LOS FANTASMAS DE LA TRADUCCIÓN
Por Manuel Cortés Castañeda*
«El traductor no puede evitar la duda metódica,
que previene contra los conocimientos enlatados,
los axiomas sin fundamento y las verdades a voces»
(Quintanilla, Felipe).
«(En traducción) lo importante es moverse en paralelo
con el autor en otra lengua, tratando de no
caer en una traducción literal, ni en sobreponer
nuestra voz al original»
(Ángeles, César).
En poesía, más que en otras expresiones literarias, se quiere equiparar o asimilar el acto potencial de escribir con la tarea del traductor. No podemos negar que hay muchas similitudes, o puntos de contacto, pero sustancialmente no es mucho lo que hay en común, ya que el escritor no tiene nada o casi nada cuando quiere escribir o «necesita» escribir. Quizás alguna imagen, una sensación extraña, o el prurito de lo desconocido, pero objetivamente nada. Al contrario, el traductor cuenta con un producto acabado, o al menos un objeto lingüístico que puede manipular y desarmar a su antojo, estableciendo, por supuesto, ciertos límites, pero siempre con la ventaja de poder usar, cuando le es indispensable, necesario, o pertinente, algunas herramientas de trabajo o experiencias acumuladas durante su arduo trabajo como traductor.
Se ha dicho hasta el cansancio y se sigue pregonando —como si se tratara de hacer salchichas— que un buen traductor tiene que ser un creador en todo el sentido de la palabra. Que tiene que tener una sensibilidad por el buen gusto a toda prueba y un oído divino para captar la música y el misterio que todo poema encierra. Que si no se cuenta con estos atributos no se es traductor, o no puede haber traducción posible. Que tiene que volver a sentir, a descubrir o a participar de esos momentos luminosos que el hacedor del poema sintió en el momento de la revelación del objeto de su angustia, para no traicionar la esencia del mismo en el momento de la traducción —afirman los que saben—. Que su tarea es captar la esencia del poema, o los momentos claves, incluyendo lo que siempre se queda entre líneas, ya que el verdadero poema está no siempre en lo que traducimos, sino en lo que hemos dejado de traducir, o se nos ha quedado a la deriva del proceso; lo cual sería lo mismo que decir, por extensión, que sólo el poeta puede entender su poema. Y esto sí que daría suficiente materia para crear una nueva teoría de la duda como fundamento del acto creador.
Los pregoneros de este sinsentido huelen a periódico viejo y se olvidan, o quizás nunca lo han sabido, que el poema no es una entelequia inamovible, y que por lo tanto carece de sustancia o de una esencia. El poema, aunque siempre es el mismo, es un objeto que se niega a sí mismo, a cada instante, para poder ser. El secreto está siempre en dejar de ser para poder ser. De otra forma no sería más que un concepto, o una idea, o un imperativo moral. O simplemente harina del mismo saco. El poema siempre está ahí y sigue estando ahí por encima del tiempo y en el tiempo, pero no podemos afirmar que el poema es. Pues si fuera, una vez escrito el poema ideal, el perfecto, el poema exacto, el poema a la medida de nuestro deseo, entonces ya no tendría razón el acto de escribir, o de seguir escribiendo. Si se escribe es porque nunca se logra lo que el deseo quiere, o imagina, o sufre. El objeto de todo deseo se siente y se vislumbra, pero nunca se revela o se entrega del todo. Quizás por eso mismo Artaud afirmaba sin apelaciones que el poema es solamente un fracaso, o el producto de un fracaso.
