Kronopeas

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1841

Marvel Moreno

MARVEL MORENO. LA REINA DEL CARNAVAL 1959

Por Jacques Gilard*

Traducción de Leo Castillo**

A Teresa de Cepeda

El carnaval de 1959 coincide con los pinitos del poder revolucionario de Fidel Castro. Habida cuenta de la proximidad geográfica, el acontecimiento cubano no era irrelevante para Barranquilla, sin embargo los que festejaban su carnaval no parecen haberse mosqueado por ello. Una fotografía del 11 de febrero en el diario local La Prensa muestra a los rebeldes* (barba, melena, ametralladoras de juguete) que habían desfilado en uno de los camiones particulares que cerraban el cortejo de la batalla de flores —única comparsa alusiva a Cuba, destacada por un solo diario—.

El carnaval de Barranquilla 1959 era antes que nada el primero realizado bajo el Frente Nacional: el liberal Alberto Lleras Camargo había asumido la presidencia el 7 de agosto de 1958 en el marco del sistema bipartidista y Colombia parecía entrar en una era de paz: el carnaval podía representar la reconciliación. Preterida por la Violencia, la ciudad se holgaba de ser una excepción al plan nacional. Habiendo siempre encausado las festividades y conservado el control de la sociedad local, sus élites no podían dejar de explotar la coyuntura, expandiendo el viejo esquema económico basado en el «triple puerto» (1). Conforme a su pasado y a su porvenir, el carnaval de 1959 también ostenta el sello de las circunstancias nacionales. Afianzando las alianzas perdurables, los retoques que la Junta Permanente del Carnaval imprimió a las fiestas tienen evidentemente un sentido.

Otra particularidad de este carnaval: la joven de 19 años que fue su reina, Marvel Luz Moreno Abello, «Marvel Luz 1ª», devino luego la novelista Marvel Moreno. Es nuestro interés por la obra literaria lo que nos incita a observar estas fiestas barranquilleras. La ocasión de apreciar una fiesta reputada considerada popular y folclórica a través de la adolescente elegida por algunos notables, se nos ofrece en el material compilado por Berta Abello, madre de la reina: centenares de fragmentos, minutas, cartas, invitaciones, discursos, y el «Diario de Marvel» escrito por ella desde el nacimiento de su hija (1939). Una lectura cautelosa se impone: por un lado, lo que la prensa dice del carnaval trasunta el control oligárquico, y los cinceles de Berta Abello han acentuado a veces el trazo; efectivamente, por demás, ella era un modelo de mentalidad colonial criolla en el corazón de una cultura costeña marcadamente afroamericana. Pero la información es copiosa y los criterios fácilmente discernibles. Esta visión tan singular es tanto más significativa cuanto no es fortuita la presencia del capital: revela frustraciones que la niña debía sublimar revelándose contra la tiranía del diario, la grafomanía apabullante de la madre explicita la excepción que fuera Marvel Moreno en su medio.

Con frecuencia vista entre las niñas bien asiduas al Country Club, Marvel Moreno no era de familia ni muy rica ni muy mundana, desventaja que su belleza no habría de compensar hasta el punto de ameritar este rango. Pero deseaba ser escritora y, en su edad primaveral, ya se revelaba como una intelectual. A los 17 años había fundado con sus amigas una publicación bimensual femenina (Nosotras) sin haber publicado más que cuatro números cada tres meses. Habiendo sus dos amigas abandonado la ciudad, fue ella el «cerebro» visible de esta juventud. Su físico era otro triunfo. Indispensable, no podía bastar para el rol que las «fuerzas vivas» confiaban a la reina de 1959. Si los fondos invertidos no son casuales, tampoco lo es la entronización. Este año la reina debía no sólo saber sonreír y bailar sino también hablar: en el ambiente del Frente Nacional en cierne, ella estaría al frente de una estrategia «nacional». Para el plan local, la estrategia no cambiaba, pero 1959 presentaba significativas variantes. El reinado se inscribía en una trama compleja movida por intereses, presiones y expectativas; más compleja aún por el proyecto coyuntural que inspiraba la situación del país.

PODER DE LA REINA, REINA DEL PODER

En principio alma de la fiesta, encarnación del poder de la alegría, la reina era ante todo el regocijo de un poder del que los detentadores no cedían nada en una ocasión que se consideraba como de toda licencia. Aunque lúdicos, los signos de esta monarquía fugaz expresan también el continuismo del orden. Rodeada de súbditos, la reina nombra princesas, príncipes y edecanes, promulga sus decretos bufos (2), es abordada con fórmulas como «Distinguida Majestad» y se le suplica «su Real Asistencia» a tal o cual evento «social», permaneciendo empero bajo el control de la Junta Permanente, la cual cierne requerimientos y participaciones: una parada es «autorizada por el doctor Julio Tovar Quintana, Presidente de la Junta Central del Carnaval», una visita a «Marbi Lux 1ª» anunciada «de acuerdo a la cooperación de la Honorable Junta Central de Carnaval», una demanda se cumple «de acuerdo con don Alfredo de la Espriella, secretario de la Junta Permanente del Carnaval de Barranquilla».

Si a la clase alta no le falta gente frívola a la que apasione el reinado —su participación confirma la preeminencia de la élite (3)— es en los barrios populares donde se toma más en serio a la linda soberana. Su legitimación se da de suyo; es ella quien, al coronarlas, concede la unción a las «reinas populares» elegidas, títulos subalternos por los que compiten los vecinos de las cuadras*, los comités de apoyo y las candidatas, soñando con el triunfo de sus vidas (cada una tendrá su cargo en el desfile de la Batalla de Flores, el sábado de carnaval). Así, de una candidata de Cevillar: «Yo, tu humilde súbdita, (…) te espero Marvel Luz, con toda tu corte real, para que honres mis dominios con tu bella presencia» (carta del 23 de enero). De otra, de Chiquinquirá: «…se ha organizado una fiesta como modesta contribución a la alegría que según sus Reales deseos debe presidir en estos carnavales de 1959» (23 de enero). De La Junta Seccional de San Roque: «No descartamos la posibilidad que la luz de vuestro nombre se encarne en clara luminosidad de las sugerencias que en momento dado podamos recibir de ud., oh bella majestad» (23 de enero). «Si bien la elección de estas reinas no es con mucho la fiesta de los estratos populares, el apasionamiento monárquico inhibe la irreverencia carnavalesca: resultado de la creación (1943)» (4) de estos reinados, reposición de la jerarquía social en el seno de la fiesta subversiva. La reina es el reflejo sustituto del poder de siempre.

Ella asume sus responsabilidades, contraparte de su poder efímero. Más de una vez debe bailar la cumbia improvisadamente. El 9 de enero en el night-club del Hotel del Prado; el 12 en la estación «La voz de Barranquilla»; el 17, en el Hotel del Prado con el director de «La cumbia Soledeña» (fotografías en la prensa); el 18 con ocasión de un crucero fluvial ofrecido por una agencia de viajes (su madre apunta: «¡La reina no puede negarse a bailar!»); el 19 con la cumbiamba «Los Patulecos» que venían a festejar; el 20, en «Radio Kalamarí», luego en su casa, habiendo rehusado una invitación («Para colmo, llegó una cumbiamba y Marvel salió en medio de grandes aclamaciones a la calle, y prendiendo su vela bailó con la cumbiamba» dice su madre) y finalmente en la sede de «Los Patulecos»; el 22 y 27 de enero, en casa, con otras cumbiambas. El 2 de febrero, en Montecristo, corona a Mañe Copa 1º, rey del barrio: «¡gran bailada de cumbia allí, etc. etc.!», señala su madre.

