El Salto Cronopio

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LOS TRES POBRES DIABLOS QUE ME LEEN, CUATRO TRANSMILENIOS Y LA LIRA DE NERÓN

Por Julián Silva Puentes*

La primera vez que me encontré con la idea de la muerte, fue cuando mi tío se quitó la vida. Era demasiado pequeño para recordar todos los detalles, sin embargo aun hoy, después de 35 años, puedo escuchar al mayor de mis tíos gritar «¡por qué, por qué!».

Mi madre lloraba y mi hermana parecía un poco turbada pero no tanto como los adultos. Así como ella, sabía que algo malo había sucedido. Algo malo que no comprendíamos del todo.

«Mamá, tengo sed», recuerdo que le dije a mi madre.

Ella me miró y no dijo nada. Me miró y después dejó de mirarme y siguió llorando con los demás adultos.

A los 3 años de edad no es mucho lo que puede decirse de los recuerdos. A lo mejor nunca le dije nada a mi madre; a lo mejor pienso que le dije algo porque una situación tan extraordinaria debió suscitar muchas preguntas en alguien de mi edad.

Mi tío tenía 24 años cuando se quitó la vida. Cursaba la carrera militar y se dice que su primera misión salió bastante mal. Dicen también que murieron personas por su culpa y que fue incapaz de lidiar con el peso de los recuerdos.

Debe ser muy triste para una persona que la recuerden únicamente por la manera en que murió. Yo recuerdo el féretro de mi tío y a su hermano mayor gritando «¡por qué, por qué!». También recuerdo el rostro derrotado de mi abuela y es todo lo que llevo en mi mente de ella.

* * *

La más querida de mis tías murió hace tres semanas. Un día estaba bien y al otro día tenía cáncer. Vivió 8 meses con el larguísimo adiós pendiendo sobre todos nosotros. Sobre ella debió pender más que sobre todos nosotros, porque nadie experimenta la muerte como aquel que está muriendo.

Recuerdo la última vez que vi a mi tía. Sonreía mucho porque así era ella. La quimioterapia no la había debilitado como se esperaba, e incluso lucía bastante saludable.

«Te pareces a una actriz francesa de los años 20», le dije la última vez que la vi.

Mi tía se puso feliz porque de joven fue muy hermosa y continuaba siéndolo. A sus 74 años de edad, lucía como debió lucir Sharon Tate de haber sobrevivido a la «familia» de Charles Manson.

La quimioterapia no había debilitado a mi tía como se supone debía hacerlo, pero todos sabíamos que iba a morir. Yo lo sabía aunque me decía que algo tan horrible jamás debía pasar. Nos pasará a todos nosotros en un momento u otro, pero nunca piensas que ese momento deberá llegarle a alguien a quien amas.

Estoy seguro de que este será el más patético de mis escritos y nadie debería leerlo. Yo mismo evito leer sobre temas como el cáncer o el suicidio. En lo personal, prefiero leer acerca de pobres diablos que triunfan en el mundo teniendo todo en contra para no hacerlo.

Este no será uno de esos escritos. Este es un escrito acerca de alguien que cumplió 40 años de edad y no tiene suficiente con la suerte que le tocó. Este es un escrito acerca de alguien que debe tomar cuatro Transmilenios porque el trabajo le queda a hora y media de distancia de su casa.

* * *

Hace algún tiempo le daba demasiada importancia a lo que escribía y a cómo lo escribía. Esperaba ganar popularidad con mis escritos hasta que Penguin Publishing House supiera de mi existencia y me ofreciera un contrato jamás visto para un escritor desconocido como yo.

Ya no espero que Penguin me descubra. No espero que los 3 pobres diablos que me leen se multipliquen como los peces de Cristo. Ya no espero ni siquiera que la revista El Malpensante vuelva a publicar uno de mis cuentos. Lo que en realidad espero es tener un trabajo que me rescate de la miseria y viajar a final de año a la costa. Espero ser uno de esos chacales a quienes los pobretones de mi clase llaman «doctor», para que los bendigan con un contrato de prestación de servicios de 6 meses de duración cada año.

