MANUEL MEJÍA VALLEJO Y LOS NADAÍSTAS

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manuel mejia vallejo

Por Juan Esteban López Agudelo*

Quien estudia la relación entre el escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo y el grupo filosófico, poético, y literario conocido como los nadaístas, se encuentra con muchas aristas al respecto. Algunas de ellas son las controversias, las polémicas y las confrontaciones de puntos de vista que cada uno de ellos compartieron en la cotidianidad de esa Medellín incipiente, que apenas se estaba gestando como ciudad industrial, la cual todavía tenía esos visos de pequeña villa provinciana, que describía Manuel y toda su generación, así como la anterior dentro de su narrativa literaria como tal.

Es por esto por lo que ver el estilo narrativo, descriptivo e interpretativo de esos muchachos conocidos como los nadaístas es percibir una ciudad que estaba abriendo sus ojos al mundo, pero al mismo tiempo, suscitándose una nueva forma de observar, apreciar y percibir su cotidianidad a lo largo de su escritura, conversaciones, rituales o realidades históricas, sociales o culturales.

Pero aun así, pensar en que Manuel Mejía Vallejo y los nadaístas fueran  tradición o ruptura en sus estilos literarios a nivel de vanguardias, técnicas, temáticas o acontecimientos de la vida cotidiana, sería encasillar a uno u otro en un paradigma de pensamiento, sentimiento o actuación, olvidando así los aportes que ambas perspectivas le hicieron a Medellín para salir de la rutina, tedio, aburrimiento, camandulería, conservadurismo o provincianismo que no veía más allá de sus propios horizontes desde mediados de los cuarenta hasta  principios de los años setenta del siglo XX.

Decir que hubo una relación de amistad sería hacer una afirmación algo imprecisa, porque de acuerdo con la correspondencia del escritor y del grupo, esta como tal no existió, más bien se gestó entre ellos una relación cercana, pero al mismo tiempo, de una lejanía algo tenue por las diferencias ideológicas que tenían sobre sus formas de ver la realidad, la literatura, la filosofía o la vida misma.

Lo anterior se confirma en esta carta de los nadaístas que demuestra de su devenir como grupo intelectual:

Los nadaístas siempre tuvimos una fe de ratas y he aquí la venganza de los tipógrafos. Por no creer en nadie, ni el corrector creyó en nosotros. Para este subalterno del linotipo, nuestra inmortalidad sería inmoral […]. Todo poema es fe de erratas[1].

Lo expuesto nos enseña el sesgo ideológico que generaba la narrativa nadaísta en su estilo temático e interpretativo a nivel de su escritura, pero, ante todo, por ser el eje de la confrontación, la controversia y la disputa entre sus creadores y la realidad antioqueña y colombiana de su época histórica.

Sin embargo, existieron editores y editoriales que se arriesgaron a publicarlos de forma paulatina a lo largo de su trasegar histórico, social o cultural como grupo. Uno de ellos fue Manuel Mejía Vallejo, en su rol como editor de la Imprenta Departamental de Antioquia, en el año de 1960 cuando le publicó a Gonzalo Arango su obra Nada sobre el cielo raso HK-111, la cual le valió una discusión con los escritores antioqueños Nicolás Gaviria Echavarría y Rocío Vélez de Piedrahita y que fue noticia en el medio periodístico más destacado de la época, El Colombiano,  durante mucho tiempo.

No obstante, pese a esta controversia, Arango y Mejía Vallejo tuvieron una fuerte discusión con respecto a esta publicación, de acuerdo con este fragmento de una correspondencia entre Mejía Vallejo y el comité de publicaciones de la Imprenta en la época:

Acorde con la autorización recibida y con el programa desarrollado por esta sección —abaratar la cultura— se editó a precio de costo aquella obra, no obstante, lo cual, y por empecinamiento de su autor, se acaba de poner a la venta a un precio exageradamente alto.
En forma probablemente maliciosa, el señor Arango, después de retirar de la Imprenta sus libros, a espaldas mías les hizo poner una faja de propaganda —ignoro dónde la mandó imprimir— con leyendas de dudoso efecto y que podría tomarse como parte del trabajo realizado en estos talleres[2].

