LO QUE NO SON (UN MUSICAL)
Por Hernando Escobar Vera*
«…y mientras se alejan calle abajo
algo inquietos, sienten como si algo de ellos
traicionara la cama en la que han estado acostados».
(Kavafis, Su principio)
«Y después de hacer todo lo que hacen,
se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman,
se peinan, se visten, y así progresivamente
van volviendo a ser lo que no son».
(Julio Cortázar, Amor 77)
Trata de no trastabillar. Tap. Trata de no trastabillar. Tap. Trata de no, trata de no, trata de no trastabillar. También están los sonidos, aún lejanos, de las cerdas de la escoba contra el pavimento: fras fras frub, y del pito del auxiliar de tránsito: piiii piiii bip. Pronto habrá más viandantes. Diferentes tipos de suelas y tacones. Otras formas de pisar. Nelly se deshace las arrugas que reaparecen en la falda a cada paso, mientras baja por la calle empedrada. La ciudad todavía vacía y oscura se extiende a sus pies como un dibujo que cobra vida. El sol todavía no asoma, pero su luz empieza a trazar una línea morada que separa los cerros del cielo, antes igualmente negros. Emergiendo de la bruma, los edificios parecen monstruos con sombreros de esmog que crecen en el dibujo, se salen y avanzan hacia la montaña. Vuelve a alisarse la falda blanca de lino; recuerda que su hermana opina que es demasiado estrecha y le hace ver abultado el abdomen. Trastabilla: triiap.
Nelly se volvió a ir sin despedirse. Iván abre los ojos. Huele el aliento de su bostezo bajo las cobijas. Decide levantarse porque lo afana enjabonar las sábanas antes de que llegue doña Araminta. Desnudo lleva la loza a la cocina y pone los condones, las medias veladas rotas y el papel higiénico en la caneca, dentro de la caja de cereal que botó la noche anterior. Suena el despertador.
Mujer vampiro que huye de la víctima, Nelly sigue descendiendo la calle empinada, pero no levita; trastabilla. Trata de no, trata de no, trata de no trastabillar ni recordar la noche anterior. Ya sabe que no tiene sentido arrepentirse y prometerse que no volverá a pasar. Iván quedó tendido, las pestañas arqueadas, las cobijas hasta la cintura. El afán que llegó con la vigilia hizo más pesado el brazo que la asía bajo los senos; en contraste, tuvo la sensación de no haber parado de acariciar sus vellos, de haber sido sostenida por él mientras dormía. El afán, porque pronto amanecería y debía ir a su casa, bañarse, vestirse, retirar la manta de la jaula de los pericos y estar en el andén antes del pitido del bus que la llevaría a la Global Marketing, su sitio de trabajo, uno de los edificios monstruo del dibujo. Estar antes del pitido debidamente vestida, peinada y maquillada: la imagen es todo para una asistente de relaciones públicas. Trastabilla: triiap. La falda vuelve a arrugarse y a subirse, dejando más desnudos sus muslos. Fras fras frub. Huir. Cuando sube, cada martes, huye de la ciudad; cuando baja, huye de Iván. El pelo recogido mientras llega a casa a lavarlo, apenas un poco de brillo en los labios, los ojos escasamente delineados y sombra bajo los pómulos. Ya se ha acostumbrado al dolor en los muslos, a veces en las muñecas, casi siempre en las nalgas y los pezones. «La cara nunca», fue claro después de la primera vez. Apresura el paso. Siente una gota que se enfría mientras resbala de su nuca. Víctimas y vampiros. El cuadro de la noche del martes se desvanece como si la mañana del miércoles fuera el verdadero vampiro que lo consume con su luz. Nelly día vampiriza a Nelly noche. Más cerca el barrendero: fras fras frub; el auxiliar de tránsito: piiii piiii bip. Formas de frenar, de caminar, de salir de la noche y entrar en la ciudad.