Visita los barrios*, los bailes de cuadra*, los comités de apoyo de las candidatas populares y sus «palacios reales». Berta Abello consigna estos recorridos el 15 («Tuvo que ir a verbenas que le tenían preparadas, bailar con el que se lo pidiera, tomar los potinges** que le brindadran etc. etc. y regresó a su casa, a las 11 y 1/2 de la noche, ¡ronca, aterida de frío y medio muerta de cansancio!») y el 17, 20, 21 de enero. En el domicilio «real» se suceden las candidatas populares con sus comités (el 14, 15, 16, 19, 21 y 29 de enero) y las reinas de los pueblos aledaños. Cada partida, las candidatas se aglomeran en torno a la reina (al tiempo visitas a las emisoras o a los periódicos, que ofrecen informes y fotografías). También es preciso coronar a los reyes de barrio allí donde la tradición perdure.

No todo transcurre cordialmente, a pesar de la leyenda de la ciudad. Hay más de dos reyes en un mismo barrio, como en Montecristo; en su balance del carnaval, anota Berta Abello: «El día que fue a coronar al Rey Puerco, los habitantes de este barrio, que no lo querían, cortaron la luz. En seguida la Policía rodeó a Marvel gritando: «¡Cuidado con la Reina!». El incidente es del 5 de febrero, pero el del 22 fue mucho más serio: relatando la visita a los barrios, la madre señala que «en uno de ellos le tiraron una piedra a Marvel (porque la candidata que iva [sic] a visitar, no la querían en el barrio) y le hicieron una heridita en la mejilla». La mensajera de la alegría concitaba también tensiones, convirtiéndose en chivo expiatorio. El 23 El Heraldo apunta simplemente: «No obstante haber estado ayer un poco agripada, visitó candidatas, habiendo sido objeto de caudalosos recibimientos en cada ocasión. Estuvo en San José y visitó a la señorita Virginia Bula Palacio, quien la invitó de manera especial. También estuvo la reina en el sector de Las Delicias».

El incidente del 22 de enero preludiaba la intromisión de la élite en los reinados barriales, bien que aún no es la época en que, complementado con la habitual compra de votos, los políticos harían coronar a sus hijas (5). Después del 9 de febrero, un funcionario departamental, proveniente de una de las mejores familias, se puso al servicio de la reina, precediéndola a todas partes en una moto provista de sirena. Su colaboración no carecía de segundas intenciones. El 31 de enero, Diario del Caribe titulaba «La candidata Alfa recibió comunicación de Marvel Luz para seguir en el certamen» y publicaba un cruce de cartas. A esta candidata que renunciaba a concurrir, la reina escribía: «Para mí sería especialmente placentero que volvieras a ocupar el lugar a que te llevaron tus muchos admiradores y amigos». Alfa respondía: «…he llegado a la conclusión de que es inútil luchar contra la incomprensión de una Junta Seccional visiblemente decidida a obstaculizar mi candidatura». El problema se aclara en el manuscrito de Berta Abello quien consigna, el 2 de febrero, que la reina había ido a coronar «reina de la simpatía» a la hija de su batidor. Era señal de empate para éste, pero él era influyente en otros ámbitos: la foto de esta coronación («Reina de la simpatía de Olaya y Delicias») apareció en Diario del Caribe el 4, al mismo tiempo que las de las ceremonias oficiales celebradas el 3 (coronación por Marvel Luz 1ª de dieciocho reinas barriales). La configuración de página favorecía a la reina apócrifa: a pesar del voto popular, Alfa ganaba la batalla mediática. La reina se había hallado atrapada en un conflicto que revelaba hasta qué punto el carnaval de los barrios estaba expuesto a los manejos de esta élite que la delegaba entre las antorchas de las cumbiambas.

EL CARNAVAL DE LOS MERCADERES

Barranquilla ha sido vista durante mucho tiempo como una ciudad de tenderos. El Magdalena y la proximidad del mar hicieron de ella en otra época un sitio de contrabando y de comercio, y si bien su crecimiento debe mucho a su industria, sigue siendo una ciudad de mercaderes. El carnaval era vitrina y la reina, soporte publicitario. Los regalos que recibe aparecen a menudo en la prensa, ilustrados con fotografías. El industrial José Lapeira, miembro de la Junta, y un sastre anónimo fueron la excepción: el uno ofrecía pantalones (slacks) salidos de su fábrica, mencionados en el diario de Berta Abello e ignorados por la prensa; el otro tomaba medidas de un vestido de cóctel entregado algunos días después sin que la madre revele su nombre o la prensa lo cite. Sin embargo de los «objetos de arte» ofrecidos desde el 10 de enero por un importador de artículos para el hogar, un juego de maletas obsequiado por un gran almacén («Gangas de la reina», escribe Berta Abello), zapatos donados por un zapatero, tienen espacio en la prensa, sin que falten las fotografías.

Las instituciones públicas invisten de importancia a la reina en misa, extendiendo la acción de la asociación de comerciantes de la que depende la municipalidad y la gobernación*. La compañía telefónica instalaba gratis un teléfono adicional en casa de los Moreno. La compañía eléctrica proveía a la cuadra de un alumbrado a giorno, cuyo interruptor se hallaba en el interior del «palacio». La reina disponía del carro del alcalde (el diario de Berta Abello nada dice de la crisis municipal del momento).

No hay fiesta costeña* sin ron: el 29 de enero, Fábrica de Licores del Atlántico envía a la reina 75 litros «para que aquellos súbditos que alegren la puerta de su residencia con danzas y cumbias sean obsequiados», luego el 5 de febrero «como obsequio y propaganda de la Fábrica y para contribuir a las festividades carnestoléndicas, una caja de ron Carnaval, 30 litros de ron viejo 1917 y 20 litros de ron blanco». Nada más normal: se trata de la destilería departamental. Más preocupados por la publicidad, una importante destilería del interior remite una cantidad no especificada, «obsequio que le hace Caldas Limitada para que dé a conocer a sus súbditos el famoso Ron Viejo de Caldas y Aguardiente Cristal». Estas contribuciones traslucen la trama de las ataduras del carnaval. Los grupos de danza populares (las cumbiambas) y las danzas folclóricas (las Danzas*), típicas de la cultura barranquillera* debían ser remuneradas cuando rendían homenaje a la reina. Con sus máscaras zoomorfas y la presentación rutilante de sus congos*, las Danzas representaban la imagen de Barranquilla, lo que bien justificaba este mínimo reconocimiento. Proveniente de un sub-proletariado (6) acusadamente pigmentado, veían suspenderse provisionalmente su marginalidad, confirmada por la retribución que evidencia una dependencia en torno a la élite heredera de los viejos criollos. Nacida en el seno de la élite retratada por ella, la reina debía recompensar a los que la festejaban: las destilerías aquí cuentan. El domingo 11 de enero, Berta Abello escribe distante: «A las 10 de la mañana vino una murga (del músico Vásquez) a tocarle a Marvel. Se les dio ron y dinero». Y el 8 de febrero, en el mismo tono: «Vinieron a su casa danzas, cumbias, comedias y disfraces. A todos se les regaló botellas de ron. Todos querían ver y bailar ante la reina, pero Su Majestad dormía». Las marcas de bebidas alcohólicas ejercían su dominio sobre los aspectos más modernos y masivos. El 3 de febrero, una marca de ron festeja en un grill de moda a las reinas populares que Marvel Luz 1ª acababa de coronar. La cervecería de un consorcio devenida hoy primer grupo financiero del país, comenzaba a tomar en sus manos las actividades rentables ligadas al carnaval.