De acuerdo con la carta, se puede decir que el poeta nadaísta utilizó la publicación impresa en la imprenta para la realización de actividades propagandísticas de su grupo, sin tener en cuenta que esto podría tergiversar el propósito de las obras que allí se daban a conocer, el cual era promover nuevas formas estilísticas a nivel narrativo, descriptivo y literario más artístico, pero ante todo hacer rescates de textos que buscaran realzar la tradición y la ruptura de estilos en la cultura antioqueña de la época y a lo largo de la historia en ese llamado viejo Medellín.

Por otro lado, en cambio con el poeta nadaísta Amílkar U, Mejía Vallejo tenía una buena relación, tanto así que, leyéndose el archivo del escritor, se puede apreciar algunos intercambios epistolares como por ejemplo la carta fechada del día 27 de enero de 1964 en donde se dicen lo siguiente: «Gracias, viejo, por tu carta. Se me hizo extraño recibirla, a pesar de todo. Imagino que ahora estarás trabajando más que antes con esas vainas de la literatura. ¡Para qué nos metimos, pues!»[3]

En otras palabras, la cercanía o la lejanía en la interacción o comunicación entre ambos no dependía tanto de las formas de pensar, sentir o crear sus obras literarias. Más bien estas se daban según la personalidad de cada integrante. Pese a la controversia con Gonzalo, en esa misma carta le describe a Amílkar y lo referencia de esta forma:

Por aquí hablé con Gonzalo: está hecho un hombre serio y peludo, y lo único nadaísta que se le advierte es que se puso unos pantalones que no estaban semaforizados; se orinó en ellos, y ¡traz! Encogieron hasta media canilla. El mismo Gonzalo como que no estaba sanforizado…[4]

Si bien se puede apreciar en el fragmento que se habla con cierto desdén del poeta Arango, no se deja de reconocer las transformaciones físicas y psicológicas que su personalidad viene desarrollando durante esa época, pero en especial como este no pierde su esencia nadaísta en sus formas de pensar, sentir y actuar sobre el mundo.

Según Escobar, el sentido de la bohemia nadaísta en su época a diferencias de otras que existieron en ese viejo Medellín se diferencia en este aspecto:

La bohemia de esta época tenía mucho de trágica y frustrada por el desdén, prejuicios y conservadurismo de la sociedad del momento, y una cierta dejadez y lesseferismo ante la vida de la mayoría de sus miembros, fue muy distinta de la que le sigue, la de los nadaístas, que buscaba ante todo mostrarse, escandalizar beatas y godos, pero con una producción literaria sin valor estético importante, salvo en el campo periodístico donde mejor funcionaba la provocación».[5]

Con este fragmento se busca decir que el elemento común entre la generación nadaísta y la de Manuel Mejía Vallejo era como anteriormente lo dijimos sacar a la ciudad de un ostracismo tedioso y monótono que se vivía en la cotidianidad de sus coterráneos, pero cada generación, lo hace de una forma diferente. Mientras tanto la generación de Manuel veía la ruptura con el conservadurismo por medio de la música, la fiesta, las noches en Guayaquil, Lovaina y en las serenatas a las novias de turno.

La generación nadaísta por el contrario, creía que era con el escándalo, la polémica, el panfleto que de verdad se podía llamar la atención a ese viejo Medellín que se negaba a salir de los clásicos literarios y a dejar incorporar nuevas formas de leer e interpretar la literatura en la cultura.

Adicional a esto, en carta fechada del 04 de junio de 1966, Mejía Vallejo le escribe a Mario Rivero para contarle sobre unas apreciaciones que su editor español Carlos Barral le hace sobre novela Los negociantes más tarde conocida como Las muertes ajenas, en donde le cuenta que está publicando una colección que se denomina papel sobrante, por si le gustaría participar en la misma.

Esta afirmación se puede apreciar en las siguientes líneas que se extraen de la carta original del archivo epistolar del fondo Manuel Mejía Vallejo de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina:

Creo que la colección que ahora estamos publicando—Papel sobrante, no «poemas sobrantes» —podríamos publicar algo tuyo, que te dejaría algunos centavos: en estos días irán para el Festival de Cali los tres primeros volúmenes: Poemas de la Casa, de Óscar Hernández, uno de Antonio Osorio, e Invención de la Uva de Eduardo Escobar. Pensamos sacar a X—504, a Carlos Jiménez, a Óscar Collazos, a Enrique Buenaventura, etc. Responde a ver qué sacamos en claro[6].

