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LOS CUERPOS TEJEN LO SOCIAL

Por Mercedes Fernández-Martorell*

Cuando pensamos en el devenir de las relaciones entre los cuerpos, desde que se inauguró el sistema económico-político capitalista en Europa, en los siglos dieciséis y diecisiete, hasta la actualidad, somos arrastrados a reflexionar en la dualidad mujer-hombre. Devenir implica modificar el vivir, el día a día.

A raíz de prácticas de resistencia en el siglo veinte, se produce una verdadera revolución en los cuerpos, en la vida de todos. En la actualidad, tanto en América como en Europa, vivimos nuestro cuerpo en una nueva situación, en una distinta oportunidad para reorganizar nuestros vivires colectivos.

Las estrategias de poder que activó España al asaltar tierras americanas fueron múltiples; todas atañeron al cuerpo de los originarios. Impuso la sumisión política, instauró la economía colonial de la mano del esclavismo y del cristianismo y edificó el imperialismo. Por supuesto, el Imperio español se creó con objetivo económico, conquistando bienes y tierras. Los bienes y recursos usurpados a México y Perú, especialmente la plata y el oro, auxiliaron la economía de mercado en Europa.

La invasión española —consistida en el exterminio de otros pueblos, dirá Eduardo Galeano— [1] sí funda una sociedad nueva, ya que posibilita la acumulación primitiva de capital. En treinta años pudo saltar en pedazos el orden de vida feudal, elaborando nuevas fuerzas productivas e imponiendo distintas relaciones sociales. Sin embargo, aun disponiendo de las condiciones para darse el capitalismo, en España no arrancó, ya que la conquista del Nuevo Mundo la realizó a la manera feudal, sostiene el historiador Pierre Vilar [2]. No obstante, sí se dieron las condiciones en el norte de Europa, en los Países Bajos y en el Reino Unido.

Justamente, al estallar la última etapa del feudalismo, abierta la posibilidad de instalar el capitalismo, aconteció en los cuerpos de quien vivía en mujer, principalmente, el ser incriminada de ejercitar temibles horrores. Se le impuso el extraordinario poder de brujear a la mujer sanadora, marcándola con el estigma de la superchería y una posible perversidad [3]. Se silenció todo lo que la mujer auxiliaba en el vivir diario como sanadora, como comadrona.

Durante esos dos siglos se produjeron nuevas instancias de poder sobre el cuerpo de todos los individuos. Mientras era dominado el humano originario de América y se comerciaba con cuerpos humanos por mar de África a América, en Europa otros cuerpos fueron dañados, atropellados de manera radical: la caza de brujas. Caza de mujer que anduvo multiplicándose por todo el territorio europeo.

Bruja era una palabra adjudicada, sobre todo, a quien vivía en mujer pobre, no casada o viuda. Se propagó la idea de que la mujer acusada de bruja —arbitrariamente— estaba movida por el deseo sexual [4]. Aunque lo común fue que se acusara a la mujer con cincuenta años, también se quemó viva a la mujer joven [5].

La caza de brujas causó que el cuerpo de cada mujer estuviera constituido por el miedo. Se trató de promover que el hombre sospechara, temiera, a la mujer, ya que ellas «parecen normales pero se ponen aceites, vuelan por las noches, cohabitan con el diablo», se decía en el Malleus Maleficarum [6]. De tal obra se heredó la prédica de que las mujeres son hermosas cuando se las mira, pero pueden castrar a los hombres o dejarlos impotentes [7].

Con el objetivo de crear un nuevo régimen de propiedad, de trabajo, el capitalismo confeccionó nuevas relaciones entre todos los cuerpos. Se trató de que quien vivía en hombre propietario, con dominio, concibió el objetivo de modificar la subordinación practicada, hasta entonces, sobre quien vivía en hombre común. Ideó la siguiente fórmula: el hombre común practicará, ahora, la nueva economía salarial; es decir, todo lo que produzca entrará en el mercado, y su subsistencia pasará básicamente por el salario. Ahora bien, lo fundamental a señalar es que, al mismo tiempo, se estableció que el hombre debía desestimar a quien vivía en mujer. ¿Para qué desdeñarla? El provecho consistía en edificar un nuevo diagrama entre todos los individuos; una nueva relación de fuerzas entre los cuerpos.