No es difícil darse cuenta que esta idea del traductor–creador, tiene que ver mucho con el exceso de los post–estructuralistas que en su afán de liberar el discurso de los últimos vestigios de la racionalidad lo condenaron al mundo de lo ininteligible. Pensadores que igualmente popularizaron la dualidad lector–creador. Y con razón, no hay que negarlo, ya que el nuevo arte, que no se reconoce dentro de un estilo determinado, ni género, necesita lectores nuevos. Es decir lectores–sujetos que rompan con todo un sistema de valores adscritos al racionalismo y a los últimos vestigios de un clasicismo desteñido y un romanticismo que con su infinitas manifestaciones e «ismos» poco a poco ha devenido en verdad inamovible. Pero es importante destacar que si aceptamos tal asimilación sin detenernos un momento a pensar, dicha síntesis nos obliga a concluir de antemano que sólo los poetas podrían traducir poesía, lo cual es una falacia carente de toda lógica y sin ningún asidero objetivo, ya que muchos buenos traductores de poesía no han escrito poemas ni siquiera cuando se enamoraron la primera vez, y sintieron esa necesidad de pasar un papel emborronado a la medida de su corazón, por debajo del pupitre a la chica que todavía nada sabe de este amor que se quema a su lado.
Por otra parte si echamos una ojeada rápida a ciertos traductores que han sido poetas destacados (no los voy a nombrar aquí por falta de tiempo), no es difícil concluir que muchas de sus traducciones han sido desafortunadas y que la mayoría han terminado siendo homenajes desteñidos. Y es que no es tan fácil resistirse a la tentación de verse reflejado en el espejo de los demás, como si fuera nuestro propio espejo, olvidándonos de la distancia necesaria que requiere toda traducción y de la importancia de mantener un espíritu crítico. Podría adelantar una primera especulación diciendo que un traductor serio nunca está de acuerdo con su producto final. Tampoco es fácil negarse a uno mismo, o hacerse a un lado como individuo único, en el momento de la traducción para permitir que la lengua en cuestión aflore a la otra lengua conservando algunos de los matices más importantes o imprescindibles. Y hay que abrir bien los ojos ya que cuando se traduce no se trata de la vida del autor, o de las emociones del traductor que casi siempre son demasiadas y confunden.
Cuando se escribe y se traduce, como decía Pessoa, o cuando se analiza una obra, la vida personal del autor poco cuenta, o no debería contar, sino es absolutamente imprescindible. Y si hacemos un inventario de algunos buenos traductores y sus traducciones vemos que la mayoría de ellos no son escritores. Traducir para ellos es la forma que tienen de ganarse el pan, y no por ello podemos descalificarlos arguyendo que la traducción es una pasión, una vocación, un regalo divino o de la naturaleza, una tarea para iluminados o elegidos. Traductores a prueba de todo, que no se atreven ni se atreverían a escribir nada que lleve su nombre como rótulo de identidad y, sin embargo, son ellos los que nos han dado las mejores traducciones de obras poéticas que de otra forma no hubiéramos podido conocer jamás. Y no se jactan por ningún motivo de haberse sentido creadores en el difícil camino de la traducción, sino que siguen existiendo en el anonimato como si quisieran esconder el temor que todavía los acosa una vez acabada su labor, o como si no fuese posible compartir los secretos de su ardua tarea enseñándonos precisamente que es el culto a la personalidad lo que debe borrarse de antemano, si se quiere lograr un buen texto en la lengua a la que se vierte el original. Y es que muchas de las cosas por las que un traductor pasa cuando traduce le son desconocidas, lo mismo que al escritor cuando escribe.
Sobre la traducción se han escrito y dicho tantas cosas, tan contradictorias y diversas que, de verdad, es muy poco lo que se ha dicho. Existen los predicadores del sentido o del significado que no admiten por ningún motivo que el objeto poético o literario traducido, sea alterado o modificado en el proceso de «trasvase», ya que para ellos solamente cuenta lo que quiere decir este objeto en cuestión, aun por encima de lo que pudiera decir o sugerir entre líneas, que es donde, sin lugar a dudas, reside el secreto del poema o del texto narrativo. Ese trasfondo de misterio donde como bien lo expresa Rilke se refleja o se revela el poema, «En el estanque/ el reflejo/ a menudo se sumerge:/ aprende la imagen/ en ese doble reino/se tornaran la voces/ eternas y suaves» (Sonetos de Orfeo). Estos semanticistas incondicionales, son una secta con mucho poder y cada vez tienen más feligreses. Para ellos, si hay que sacrificar algo durante el proceso siempre tiene que ser en detrimento de la forma o del cómo, jamás del qué, puesto que la forma y el estilo hacen parte del reino de lo ambiguo o de lo relativo que finalmente muy poco es lo que agrega al sentido. Y si idolatraran el sentido por el sentido mismo nada tendríamos que objetarles, pero de lo que se trata, o se perfila en su entramado cognitivo, es de buscar una fórmula para moralizar o establecer verdades inamovibles que hagan posible la continuación de ciertos valores sociales a los que ellos están adscritos. Ya que más que traducir lo que se proponen es encontrar lo que ellos piensan que deben encontrar: es decir el reflejo de su ego–cognitivo en el poema. Sus imperativos morales, sus carencias, sus verdades a priori: esas facultades y conceptos inamovibles de los que tanto hablaba Kant en su Crítica de la razón práctica.
