MÉDICOS: ¿FORMADORES DE CARÁCTER, MATASANOS O QUIJOTES?

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medicos formadores de caracter

Por María del Rocío Vallejo Alegre*

«Para Sócrates el bien no es, ni el placer,
como entiende Arispo, ni lo que tal o cual hombre
llama así, como la gloria o la riqueza,
sino lo que todos los hombres, sin distinción alguna, honran,
lo que conviene en proclamar hermoso y bueno
y lo que en efecto es tal universalmente y siempre,
como la templanza y la justicia» [1].

El periódico «The Griffin» de la universidad de Canisius en Búfalo, Nueva York, publicó un pequeño artículo cuestionando la calidad y el profesionalismo de los servicios médicos. Como parte del artículo mi hijo compartió el siguiente testimonio originando esta Cronopio reflexión.

«Los médicos son personas desinteresadas que están dispuestas a estudiar durante muchos años y trabajar muchas horas en beneficio de la sociedad (es decir, curar las dolencias de las personas). Al menos, esta es la perspectiva que tenía a los 17 cuando obtuve resonancias magnéticas y varias otras pruebas para diagnosticar mi dolor de rodilla. ¿Por qué tendría una razón para dudar de alguien con una elegante bata de laboratorio? Sin cuestionarme, seguí la guía del médico. En poco tiempo, me desperté aturdido por la anestesia con una pierna afeitada. Me apresuré a empezar a asistir a terapia física para poder seguir jugando fútbol. Era mi último año de preparatoria. Yo estaba tratando de romper cada récord escolar que pudiese, así que tenía que volver. Estaba orgulloso de mi rápida recuperación. En solo tres meses estaba de regreso anotando goles de campo. Se suponía que la recuperación debería de tomar entre 6 a 9 meses y yo, gracias a mi terapeuta, lo había logrado solamente en tres meses. En un abrir y cerrar de ojos, me desperté en el mismo hospital con otra pierna afeitada. Pero me dije a mí mismo que todo estaría bien. Había todavía tiempo para recuperarme y liderar a mi equipo a través de los seccionales y los estatales. Quién sabe, tal vez yo todavía podía ser capaz de romper un récord escolar. Desafortunadamente, la vida tenía otros planes. Una tercera cirugía me sentó en la grada, viendo de lejos a mi equipo participar en el campeonato estatal. Perdimos en la semi-finales, y rápidamente me convertí en el chivo expiatorio. Recuerdo que incluso hubo un pequeño artículo en el periódico local sobre nuestra pérdida y el papel que desempeñó «el capitán en la banca durante la temporada». Es gracioso lo rápido que la gente dejó de preocuparse por mi rodilla después de que terminó la temporada. Mientras tanto, yo todavía estaba luchando por caminar. No quiero argumentar que a los médicos se les paga por cirugías y referencias que los motiva a abrir a las personas y enviarlas a fisioterapeutas deficientes. Es terriblemente difícil no ser escéptico cuando recientemente encontré un médico en el que confío y él que cree que mi rodilla habría podido curarse a sí mismo sin bisturí. En general, la serie de eventos que se desarrollaron fue justo lo que necesitaba para un ajuste serio de carácter. Tal vez debería enviarle a mi cirujano una tarjeta de agradecimiento después de todo». Miguel Ángel Valencia Vallejo.

Comprenderán el fuerte escalofrío que me recorrió el cuerpo al leer este testimonio de mi hijo. Me vinieron a la mente difíciles momentos y frustraciones que tanto él, como mi hija Marimar y toda mi familia hemos experimentado con los médicos. Si bien mi hijo los llama irónicamente: «formadores de carácter». Mi hija los considera unos «matasanos» de los que hay que mantenerse lo más lejos posible. Permítanme aclarar, que en esta ocasión mi hija no está utilizando la palabra «matasanos» como la expresión coloquial para referirse a un curandero o a un mal médico. ¡No! ¡La está utilizando para que no visites a ningún médico bajo ninguna circunstancia! Recordando el juego de palabras con el que mi padre suele bromear: «Cuando visitas al médico empiezan tus problemas. Vistas al médico porque estás enfermo, no estás sano… por ende el médico mata a los sanos. Así que mantente sano y evita a los médicos».

Viajando en el tiempo, encontraremos que la medicina primitiva se basaba en magia contra espíritus malignos. Nos estamos remontando a Mesopotamia alrededor del año 4000 a.C. Será el griego Hipócrates, quien sustituirá la magia por la ciencia. Él sostenía que no puede haber nada más noble y más importante que proteger la salud o atender la enfermedad del ser humano, ya que éste es la figura central de la historia y el fin de la misma [2]. Resulta fundamental subrayar que Hipócrates, conocido como el padre de la medicina científica, le otorga el carácter de noble, diferenciando y colocando a la medicina por encima de otras profesiones por su jerarquía moral.