El hombre poderoso, el hombre con dominio, el propietario, deseó reordenar en su beneficio las relaciones entre todos los protagonistas de la sociedad. Para lograrlo impuso a quien vivía en hombre común no solo el destino de trabajador asalariado mísero, sino que lo alzó en la jerarquía de los cuerpos. Cualquier cuerpo de hombre, a partir de entonces, sería patrón de un cuerpo de quien vivía en mujer.

Se trata del momento en el que, precisamente, la Iglesia, entrado el siglo dieciséis, impone el matrimonio cristiano. Deja de ser válido practicar la promiscuidad y casarse clandestinamente. Ahora el matrimonio debe celebrarse bajo la sanción de un párroco y en presencia de testigos. De hecho, hemos heredado la práctica de donar un cuerpo de mujer a cada hombre realizando determinados rituales. Queda explícita tal actividad de donar y tomar un cuerpo de mujer por parte de cada hombre en el ritual de matrimonio católico, en el que el padre lleva del brazo a la hija, que entrega al novio, y este la toma en el mismo altar de la iglesia —incluida la tradicional «petición de mano» de la novia—. Por otra parte, en las actuales celebraciones matrimoniales civiles hay quien activa una práctica semejante, solo que en los recintos registrales.

Hablamos aquí de cuando el hombre de poder, el propietario, lanzó al hombre común un señuelo: le concedió en propiedad segura, de por vida, fundamental, una mujer. Para ello resultaron muy ventajosos el miedo y la marginación en quien vivía en mujer tras haber ejercido sobre ella tortura, al quemar vivos a millares de aquellos cuerpos.

Se impuso así una estructura social conformada por categorías de cuerpos, alimentada por prácticas respaldadas por ideas que reforzaron no solo la dualidad mujer–hombre, sino la normativa de que el cuerpo de mujer era para donarlo, una posesión del hombre. Con ella, el hombre común mejoraría su calamitoso destino de asalariado perjudicado. Se trató de que la diferencia de sexo respaldara, completamente, el interés de la nueva economía capitalista.

La nueva multiplicación de diferencias jerárquicas entre quienes vivían en hombre, junto al dominio del cuerpo de una mujer para cada uno de ellos, proporcionó un nuevo mapa entre los cuerpos. El hombre del común compartió, a partir de entonces, un bien, una propiedad idéntica a la de hombre con dominio: una mujer. Indivisible entre sí cada una de esas acciones, todas fueron necesarias al cimentar el diagrama de la nueva economía capitalista.

Fabricado ese conjunto de fuerzas en el que el hombre debe menoscabar a la mujer, por tanto, debe dominarla, y ella debe someterse, el filósofo inglés Thomas Hobbes, considerado como el que representa la rotura entre la Edad Media y la modernidad, publicó en 1651 Leviatán [8].

Simplificando. Hobbes ideó que el principal problema de los hombres —¿aludía a las mujeres?— lo constituyen la competencia y los bienes limitados, por lo que late potencialmente, siempre, la posibilidad de guerra de todos contra todos. Indicó que el deseo de vivir confortablemente debe implicar el crear un pacto social que origine el Estado. Pacto a favor de un gobernante que defenderá a todos.

Inaugurar el capitalismo supuso multiplicar, diversificar las relaciones jerárquicas entre hombres dominadores y hombres dominados. Desde ese momento se estableció un pacto entre la multiplicidad de hombres ahora jerarquizados de manera distinta, renovada; todos hermanados en el poseer un ejemplar de mujer. Se gestó y se fortaleció así una alianza masculina; se consolidó una nueva geografía de los cuerpos aplicada en todas las prácticas políticas.

Si durante los siglos de la mayor caza de brujas —dieciséis y diecisiete—, a la mujer se la construyó como población matable, tras la revolución del siglo dieciocho, es decir, la Revolución Francesa, la normativa sobre el cuerpo de mujer residió en situación equivalente. Es en este momento cuando se inventa el cuerpo excelente, el de hombre blanco, heterosexual, sano, el que defiende el reglamento de que todo cuerpo de mujer debe vivir adscrito, dependiente, a un hombre.

