Por Salvatore Laudicina*
Martha Lucía Román, llamada cariñosamente Marthika por sus familiares y seres queridos, es un alma que regresó a esta tierra para cumplir un propósito en la tropical Buenaventura: devolverles la dignidad a los gatos que son abandonados y maltratados por la perversa naturaleza humana.
Mientras su amor infinito por ellos me observa a través de los ojos del félido callejero color azabache que habita en una construcción abandonada, aledaña a mi edificio, he llegado a pensar que ella fue el amor platónico de Natsume Soseki, padre de la literatura japonesa moderna, a finales del siglo diecinueve.
Acto seguido la imagino en otro cuerpo, los ojos rasgados y la piel de porcelana, albergando a los seres sintientes de cuatro patas que deambulan por las shotengai de aquella Tokio lóbrega pero seductora.
Escondido detrás de una pared, amándola en silencio, admirándola secretamente por su corazón altruista, Soseki se deleita con la escena. Muy seguramente, uno de esos felinos es el protagonista de su novela Soy un gato (1906).
Se vale viajar al pasado e imaginarla en otro cuerpo y en otra época. Como ella, pocas.
Los gruñidos de Negro, como he bautizado al gato azabache, me obligan a regresar al presente. Como es costumbre, cada mañana a eso de las diez, Marthika publica en su cuenta de Facebook el post diurno para informarnos sobre lo que acontece dentro del Hogar Felino Crazy Cats, ubicado en la zona insular del Distrito, y permitirse un desahogo sentido, proveniente de lo más arraigado de las entrañas.
A diferencia de otros días, se escucha un sollozo feroz en los silencios del párrafo. Las palabras chillan como chillan los estómagos de los ángeles peludos cuando cae la noche y reclaman su cena:
Ha sido un reto medicar a 57 gatitos y sus 3 madres. Noches de transnocho, sumadas a la depresión. ¿Por qué justo antes de que ellos emprendan el viaje, nos pasa esto? Días de caer de rodillas y pedirle a la vida que tenga piedad de nosotros. Soy imperfecta, pero ellos sacan lo mejor de mí.
Quien viva en Buenaventura y haya oído hablar de su loable labor, no pondría en tela de juicio lo consignado en esas líneas. En caso de que existiese algún escéptico, lo invito a contemplar de cerca el rostro de Marthika: una mirada vestida con las ojeras propias de quienes entregan su vida a las causas justas; y unos pómulos a los que ya no les importa estar lozanos y resplandecientes para ganarse el beneplácito de los vanidosos.
Y si su rostro no lo convence, su cuerpo es territorio vivo de fatigas y desvelos incalculables. Un cuerpo que ha conocido la maternidad gracias a los más de 150 ángeles felinos que han encontrado un refugio, alimento y el amor más incondicional que hayan podido conocer en esta tierra.
Pecaré de insolente con lo que escribiré a continuación, pero Marthika también podría ser la mujer detrás de «La maga» de Julio Cortázar. No es descabellado que esa alma atemporal haya habitado en el cuerpo de aquella mujer y en la París de la segunda mitad del siglo veinte. Quizá Cortázar también la encontró alimentando los gatos callejeros que rondaban los Campos Elíseos y ocultándolos en su abrigo para llevarlos a casa y ponerlos a salvo.
En esa complicidad que la perseverante Martha Lucía construye con los felinos para respetar su dignidad, se cumple a cabalidad una de las frases más memorables de Rayuela (1963):
La verdadera otredad hecha de delicados contactos, de maravillosos ajustes con el mundo, no podía cumplirse desde un sólo término, a la mano tendida debía responder otra mano desde el afuera, desde lo otro.
En este caso, no es una mano sino cientos de patas. Patas que Román ha bautizado como sus pilares para recorrer un camino que sólo pueden caminar quienes saben amar y agradecer la fortuna de contar con seres tan maravillosos a nuestro alrededor.
Más atrevida que de costumbre, mi imprudente imaginación dibuja la escena de una disputa entre Soseki y Cortázar en el presente por ella. El duelo de poemas y prosa magistral es intenso. Ambos hombres entregan lo mejor de sí. Finalmente, Julio es el vencedor.
Al caer la tarde, Cortázar y Marthika disfrutarían de un atardecer bonaverense en compañía de Adorno, el amigo fiel del argentino; y Gordo, el gato de otra calle al que adoptó después de curarle una herida:
Mi Gordo tenía dueño, pero él lo abandonó hace 9 años. Era el terror del barrio: peleonero a más no poder. Él arrimaba al local y buscaba cómo quedarse. Al llegar la hora del cierre, lo sacábamos y comenzaba a dar vueltas sin rumbo fijo. De tantas peleas, se le formó una herida en el lomo. Producto de la infección, los gusanos se alojaron en su peludo cuerpo. Pedí apoyo y lo llevé a una veterinaria. Le permití quedarse en el local mientras se recuperaba. Desde este momento, es mío. Y si por alguna razón lo veo afuera, abro sin importar la hora y lo guardo.
Negro no deja de maullar. Esa es su manera de reclamarme por mi tardanza en servirle su acostumbrada porción de alimento. Vuelve a mirarme fijamente y en sus pupilas verde esmeralda me estrello con las vicisitudes que atraviesa el Hogar Felino Crazy Cats en este momento: deudas por pagar en una clínica veterinaria de Santiago de Cali, escasez de alimentos por compra de medicinas para curar el resfriado de los 57 gatitos y sus 3 madres, y la valentía de una mujer para transitar una cotidianidad plagada de indiferencia y egoísmo.
En un panorama tan cruento, encuentro perfectamente válido imaginarla junto a Cortázar, acompañados por Adorno y Gordo, contemplando el atardecer y siendo felices para siempre. Como buen perdedor, Soseki celebrando la dicha de su oponente.
Ese final no cambiará en nada el acaecer de la admirable Marthika Román. Pero me conformo con su fruición ficcional para hacerle justicia y agradecerle por tanto.
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*Salvatore Laudicina nació en Buenaventura (Valle del Cauca). Es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente de Cali. Participó en el concurso de literatura del departamento de idiomas de la Universidad Autónoma de Occidente, obteniendo premios y menciones en sus distintas ediciones. Su cuento ‘La cabeza de Aristóteles (Después de leer y releer La mancha indeleble de Juan Bosch)’ forma parte de la Antología 2014 del taller RELATA del Ministerio de Cultura. En 2016, publicó su libro «Las Muchachas Se Fueron. De Migraciones y Sentires»: Sobre Poemas Afrocolombianos que cuentan historias y construyen sujeto femenino, resultado de una investigación centrada en la poesía de Mary Grueso Romero para obtener su título profesional. Su nombre forma parte del libro «El país en una gota de agua» (2016), publicado por la Universidad Javeriana de Bogotá y el Banco de La República. Participó como miembro del equipo editorial y escritor en la Antología Vení, Te Leo (2021) de la Corporación Manos Visibles. Ha sido colaborador de publicaciones impresas y digitales en Estados Unidos, Japón, Londres, México y Panamá. Actualmente es editor, redactor y corrector de estilo de la revista Eventos Magazine de Miami.
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