Este es otro ejemplo más en donde se puede apreciar una relación de cercanía entre el escritor antioqueño y el grupo nadaísta; pero, ante todo, este reconoce la brillantez, la inteligencia, la sensibilidad y creatividad que, dentro de su narrativa se maneja al respecto, así como la profundidad de su mensaje para ser publicable durante esta época.

A lo expuesto, se trae una reseña que Mejía Vallejo hizo sobre Jaime Jaramillo Escobar, más conocido como «X—504» para el periódico El mundo durante la década de los años ochenta:

De Jaime Jaramillo Escobar tengo pocas referencias: una de ellas, que nació en Pueblo Rico, en ese entonces corregimiento de Jericó, y por lo tanto paisano mío, ya tengo algo bueno qué contar, como cualquier vieja que se inventa recuerdos para justificar su fe de bautismo.
También que un día Gonzalo Arango me lo presentó en El Cisne —entonces café de los extraviados del verso y de la vida, buscadores de un porque que los disculpara— y él casi volteó la cara agresivamente, o como si tratara de documentar injustamente un odio repentino[7].

Si bien se enuncia el acontecimiento anecdótico en donde ambos se conocieron, en este caso se trae a colación para decir que la relación de cercanía, pero al mismo tiempo de lejanía, todavía se hace patente entre ambos, a pesar de que Jaramillo Escobar ya no militaba con la ideología nadaísta en los años ochenta.

Retomando esa carta, hay otro aspecto que conviene traer a colación y es la descripción de la personalidad de X—504 que hace Mejía Vallejo:

En alguna forma me gustaba ese talante antilagarto en un país de lagartos en artes y literatura. Después me enfrenté con entusiasmo a sus Poemas de la ofensa, y entendí que algo inusitado caía sobre este pastizal donde pastan los iluminados de Dios o el Diablo, o los pedigüeños de gloria parroquial, quema—chorrillos líricos, o expertos en hacer discursos sobre la muerte, el amor y el recuerdo, sin que el recuerdo, el amor o la muerte salgan bien librados en medio de tanta retórica para recitar ante salones vacíos. O llenos de vaciedades vanidosas[8].

Es decir, la cercanía se manifiesta en los rasgos de la personalidad, pero al mismo tiempo, es la capacidad crítica y reflexiva de X lo que llama la atención de Mejía sobre este.

En cambio, con Eduardo Escobar, si bien Mejía Vallejo lo ayudó a publicar algunas de sus primeras obras literarias durante su época de editor de la Imprenta Departamental, esta relación sufrió una fractura a causa de una novia que Escobar tuvo en esa época y que, según cuenta, Mejía Vallejo al parecer sedujo.

Lo dicho se apoya en este fragmento del periódico Universocentro escrito por Escobar en el número 112 del mes de diciembre del año 2019:

Manuel Mejía y yo nos vimos envueltos en una historia de amor que me hizo sufrir como un condenado, cuando sedujo a mi novia de los quince años, que me abandonó obnubilada por su prestigio, su labia de culebrero y su corbata de galán[9].

Esta controversia romántica confronta al poeta Escobar con lo que representaba la figura de Mejía Vallejo en su época como maestro de las juventudes en lo literario e intelectual en el Medellín de entonces; aun así, a pesar de sus desavenencias entre ambos por este acontecimiento.

Frente a esto, el poeta, en ese mismo medio de comunicación reconoce cualidades de Mejía Vallejo a través de esta afirmación:

Manuel Mejía era un hombre querible, tenía eso que los antiguos llamaron bonhomía. Nosotros lo admirábamos por su vida privada que algunos divulgaron, llena de singularidades en una ciudad pragmática que trataba de cogerle el ritmo al siglo con retraso. Decían que pintaba al carboncillo con talento, que practicaba el moldeado en barro, que inventaba juguetes artesanales, lo cual hablaba de su candor, pero al mismo tiempo de unas cualidades humanas que nos seducían, las de la sensibilidad para las actividades inútiles, porque los hacía por gusto, sin las intenciones torticeras del comerciante, y ni siquiera para jugar con sus invenciones porque siempre estaba ocupado escribiendo, o bebiendo. O seduciendo las novias de los amigos[10].