Esperanza de la ciudad, el turismo constituía la clave de la estrategia de las «fuerzas vivas» que, en el nuevo contexto nacional, apostaban al incentivo del carácter conferido al carnaval de 1959. Otro motivo de atenciones para con la reina y nuevas celebraciones. El 18 de enero, una agencia de viajes regala el recorrido por el Magdalena considerado como promoción del potencial turístico del río. El 5 de febrero, el Yatch Club ofrece otro crucero a Marvel Moreno y a las distintas reinas nacionales y extranjeras, invitadas por la Junta. Es el «carnaval acuático», innovación tendiente a tornar más prestigiosas las fiestas (se pregunta cómo podían ser observadas por la población y constituir un espectáculo en el futuro, que sobradamente lo es con el paisaje de ciénagas* y las aguas turbias del Magdalena) (7).

El prestigioso Hotel del Prado procuraba integrarse y multiplicaba los anuncios-comunicados mal perfilados en artículos de prensa. Aloja gratis a las reinas de belleza y sus «cortes», abre para conferencias de prensa, cócteles, presentaciones y bailes… y lo hacía saber. La Prensa (16 de enero) y El Heraldo (17 de enero) anunciaban que acogería el carnaval y sería su «cuartel general». El Nacional (24 de enero) titulaba «El Hotel del Prado sede del carnaval del 59» y aseguraba que recibiría el 31 el baile de coronación de la reina «el cual por primera vez en los últimos veinte años se celebrará en sitio distinto al Club Barranquilla o Country, sedes de la sociedad Barranquillera». La táctica encontraba sus obstáculos: el baile del 31 tuvo lugar como siempre en el Country y sólo el del 6 de febrero (dicientemente el de coronación de la «reina nacional») se dio en el hotel que, acorde con la Junta en el propósito de prolongar las fiestas, a medias alcanzó su objetivo. Sus salones y la calidad de sus servicios convenían a la estrategia de la Junta y el poder brindaba su apoyo (el gobernador ofreció allí un cóctel a su homólogo y la reina de Cartagena). Pero las celebraciones de la élite, centradas en la reina del carnaval y que cubrían la primera mitad del calendario y una parte de la segunda, no salían de los clubes, dejando el hotel a los emergentes y a los turistas. La élite no trocaba sus rituales por la buena causa económica. El hotel figuraba ampliamente, sobre todo al final (el carnaval «nacional») hacía su publicidad, pero permanecía como subalterno: lugar de reunión para la comitiva de las reinas el 7 de febrero, para la «Danza del Garabato» el 8, para la «Noche de Cumbia» el 9, no era más que un punto de partida de un recorrido de los clubes, siempre concluido en el Country, donde se desarrollaba lo primordial de las veladas.

La reina se hallaba atrapada en esta comercialización, que con mucho la sobrepasa (no era consciente de ello en principio y no apreciaba más que lo que la afectaba directamente). Esta evolución no contribuyó a vender mejor el carnaval a los turistas (8) pero terminó por liberar la fiesta del ánimo de lucro que la corroía. 1959 marca una aceleración. Los bailes de familia, de cuadra* o de barrio conocían ya la competencia de las toldas (casetas*) instaladas en la arteria principal por grandes cervecerías. El vocablo caseta no figuraba más que en el programa oficial de la Junta, publicado el 21 de enero («6:30 p.m. Gran baile popular en las casetas del Paseo de Bolívar», se anunciaba para el 7 de febrero, después de la batalla de flores). El correspondiente de El Tiempo lo ignoraba: «En el paseo de Bolívar hay dos pistas de baile. Una de la cervecería Águila y otra de las Cervecerías Bavaria. Allí se baila y se toma cerveza. Lástima de los precios que eran prohibitivos, especialmente en el tinglado de Bavaria» (10 de febrero). Si faltaba el término, la realidad lo expresaba, tanto que se adivina bajo el comentario superficial (y bajo la alusión a uno de los intentos) de la financiación del carnaval (9), inversión que las grandes cerveceras se disputaban a finales de los años 50 (10), cortando el consorcio local la mejor tajada, embolsillándose la fiesta.

LA ÉLITE Y LOS BARRIOS

Ciudad tardía, surgida del comercio y del trabajo, preciada de haberse forjado ella misma, Barranquillla opone este venir a ser bastardo a los pergaminos de Santa Marta y Cartagena. Su élite la quiere ciudad democrática; el carnaval será la demostración. En la entrega de 1959 de su revista Carnaval de Barranquilla, el periodista Simón Martínez Fuenmayor escribía:

El Carnaval es una fiesta democrática, es la fiesta de la convivencia y en ella habrá que ver uno de los elementos que con mayor eficacia ha disciplinado a Barranquilla dentro de la norma de fraternización que se distingue a través de las clases sociales. Disfrazado el aristócrata más susceptible de su rango, no es distinto del bracero que tiene encima su vestido de «torito». Pueden alternar de igual a igual porque las llamadas clases sociales se han desvanecido. Así, en un salón, el señor de la casa puede bailar una cumbia con quien le lava la ropa (11).

Se vuelve a hallar a menudo este tópico, como en Alfredo de la Espriella para quien el carnaval «es el evento tradicional de regocijos públicos en el cual participa toda la comunidad sin diferencia de clases, desde hace más de siglo y medio» (12), y elogia el «buen comportamiento del pueblo barranquillero, digno exponente de sus propias virtudes cívicas», no sin admitir que, durante la fiesta, el pueblo sabía conservar la distancia respecto de la élite («La gente del pueblo respetaba su posición» (13) —confirmación de prácticas segregacionistas—. Disimuladas o no, el aristócrata de Martínez Fuenmayor bailaba al aire libre (en un salón burrero) con su lavandera, pero ésta no tenía cabida en sus clubes.

En la misma entrega, un autor que firmaba «Dr. Argos» decía algo completamente opuesto: «Lástima grande que esta fiesta tradicional, típica y folclórica, con el tiempo vaya perdiendo su encanto por culpa de (…) la oligarquía barranquillera». Verificaba, probable alusión a las casetas comerciales: «Lo que ayer se hacía a pleno sol o a la luz de la romántica luna, hoy se hace en salones exclusivos donde el pueblo paga los platos rotos»; y deploraba: «Se ha fraccionado por falta de imaginación de sus dirigentes y organizadores, que poco les importa la vida de nuestro pueblo todo el año sudoroso y en espera de esta su grande fecha o efemérides que le hace la existencia menos sórdida» (14). De hecho, el carnaval sin barreras no existe, es una fiesta con creces confiscada la que se veía en Barranquilla en 1959.

La Junta Permanente controlaba el carnaval popular mediante la Junta Popular, presidida por uno de los suyos (Rafael Ariza Pernett en 1959, asesorado por el intelectual Adalberto del Castillo) y las Juntas Seccionales: relación vertical, autoritaria. La Prensa del 23 de enero parecía creer en una concertación, al anunciar para la tarde una reunión de la Junta Popular con candidatas y comités «con el objeto de acordar todo lo concerniente a la coronación de las reinas de barrios». Por lo demás, esto no es sino cuestión de los deberes de la base. El Nacional del 8 de enero había hablado de «La manera como deben actuar las sub-juntas en las distintas secciones que les corresponde dentro de la organización general». El 23, El Heraldo expresaba respecto de la reunión de la tarde: «…allí se impartían las últimas órdenes sobre la culminación del certamen». Marvel Moreno fue invitada a través de una carta (del 22) de Rafael Ariza Pernett «para efectos de organizar debidamente la forma como ha de realizarse el Carnaval en los Barrios de la Ciudad». Más explícito fue El Nacional del 24; hablaba de «las masas populares encargadas de hacer el carnaval en los Barrios».