 Ahora, visitemos el siglo XIX y veamos cómo la medicina es definida por Alfonso de Lamartine en su obra autobiográfica «Rafael»: «Esta profesión es tan bella cuando no es codiciosa, y ejerce tanto la sensibilidad humana, que comenzando por ser una profesión acaba frecuentemente por ser una virtud». Y sin ser esto suficiente nos describe a su médico: «La medicina había pasado a ser para el Dr. Alain, más que una virtud, la pasión por socorrer las miserias del alma y del cuerpo que tantas veces van unidas».

Si bien la profesión médica ha continuado evolucionando y transformándose a través de los siglos; por la descripción de Lamartine pareciese que la nobleza que su padre le otorgó a esta ciencia en el año 4000 a.C., fuese parte de su ADN en el siglo XIX. Sin embargo, no podemos perder de vista la advertencia de Lamartine sobre la codicia, no como característica de la ciencia médica, sino como característica del ser humano. Talón de Aquiles para el profesional Médico. Luis Eugenio Todd, en pleno siglo XXI nos habla del cambio existente en dicha profesión como resultado de la sociedad en que vivimos. Una sociedad basada en el consumo, la desinformación, los intereses políticos y el monetarismo [3]. En otras palabras, hemos dado rienda suelta a nuestra codicia. El profesor Lester Thurow nos explica que «el capitalismo aprovecha la codicia que parece ser parte integral del ser humano» [4]. Siendo el capitalismo el sistema económico dominante en el mundo, podríamos comprender el porqué estamos atentando contra la nobleza de la profesión médica. Como diría mi amiga Jean: «Si tienes por valor el dinero, no puedes tener moral» y obviamente la nobleza queda fuera de nuestro alcance.

Comprendo la ironía de mi hijo ante los médicos formadores de carácter, comparto el pánico de mi hija ante una consulta con un matasanos. Tal vez por mi deseo de supervivencia, quizás por mi fe en la humanidad, a lo mejor por mis años… creo que existen médicos que siguen siendo pilares en nuestra sociedad. Médicos como el Dr. Alain que nos describe Lamartine. Médicos que honran el Juramento Hipocrático. Médicos que cual Quijotes ven por sus pacientes, protegen su salud y luchan contra los molinos de la codicia.

A través de esta pequeña reflexión quisiera reconocer a estos Quijotes por su profesionalismo, su ética, su dedicación y su gran espíritu humanitario. Por su humildad al reconocer sus limitaciones y buscar otras opiniones. Así como por su altruismo, procurando el bien de la persona de manera desinteresada, incluso por encima de sus propios intereses. Pero sobre todo por su sensibilidad de conectar con el alma de sus pacientes manteniendo la nobleza de la medicina.

Con este objetivo en mente he realizado un pequeño recorrido a mi pasado para compartir con ustedes algunos de estos «Quijotes» que por suerte me he topado deseando que cada uno de ustedes haya tenido la oportunidad de conocer algunos en su propia vida y se unan a este pequeño reconocimiento.

El primer Quijote fue mi abuelo. Ejemplo de su altruismo lo encontré en las historias que me contaba mi madre de cuando vivieron en la República Dominicana. Nos estamos remontando a finales del año 1939, principios de 1940. Como les comenté en alguna reflexión anterior, mis abuelos y mi madre tuvieron que refugiarse en Francia durante la Guerra Civil Española. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, mi abuelo fue llamado al frente y él se negó rotundamente a participar en dicha guerra. No había usado un arma en su país, no lo haría por otro país. Él era médico, no podía imaginarse quitando la vida a nadie. Así se inició su travesía a la bella República Dominicana. Mi abuelo trabajó como médico en un ingenio azucarero cerca de la ciudad de la Romana, al sur del país. Desafortunadamente, el paludismo hacía grandes estragos en la población en aquel entonces, y aunque se contaba con quinina esta debía de administrarse exclusivamente a los pacientes blancos. Mi abuelo no aceptó esta situación. Él visitaba a los enfermos en los bateyes, las fincas donde habitaban los cortadores de caña. Respetando sus creencias y conectando con sus almas participaba de sus ceremonias. Sin embargo, se daba el lujo de alterarlas un poquitín. Disimuladamente ofrecía quinina a los enfermos de paludismo. Desafortunadamente los inventarios de quinina lo delataron. La administración descubrió el uso indiscriminado de quinina y mis abuelos tuvieron nuevamente que preparar sus maletas para continuar su peregrinaje. Esta vez México fue su destino. Tardaría algún tiempo para que sus certificados llegaran de España para regresar a su profesión. Con el tiempo logró trabajar en el ISSSTE, Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado, y poner su consulta privada. Mi madre me contaba cómo se había ganado el cariño y respeto de sus pacientes. Cuando falleció, recuerdo en las misas la larga fila de pacientes que vinieron a presentar sus respetos a mi abuela y a mi madre. Ninguno de nosotros conocíamos aquellas personas que compartían nuestro dolor, pero mi abuelo había dejado una clara huella en sus vidas.

