se aglutinaban las palabras abuelos, padres, nacimiento, dolores, esperas, desvelo, alegría, milagro…

Unas palabras parecían haber sido remendadas con desmedro y estaban juntas con desgano, no hacían una danza como las otras palabras. Algunas eran palabras burla, pegadas a palabras pozo. Otras eran palabras castigo pegadas a palabras pecado, unas eran palabras llave y estaban adheridas a palabras clausura. Aquellas fulguraban sabiduría y eran fustigadas por las palabras sentencia y proscritas por las palabras locura. Eran palabras lumbre atadas por obligación a palabras feroces, sin historias comunes. Allí encontró las palabras mágicas: INCERTIDUMBRE y SOSPECHA, sin las cuales no se logra vislumbrar una pregunta, una hipótesis, una ciencia, un saber. También estaban las palabras faro: ENAJENACIÓN e IDEOLOGÍA, todas ellas cosidas monstruosamente a las palabras castigo: CONSPIRACIÓN y PARANOIA que sumaban un extraño concepto CONSPIRANOIA y que no era otra cosa que el fuete del mayoral, para tachar de loco a todo aquel que se una a los demás en contra de un superior.

Trató de despegar esas palabras y, mientras tiraba de ellas, brotaban palabras rabiosas que mordían sus manos: inadaptada, resentida, izquierdosa… Ella buscaba la palabra ciencia, sabiduría, FILOSOFÍA a las que debían estar unidas las palabras incertidumbre y sospecha, pero llegó la palabra HISTORIA y reclamó las fuentes, las certezas, las pruebas. Abrió la caja de latón y regresó a su hogar.

La noche pasó en duermevela, la caja y la llave acechaban en la mesa de noche.

La palabra moral y la palabra locura vestían de capataces. Moral con un traje antiguo, Locura como elegante ejecutivo, ambos llenaban los estantes con sinónimos que ataban a cada palabra.

Al despertar recordó la palabra Historia, tenía un traje remendado con huecos de todos los pasados posibles, estaba unida a palabras historietas, fábulas, pasados mejores, acumulación originaria y trabajo honrado. Era una palabra fachada cuyas fuentes, certezas y pruebas tenían trajes nuevos recién comprados por los dueños de los capataces, a las puertas de aquella fachada estaban las palabras Moral y Locura. Tomó la llave y la caja, quiso ingresar para traer una constancia de aquel engaño. Al ingresar, los estantes estaban sellados y la única palabra que se desplegaba era COSNPIRANOICA, atada a las palabras delirante, irreverente, falaz.

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* Marta Lucía Fernández Espinosa. Licenciada en Historia y Filosofía (Universidad Autónoma Latinoamericana). Especialista en planeamiento educativo (Universidad Católica de Manizales) con diplomados en Gestión administrativa, adaptaciones curriculares y desarrollo de habilidades organizacionales en diversas universidades antioqueñas). Autora del libro «Pentimento». Sus investigaciones han sido trabajos de campo con comunidades a través de las cuales se generaron desde proyectos educativos institucionales y manuales de convivencia, hasta la construcción de aulas por gestión comunitaria y la creación de la educación de adultos como estrategia para minimizar el impacto de la violencia en un sector deprimido de Itagüí (Antioquia). En 1989 el consejo de facultad de la Universidad Autónoma le otorgó una beca en reconocimiento a la importancia de su libro Pentimento.

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