LORCA DE TINTA Y HUMO
Por Rafa Burgos*
Otra manera de leer a los poetas es en los periódicos. Lo que sucede es que suelen perder las metáforas en el trasiego y se vuelven un poco monótonos. Abres un ejemplar y aparece que buscan otra vez los restos de Federico García Lorca en un punto determinado, cerca del barranco de Víznar. La fosa común de Lorca es un párrafo entero de historia y biografía. Pero no de la suya, sino la de un país que todavía no ha expulsado sus demonios del todo. Es prosa cirujana y geográfica. Es el prospecto de una medicina contra el olvido. Es la culminación de un relato de detectives que hace demasiadas páginas, más de ochenta años, que da vueltas sobre sí mismo en circunloquios y recodos del camino. Pero no es Lorca.
Abres otro diario y lees que hay quien pide el Nobel póstumo para el poeta granadino, quizá el autor más exportado de España después de Cervantes. Y entonces se convierte en una naranja, en un pescado de bahía, en un buen caldo criado en barrica. Pero tampoco es Lorca, porque en esos momentos solo responde al póster de las habitaciones, como un Che sin gorra, como una Marilyn sin falda, como un Mario Bros sin tuberías ni bigote. Es un Lorca símbolo, casi de los que se cuelgan en las puertas para que traiga la buena ventura, casi una rama de muérdago que pide un beso. Es el Lorca muerto que aún vaga acribillado por las carreteras de España envuelto en una bandera salpicada de sangre y sin destino final, un verso ramplón de octavilla, el poeta símbolo. Que es en lo que se convierten los poetas cuando doblan la última esquina de la historia y ya nadie los lee. Cuando se transforman en un capítulo de un libro de texto de secundaria. Y ni ahí se les lee.
En cualquier caso, hay veces en que es conveniente leer a los poetas en los periódicos. Que estén en la agenda de los cronistas y redactores, como el Festival de Cannes o los acuerdos de paz entre las dos Coreas o el balance anual de datos del Fondo Monetario Internacional. Pasa con Lorca, por ejemplo. Porque estuvo silenciado tras caer fusilado en un paredón cercano a su casa, en Granada, donde nunca debió volver. Porque hubo un tiempo en que nadie quería hablar de aquel rojo maricón que llevaba el éxito junto al pasaporte y que murió por un error de cálculo, por venganza, por ceguera y porque, probablemente, el que lo condenó nunca había leído un solo periódico en su vida. También dejó de leerse porque las generaciones de poetas posteriores, se cuidaron muy mucho de defenderlo. Unas veces por el fondo y otras por la forma. Por gitano y popular, por lascivo y simbólico, por telúrico y por lunático. Quizá también porque nadie se jugaba el tipo por un cadáver desaparecido que, además, seguía funcionando muy bien en escena. El Lorca dramaturgo nunca desapareció. Al Lorca poeta aún no lo han encontrado, dicen los periódicos.
Abres otro diario y muere Leonard Cohen. Antes había muerto Enrique Morente. Y después, alguien se encarga de recordarnos que nadie puede considerarse vivo de verdad si no ha escuchado alguna vez el disco Omega, de Morente, con canciones de Cohen y poemas de Lorca. Y ahí sí, ahí, de alguna manera, la carne destejida de los huesos durante más de ochenta años en un camino de la provincia de Granada comienza otra vez a hacerse verbo. Porque entonces las palabras impresas en tinta que mancha los dedos como columnas de humo, peregrinan hacia Poeta en Nueva York. Y ya no podemos recordar al poeta muerto, ni al poeta símbolo, ni al poeta que da nombre a la ecuación sin resolver de la reconciliación en España. Porque es su libro póstumo. Y porque todavía no ha llegado su época, de tanto que se adelantó.
Lorca sembró de nardos blancos y charcos rojos las tierras de su Andalucía natal. El Cancionero gitano y los Poemas del cante jondo son un dibujo del reencuentro de Ulises con su Ítaca natal. No hay poeta que merezca ese nombre si no hereda un canto de Homero como quien nace con una marca en un costado, en un tobillo o en un punto ciego de la nuca. Es el Lorca de los campos y los ecos del galope de caballos, el Lorca del sol y la muerte, de los toreros y los guardias civiles, el que pone en marcha los sentidos cuando pasea entre muslos enfriados a la orilla de los ríos. El que sabe escuchar tras las puertas cerradas y descifra los códigos del luto. El que encuentra el pulso de la pasión reprimida y de la pasión desahogada, y de la pasión que se desahoga después de reprimirse. El poeta del silencio desbordado en gritos de dolor.
Pero Lorca supo salir de aquella España y de aquellos versos. Y supo estampar su última mirada en un manuscrito al que solo le faltaba el último punto de cocción. Poeta en Nueva York es un viaje en el tiempo. Un regreso al futuro en el Delorean de Doc y Marty McFly. Una mirada al siglo XX que todavía estaba por venir. Y que en España todavía tiene que acabar. Un anticipo de los siglos que vendrán. Poeta en Nueva York es Martin Luther King, es David Lynch, es Lehman Brothers, es Leonard Cohen y Enrique Morente, es incluso el presidente Trump. Es casi todos los poetas que han leído a Lorca después del penúltimo titular. Y también una cámara secreta del Valle de los Reyes de Egipto. El despertar de los asombros. Un pellizco en el tiempo. Todo aquello que a los periódicos jamás les dará tiempo para contar.
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* Rafa Burgos es periodista (Alicante, España, 1971). Comenzó su trayectoria profesional en 1997 como colaborador y crítico de cine en el periódico local La Prensa y posteriormente pasó por El Periódico de Alicante (donde asumió también la labor de editor) y Las Provincias (crítico de cine). En 2003 se incorporó a la plantilla del diario El Mundo, en el que ejerció de redactor de Sociedad y Cultura y columnista. En 2012 dejó el puesto para dedicarse a proyectos personales, como el blog El Faro del Impostor (www.elfarodelimpostor.com), un documental sobre el boxeador Kiko ‘La Sensación’ Martínez (actualmente en post-producción) y el libro ‘La feria abandonada’ (Barbara Fiore Editora, 2013), del que es coautor junto al dibujante Pablo Auladell y el poeta Julián López Medina y que acaba de ser traducido al francés (‘La fête abandonnée’, Editions de l’An 2, 2016). En la actualidad, escribe la columna semanal ‘Vals para hormigas’ para el diario Alicante Plaza. Se le puede seguir en Facebook (El Faro del Impostor) y Twitter (@Faroimpostor).
Me encanta la sutileza con que escribes todos los artículos. Se empieza a leer y tienes que acabarlo. Gracias