Hay también los que dicen que no importa sacrificar el sentido si es para glorificar la forma. Que la forma es lo único que cuenta en poesía, ya que el poema esta hecho de palabras y que es, a la vez, un juego de palabras. Y los más radicales —de la mano de los post–estructuralistas— llegan incluso a afirmar que el único tema de la verdadera poesía es el lenguaje mismo. Con estos postulados de la exclusión y el determinismo, estos profetas de la nada convierten al objeto de la traducción (el poema/texto) en un ente desconocido y vacío de sí mismo. Y para completar el cuento se apoyan en el argumento de que en traducción lo más importante es salvar la ambigüedad que a su vez garantiza la libertad; y sobre todo, enfatizan, que hay que conservar el ritmo (el tempo) del poema como su verdadera y única sustancia. Ritmo que a la vez —insisten— justifica la permanencia de la belleza sin lo cual no habría poesía. Como si la belleza y la música fueran algo que se puede meter en una lata y vender en el mercado con un rótulo específico en cuanto a tipos, y sabores, y medida justa, y un peso específico y hasta colores. Como si la «belleza» no fuera tan escurridiza e ingrata como la misma poesía. Se olvidan estos adoradores de la forma que lo más difícil de conservar cuando se traduce es la ambigüedad y que lo más difícil de captar es el tempo. Eso sin olvidar que para muchos teóricos de la traducción, incluyendo a Nietzsche que no lo era, el tempo tiene que ver con la raza o el carácter de los pueblos más que con la lengua en cuanto tal (La gaya ciencia). Y es que no es fácil, cuando no imposible, verter a otra lengua, como el mismo Nietzsche lo afirmaba, un crescendo, o un prestísimo o un alegrísimo impetuoso, o un tempo de galope o de humor travieso, o un presto o un finísimo, etc. Movimientos que aparentemente son naturales a determinadas lenguas por su fuerza de expresión fonética o historia individual, pero que no encuentran fácilmente equivalentes en otras. Y si hablamos de recursos literarios tales como la ironía, el sarcasmo, el absurdo, el misterio, el estremecimiento, el asombro… que en la mayoría de los casos en poesía son la materia indispensable del texto, entonces el negocio de la traducción se complica aun más y el imaginario poético parece hundirse sin remedio en los mares de lo imposible, antes de encontrar otra lengua a su expresión. Pero no hay que atemorizase. No existen traducciones definitivas. Cada época tiene la obligación y la necesidad de volver a traducir el mismo texto. Siempre el mismo y, sin embargo, siempre otro.
También hay los que levantan como bandera la idea del equilibrio y se juegan el todo por el todo de la mano de Saussure, alegando que un buen traductor debe conservar intacta la relación entre los dos términos que posibilitan el signo lingüístico para poder ser fieles, en el proceso de la traducción, al texto original, sin dejar por fuera el referente. Estos apóstoles del equilibrio y de la justa medida, olvidan, fácilmente, o quizás nunca se preocuparon por saberlo, el presupuesto de que un buen traductor no tiene más remedio que romper el equilibrio. Que esa es su verdadera tarea. Que la mayoría de las veces hay que sacrificar para ganar y que no siempre se gana sacrificando. Pero de todas formas no queda de otra que entender que sacrificar es algo que no podemos eludir si queremos conservar en alguna medida el original. Traducir es abrir una grieta en el texto original y descender por esa abertura hasta donde la luz nos lo permita. En literatura no hay traducciones, solamente versiones, y unas mejores o peores que otras.