El diario de Berta Abello muestra lo que la élite pensaba del populacho y de sus festividades. Las visitas de la reina a los barrios no son el hecho reciente del que hablaba Nina S. de Friedemann en 1985 (15). Eran una costumbre ya en 1959, aun cuando Marvel Moreno parece haberles dado un vigoroso impulso (Carolina Manotas, reina de 1953, había abierto el camino). Berta Abello detestaba esta promiscuidad. De Margarita Angulo Carbonel (cuya hija era princesa), dice en su diario, el 20 de febrero de 1952: «¡Margarita ha hecho su Carnaval en los Barrios! No se cansa de soportar tanta plebe», y el 1º de marzo, de la coronación de las reinas populares, dice «coronación chachana» (16). En 1959, como su hija era reina, Berta Abello tendía a hallar todo perfecto, pero sus prejuicios criollos dejan rastros en el relato que hizo de la ceremonia del 3 de febrero de 1959. Se adivina la irritación frente a la rimbombancia de los discursos, pero se aprecia sobre todo que, si la madre estaba encantada de la irreverencia, la prevención contra la plebe no cedía:

Hubo discursos. Besuqueos (todas las reinas, al ser coronadas, estampaban el «dulce ósculo» en las pobres mejillas de Marvel, la cual quedó convertida en un muestrario de lápiz labial). Fotos, etc. Marvel tuvo que hablar por los micrófonos, y para distraerse un poco (ya que el acto era cansón y aburrido) se dedicó a tomar el pelo como vulgarmente se dice, corrigiendo lo que los locutores decían, con gran regocijo de éstos y haciendo el gran desorden. Hubo aplausos y vivas. (…) Cuando Marvel terminó de enganchar coronas, regresó a su casa.

Los clubes se protegían contra la promiscuidad y los recuadros en la prensa manifiestan sus precauciones. No serán admitidos en los grandes bailes más que los socios al día con sus cuotas. El Club Alemán verificaba todos los carnés de identidad y controlaba de cerca la invitación a los no residentes. El Club Barranquilla exigía: «Traje: Etiqueta o disfraz de fantasía» y prohibía «caretas, capuchones o, en general, disfraces que no sean de fantasía». En el Country, «las personas que vengan con máscaras deberán identificarse en las oficinas de la Gerencia antes de entrar a los salones»; «para los bailes del Sábado y Domingo no se permitirá la entrada de capuchones». El Country no era menos estricto que el Club Alemán en cuanto a la presentación («Disfraces de fantasía, Smoking o cóctel»), limitaba el acceso («Favor abstenerse de solicitar invitaciones para personas no socias residentes en el Departamento del Atlántico») y no admitía más que comparsas exclusivamente integradas por socios. Por todos los medios se aseguraba de no recibir residentes dudosos, y la autorización del solo disfraz de fantasía velaba la entrada a actos folclóricos, asimilados a la plebe demasiado morena y únicamente admisibles en los bailes de las calles. Como compensación, la publicidad del Hotel del Prado con las orquestas que amenizaban sus veladas comenzaba: «Todo Barranquilla puede divertirse (…)»: los emergentes tenían allí su lugar.

Pero es preciso tolerar las inquietas celebraciones populares. La otra cara del mito democrático era la del pueblo alegre pero trabajador; la demagogia hacía extenso uso de él a propósito del carnaval. Adalberto del Castillo, por ejemplo, escribía:

Es justo que el pueblo de Barranquilla, nuestro pueblo laborioso y sano, se divierta sin reatos en la época en que impera Momo. Tiene a ello derecho un conglomerado humano que trabaja durante todo el año, de sol a sol, en el taller, en la fábrica o en la oficina, a base de innegable consagración y con un sentido perfecto de colaboración y de eficiencia. Esa actitud lo ha colocado en una posición de superioridad, respecto a sus congéneres del país (17).

El tópico figura en el discurso del presidente del Club Árabe a la reina (1º de febrero): «Te deseamos (…) que tengas en tus Reales decretos el espíritu de esta pujante ciudad, el instintivo de la cultura de un pueblo que además de trabajar sabe divertirse (…) y que así pongan (estos carnavales) en lo más alto el nombre de esta amada ciudad» (18). Imagen incansablemente retomada en el decurso de los años de una ciudad prendada del progreso, sin conflictos de clase ni división de razas. Pero la élite, menos criolla y más burguesa que Berta Abello, no celaba menos su carnaval: una delegación del Lion’s Club efectuó una visita de cortesía al domicilio de la reina (16 de enero).

Si el apasionamiento por los reinados es señal de un control eficaz, lo más plausible es que el actor popular adopte el rol de la élite. La cuartilla editada para el Año Nuevo por la «Danza del Torito» retoma el cliché del pueblo civilizado y se pliega al proyecto turístico de la Junta: «El carnaval de Barranquilla, es no solamente una tradición de cultura y civismo que conoce y valora el país, sino que es también una atracción turística y económica que los gobiernos deben estimular». El baile «El mundo hablando… y yo gozando» trata (recorte sin referencia) de una velada caracterizada por «un buen sentido de la diversión dentro de las normas de la educación y la cultura». Una candidata del barrio Montes se dirige a la reina (carta sin fecha) a nombre de «todo un barrio sencillo, trabajador y honrado». El Heraldo (10 de enero) publica la invitación de una candidata a su «verbena bailable y tomable (…) en la que podrán divertirse sanamente y con gran derroche de alegría». Otro recorte (sin referencia) informa que «la indiscutible Ligia Primera ofrecerá un bello certamen de cultura, símbolo característico del espíritu barranquillero».

El ejemplo más claro proviene de la «Danza del Congo Grande» (la más antigua de todas, originaria de los tiempos del esclavismo). El Heraldo difundía esta convocatoria:

Hoy 20 de enero, día de San Sebastián, se llevará a efecto en el palacio de costumbre, situado en la calle 28 entre las carreras 27 y 29, los primeros ensayos de instrucciones debidas, todo de acuerdo con el reciente Decreto de la Alcaldía Municipal. Se hace pública manifestación que se hará todo lo posible para que los componentes de esta Danza guarden todo el respeto y disciplina que el caso requiere para que estos carnavales gocen de la simpatía del pueblo y de los turistas, que sea pues un certamen de civismo y en esta forma se exhorta a las demás danzas y diversiones del caso, como buenos barranquilleros.

Dirigiéndose a la reina a nombre de todas las Danzas tradicionales (salvo el «Torito»), el mismo «Congo Grande» echaba mano del lugar común de la civilidad:

…estas danzas unidas, en sesión de la fecha 11 de los corrientes, en casa del Sr, presidente Sr, Alberto Ramón Benedetti, con el fin de conseguir el mayor orden y respeto debido al carnaval de Barranquilla, para evitar el no se presenten casos que vayan contra la moral y las buenas costumbres durante las temporadas carnestoléndicas. Estas Danzas, antes nombradas, para que reine la unión en nuestros tradicionales festividades Carnestoléndicas, aprobó una proposición de saludo a S. M. Marbi Lux 1ª.

Todo no era, por supuesto, sometimiento a la ley de la Junta. Si la irreverencia no alcanza más que a la reina en forma escrita, se ha visto que los conflictos podían afectarla emocionalmente: el carnaval de los barrios no era meramente el certamen de cultura propuesto por la élite. El pueblo no se dejaba espoliar del todo. Había verdadera dignidad en el jefe del «Torito» quien, por cierto, editaba una carpeta respetuosa de los estereotipos oficiales (su Danza no podía subsistir sin subvención) pero estaba celoso de lo que valía este «Torito» fundado en 1878. A contracorriente del cartapacio ya citado, escribía a la reina: «Campo Elías Fontalvo, Director de la Danza del Torito al congratularse con la acertada elección de Ud. como Reina del Carnaval, la felicita cordialmente, mientras le presenta sus respetos, y felicita a nuestra querida Barranquilla». La resistencia es palmaria en las cartas provenientes de los barrios reacios al amaneramiento de los reinados. No sin concesiones a los estereotipos localistas y a la jerga monárquica, estos comités ignoraban a la Junta y la trataban de tú a tú. El 20 de enero, el de Montecristo solicitaba a la reina que coronara a Mañe Copa I: «…consideramos nada más justo nos depare tan señalado favor, lo que le sabremos agradecer infinitamente. Dignísima Majestad, la reina más popular de cuantas hasta hoy ha tenido nuestra cara ciudad, la Puerta, de Oro de Colombia», luego, el 39, enviaba «un recordatorio a su Majestad, sobre la coronación del Rey del Barrio Montecristo, Mañe Copa I, que como ya hemos convenido tendrá lugar el día lunes 2 de febrero, en la calle 52 K 57». La más explícita fue la Junta Directiva Pro Reinado Puerco I; acuerda con la reina «para el acto de coronación que fue fijado por los moradores de este barrio el día jueves cinco (5) de febrero a las 8 p.m. en la calle 45, carrera 53 esquina (…) dándoles las gracia por anticipado de este gran favor en beneficio de las festividades Carnestoléndicas que Ud. dignamente reina en este Año de 1959» (19 de enero).