Mi abuelo no fue único, creo que sencillamente perteneció a una época diferente. En aquel entonces los médicos eran profesionales cuya sensibilidad les permitía desarrollar lazos con sus pacientes convirtiéndose en consejeros familiares. Era frecuente que incluso participaran de los festejos de la familia como cumpleaños, bautizos, primeras comuniones, etc.… siendo un invitado especial, y en infinitas veces los vínculos de cariño, respeto y confianza quedaban sellados al convertirse en el padrino de algún retoño en una de tantas celebraciones. Era un hombre mayor, de cabello blanco, de caminar pausado con toda la experiencia del mundo. Capaz de hacer visitas a domicilio en caso de necesidad, estar al lado de la familia a cada momento. En pocas palabras eran un pilar para la familia y, por ende, de nuestra sociedad.

Mi pediatra, el doctor Lastra, perteneció a esta vieja escuela. Tengo la imagen de su blanca casita a donde mi madre nos llevaba a las consultas. Para mi hermano y para mí no era santo de nuestra devoción con sus vacunas. Sin embargo, el cariño y respeto que mi familia le tenía se proyectaba en nosotros. Así resultaba fácil dejarnos chantajear con la paletita de caramelo al final de la visita. Un dato curioso que tengo grabado era su peculiar estilo para inyectar. En su consultorio, arriba de la mesa de auscultación tenía un mosaico blanco con un termómetro rojo en una esquina y un burrito pintado con una colita de mecate. En aquel entonces las jeringas eran de cristal y las inyecciones, en su mayoría, se ponían en los glúteos. Estando acostados esperando por la vacuna, el doctor Lastra, desde la puerta siempre nos preguntaba ¿Cómo está la colita del burrito? ¿Vamos a tener lluvia? Nosotros veíamos el mosaico. Si la colita de mecate del burrito estaba torcida: ¡tendríamos lluvia! Él nos lanzaba como dardo la aguja de la jeringa y antes de darnos cuenta y poder contestar, conectaba la jeringa de vidrio y nos inyectaba. El truco funcionaba para que no estuviéramos tensos y sus inyecciones prácticamente no se sentían. Curiosamente, no recuerdo haber visto que la colita del burrito se enchinara alguna vez.

El siguiente médico que formó parte entrañable de mi vida fue el Dr. Bejos, mi ginecólogo. Siendo médico de mi madre, pasó a ser médico mío y trajo a este mundo a mis dos hijos. Su consultorio ya no estaba en su casa, ni hacía visitas a domicilio. Con un toque de modernidad se disimulaba las canas. Cosa que nunca hubiera imaginado hacer al doctor Lastra o a mi abuelo. Seguía esa estrecha relación de confianza doctor–paciente. Aunque he de confesar que nunca formó parte de los bautizos de mis hijos. Si bien acudíamos con él por su consejo, una línea empezaba a dibujarse tenuemente en la relación médico–paciente. Me atrevería a decir que la diferencia radicaba en que si bien seguía siendo el consejero de toda nuestra confianza, su influencia se limitaba al plano médico. No era un miembro de la familia. Existía ya cierta distancia.

Sí bien a estos dos médicos los recuerdo con muchísimo agradecimiento y cariño, será un tercero el que se adueñará de mi corazón. El doctor Pablo, el pediatra de mis hijos. Ya no era el hombre mayor, pausado, de cabello blanco de gran experiencia. Era joven, un poco mayor que yo. Ágil al caminar y con pocas canas. Gozaba de gran reconocimiento entre sus colegas y pacientes. Lo llamaba por su nombre, no por su apellido. Siempre estuvo a nuestro lado y nos ayudó a salir adelante de nuestras pequeñas desgracias. Empezando por los cólicos, siguiendo por el odioso rotavirus, las alergias, y un sin fin de malestares y enfermedades que vuelven locos a todos los padres. Conocía a mis hijos al dedillo, se ganó mi completa confianza. Es imposible enumerar la cantidad de veces que le llamé con esa angustia, rayando en histeria al ver a uno de mis pequeñitos mal. Definitivamente fue un pilar para mi familia teniendo la vida de mis hijos en sus manos. Mi esposo solía bromear que yo quería más a Pablo que a él y yo seriamente le respondía: ¡sin duda alguna!