Después, como siempre ocurre, para darle un cuerpo preciso y exacto de conocimiento al proceso, vienen los teóricos o señores del saber que primero se agarran de todo cuanto pueden, lo pasan por el rasero de su inteligencia superior, y organizan sus categorías inamovibles, sus sustancias divinas, sus imperativos, sus formulas a priori, sus estructuras, sus entelequias y verdades en sí y para sí y porque sí… Y creado ya este cuerpo de conocimiento, este marco teórico imprescindible, entonces ya no hay nada que temer al desorden de los «sintaxisistas» y mucho menos al determinismo de los semanticistas, ni a la parálisis de los equilibristas. El traductor puede estar seguro de que una vez se ha hecho dueño de este conocimiento y ha pasado la prueba de la lógica de las partes y el todo, asimilando las estrategias a seguir, y habiendo pulido las herramientas necesarias que va a usar, entonces ya nada tiene que temer. Las claves del poema por traducir se le revelarán como una verdad divina… la ambigüedad, el ritmo, la ironía etc., no tendrán más remedio que entregarse como vírgenes ansiosas a los módulos de conocimiento… Olvidan estos ilusos que cuando se traduce se está desnudo y se carece casi de todo, como cuando se escribe… y que toda esta parafernalia teórica más que abrir las puertas del juego perverso de las palabras, lo único que puede hacer es cerrarlas todas… Olvidan fácilmente, o no lo saben, que traducir es buscar y crear desequilibrios. Atreverse a entrar en otros planos o dimensiones… jugarse las palabras de la mano del misterio y del vacío.
Por supuesto que un buen traductor debe tener conocimiento de la teoría (aunque los mejores no se han apoyado en ninguna), pero debe ser consciente —sin mediaciones de ningún tipo— que una vez se entra en la atmósfera del poema, nada de esto debe acompañarlo… ya que todo esto le impediría desplazarse con libertad y naturalidad; y especialmente respirar a su antojo, requisitos ineludibles de un «buen» traductor. Indudablemente la teoría quizá le sirva una vez haya terminado su tarea para reflexionar sobre la misma… y por qué no, quizá para hacer algunos cambios, modificaciones y ajustes… Pero en la traducción lo que menos hace faltas son las corazas o las armaduras… ni siquiera la del Quijote…
Además no todo termina con una teoría bien sustentada y elaborada con una barrera de contención a las posibles excepciones, que en la mayoría de las veces aplasta o anula al traductor antes de que este haya iniciado su tarea. En el mundo de la traducción las ideas y especulaciones pululan como moscas hambrientas y aterrorizadas por un verano demasiado largo y cruel. Tomemos al pie de la letra algunas de ellas para hacernos una idea de conjunto y poder reflexionar con más amplitud y precisión sobre tanta veracidad a medias y que casi siempre deslumbra a primera vista como las luces de bengala, o los poemas de amor que cuando jóvenes escribimos sin darnos cuenta y pasamos por debajo del pupitre a la chica del lado, que no tiene ni «puta» idea del amor que consume al poeta en ciernes.
«(Cuando se traduce) se trata de hacer posible un encuentro multiplicado en el orden de la sensibilidad, del pensamiento, del deseo, del concepto […] de la adhesión y negación personales […] pero también enmarcados por una realidad histórica, geográfica» (Muñoz de la Peña).
«Se debe optar por (la solución) que mejor altere el texto original, por la que mejor de razón de su contexto» (Muñoz).
«En lo particular la traducción es imposible y (hay que) conformarse con la aproximación y la explicación» (Muñoz).
«Traducir es acercarse a los límites de la metalingüística» (Muñoz).
«Es la traducción un esfuerzo de alteridad. Alteridad del cuerpo respirando la música de otra lengua, en la estricta particularidad de una voz que hable» (Bellessi, Diana).