Cuando se seca las manos, a Iván le arden los nudillos. Recuerda: los dedos dieron contra la baranda de la cama. Ya no siente culpa, como la primera mañana, cuando pensó que no la vería de nuevo. Demoraron en dormirse, ella sollozando y él acariciándola, diciéndole que no volviera a pedírselo porque la excitación no lo dejaría controlar la fuerza, o la furia, o el deseo, o el odio; no sabía. No sabe. Que no volviera a pedírselo y buscó que ella asintiera, que lo dejara saber que habría otra vez; pero su silencio y su ausencia en la mañana lo desesperanzaron: mujer en la barra del bar, nombre fácil de oír bajo la música e historia simple, inventados para sostener una conversación que solo habría valido de preámbulo. No queda café. Vuelve a programar el despertador y se esconde bajo las cobijas a escuchar las noticias.
Fras fras frub, trata de no, trata de no, tap tap triiap y piiii piiii bip. De lejos, desde el barrio de Iván, el edificio donde trabaja la intimida menos que cuando se enfrenta a la puerta giratoria, los bordes dorados, los muros de mármol. Imagina la ciudad como un lugar en el que no está, una vista aérea: las puertas de los garajes abriéndose al tiempo, los niños dándose loncherazos mientras esperan la ruta, los exprimidores, los huevos fritos, las licuadoras: una coreografía, un coro. El cielo violeta es empujado desde los cerros por otro, rosado, que anticipa los primeros rayos del sol. Su luz percude la falda de Nelly; intenta deshacerse las arrugas. No es consciente de que su esfuerzo es tan mecánico como fútil. Si la viera su jefa, la saludaría sin mirarla del todo, y ese sería su gesto de desaprobación. Cómo puede salir a la calle sin medias y con esa falda tan corta y arrugada. Tropieza: triiap. Se alisa la falda por su jefa; por los visitantes del edificio de mármol que deben quedar impresionados con su ropa y su sonrisa, y por los viandantes que ya llenan las calles: undostrés undostrés, luz roja stop. Y se reanuda la coreografía de sastres sobrios, apenas respiraciones, miradas al frente, luz verde undostrés undostrés, piiii piiii bip.
Iván, escondido bajo las cobijas. Si los pliegues fueran montañas, él sería un gigante en el centro de la tierra, causante de los terremotos y las nuevas geografías, motor y verdugo del mundo, escultor y destructor. Un petardo —no se sabe si fue un conflicto personal o un ajuste de cuentas entre mafias—, elecciones, arenoterapia para la celulitis. Como los últimos miércoles, no resiste las noticias ni la cama. Siente el impulso de vestirse y bajar a la avenida a buscarla. Pero el impulso solo le alcanza para ponerse el bóxer y abrir la ventana. La luz anaranjada rebota en la cornisa. Entrecierra los ojos, lo aturde ver la ciudad doble.
Iván: Nellyyyy ―la llama mentalmente mirando calle abajo. Como un vaho, los sonidos de la ciudad se pegan al vidrio.
Nelly: No digas nada ―responde entre dientes, se arregla la falda.