Espero no volver a estar desempleado un año entero que fue lo que sucedió conmigo el año pasado. Los sueños de escribir en un café de París bajo la lluvia de verano como debió hacer Henry Miller tantas veces, me suena tan fecundo como los orates que hablan de la Biblia con un megáfono en la plaza de la universidad del Rosario. Todo lo que no sea cuantificable significa no poder pagar la factura del teléfono y a la angustia de tener que trabajar en un call center para escapar de la calle a final de mes.

Estoy gritando al viento en la plaza de la universidad del Rosario con un megáfono en la mano y los pantalones orinados en este momento, es lo que quiero decir con todo esto. El suicidio de mi tío y la muerte de mi tía favorita no tienen lugar aquí porque le perdí el hilo cuatro párrafos atrás. De hecho, no me voy a preocupar siquiera de concluir este escrito porque los tres pobres diablos que me leen han sido golpeados tantas veces por la vida, que agradecen ocupar la mente con lo que sea. Cualquier cosa que los aleje de la realidad al menos durante 10 minutos, es válida y quiero que sepan que yo los valido.

Así que: ¡Pobres Diablos, yo los valido! Reconozco su existencia así jamás nos hayamos visto a la cara. Yo reconozco que viven y sufren y se embriagan con lo que pueden y sé que esto que hago les demuestra que otros también sufren porque no han encontrado su lugar en el mundo. Leerme a mí les da un motivo para dejar de beber aperitivo de aguardiente Macgregor y hacer algo diferente a pensar en todo lo que no han hecho de su vida, eso lo sé. También sé que la fortuna los ha eludido durante mucho tiempo y ya no esperan nada de la vida. A esto les digo lo siguiente: la suerte les puede cambiar cuando menos lo esperen y deben estar preparados para prenderle fuego a Roma mientras tocan la lira sonriendo porque las llamas están muy lejos para quemarlos.

* * *

«Señor Julian Silva Puentes, nos alegramos de informarle que ha sido seleccionado para ocupar el puesto de abogado en el área de espacio público de (…)».

Recibí este mensaje hace unos días justo cuando los ahorros se estaban acabando. Por eso hablo de Nerón y de su lira y de sentirme culpable, porque estoy feliz en un momento cuando gente muy querida para mí ha muerto recientemente. Los recuerdos del suicidio de mi tío no me atormentan, salvo por una serie de imágenes, a las cuales pude darles significado algunos años después. Simplemente me pregunto de tanto en tanto qué sería de él si no hubiera hecho lo que hizo.

A mi tía la extraño mucho. La extraño tanto que dejaré de hablar de ella en pasado para mantenerla en mis recuerdos para siempre y por siempre jamás.

Así que a vivir, pobres diablos. Nada es tan absoluto como la muerte y en la vida siempre existe la posibilidad de conseguir lo que deseamos. Tal vez no sea en forma de corresponsal de guerra como Hemingway, sino de contador público o de abogado. De abogado de espacio público en una alcaldía local a hora y media de distancia de donde vives.

El pasto es más verde en la casa del vecino, ¿cierto? El pasto es muy verde en mi casa, pero yo lo quiero azul, violeta y rojo también. Diana lo quiere amarillo pero le gusta más el azul aguamarina. No importa. Debo irme a trabajar en 15 minutos y por más que quisiera darle forma al adefesio en que se ha convertido este relato, no me queda tiempo para volver a empezar. Así que enciendan la tele, lean un libro o váyanse a su trabajo en algún mugroso call center en el centro de la ciudad. Yo debo tomar el primero de los cuatro Transmilenios que me llevarán hasta mi destino final a hora y media de distancia de mi casa.

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda» (2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actualidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

 

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