REORGANIZACIONES, RESCATES

El crecimiento urbano llevaba a la élite a rediseñar sus representaciones. Elementos largo tiempo proscritos se integraban a sus actividades festivas. Si el filtro sociorracial cerraba siempre las puertas de los clubes, una ósmosis selectiva jugaba con el plan cultural, las danzas costeñas suplantaban danzas europeas y danzas del interior. Lo que fue una revolución en 1937 (la entrada del porro en el repertorio representado en el Club Barranquilla, «destape de todas las expresiones tocadas por nuestras bandas de pueblo que fueron recogidas por las orquestas de la época») (19) se banalizaba. Después del carnaval 1959, las dos grandes orquestas costeñas de Lucho Bermúdez (20) y Pacho Galán animaban las veladas de gala en los clubes, especialmente del Country suplantando la orquesta cubana más atractiva del momento.

En adelante, la cumbia en la que no se deseaba más percibir el ingrediente africano, fue el emblema de la región y el ritmo cuasi oficial del carnaval, ritmo común a la alta sociedad y a los estratos populares, olvidando éstos últimos ritmos adaptados las distintas ocasiones de la fiesta tradicional (21). La estandarización producía. La reina, se la ha visto, debía bailar la cumbia en diversidad de ocasiones. La danza estaba institucionalizada en el carnaval de la élite: el 9 de febrero de 1959, los clubes celebraban la «Noche de cumbia». En los desplazamientos de la reina, se destaca el rol asignado a los «Patulecos», cumbiamba destacada desde los carnavales de 1958. También se destaca la presencia de la agrupación musical «La cumbia soledeña» en varias veladas del Hotel del Prado, y en la fiesta oficial del carnaval de Puerto Colombia. Este grupo no actuaba en el Country, pero se exhibía a los visitantes. La cumbia era objeto de una apropiación, como las otras danzas regionales, no sin que se conservaran ciertos filtros. La «sociedad» dosificaba la popularización de sus fiestas. Más imbuida de cultura regional, exhibía su costeñidad, eludiendo los distintivos de una molesta negritud. Se permitía evocar pero sin consentir inaceptables confusiones…

Lo mismo con la «Danza del Garabato», danza folclórica retomada por la élite. Había dos «Garabatos», uno popular que desfilaba en la batalla de flores, otro mundano que no abandonaba virtualmente los clubes. Uno de los artículos de prensa publicados en 1959 por Emiliano Vengoechea, presidente del «Garabato» mundano, está datado «Año XXIII» (la asignación se remontaba pues por lo menos a 1937, coincidiendo en términos generales con la admisión de ritmos costeños). La élite popularizaba tímidamente su práctica carnavalesca: el garabato (bastón curvo) representaba al campesino, el pretendido criollista esquivaba la sospecha de negritud (la vestimenta masculina evocaba ante todo un mosquetero). Otro artículo de 1959 anunciaba: «Se avisa a todos los GARABATOS viejos, nuevos, casados y solteros, que la Danza saldrá el Domingo de Carnaval». El grupo elegía su día (el domingo, sin desfile popular) preservándose de toda confusión, y casi no «salía»: el 8 de febrero, conducidos por Emiliano Vengoechea y Marvel, recorrió dos cuadras de los barrios oligárquicos y luego amenizó la velada en los clubes o el «Baile del Garabato» institucionalizado, que acogía a la reina y a la alta sociedad —mientras, en otro lugar de la ciudad, se desarrollaba el concurso folclórico y en la noche empezaban los bailes populares—.

La segregación operaba según el momento. La noche del 30 de enero, agrupaciones populares escoltaron a la reina hasta el estadio municipal donde tendría lugar la coronación (Berta Abello habla de cuatro Danzas; un recorte de prensa menciona las Danzas de «El Torito», «El Congo Grande» y las cumbiambas «Los Patulecos» y «Agua pa’mí»; Diario del Caribe del 31 proporciona una lista más larga). En el estadio, los grupos llevan el palanquín real hasta el tinglado. Allí acaba su rol. Después de la ceremonia, un cortejo precedido por motos arriba al Country para la copa de champaña bailable*. Las Danzas y cumbiambas son olvidadas. Justificadas e ilustrativas para un preludio que recuerda la esclavitud, la gracia popular es de nuevo enviada a la nada de la marginalidad mientras la élite celebra su propio ritual (22).

El encuentro de los carnavales se llevó a cabo en la calle, debido a la batalla de flores del sábado, que desfolclorizaba la fiesta tradicional. Ese día (7 de febrero de 1959), danzas y cumbiambas escoltaron bailando el desfile de carrozas que abría la reina. Esta aparente fusión, en realidad reflejo de la jerarquía socio-racial, reducía la autonomía de las agrupaciones, desvirtuando su creatividad, acorralándolas en una acción planificada, en un terreno controlado: las prácticas tradicionales se hallaban dislocadas en una fiesta hecha espectáculo. Se trataba de otra popularización, impuesta desde arriba. Para el 10 de febrero figuraba en el programa oficial otro desfile de carrozas, llamado conquista* en memoria del enfrentamiento de otros días entre danzas rivales (23) despojadas de su violencia: otro espectáculo y otra adulteración. El espacio reservado a las Danzas y cumbiambas era el del concurso folclórico, otra manera de acorralar y falsear estas formas de expresión. Requerida por el «Baile del Garabato» en los clubes, la reina no asistía y la prensa publicaba una lista sucinta de los grupos premiados.

FRENTE NACIONAL, CARNAVAL NACIONAL

Calificado como «nacional», el carnaval 1959 evocaba la denominación del nuevo régimen. En la paz aparente que prometía el pacto bipartidista, la fiesta reputada ejemplar justificaba una promoción cuyos resultados interesaban a la burguesía barranquillera. Desde su nombramiento, Marvel Moreno defendía el carácter ejemplar, con mayor franqueza que cualquiera, al responder a la prensa local. Infinitamente más reflexiva y cultivada de lo que podían barruntar los reporteros, declaraba, para su asombro: «lo primordial es la paz de Colombia», y hablaba del espíritu barranquillero, «aspiraciones ciudadanas que son las de continuar nuestro ambiente de alegría que en el panorama de la patria ciertamente es una propiedad de nuestra amable y acogedora Barranquilla», «fervoroso deseo porque la ciudad continúe dando el ejemplo cívico y patriótico de su alegría» (El Heraldo, 10 de enero). Para el semanario local El Momento (16 de enero), evocaba el turismo, deseando que «el nombre de la ciudad recorra todos los caminos de la patria y el exterior como sinónimo de alegría y de gentes acogedoras y bondadosas; así haremos patria y recibiremos beneficios todos».