Se aprecia una relación cercanía con lo que Manuel Mejía Vallejo representaba como escritor en su pensamiento y capacidad creativa pero al mismo tiempo, se aprecia una distancia, porque mientras los nadaístas se dedicaban a pensar en una literatura mucho más abstracta y mundana como un mecanismo para salir de ese tedio y sorna que les producía su vida cotidiana. Con el propósito de suscitar interrogantes por medio de sus escritos.

Por lo que estos aspectos los hacían tener una relación lejana con Mejía Vallejo, que, por el contrario, veía en esa vida cotidiana y en todos esos pequeños detalles una serie de materiales creativos para la inspiración de su literatura, pero en especial interpretaba las formas de lo bello, lo sensible y lo poético considerado para muchos como algo pueblerino que podría ser un buen eje para las tramas de sus textos.

Si se leyera e interpreta a Mejía Vallejo y a los nadaístas bajo los conceptos de tradición y ruptura, como se suele apreciar en ciertos momentos de la literatura colombiana del siglo XX, cada uno de ellos representaba ambos conceptos en mayor o menor medida, pero los contienen a los dos, porque si bien los nadaístas transgredieron las formas y contenidos de la narrativa de la época.

Manuel Mejía Vallejo hizo lo mismo cuando estaba en sus edades durante la época en que publicó su primera novela La tierra éramos nosotros, que de acuerdo con los críticos literarios de los cuarenta, realiza una ruptura con el estilo narrativo predominante como lo era del Francisco de Paula Rendón y Tomás Carrasquilla.

A este respecto, se hace pertinente citar una reseña publicada en el periódico El colombiano sobre el efecto de la ruptura del escritor antioqueño:

Y esta es otra característica de Mejía Vallejo, la de mostrar una obra que, si la ha vivido, es su experiencia y no la influencia de autor alguno. La destreza con que capta el lenguaje de los suyos puede haber tenido un maestro anterior, pero no indica que lo haya seguido ni que se haya sometido a su imperio. Y es preciso señalar, que este es uno de los métodos más difíciles y huldizos. El costumbrismo en el novelador en la trama superior que debe sortear con maestría para recoger fielmente el modo de expresión de sus gentes. Y esto es más difícil aldvertirse que la inexactitud puede acarrear la mayoría de las veces tremendas complicaciones en las obras. Mejía Vallejo sortea con alguna habilidad este puntillo terrible[11].

Con la anterior cita se busca señalar que, si bien Manuel Mejía Vallejo fue objeto de elogios durante la publicación de su primera obra literaria, también estuvo sujeto a comparaciones con otros estilos de la época de diferentes autores. Así como también fue acusado de plagio por la autoría de su novela por parte del sector literario tradicional de ese Medellín de los cuarenta.

De ahí que uno de los elementos comunes con los nadaístas sea el de la señalización de una época histórica, ya sea para bien como para mal, puesto que dentro de sus enfoques y perspectivas, cada uno de ellos fueron creadores de una vanguardia de una época histórica, la cual buscó hacer una ruptura con aquellas experiencias, percepciones y cosmovisiones de mundo que se estaban volviendo anquilosadas, y generando un tradicionalismo aburrido y decimonónico, que olvida a las nuevas generaciones en sus formas interpretativas del mundo.

En el caso del grupo nadaísta, la vanguardia aporta muchos juicios, en sintonía con el siguiente planteamiento que muestra Daniel Llano Parra frente a la misma:

El concepto de vanguardia resulta problemático cuando se trata de abordar teóricamente las manifestaciones artísticas de los años sesenta. El contexto socio político de la época reprodujo el agobiante debate entre una vanguardia auténtica y otra falsa, que en lugar de trascender el carácter autónomo del arte burgués estuvo supeditada a la praxis revolucionaria con respecto a las luchas antimperialistas libradas a nivel mundial[12].

En otras palabras, el nadaísmo es puesto a prueba, porque a pesar de que sus postulados pretendían interpelar a un grupo humano como el de los jóvenes intelectuales de diferentes sectores de la ciudad, todavía faltarían muchos elementos por analizar, para que sus arengas tuvieran más eco en el ámbito cultural. Dado que la ciudad apenas se estaba empezando a abrir a las nuevas generaciones, le costaría mucho desanclarse de aquello que se creía como falso o verdadero para adherirse a conceptos que para ella son muy nuevos como los conceptos existencialistas o metafísicos que ellos proponían.