Los instrumentos de la banda terminan de afinarse: tap tap triiap, fras fras frub, piiii piiii bip, luz roja stop. Una pausa y los sonidos se armonizan en volumen bajo para dar paso a la voz del tenor:
Iván (intenta una rima, una melodía): Cómo decir… que te abracé pensando en estar tejiendo un lazo, en tentar a tu premura con café y fresa madura ―se arrepiente apenas termina: acartonado, sin ritmo…
El primer martes, Iván se había quedado escampando en la universidad. Traía los zapatos embarrados. Subió a su barrio a contracorriente: su rostro ante la brisa intensa y húmeda, sus pies ante los arroyos de lluvia. Nelly estaba sentada en la escalera. Empapada. Se había quitado los zapatos de tacón para masajearse. Iván no supo si saludarla de beso o solo decir hola. Habían pasado diez días desde el viernes que la conoció en el bar. Había ido a buscarla, sin éxito, el siguiente viernes y el sábado y el domingo, así que para el martes estaba casi resignado a no volver a verla. Ella no respondió cuánto tiempo llevaba esperándolo. «No importa, a eso se arriesga uno cuando llega sin avisar», dijo. Iván le dio la espalda, se sintió torpe, confundió las llaves, manos nerviosas intentando abrir las dos chapas. Pensó si hablarían de lo que pasó, si usarían los tragos como justificación, si podrían hacer el amor como cualquier pareja que se explora o si se comprometerían a ir con calma, a conocerse mejor. «En la cara, no», dijo Nelly cuando Iván cerró la puerta. Iván no entendió, se le notó en la expresión. Nelly aclaró: «No me vayas a golpear la cara». Hubo un mordisco antes del beso y el cuerpo de Iván empujó furioso el de Nelly contra la pared. El impacto retumbó y encendió la luz. La mañana siguiente lamentó no haberse despertado antes que ella para besarla en la espalda y pedirle que se quedara.
El tenor sospecha que su voz fue tímida, reiterará su texto con mayor potencia; sin embargo, la soprano sí lo escuchó y, al tiempo, se apresta a responder:
Iván: Cómo decir… que te abracé pensando en estar tejiendo un lazo, en tentar a tu premura con café y fresa madura.
Nelly: Pero después… reclamarías recompensa: señuelo de fresa y cafeína. Sé que por el desayuno, pedirías una promesa.
Iván: Me conformo con que digas, después de la despedida, que nos vemos otra tarde, tal vez el próximo martes ―se avergüenza de sus expectativas, trata de silenciar sus pensamientos, cierra la ventana.
Viandantes, en coro: Y aunque ella iba de afán, él se las jugó a ser donjuán: con la brisa, una caricia subrepticia le mandó. Ella sintió, pero rehuyó.
Nelly: Tener sexo con alguien es mejor que hacer el amor ―dice en voz baja y piensa en Iván como un gran queso en una trampa para ratas―. Tener solo sexo desobliga de falsas ternuras y consideraciones, de pensar en su placer más que en el mío, de temer lo que pueda opinar de mí mañana, porque no importa si no hay mañana. Tener solo sexo permite guiarse por el instinto, obedecer al deseo. Es indispensable no conocerse, no quedarse a desayunar y sorprenderse contándole la vida a un extraño que empieza a dejar de serlo ―se estira la falda. Trata de no, trata de no, tap tap triiap―. Quizás tuvo un gato cuando niño y todavía se le humedecen los ojos al recordar que un día, después del colegio, le dijeron que el gato se había perdido y, meses después, apenados de oírlo preguntar cada tarde si había vuelto, le confesaron la verdad. Unas cuantas anécdotas serían suficientes para ver su fragilidad y preocuparme por no dañarlo y, entonces, empezaríamos a hacer el amor, a darnos caricias condescendientes, a domesticar el instinto y a domesticarnos uno al otro, temerosos de que un día, al volver del trabajo, el deseo hubiera muerto atropellado o hubiera huido a otra calle o a otro barrio, cansado de tanta comodidad y encierro ―se estira la falda.
Coro: Y aunque ella iba deprisa, con la brisa una caricia subrepticia él le mandó. Ella sintió, pero rehuyó: a la noche dar la espalda, de nuevo alisar su falda y, de frente a la ciudad… Descender a la ciudad.
Iván (ha regresado a la ventana, mira calle abajo): Tal vez oootro martes.
Nelly: Tal vez oootro martes… (la acompaña un coro de voces femeninas, sube el volumen de los pitidos, los pasos, las cerdas de la escoba contra el pavimento) o nuuuncaaa maaáas.
Iván: No. Ese no puede ser el final. Afinemos. Los siguientes martes fue mejor. Compré arneses, prendas de cuero, un látigo, y tu sonrisa fue de gratitud y compasión porque no era necesario llevar el caudal del deseo al cauce del estereotipo; pero podíamos jugar de vez en cuando a ponerle nombre a lo que hacíamos, para luego huir del nombre, los cueros y las argollas, y ser solamente lo que somos, lo que hemos sido, de lo que nunca hemos hablado ―toma aire―: Si te quisieras quedar, podría decirte.