En el ánimo de la Junta, esta alusión al proyecto planificador del Frente Nacional no era sino una herramienta. Aunque pariente pobre (asesor intelectual) en la esfera del poder, Adalberto del Castillo tendría al cabo derecho de elogiar la acción de la Junta, «fecunda tarea encaminada a hacer de los carnavales algo excepcional y atrayente» para «densas corrientes turísticas, tanto colombianas como foráneas». La fiesta debía ser la del país. «Todo cuanto se haga en ese sentido redunda en beneficio directo de la ciudad» (24). La prensa poco mencionaba el punto de vista político. En El Nacional del 21 de enero, Arturo Rodríguez hablaba del ejemplo brindado por «la capacidad de nuestras gentes para divertirse aun en las peores épocas de la historia» y de su valor para con «los hermanos del interior, cuya tragedia como consecuencia de la violencia política hemos tenido que sufrir cuando menos por medio del espíritu». Un mes después, el 21 de febrero, titulaba «Hay que barranquillizar el país». Estampa, de Bogotá, exaltaba el modelo «para que en Colombia se depongan los odios, impere la alegría y reine la felicidad».

La idea de un carnaval «nacional» se proyectaba mejor en la prensa: la insistencia de la Junta resultaba eficaz en este punto. Era cuestión de «Carnaval de Colombia», y de «fiesta de la nación» (El Heraldo, 16 de enero) «carácter nacional» (El Tiempo del 22 y 23), «de un especialísimo carácter de celebración nacional» (Graficarte del 24, El Heraldo del 24). Antes de la fiesta, se hablaba de «definitivos rumbos nacionales» (El Heraldo del 11 de febrero), de «categoría nacional ante el resto de América» (El Espectador del 12), de «carácter esencialmente nacional» de «visos internacionales» (Estampa del 21). Arturo Rodríguez había develado la tan enorme ambición en El Nacional del 21 de enero: «Que este carnaval nacional de Barranquilla sea la demostración de que se puede hacer en nuestro medio un carnaval al estilo del de Río de Janeiro o el de La Habana, para no referirnos a otro continente».

El martes de carnaval, mientras la calle enterraba a «Joselito Carnaval», la burguesía reiteraba su informe de siempre. Ante el Rotary reunido como cada martes en el Hotel del Prado, el gerente de una compañía naviera* disertaba sobre «Turismo en el Magdalena»: se trataba, dice el informe, de dar a conocer la belleza del río y de multiplicar el número de los que navegan por placer. El redactor ampliaba la perspectiva: se trataba de hacer navegable la desembocadura, incluidas las aguas bajas, conseguir para Barranquilla dos dragas que el Estado acababa de adquirir, terminar de acondicionar la boca, lograr la autonomía del Terminal Marítimo, crear una zona franca: eternas demandas de una ciudad que, guiada por los navieros, había apostado por el río y padecía por haber negligido el transporte terrestre. Se contaba con la paz civil para reactivar el «triple puerto» y abrir el campo del turismo. El carnaval «nacional» promovido por la Junta se articulaba al tenaz proyecto estructural de este plan. Con ocasión del premio hípico «Carnaval de Barranquilla» disputado en Bogotá, se la había enviado a la capital para promover la ciudad y el carnaval; presidió los recorridos, visitando los grandes diarios, participado en las veladas mundanas, hablado en la televisión. Para expresar cuán cómodo resultaba ir a la ciudad, no dejaba de recordar que la aviación en Colombia había nacido en Barranquilla (Graficarte, 29 de enero).

¿Qué era este carnaval «nacional» y cómo se desarrolló? Sin reformar, se violentaba un acuerdo publicado en 1957 en que se invitaba a las reinas de belleza de Colombia, que debían acrecentar el atractivo de las fiestas. Otra deformación elitista: Colombia vibraba con el título de Miss Universo conquistado por Luz Marina Zuluaga (25) quien honraría el carnaval con su presencia. La Junta veía lejos, pues lanzó un concurso (artículo de prensa) para la elaboración de dieciséis carrozas destinadas a las reinas de dieciséis departamentos de los cuales una sería elegida «Reina Nacional del Carnaval». No obstante gestiones y promesas, Barranquilla no contó más que con ocho de estas reinas, pero también estuvieron extranjeras. Todas venían de la Feria de Manizales, o concurrieron por los reinados nacional y continental del café. Feliz coincidencia, una barranquillera obtuvo el título nacional, y había suplido la iniciativa improvisada de invitar al carnaval las reinas que asistieron a Manizales. Fue un fracaso: la reina continental, una brasileña, no vino, una reina brasileña del algodón, tampoco; de una docena de extranjeras que se esperaba (y que un reportero creyó haber visto en el aeropuerto de Barranquilla), solamente tres fueron a la fiesta. En vano se esperó una «señorita Américas», de las anteriores reinas del carnaval de Maracaibo. La élite local, que no creía en las fuerzas locales y desconfiaba de una población acusadamente pigmentada buscaba en otros lugares encantos que no debían sino ser autóctonos: la Junta enganchaba a los invitados al proyecto nacional y el sueño continental: «de la presencia de tantas bellas aquí depende el éxito de nuestras festividades tradicionales» (El Nacional, 22 de enero). El carnaval «nacional» se realizaba a medias y la apertura al exterior era un fiasco, todo en medio de una confusión que se medía por el delirio (anuncios, rectificaciones, ilusiones ópticas) desplegado en la prensa hasta el 7 de febrero.

Y el calendario no favorecía. El miércoles de ceniza (estipulado el 11 de febrero), la Junta disponía de tres semanas (del día de San Sebastián, día tradicional del bando, al martes de carnaval) para dos festejos distintos: un carnaval local, desde la coronación de la reina (23 de enero) a la de las reinas populares (3 de febrero) y un carnaval «nacional» iniciado con la llegada de los invitados (4, 5, 6 de febrero) seguido de la designación y coronación de una reina «nacional» (el 6) en seguida incorporado a los actos habituales (de la batalla de flores al entierro de «Joselito»). Demasiado en muy poco tiempo. Los barranquilleros, que no comprendían (los lapsus de los gacetilleros lo traslucen) veían su fiesta perturbada por las componendas de la Junta. La única innovación propiamente dicha —la elección de una reina «nacional» (confiada al voto de tres diplomáticos) y su coronación (calcada de acuerdo a la coronación de la reina local)— enturbiaba la imagen del carnaval.

LA REINA SE REBELA

Todo interrogante respecto de la popularidad de una reina del carnaval por fuerza resulta fuera de lugar. Tal vez lo sea menos al convertirse la reina en la escritora que pretendía ser. Su reinado no se cuenta entre los temas evocados en nuestras conversaciones con Marvel Moreno, pero la hemos escuchado decir: «Mi reinado fue el más popular» y revivir su enfado «la impresión de haber formado parte de una estafa» —ante la ovación que la recibía en el estadio donde se la iba a coronar—. Con una alusión expresada ante su segundo marido (26), son nuestros únicos elementos de primera mano. Su madre, recordémoslo, anotaba que la reina volvió afónica de un recorrido por los barrios. Informes obtenidos de testigos de la época —entre ellos una antigua reina del carnaval, de su generación— dejan ver una Marvel Luz 1ª metida en los barrios, trepada en las tarimas arengando a la multitud, atentísima con las candidatas de los reinados; un comité de barrio la califica de «reina más popular», cumplido que puede ser testimonio fidedigno. Ha sido sobradamente una reina muy popular. Será preciso descartar la que parece una explicación plausible (cada carnaval es más popular que el precedente dado que la élite lo adapta al desarrollo urbano y así, ignorando a las sucesoras, cada reina se sentiría más popular que las precedentes). La personalidad de la reina 1959 habría signado su reinado, si se piensa en todo lo que precedió en su juventud. Ligada un tiempo a los dispensarios de la Acción Católica (de una manera tal que ha dejado un sedimento en su obra), sabía de la dureza en la Barranquilla de los pobres. Adolescente enamorada de las fiestas, era también una autodidacta lectora de Sartre que chocaba a sus interlocutores —con gran desesperación de su madre—. Y perdió la fe en una lógica racional que ponía molesto a un predicador español, limitado a aconsejarla que leyera a San Agustín. Bien podía celebrar la fiesta las primeras semanas y desmitificarlas luego de su entronización. Todo esto resulta muy incierto y ambiguo en parte.