Trato de exponer, de manera breve [9], la idea de que originar el capitalismo en Europa supuso imponer una muy concreta trama entre los cuerpos, la que ha posibilitado la pervivencia de ese sistema económico–político durante cuatro siglos, trama que se exportó a las tierras colonizadas.

Sin embargo, en los años sesenta del siglo veinte, esa trama fue revolucionada —atendemos a lo sucedido en América y en Europa—. Se inauguró tal revolución cuando la mujer, en esos países, empujó las normas de la trama que impuso el capitalismo, pudiendo liberar de ellas a todos los cuerpos.

Tal empuje feminista acontece arropado entre la minoría del común [10] que se resiste a tolerar cualquier autoridad, a reproducir prácticas y discursos normalizados sobre lo colonial, lo subalterno, lo negro, lo patriarcal. Hablo del movimiento antiimperialista, anticlasista, anticolonial, ecologista, de mayo del 68, en medio del cual el empuje feminista antipatriarcal despedaza la tradicional trama entre los cuerpos. Rompe el cimiento en el que se sustentaba el entramado en los cuerpos del vivir colectivo capitalista.

Lo siguiente que tenemos es un cuadro distinto: la sumisión de mujer a hombre deja de ser tolerada; la obligatoriedad de que la mujer sobreviva merced a un hombre es combatida; la violencia del hombre contra la mujer pareja es impugnada, ya no está respaldada por normas que obligaban a la mujer a someterse a un hombre. Rituales y leyes que sustentaban y reforzaban la donación del cuerpo de mujer al hombre son reprobados por multitud de personas.

No se trata de creer, al observar el devenir de tales novedades, que estamos ante prácticas que van sucediéndose unas a otras. No es pensable un relato que trate sobre cómo se desplazan las prácticas y los discursos feministas hacia el movimiento LGBTI, el queer, el transgénero. No se puede, sencillamente, porque hablamos de devenir y porque ninguna de esas prácticas pertenece al pasado. Cada una continúa de forma simultánea, solapada, en el momento en que hablamos.

Hoy, sin embargo, nos encontramos en una nueva situación. Por una parte, la mujer, en estos países, ha renunciado a ser un cuerpo donado, se ha liberado del lugar que le impuso la trama capitalista. Por otra, ahora estamos ante un cuerpo múltiple, soberano. Las categorías de los cuerpos se han multiplicado, porque ahora estos pueden ser múltiples e inestables, ya que se ha establecido la posibilidad de vivirlos en el marco LGBTI, sin olvidar que se trata de categorías que nunca hablan de los cuerpos en sí.

Lo que quiero hacer comprender es que ahora la alianza masculina no pervive como lo ha hecho durante siglos. No solo porque la mujer ha liberado su cuerpo, sino también porque la actual mutación en la economía política capitalista ha roto definitivamente la potente alianza masculina con la que se asentó el capitalismo. Ha perdido vigencia el sometimiento del hombre del común al propietario —objetivo de tal alianza—. Ahora las relaciones masculinas son de distinto orden. No es fácil para un hombre del común contar con un propietario que le proporcione un trabajo a cambio de un salario que, además, le permita proveer a la familia. Sin olvidar, entre otras modificaciones, que la alianza masculina que implicaba la milicia, ha dejado de ser obligatoria.

Estamos percibiendo el devenir de la alianza masculina. Si tal alianza se instauró a partir de leyes sobre la política y el trabajar, y ahora resulta que toda esa normativa falla, la alianza masculina quiebra. El hombre del común, al inaugurar el capitalismo, percibió un cuerpo de mujer a cambio de aceptar su sumisión al hombre poderoso, al propietario, al político, haciéndose cargo de las normas impuestas y obteniendo, así, su inclusión en esa estructura. Esa ha sido la ley secreta, la no dicha, pero compartida por todos los hombres.

El éxito de la resistencia feminista al enfrentarse y destruir el axioma del capitalismo —todo cuerpo de mujer será entregado al hombre— ha producido una nueva subjetividad, un nuevo modo de pensar y sentir, cada uno, su cuerpo. Ahora podemos rechazar reglas que han permanecido ocultas en el sistema capitalista. Normas que podemos repensar.