«(Es) intentar una nueva música (ritmo) para el poema o intentar encontrar una música posible en la lengua a la que se traduce, siendo fieles a la original y sin que la traducción sea una traducción técnica del original» (?).
«La traducción de la poesía es imposible» (Martínez de Merlo, Luis).
«La proximidad de las lenguas, y sus múltiples interrelaciones a través de la historia, facilitan […] un buen número de operaciones necesarias en la labor de trasvase» (Martínez).
«No se trata tanto de traducir una lengua a otra, sino extraer algo (la totalidad poética) que ha sido formulada previamente en una lengua y formularlo en la otra» (Martínez).
«Traducir es una forma de leer, de adueñarse del texto, de hacerlo propio, de asimilárselo uno» (Martínez).
«(El traductor) es capaz de producir en el lector una experiencia poética en cierto modo semejante a la que hubiera recibido del texto original» (Martínez).
«La tarea (de traducir) consiste en mezclar la paciencia del poeta con la pasión del sabio» (Nobokov).
«Poesía es lo que se pierde en la traducción» (Frost, Robert).
«The growth in range a powerful sensibility gains from an encounter with another one as powerful or more» (Geertz’s, Clifford)[1].
«Translation is a necessity for the obvious reason that one’s own language has only created, and is creating, a small fraction of the world vital books» (Weinberg Eliot)[2].
«Translate is not as it is usually said, to give the foreign poet a voice in the translation–language. It is to allow the poem to be heard in the translation–language, ideally in many of the same ways it is heard in the original language» (Weinberg, Eliot)[3].
«La traducción de un poema debe preceder al atento estudio de la obra integra del autor» (Gullón, Ricardo).
«Conservar la belleza de la traducción me parece, ante todo, necesario» (Gullón).
«Al traducir es necesario mantener el exacto punto de misterio de la poesía» (Gullón).
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[1] El proceso (la traducción) alienta una sensibilidad poderosa que gana en el encuentro con otra sensibilidad, tan ponderosa como ella misma, o mas.
[2] La traducción es una necesidad, por la simple razón de que nuestra lengua solamente ha creado y continúa creando, apenas una pequeña fracción de los libros importantes de la humanidad.
[3] Traducir no es como se acostumbra a decir: darle al poeta extranjero una voz en la lengua a la que se traduce. Es mas bien, dejar que el poema se escuche, idealmente, en la lengua a la que se traduce, –de diferentes maneras–, como el poema se escucha en la lengua original.
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Si reflexionamos un momento sobre estos postulados, ideas y opiniones unos más intrincados que otros, otros meramente ramplones, podemos concluir de manera sencilla que todo se puede reducir a términos tales como versión, trot (traducción literal), travestismo, imitación, adaptación, homenaje, libertad interpretativa, equivalencia, alteridad, otredad, aproximación, explicación, recreación… y todo esto quizá nos permita concluir que sobre la traducción parece que todo se ha dicho e imaginado y que, por lo mismo, nada se ha dicho, puesto que cualquier cosa se puede decir, sin que se rompa el saco, si no se llega a extrapolar un conjunto de ideas y una metodología que permitan establecer ciertos parámetros teóricos o, al menos, un foco de partida. Ya que cuando se han dicho y se dicen y se siguen diciendo tantas cosas disímiles o semejantes sobre el mismo asunto, otras tantas se pueden seguir diciendo sin necesidad de fijarse un límite a lo dicho o definir un objeto preciso de estudio… Cuando todo vale y cuenta, ya no es necesario valorar porque el concepto de valor no tendría ningún matiz que lo distinga como concepto que establece posibles oposiciones, yuxtaposiciones o imbricaciones en el discurso o en la realidad. Esa es la trampa en que estamos atrapados y sin saber cómo salir de las garras de la posverdad.