Ambigua también es su actitud de entonces —en tanto se puede juzgar de ello en el diario de su madre—, pues si vuelve la espalda al carnaval público, demora en desdeñar el de los clubes. Pero es seguro que Marvel Moreno experimentó en un momento un desencanto que vino a parar en rebelión, después en indiferencia. Se sentía halagada con su nominación. Desde su más tierna infancia la entusiasmaba el carnaval, y el diario de su madre permite saber que ya quería entonces ser reina. Fue princesa y es claro que, privada de la clausura del carnaval 1958 debido a un duelo, había sufrido una gran frustración. 1959 había satisfecho una expectativa. «Cerró con broche de oro su vida social de muchacha, ya que ser reina del Carnaval es en Barranquilla lo más alto a que puede llegar una muchacha y a lo que aspiran todas aunque no lo confiesen muchas», consigna Berta Abello en su balance el 11 de febrero. Marvel Moreno fue en principio muy cooperadora con la Junta, cabalmente a la altura de lo que se esperaba de ella: sus propias convicciones de barranquillera, su solvencia de ideas, su facilidad de expresión hacían una buena propagandista —como con ocasión de su viaje a Bogotá—. También fue bastante tolerante por su buena formación: cuestionada por la decoración que exigía para su coronación, decía preferir un motivo oriental (El Momento, 16 de enero); todos sabían que la Junta había elegido una japonaiserie (El Nacional 8 de enero). Y se tomó a pecho su papel en los barrios. Su entronización fue causa de la ruptura de que hablaría mucho tiempo después, y queda claro que vivió la coronación de las reinas populares como una engañifa.

La venida de las reinas de belleza, por primera vez numerosa, desequilibraba un poco más el carnaval, y dejaba aún más al desnudo, para el que lo sabía discernir, la manipulación elitista de las fiestas. Habiendo admitido la manera como durante años los notables administraban el carnaval, Marvel Moreno observaba las fallas, puesto que, al cabo, estaba en el centro de la maquinaria. Se ha visto que en 1959 la élite vivía sus propios rituales sin preocuparse de las disposiciones de la Junta. Una niña podía por igual plegarse a sus rituales y los lugares comunes de su legitimidad y de su rol de reina. El «carnaval nacional» suscita la rebelión, pasada inadvertida (la prensa nada dice de ello) pero relacionada por Berta Abello:

La noche de la coronación de la Reina Nacional el Dr. Julio Tovar Quintana quiso que fuera Marvel a saludar a la Reina, Gloria Crespo Manzur, pero Marvel le dijo: «No, es ella quien tiene que venir donde mí». ¡Y así tuvo que ser! Ya las Princesas estaban dispuestas a abandonar el escenario, con Marvel, en solidaridad con ésta.

Las exigencias del carnaval nacional, formuladas sobre la marcha, reñían con las convicciones locales. Para la reina y sus princesas, la legitimidad se deriva de una «tradición» por cierto falsa y oligárquica, pero validada a sus ojos por la costumbre, refractaria a las miras oportunistas del grupo social de ellos. El carnaval consagrado a veleidosos turistas desfiguraba el de los barranquilleros. Colocada delante en la promoción del carnaval «nacional», la reina local debía ser dejada de lado luego que entrase en su fase activa. Ella reaccionaba burlada personalmente y como representante de la ciudad y del círculo de la juventud pudiente.

Marvel Moreno no hizo más el juego, abandonando su puesto a mitad del recorrido de la batalla de flores, el sábado. El martes de carnaval una fiebre inventada la excusaba de la conquista y del baile de clausura del Country. Entre tanto, a pesar de la deserción del sábado, participaba en los clubes de los bailes de disfraz en el «Baile del Garabato», en la «Noche de Cumbia»: su carnaval, el de los muchachos y niñas de su medio. Pero había rechazado el carnaval «nacional» y su tendencia mercantil. En marzo boicoteó el torneo de tenis (27) organizado por el Country y que quería exhibir la reina «nacional» y dejaba en segundo plano a la reina local.

Berta Abello no había pillado las sutilezas de la conducta de su hija pero, sabiendo puntualizar lo esencial, ella acusaba al presidente de la Junta y a los dos directores del torneo. Algunos hechos mencionados están fuera de contexto, pero el sentido es claro. El 7 de marzo escribía:

Le enmochilaron el viaje a Bogotá, para la carrera en honor de la Reina del Café (Olguita Pumarejo) y otra del Tenis y los premios de éste pusieron a recibirlos a Gloria Crespo Manzur «Reina Nacional del Carnaval»). A dicha fiesta del Hipotecho, entre ellos Lucho Luzán, invitaron a Marvel desde que ella estuvo en Bogotá (Carrera Carnaval de Barranquilla). Después volvieron a invitarla en los Carnavales y Don Lucio Luzán, al llamar a su papá por teléfono, para despedirse de él, volvió a decírselo. Sin embargo, la Invitación Oficial no llegó, ni el pasaje en avión tampoco. ¿Por qué? Porque los de aquí y ya nombrados quisieron los honores para Gloria Crespo Manzur, porque les interesaba para su «Carnaval Nacional» inventado por ellos, el turismo, etc. etc. que redunda en favor de sus bolsillos…

No debió ser fácil para la reina de 19 años desmitificar el rol que le hacía jugar el sistema. El carnaval «nacional» había permitido a Marvel Moreno penetrar oportunamente la élite local. Había comprendido que el carnaval era una fiesta confiscada y desnaturalizada. Habiendo observado el funcionamiento de un poder, negaba la legitimidad de todo poder. Reina manipulada, adolescente impregnada de ese ambiente portuario donde creció, iría a reivindicar infatigablemente las víctimas de todo poder: si fue embaucada, todos lo fueron. Esas intensas semanas no explican la obra literaria, pero la cristalizan y presentan correspondencias arcanas con el universo de ficción de la escritora. De este universo, como testigo del carnaval 1959, el abigarrado mundo de los barrios emerge asombrosamente puro, inocente. Es esto lo que, año tras año, se canta contra lo inocultable:

Este año el carnaval
lo quiero gozá con ganas
porque el pueblo ya eligió
a su linda soberana.

NOTAS:

*** «rebeldes», en español en el original. Palabras como Junta y otras expresiones en nuestro idioma, sólo se resaltan en negrita la primera vez. Las citas del diario de Berta Abello, y en general los entrecomillados en español, con sus constantes erratas quedan, naturalmente, tal como aparecen en el original (N. T.).

  1. «Puerto fluvial, puerto marítimo (que no eran sino uno) y aeropuerto». Véase Theodor E.Nichols, Tres puertos de Colombia. Estudio sobre el desarrollo de Cartagena, Santa Marta y Barranquilla, Bogotá, Biblioteca Banco Popular,1973,301 p.; Eduardo Posada Carbó, Una invitación a la historia de Barranquilla, Barranquilla, CEREC/Cámara de Comercio, 1978, 124 p.; Adolfo Meisel Roca & Eduardo Posada Carbó, ¿Por qué se disipó el dinamismo industrial de Barranquilla?, Barranquilla, Gobernación del Atlántico, 1993, 151p.
  2. Estos decretos emanan del carnaval de la élite. «Hay que meter en ello a toda la sociedad. Darles nombramientos», apunta Berta Abello, el 13 de enero.
  3. Dejaremos de lado este aspecto; nuestros documentos ofrecen un impresionante florilegio de presiones, intrigas y conflictos, fútiles, pero muy reales, que muestran desde un ángulo inesperado que la fiesta es siempre una tramoya y que el poder está siempre en el corazón del festejo.
  4. Nina S. De Friedemann, Carnaval en Barranquilla, Bogotá, Ediciones La Rosa,1985, p.59.

