LOS VESTIDOS DE EINSTEIN
Por Felipe González Hernández*
Einstein tenía todos los vestidos del mismo color y Freud solo tres camisas, tres pantalones, tres calzoncillos. Freud quiso imitar la economía de neuronas que su amigo epistolar había puesto de base a su decisión. Freud, tan preocupado desde siempre en la posteridad, quiso enlistarse en un cliché para hombres históricos: mostrarse esencial, austero.
Media hora pensando qué hacer de almuerzo: la receta con pernil de pato, camarones de agua dulce, cómo iría mejor el medio aguacate, lentejas rojas… Algo rápido: el portobello con azul, asado. Morar estas menudencias trae una revelación: no tengo sirvienta. Lo reconozco sin miedo y sin despecho.
El que va a ser, hace. Mis preocupaciones no han mezquinado a mi cotidianidad. Tal vez solo por pereza a los clichés seré un tipo que haciendo lo que hace reivindica lo doméstico: lavar, evitar planchar, ir a la tienda, hacer de comer. Sería todo un drama, eso sí, dejarse derrumbar por los pendientes matutinos. Hay afanes, ideas por agarrar, sí, pero nunca me he sentido amenazado por la camisa a cuadros pasteles manga larga o la verde de bolsillo manga corta. Es cierto, en días he querido no lavar, me ha cogido la noche sin ir por el pan. Y vivo al día siguiente el peso de lo nimio: escoger entre la ropa menos sucia, sobreponerme a unos tragos sin parva.
Empezar a purgar la indecisión, quizás, pero te vuelve a salir en otra curva. Seguir el desprestigio a la apariencia, lo dejo a relicarios platónicos. En cada apariencia una superficie, dónde hincar el diente. Todo habla de sí y de nosotros, hasta las cosas que nos buscan o aceptamos: el color según primer espejo, caer por un estilo, la historia que ha inventado a cada objeto.
Eludir demoras caseras se diría código de la grandeza.
Habría que preguntar a grandes hombres sin mucama cómo hicieron. Aparece lo que siempre ahí no se había visto: detrás de un gran hombre hay una gran sirvienta. O si no que lo diga Descartes, Hegel, Marx, padres de la historia que cargan el sello de las madres de sus hijos, natos o no. Si estos próceres hubieran sentenciado, por decir, el desliz con la sirvienta comporta eficaz respiro al intelecto y fuente jovial de la perfidia, nuestra obra debe tanto a las pausas con ella como al ritmo en la buhardilla, ser sirvienta se hubiera convertido en la destinación partera de la historia —sin metáforas—, la mujer que aspirara a grandes cosas y hombres grandes, encontraría en la sirvienta una gran guía. Se ve así por todo lado cómo es que la grandeza es relativa.
Constataron la torpeza de los genios, no dejaron malgastaran sus sinapsis, encarnaron el amor de hombres teoréticos. Sí, puede que tocaran en el momento de la idea, pero venían a dar noticia del almuerzo o decir de la despensa, el revés de la escritura, nada menos.
Si por cosas de la vida no llegamos a tallas relativas, buena parte del fracaso ha de endosarse a la falta de una coima en nuestros días.
No es de hombres relativos echar culpas, tener miedos, ser freudiano. Pero de tener una señora, o señorita… aun siendo hegeliana…
Einstein era físico, práctico, espontáneo. Freud pensaba todo, calculaba, no olvidar: era histérico.
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* Felipe González Hernández (Fresno, 1988). Editor y corrector de textos. Estudió filosofía en la Universidad de Antioquia. También realizó estudios de ingeniería, los cuales dejó por estudiar literatura, que a su vez dejó por hacer teatro con el grupo La barca de los locos. Pasó del teatro a viajes en camión, a pie, en bote, mula, chalupa, trayectos en bici. Los nómadas, Una noche en Maldobar, Quiero mi cubículo y Buseros, son cuentos suyos publicados. Cofundador y editor del Fondo Editorial Esquina Tomada. Su cuento «Los nómadas», fue premiado y publicado en el Primer concurso nacional de cuento ‘Casa, hábitat y palabra’ (2009).