Así que nosotros también podríamos decir, para hacer más intrigante el tejido de los opuestos que se hermanan y se asimilan, que la traducción siempre es algo más de lo que podamos pensar o lograr en la difícil tarea de la comunicación entre lenguas. Lo mismo que un poema acabado, como bien decía Verlaine, es un poema malogrado, una traducción acabada y enaltecida es una traducción malograda… Esto quizás explique por qué hay tantas traducciones del mismo poema y el que esas traducciones, sustancialmente, siempre sean diferentes. Y podríamos igualmente afirmar que es más lo que las hace diferentes que lo que tienen en común. No es tan difícil reconocer que todo poema exige una metodología distinta o un tratamiento distinto, lo mismo que una sensibilidad distinta, en el momento de la traducción. Incluso cuando el texto traducido hace parte de un libro con una aparente unidad estilística y voz, ya que cada texto es un universo en sí mismo que se comunica con otros textos de su misma especie, o una diferente o indiferente, de múltiples maneras. El traductor como el poeta saben que para lograr un buen texto en la lengua a la que se traduce, no queda más remedio que jugar el juego peligroso de las máscaras y la duda, lo mismo que Pessoa jugaba con sus heterónimos. Hay que despersonalizarse como decía Borges, o transparentarse como decía Lezama. De otra forma no nos queda más remedio que ponernos del lado de Ezra Pound y de Robert Lowell, quienes solamente veían o entendían la traducción como una interpretación libre o un homenaje. El traductor debe tener libertad absoluta de omitir, agregar, o sustituir «ideas» e imágenes y hacer de la traducción una reconstrucción/creación de una poesía viva y contundente a la cultura a la cual se busca traducir. O también aceptar con Paz que la traducción es el arte de la analogía. El arte de encontrar correspondencias… un arte de sombras y de ecos… Idea que sustancialmente no es diferente de los postulados radicales de Pound y de Lowell. Digamos entonces, para terminar, haciendo eco por extrapolación a Canetti y a Tellier, que «traducir» no es mas que respirar y dejar de respirar.
A continuación, se incluye, como muestra, una traducción al español de un poema de Janine Canan, poeta norteamericana contemporánea. Después del original se incluye la traducción. El poema se llama Cuerpo querido.
DEAR BODY
By Janine Canan.
Dear Body, gazing in the mirror it is you
that I behold with thankfulness.
You have been faithful these forty years.
With only a sore knee at puberty, some intestinal
rumblings before authority and teary outpourings
in the face of love, have you occasionally
asserted independence, disapproval, disregard of me.
Nor can I seriously object to the lines in your brow
that reveal where I have been thinking,
or to the downward curve of your mouth
that indicates grief I have carried since birth.
Your nose I thought too wide, has lengthened with time
that forces decision, and your white thighs
that frightened me, console me through darkening nights.
What good shoulders you have, I admit;
your soft breasts amaze me, and curving mortal hips.
When I see you naked so, still scarcely known,
I wonder, have I not served you well enough,
neglecting, depriving you of proper lovers––
the surging, languorous caress of bluegreen ocean,
the wild and powerfully exacting dance.
What a different story had I lived for you,
my devoted, solid, healthy Body,
with your hands of a potter or a surgeon,
strong enough to gather grain for a life of simple
satisfying eating. What patience you have shown
this lethargic, sedentary, moody being
who borrowed you, she claims, for higher reason.
Sitting waiting, while she thinks and dreams,
craving only quiet spaces, beauty in which
to lose herself on ever longer, more voluptuous
and deeper journeys, you must be a saint.
With your delicate, hyper–sensitive nerves––
painstakingly cultivated by erratic Mother Karma
who one moment forgets, the next grips violently,
so aware everything irritates or gives you
overwhelming pleasure, ecstatic wicked Body,
maniacally driven from one unreachable extreme
to another, isn’t it obvious how, torn
between joy and terror, you became a poet,
passionately vibrating instrument, house
of the certain yet doubting, ever shifting eye.
Earthbody, brief spouse, what a strangely
inconvenient marriage. Yet you are my only
true support. And though you may never
fathom what I secretly am, may you––
who accepted the nature of existence itself––
stay with me in your lovely halo of death
till I depart, dearest Body, my slave, my queen.
CUERPO QUERIDO
(Janine Canan – USA)
Traducido por Manuel Cortés Castañeda
Cuerpo querido: mirando en el espejo es ante ti
ante quien me inclino con gratitud.
