Filosofía Cronopio

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LOS ESTOICOS Y SU LOCO MUNDO MATERIAL: DEL PNEUMA A LA FUERZA

Por José Antonio Gómez Di Vincenzo*

Una de las tradiciones filosóficas antiguas que más repercusión han obtenido dada la influencia del helenismo en el mundo grecorromano ha sido la escuela estoica. Fue fundada por Zenón de Citio (aprox. 333–262 a. C.) en el 301 a. C., y su influencia se extiende del siglo III a. C. hasta finales del siglo II d. C. Tras señales de agotamiento y el éxito e influencia del cristianismo, la escuela cayó en descomposición, languideciendo lentamente hasta perderse en los oscuros recovecos de la historia.

Los estoicos construyeron un modelo de cosmos orgánico, caracterizado por la continuidad y la actividad, a diferencia de los epicúreos que creían que la materia era discontinua y pasiva. Los estoicos creían que la materia para nada se presenta en la forma de átomos, cada uno de los cuales posee una identidad permanente, sino como un continuo infinitamente divisible sin rupturas o intersticios, ni vacío. No veían tamaño y figura como atributos permanentes de la materia pues esta puede ser trozada en pedazos tanto como deseemos hacerlo. Si bien los estoicos no admitían el vacío dentro del universo, estaban dispuestos a aceptar la existencia de un vacío extra-cósmico. Así el cosmos podía ser tomado como una isla de continuo rodeada por un espacio vacío infinito.

Los estoicos consideraban en alguna medida problemática la defensa de una posición atomista al estilo epicúreo. Los epicúreos sostenían la, por entonces, «ingeniosa idea» de que el mundo estaba compuesto por una multiplicidad de partículas denominadas átomos. Ningún estoico estaría dispuesto a aceptar tal afirmación. En efecto, la cuestión radica en que si un objeto individual deriva todas sus propiedades del cambio (porque en nuestro mundo todo cambia) en la configuración de los diminutos trozos de materia que lo constituyen, muchas de las propiedades del todo quedan afuera de tal consideración. Es importante tener en cuenta que las únicas propiedades de los átomos epicúreos eran el tamaño, la figura y el peso. A partir de aquí, la pregunta sería cómo podía arreglárselas un epicúreo para explicar que una piedra siga siendo piedra. Dicho en otros términos, cómo explicar la cohesión, el hecho de que la piedra no se desintegrara en las partes constituyentes. Por demás, y más complicado, cómo explicar la complejidad del mundo vegetal y animal, las funciones psicológicas o intelectuales en los seres humanos, los sentimientos, etc. Tal vez una problemática concreta nos ayude a graficar la cuestión: ¿Cómo es posible, desde un punto de vista atomista, explicar que los lémures de Groenlandia se empecinen en arrojarse al mar desde los acantilados cada cuatro o cinco años cuando escasean los alimentos debido al incremento poblacional?

Los estoicos resuelven estos problemas sosteniendo la existencia de un principio activo con la capacidad de organizar la materia pasiva en una unidad orgánica. En otros términos, tiene que haber algo que actúa sobre aquello que no actúa. A este principio, los estoicos lo denominaron aliento o, específicamente, pneuma, la sustancia más sutil, que todo lo penetra, que hace que la materia activa receptora se mantenga debidamente cohesionada y dota a los objetos de sus propiedades características. Pero además, el pneuma es una sustancia activa y racional, fuente de vitalidad y racionalidad en el cosmos. Para los estoicos, además, la racionalidad del pneuma era divina. De este modo, la divinidad descendía de los cielos, del mundo de las ideas eternas, y se materializaba.

La doctrina estoica puede considerarse un materialismo a ultranza. Siguiendo una tradición que puede rastrearse hasta Antístenes el gran cínico (444 a. C. – 365 a. C.), los estoicos van a sostener que lo que existe es materia, tiene que ser algo determinado y sujeto a captación sensorial. En otros términos, para decir que algo existe ese algo tiene que ser un cuerpo, un sôma, equivalente a ón, lo que es. De aquí que las explicaciones que en filosofía natural elabora un estoico sean explicaciones corporeístas. En efecto, para los estoicos las virtudes, por ejemplo, son cuerpos al igual que lo son los dioses.

Si bien es cierto que la filosofía estoica es de neto corte materialista, en cierto punto, los estoicos tuvieron que introducir incorpóreos dada la necesidad de explicar el movimiento de lo corporal. Así tenemos que existen los asômata incorpóreos: tiempo, lugar, vacío (del cual ya hemos dado cuenta más arriba) y lektón. Tiempo y lugar deben necesariamente ser incorpóreos porque un cuerpo que es sôma no puede ocupar un lugar corpóreo en un tiempo también corporal. El lektón es el contenido proposicional de cada una de nuestras impresiones. Los asômata subsisten (hypshistánau) en los cuerpos. Pero en el tope de lo real, lo que tenemos es un ti, un algo; con lo cual, bien podría llamarse a la ontología estoica, una «algología». Dicha «algología» estaría dada por la suma de lo que existe (sôma) más lo que subsiste (hypshistánau), los asômata.