La mayor dificultad radica en pensar cuáles son las prácticas y discursos que darán lugar a una nueva trama entre los cuerpos. Tal creatividad tendrá que provenir de multitud de personas, sobre todo de quien posee la habilidad de renovar el ser: el marginal, el pobre, «que es dios en la tierra» [11]. La trama tradicional ha sido útil al capitalismo. La que generemos ahora será apta para que en ella resida el sistema político económico que interesa a la mayoría. Dará lo mismo si a ese nuevo orden lo seguimos llamando, o no, capitalismo. Lo de importancia es alcanzar, con la distinta trama que confeccionemos, una vida más vivible para todos.

NOTAS

[1] Galeano, E. Las venas abiertas de América Latina. Uruguay: Monthly Review, 1971.

[2] Vilar, P. «El tiempo del Quijote». Crecimiento y desarrollo. Economía e Historia. Reflexiones sobre el caso español. Barcelona: Editorial Ariel, 1966, pp. 332-346.

[3] Ehrenreich, B. Brujas, comadronas y enfermeras. Historia de las sanadoras. Dolencias y trastornos. Política sexual de la enfermedad. Barcelona: Cuadernos Inacabados, Ediciones La Sal, Edicions de les Dones, 1981, p. 20.

[4] Armengol, A. Realidades de la brujería en el siglo XVII: entre la Europa de la caza de brujas y el racionalismo hispánico. Universitat Autònoma de Barcelona, p. 7.

[5] Henningsen, G. El abogado de las brujas. Brujería vasca e Inquisición española. Madrid: Editorial Alianza, 1983.

[6] Este libro se utilizó como guía en toda Europa para actuar contra la mujer bruja: Kramer, H. Malleus Maleficarum o El Martillo de las Brujas. Valladolid: Editorial MAXTOR, 2010.

[7] Kors, A. y Peters, E. Witchcraft in Europe 1100- 1700: A Documentary History. Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 1972, p. 107.

[8] Es habitual prescindir, denuncia Bartomeu Forteza, de la influencia que sobre Hobbes tuvo el español Francisco Suárez con obras como De concursu, motione et auxilio Dei, publicada en Lyon en 1611. Se considera que Suárez esbozó principios de democracia. Ver Forteza, B. «La influencia de Francisco Suárez sobre Thomas Hobbes». Convivium, n.º 11, 1998, p. 59.

[9] Ver Fernández-Martorell, M. Capitalismo y cuerpo. Crítica de la razón masculina. Madrid: Editorial Cátedra, Colección Teorema Mayor, 2018.

[10] Aquí se atiende al concepto de minoría tal y como lo propone Gilles Deleuze. Las minorías no se distinguen de las mayorías numéricamente. Una minoría puede ser más numerosa que una mayoría. Lo que define a la mayoría es un modelo al que hay que conformarse, como, por ejemplo, el de europeo medio, adulto, masculino, urbano. En cambio, las minorías carecen de modelo, son un devenir, un proceso. Podría decirse que nadie es mayoría. El pueblo siempre es una minoría creadora que permanece como tal aun cuando alcance una mayoría: las dos cosas pueden coexistir, ya que no se experimentan en el mismo plano.

[11] Como les gusta decir a Hardt, M. y Negri, T. en Imperio. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2000. Difusión gratuita en internet: https://www.chilevive.cl

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* Mercedes Fernández-Martorell ocupa el puesto de titular de Antropología y Feminismo y Antropología Urbana en la Universidad de Barcelona. Dirige el Observatorio sobre la Construcción y Recreación del Significado de Humanos OdelH en la Universidad de Barcelona. Ha impartido conferencias en diversas ciudades como París, México DF, Viena, Madrid, Sevilla, Bilbao. Es autora, entre otros libros, de Ideas que matan, Creadores y vividores de ciudades, Antropología de la convivencia, La semejanza del mundo y acaba de publicar en este año 2018: Capitalismo y cuerpo. Crítica de la razón masculina. Estos tres últimos libros están publicados por Editorial Cátedra.

 

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