Nelly: Martes de noche es fácil volver, miércoles de mañana es más fácil irme.
Coro (se asoman los vecinos por las ventanas, los niños en el bus escolar, los obreros apretados en el transporte masivo): Bajar es fácil, pero no hay nadie abajo a quien quiera ver. Bajar es fácil, pero el dolor que le da la ciudad no le produce placer.
Es la hora en la que todo cambia de color rápidamente. El cuerpo de Iván pasa del naranja oscuro al claro. Permanecen las gotas de rocío que se proyectan sobre su piel desde la parte de la ventana que no se puede abrir. Soba su abdomen. Por fin puede abrir los ojos del todo.
Trata de ver fragmentos de Nelly en las mujeres que pasan bajo su ventana. Las que van calle abajo, vestidas para la ciudad, desnudas de ellas mismas. Trata de adivinar qué piensan para configurar lo que piensa Nelly travestida de citadina; pero ellas no son como Nelly, y se alegra de descubrir que sí conoce a Nelly, sí la conoce sin saber nada de ella, la conoce más que a todas las mujeres que le han contado su vida, pero no se han desnudado del traje de mujeres de la ciudad. Y también es Nelly la única ante la que él se ha desnudado.
Iván: …Un gesto que me haga confiar en que volverás el próximo martes y que un día te vas a quedar a desayunar. Tal vez oootro martes.
Iván y Nelly: Tal vez oootro martes.
Nelly y el coro de mujeres: Tal vez oootro martes o nuuuncaaa maaaáas.
Las mujeres del coro abren los brazos mientras se les va acabando el aire, la percusión dice fin: la escoba, frub; el pito, bip; los pies, stop ante el semáforo. Los sonidos son asfixiados por los ruidos; los instrumentos, guardados en sus estuches. La luz de la ciudad pierde matices. Iván, tras más de cinco minutos con la piel del mismo color, se apresura a vestirse cuando escucha las llaves de doña Araminta en la cerradura. Le trae arroz con leche junto con los saludos que le mandó la mamá. Incansable, empieza a asear el apartamento como cada miércoles. «Que lo esperan para almorzar el sábado», le dice ya con la respiración agitada. «Gracias, doña Araminta», responde Iván: todos los botones debidamente ajustados.
Más tarde, peinada, maquillada y vestida de asistente de relaciones públicas, de mujer exitosa y feliz, capaz de contagiar el éxito a cualquiera que pueda pagar por sus servicios, Nelly entra en la puerta giratoria dorada de la Global Marketing y vuelve a temer quedarse atrapada allí, repitiendo el saludo en ese instante del día en el que prepara la sonrisa y renuncia a la rabia. Apenas ha llegado y ya quiere huir, pero sonríe. A veces le tiemblan las mejillas al hacerlo, pero sonríe y los llama a todos por su nombre. No es fácil olvidar que los desprecia y sonreírles.
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*Hernando Escobar Vera es Comunicador social–periodista, magíster en Literatura Hispanoamericana, máster en Psicoanálisis y Teorías de la Cultura, está culminando doctorado en Literatura Hispanoamericana. Crítico literario, docente universitario, tallerista y editor bogotano. En 2022, fue ganador del Premio Nacional de Escritura del Ministerio de Educación de Colombia, en la categoría «cuento». Algunos de sus microrrelatos, cuentos y poemas han sido publicados en Colombia, Uruguay, España, México y Argentina.
Este relato es muy aterrizado es decir muy realista, pienso que despierta un interés sensual, que no logra llegar a un culmen, llama la atención que empieza como narración y luego se transforma en diálogos como de teatro, deja muchos interrogantes en cuanto al desenlace, de destacar si la fluidez de la escritura.