Por otro lado, Marta Traba afirma que la falta de vanguardia en la cultura colombiana se da por este factor:

Las expresiones artísticas contemporáneas si bien aparentaban un carácter internacional, entrañaban realmente una profunda revisión de la nacionalidad. Por consiguiente, la transformación de la cultura implicaba la confluencia de diversos agentes: el público receptor de las innovaciones literarias y escritores dedicados a revaluar la tradición sin caer en exaltaciones folclóricas que reforzaran el costumbrismo[13].

Con lo anterior, se busca concluir que la relación entre Manuel Mejía Vallejo y los nadaístas, radica básicamente que cada uno de ellos como actores culturales buscaban realizar la innovación literaria necesaria para esa Medellín que como se dijo anteriormente se estaba volviendo una ciudad industrial, y dejaría de ser la Villa provinciana de la Candelaria que León de Greiff y sus contemporáneos describían en sus obras.

Tanto Mejía Vallejo como el movimiento nadaísta representaron tres conceptos articuladores de la vida misma: memoria, recuerdo y olvido, porque de manera directa o indirecta, ellos solían representarlo en su época de apogeo, al insertarle vanguardias, tendencias o estilos nuevos a esa narrativa que venía instaurada de esa Medellín bucólica que todavía solía pensar como campesina, terrateniente o burguesa, sin tener en cuenta que el mundo y todo lo que devenía son más que eso; por el contrario, el mundo es la pluralidad, la apertura, la diferencia, la alteridad y la otredad.

Que otras generaciones de jóvenes, intelectuales o adultos darán a conocer por medio de sus narrativas la realidad del siglo XX en su cotidianidad, pero ante todo bajo la perspectiva de los movimientos sociales de contracultura a través de manifestaciones artísticas que buscan enseñar el efecto que ha tenido hoy el nacimiento de esa ciudad industrial que fue la capital antioqueña al momento de dejar de ser la Villa de la Candelaria de León de Greiff. Sin embargo, de la generación de Mejía Vallejo y los nadaístas se rescata las inquietudes filosóficas que suscitaron en los lectores a través de sus palabras, entre muchos otros para darle un sentido a su existencia a pesar de pertenecer a la clase letrada de esa urbe en crecimiento.

* * *

Este texto es un fragmento del Capítulo VII El editor y director de la imprenta departamental. [1957–1963] de la biografía sobre Manuel Mejía Vallejo que el autor se encuentra escribiendo desde el mes de julio de 2023.

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* Juan Esteban López Agudelo. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. También es corrector de estilo, tutor y asesor de trabajos de grado en asuntos relacionados con la filosofía, la literatura y las humanidades a lo largo de ocho años de experiencia como tal.

[1] Jotamario Arbeláez, carta a Salazar, 16 de octubre de 1966

[2] Manuel Mejía Vallejo, carta a los Señores Miembros de la Junta de Provisiones y Publicaciones, 13 de julio de 1960.

[3] Manuel Mejía Vallejo, carta a Amílkar U, 27 de enero de 1964.

[4] Mejía Vallejo, carta a Amíkar U.

[5] Ramón Augusto Escobar Mesa.  Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos. 1.ª ed. (Medellín: Fondo Editorial ITM, 2020), 115.

[6] Manuel Mejía Vallejo, carta a Mario Rivero, 04 de junio de 1966

[7] El texto es una reseña para el periódico El mundo de la ciudad de Medellín, pero no se encuentra en la carpeta de ensayos del fondo Manuel Mejía Vallejo la fecha de su publicación; pero de acuerdo con las fuentes biográficas sobre Jaime Jaramillo Escobar, este se ganó el premio Eduardo Cote Lemus en el año de 1983 y en este fragmento se habla de este premio, por lo que se da a entender que pertenece a las mismas fechas.

[8] Ibid.

[9] Eduardo Escobar. Manuel Mejía Vallejo y los nadaístas. Universocentro. Número 112, diciembre 2019

[10] Ibid.

[11] Ebeycor, vértice La tierra éramos nosotros. Sección Ecos y comentarios El colombiano.  08 de enero de 1946 

[12] Daniel Llano Parra, Enemigos públicos. Contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958—1971 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2015), 16

[13] Marta Traba. «La cultura de la incultura«, Gaceta Colcultura. (Bogotá), abril\ mayo de 1991: 15

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