Me has sido fiel por cuarenta años.
Sólo una molestia insignificante en una rodilla
cuando todavía era una adolescente,
ante la autoridad algunos estertores en el vientre
y llanto en el rostro del amor,
ocasionalmente has proclamado tu independencia,
has desaprobado, me has ignorado.
No puedo dar crédito a las arrugas
que en tu seño revelan el lugar donde pienso.
O, a ese rictus que en tu boca muestra la tragedia
que me acompaña desde mi nacimiento.
Tu nariz que me parecía demasiado ancha
se ha alargado al pasar del tiempo
que nos obliga a tomar una decisión
y tus muslos blancos que me asustan
me consuelan en las noches cada vez más oscuras.
Tienes unos hombros preciosos, debo admitirlo.
Tus senos delicados me maravillan
la curva de tus caderas mortales me maravilla.
Cuando te observo así desnudo de esa forma,
todavía para mí tan extraño,
me pregunto si no te he servido con suficiente celo,
dejándote de lado, negándote los amantes que mereces,
caricia lánguida y palpitante de un océano verde–azulado,
danza salvaje y rigurosa.
Si hubiese vivido por ti la historia hubiera sido otra,
oh mi cuerpo sano, sólido y devoto,
con tus manos de alfarero o de cirujano
suficientemente fuertes
para recoger la cosecha y alimentar una vida
que se satisface comiendo de manera simple.
Qué paciencia has tenido con este ser inestable,
sedentario y letárgico que te ha tomado en préstamo,
según ella para ponerte al servicio de la razón.
Allí estás sentado esperando mientras ella piensa
y sueña anhelando tan solo lugares apacibles,
una belleza dónde perderse a sí misma en viajes
cada vez más voluptuosos y profundos;
tendrías que ser un santo.
Tus nervios delicados y extremadamente–sensibles
alimentados con esmero por la inestable «Mother Karma»
que por un instante olvida y después vuelve y toma con violencia.
Tan sensible que todo te irrita o te produce
un placer «inaguantable», cuerpo estático y perverso,
locamente girando de un extremo inalcanzable a otro extremo,
no es acaso obvio cómo, dividido entre el gozo y el terror,
te metiste a poeta, instrumento que vibra apasionadamente,
casa del ojo cierto que duda y que cambia sin freno.
Cuerpo–tierra, esposo–breve:
qué matrimonio tan extraño y poco conveniente;
Y, sin embargo, eres mi único soporte verdadero.
Y aunque tal vez nunca entiendas lo que secretamente soy,
ojalá que te quedes conmigo
—tú que has aceptado la vida como es—
en tu halo precioso de muerte hasta que yo me marche,
oh mi cuerpo querido,
mi esclavo,
mi reina.
BIBLIOGRAFÍA
- Ángeles Cesar. 5 metros de poemas al italiano.
https://www.andes.missouri.edu/andes/Cronicas/CAL_Badini.html
- Bellessi, Diana. La traducción como diálogo poético: y seis poetas norteamericanas. Translation as a Poetic Dialogue: Diana Bellesi and Six American Poets.
https://journals.epistemopolis.org/index.php/humanidades/article/view/712.
- Canetti, Elias. The tongue set free: Remembrance of a European childhood. Publisher: Seabury Press; First Edition edition (1979.)
- Gambolini, Gerardo, Adamo Gabriela, Cohen, Sara & Piro Guillermo. Problemas de la traducción. Univerity of Puerto Rico Press (April 1982).
- Geertz, Cliffod. The interpretation of cultures: Selected Essays. Basic Books Publisher. New York, 1973.
- Gullón, Ricardo. Poesía y traducción (nota a una antología). Antología de poesía francesa religiosa dispuesta por Leopoldo Rodríguez Alcalde, Colección Adonais. https://www.cervantesvirtual.com/obra–visor/poesa–y–traduccin–nota–a–una–antologa–0/html/00bb1244–82b2–11df–acc7–002185ce6064_2.html
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*Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj–Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.