**Potinge, por «potingue (De pote) m.fam. y fest. Cualquier bebida de botica o de aspecto y sabor desagradable», Drae, 1992. (N. T.)

  1. Nina S. de Friedemann, op. cit., p. 50.
  2. Margarita Abello, Mirta Buelvas, Antonio Caballero Villa, Gajos de corozo, flor de La Habana. Suplemento del Caribe, Barranquilla, Nº 269, 18 de febrero de 1979, p.4 y 6.

  1. En 1959, Puerto Colombia daba a sus festividades el nombre de Carnaval Turístico, pero esta denominación es poco significativa. Mucho más importante era la creación en Santa Marta de una fiesta y de un reinado del Mar, inicio de un de un desarrollo turístico propiciado por el entorno natural.
  2. Treinta años después, la queja era la misma: el carnaval carece de promoción turística. Cf. 3. El carnaval y el turismo, in Adolfo González Henríquez & Deyana Acosta-Madiedo H., Memoria de los foros del carnaval, Barranquilla, Cámara de Comercio, 1989, p.36-38.
  3. Manuel Torres Polo, El fenómeno urbano y la descentralización del carnaval, in Adolfo González Henríquez & Deyana Acosta-Madiedo H., op. cit., p.20-25.
  4. En 1975 el grupo Bavaria se asociaba a la fiesta en honor de las reinas populares (Diario del Caribe,

28 de febrero de 1957).

  1. Simón Martínez Fuenmayor, «El Carnaval, la fiesta de Barranquilla», Carnaval de Barranquilla, s.n., 1959, s.p.
  2. Alfredo de la Espriella, Imagen temporal de Barranquilla, Barranquilla, Berna Impresores, s.d., (1987), p.88.
  3. Alfredo de la Espriella, Julia Pochet, primera presidenta del Carnaval de 1899, El Heraldo Dominical, Barranquilla, 14 de febrero de 1999 (consultado en Internet).
  4. Dr Argos, «Vuelve el carnaval de Barranquilla», Carnaval de Barranquilla, s.n., 1959, s.p.
  5. Nina S. de Friedemann, Op. cit., p. 66.
  6. Ningún barranquillero consultado ha reconocido este término, frecuente en el diario de Berta Abello. Marvel Moreno le responde en su novela La noche feliz de Madame Yvonne. Peyorativo, el término define todo lo plebe y que soporta el estigma africano.
  7. Alberto del Castillo,«Bajo el imperio de Momo», Carnaval de Barranquilla, s.n.,1959, s. p.
  8. Texto dactilografiado conservado por Berta Abello.
  9. Antonio María Peñaloza, «La música del carnaval de Barranquilla», in Adolfo González Henríquez & Deyana Acosta-Madiedo H., op. cit., p. 5.
  10. Mapalé-macumba de Bermudes en honor de la reina: «Marvel Luz, eres tú mi inspiración, /Marvel Luz, es tu risa una canción.»
  11. Cf. Antonio María Peñaloza, op. cit., p.4.
  12. Todavía es preciso señalar que se trata de una «popularización reciente». Un reportaje en Estampa del 21 de febrero afirma que sólo fue desde 1958 (de hecho, desde 1957, por lo menos) que la coronación se efectuaba en lugar distinto del espacio reservado para la «sociedad». Puntualicemos que la entrada era paga (5 pesos preferencial y 3 las tribunas).
  13. Margarita Abello, Mirta Buelvas, Antonio Caballero Villa, op. cit., p.5.
  14. Adalberto del Castillo, op. cit., s. p.
  15. Una barranquillera acababa de ser elegida «reina del café» en Manizales, capital de Caldas; la caldense fue coronada en Barranquilla. Otra feliz casualidad…
  16. El episodio, resaltado por Berta Abello, tuvo lugar el 8 de noviembre de 1958.
  17. Este torneo recibía a los mejores jugadores del mundo. El 5 de marzo, El Tiempo titulaba: «El Wimbledon sudamericano».

____________

* Jacques Gilard (Instituto Pluridisciplinario para los Estudios de América Latina y Touluse), 1943-1965. En 1960, recibe el diploma de Estudios de Español. En 1964 realiza su maestría en la Facultad de Letras de Toulouse para obtener el Diplôme d’Etudes Supérieures, con una tesis titulada Lope de Vega et la tradition horatienne de l’épître, bajo la dirección del profesor Dupuis, quien fuera discípulo del célebre hispanista Ernest Merimée. Entre 1966 y 1967 trabajó como profesor de español en el Instituto Poincaré de Nancy. Ese mismo año, el de la publicación de Cien años de soledad, es el que cambiará su vida de manera radical y lo llevará al Caribe colombiano, en más de una oportunidad, tras las huellas de Macondo. Seducido por autores como Nicolás Guillén y Lydia Cabrera, viaja a Cuba en 1970 y después a Puerto Rico, en un momento de gran agitación de ideas que desvía la atención de la intelectualidad europea hacia Hispanoamérica.

Entre 1978 y 1982, Gilard viaja en distintas oportunidades al Caribe colombiano para emprender el ambicioso proyecto de investigación que le inspira la lectura de Cien años de soledad. Allí recupera entre los archivos municipales y las bibliotecas públicas y familiares una apabullante cantidad de materiales en los que se apoya para la realización de su tesis doctoral: García Márquez et le groupe de Barranquilla, dirigida por Claude Fell, profesor de la Sorbona, defendida en 1984.

Su riguroso y minucioso trabajo lo condujo a otros autores colombianos como Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, José Félix Fuenmayor y el catalán Ramón Vinyes, a los que se suman otros poetas y escritores del Caribe colombiano. De forma paralela a su investigación de la tesis doctoral, recopila la obra periodística de García Márquez, que publica en varios volúmenes en España, y a la vez traduce y difunde en Francia obras de autores colombianos e hispanoamericanos.

Desde su jubilación hasta su fallecimiento en 2008, Gilard trabajó afanosamente en la edición y revisión de obras de autores colombianos tan importantes como Álvaro Cepeda Samudio y Marvel Moreno, sobre quien organizó coloquios y ciclos de conferencias. Asimismo, se centró en la investigación en torno a la cultura popular y a las tradiciones orales hispanoamericanas en su relación con el romancero español, lo que hizo que estuviera durante largos períodos en las bibliotecas españolas en más de una oportunidad, en busca de los pliegos de cordel.

** Leo Castillo es un reconocido escritor y cronista colombiano. Ha publicado los libros: Convite (Cuentos), Ediciones Luna y Sol, Barranquilla, 1992 Historia de un hombrecito que vendía palabras (Fábula ilustrada), Ib., Barranquilla, 1993. El otro huésped (Poesía), Editorial Antillas, Barranquilla, 1998. Al alimón Caribe (Cuentos), Cartagena de Indias, 1998. De la acera y sus aceros (Poesía), Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 2007. Labor de taracea (Novela, 2013). Tu vuelo tornasolado (Poesía, 2014). Los malditos amantes (Poesía, publicado por Sanatorio, Perú, 2014). Instrucciones para complicarme la vida (Poesía, 2015). Documental sobre Leo Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Ec_H6WMsU-c Colaborador de El Magazín El Espectador; El Heraldo y otros diarios del Caribe colombiano. Colaborador revistas Actual, Vía cuarenta (Barranquilla); Viceversa Magazine, Revista Baquiana (USA); copioso material en sitios Web.

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