Una vez saldado el problema de la cohesión de los cuerpos, el estoico se encuentra con otro problema, el de explicar el funcionamiento de nuestro propio cuerpo, saldando el dualismo cuerpo–mente o cuerpo–alma. Para responder a esta problemática, sostendrán que existe una parte cerebral corpórea que comanda, que gobierna los procesos mentales, el hegemonikón. Es la parte más alta del alma, la que produce impresiones, asentimientos, emociones e impulsos, esto es, los cuatro procesos noéticos conectados. Desde él se extienden siete partes del alma que crecen y van hacia el cuerpo como los tentáculos de un pulpo. Los sentidos son como alientos que se extienden desde el hegemonikón hacia los órganos. Por supuesto, los estoicos colocan el hegemonikón en la cabeza lo cual representaba toda una novedad para la época. Su función es procesar todos los datos que le vienen de un lektón. Para los estoicos, los actos supuestamente irracionales producidos por emociones violentas, arrebatos emocionales son errores de juicio. Así solamente con la lógica darán cuenta de todos los sucesos propios de la vida del sujeto. El cuerpo recibe una impresión que deja una marca material en el hegemonikón. Dicha marca material tiene como correlato un lektón, la versión lingüística necesaria para dar cuenta del modo en que se combinan las marcas con el contenido de las distintas impresiones y permite operar en el plano de la dialéctica. Así, el hombre de los estoicos es como un microcosmos. Veamos más en detalle cómo funciona todo esto.

A diferencia de lo que tenemos en Platón (ca. 428 a. C./427 a. C. – 347 a. C.) con la reminiscencia, esa idea de que algo queda en nuestra mente como recuerdo de aquel mundo de las ideas del cual provenimos, el hegemonikón de los estoicos nace como un papel en blanco en el cual se inscriben las nociones. El primer modo de impresión es la aísthesis o sensación. Existen dos tipos de nociones: los preconceptos que serían más básicas e instrumentales y las nociones propiamente dichas que vendrían dadas por la educación. El aparato sensorial actúa entonces como punto de partida para la construcción de la razón en el hegemonikón como la parte del alma gobernante. La adición entre las prenociones y las nociones constituirá el logos. Nociones y preconceptos dejan marcas en el hegemonikón, muescas que se van reuniendo a lo largo de la vida. El conocimiento es una disposición natural a recibir impresiones. Hay impresiones porque cuerpos materiales impactan los sentidos y el pneûma interno produjo una marca en el hegemonikón y entonces, es posible decir que hay sensación o aísthesis. El conocimiento sería incontrovertible, no habría posibilidad de error.

La gnoseología estoica consiste en una forma de explicar la organización de la pshyké o el alma la cual para la tradición es material. La naturaleza material actúa como precondición para que se dé el conocimiento sólido de lo real. En esta línea, la escuela estoica coloca en un lugar central a la percepción. Ahora bien, lo cuerpos se relacionan con otros cuerpos por medio de la acción y afección. En rigor, puede haber acción y pasión porque existe pneuma que conecte.

A partir de lo expuesto es una tentación, no sin correr algún riesgo intelectual, trazar una serie de paralelos entre el mundo estoico y el que George Lucas (n. 1944) describe en su genial éxito cinematográfico, La Guerra de las Galaxias. Así, el sujeto de los estoicos es como un caballero Jedi o un Sith que puede conectarse con el pneuma, la fuerza, ese campo energético metafísico y omnipresente que impregna el universo y todo lo que hay en él, manteniendo unida la galaxia, a través de su hegemonikón, para conocer el mundo, su funcionamiento e interactuar con él para el logro de sus fines.

Dejo al lector el desafío de seguir jugando con las comparaciones pero antes quisiera lanzar una advertencia. Como decía, esta operación es cuanto menos peligrosa y exige una destreza que por caso quien escribe no tiene, puesto que todo el tiempo estamos transitando un terreno sinuoso. El riesgo es hacer de la filosofía estoica una caricatura forzando derivas y continuidades incomprobables desde el punto de vista histórico. Es imposible saber si Lucas se inspiró en la filosofía estoica para escribir la saga, habría que preguntarle. Lo cierto es que ciertos rasgos característicos de la metafísica que tenemos presente en dicha tradición filosófica se encuentran de modo similar, con ciertas modificaciones y propiedades específicas, en distintos mitos o relatos presentes en diversas culturas a lo largo de los siglos. Pero podría conjeturarse esto, más que tener que ver con influencias concretas o intercambios conceptuales que surcan la historia, se debería a una tendencia común presente en todos los seres humanos a la construcción de relatos míticos con el objeto de dar sentido a la naturaleza apelando a fuerzas espirituales que la mantienen en funcionamiento regular haciendo que el día siga a la noche, que se sucedan las estaciones, que los cultivos crezcan y los animales de los cuales nos alimentamos se reproduzcan.

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* José Antonio Gómez Di Vincenzo es docente e investigador del Centro Babini, Escuela de Humanidades, UNSAM, Argentina. Se graduó como Licenciado en Educación en la UNSAM. Cursó sus estudios de posgrado en la UNTREF, obteniendo el título de Dr. en Epistemología e Historia de la Ciencia con la tesis doctoral «Estudio sobre la relación entre ciencias biomédicas, tecnologías y orden social. Biotipología, educación, orientación profesional y selección de personal en Argentina entre 1930 y 1943». Ha participado en numerosos congresos como expositor y tiene publicados una serie de artículos en revistas académicas y libros de texto tratando diferentes problemáticas propias del campo de la Filosofía y la Historia de la Ciencia y la Tecnología. Desde 2007 es investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica «José Babini» y docente en la Escuela de Humanidades de la UNSAM.

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