He de ser sincera, Pablo no fue el primer pediatra en mi vida. Antes de él tuve la mala pata de conocer a uno de esos «matasanos». Ni siquiera recuerdo su nombre. Por poco pierdo a mi pequeñita por el segundo ataque de rotavirus que sufrió a los dos añitos. No nos fue sencillo encontrar al Doctor Pablo, pero cuando lo encontramos fue una bendición contar con él. Como padres podrán imaginar lo importante que es contar con un médico al que le puedas confiar la vida de tus hijos y que incondicionalmente cuentes con él. En un mundo cada día más automatizado y comercial, Pablo fue todo un Quijote en nuestra vida. Desafortunadamente, nuestro destino nos apartaría de él llevándonos a radicar a Minneapolis, Minnesota.

Antes de la mudanza tuve la suerte de encontrar otro pediatra llamado Pablo, quien radicaba en Minneapolis. Con las edades de mis hijos, ocho y tres, no podía arriesgarme a vivir en otro país sin un médico para ellos. No lo creerán, no solamente se llamaba Pablo, era chileno. Podrán imaginar el alivio que esto significó para mí. Lo primero que hice al llegar fue hacer una cita con él y ponerlo al día del historial médico de mis hijos. Obviamente, hice transferencia inmediata de mi amor a él. El sistema inmunológico de Marimar no tardó en revelarse al nuevo ambiente. Cada semana estábamos en emergencias con un diferente virus. Mi esposo bromeaba que conocíamos todos los cuartos del hospital. No olvidaré la primera vez que el Dr. Pablo nos envió a emergencias. Marimar tenía meningitis bacteriana. Mi angustia estaba en su máxima expresión: estando en un país nuevo para mí, con otro idioma, siendo enviados a emergencias y con mi hija en un grito con el cuello completamente paralizado. Ahora imaginen el pánico que sufrí estando en el hospital y al preguntar por mi doctor encontrarme que no vendría al hospital. Él había llamado, había organizado todo para nuestra llegada, pero a partir de ese momento estábamos en manos del médico en turno. El shock fue tremendo, mi Dr. Pablo de México siempre estuvo con nosotros en situaciones similares, haciendo visitas y hablando con los médicos del hospital. Él seguía siendo nuestro médico, nuestro pilar. Desafortunadamente, las cosas no funcionaban así en mi nuevo país. Me sentí tan sola, tan desprotegida e inútil ante mi hija. Tenía que poner la vida de ella en el doctor de turno. Muchas veces ya no íbamos a consulta con el pediatra, corríamos directamente al hospital. A pesar del shock, el pediatra chileno fue un gran apoyo para nosotros y nos ayudó muchísimo en la transición. Obviamente me aferraba a este Quijote que era mi apoyo en este nuevo mundo. Sin embargo, un día se despidió de nosotros, se le había presentado una mejor oportunidad y así empezó una larga travesía de médicos, de matasanos y de formadores de carácter en la vida de mis hijos.

Tuve la oportunidad de conocer el otro lado de la moneda a través de una amiga cuyo esposo tenía un alto puesto en cardiología. Un día llegó la policía, los bomberos y la ambulancia a nuestra calle y se armó un gran revuelo. Yo estaba con los ojos cuadrados y hasta asustada. Nuestro vecino había sufrido un infarto. Mi reacción fue preguntar, ¿está tu esposo en casa?, ¿puede ayudarlo? Me quedé helada con la respuesta. ¡No!, de ninguna manera, ¡lo podrían demandar si interviene! Así que siendo un experto en la materia no hizo nada y dejó que todo el protocolo se siguiera. Aquella línea entre paciente y médico que vi delinearse con el Dr. Bejos y que resentí con mi primer pediatra en EUA se había transformado en una muralla. Gracias a Dios, mi vecino sobrevivió. Sin embargo, ahí fue cuando me enteré de la cantidad de demandas que los médicos sufren al ejercer su profesión, los seguros que tienen que cubrir para protegerse y el cómo deben de seguir una cantidad de reglas y limitaciones para evitar problemas. No fue hasta entonces que comprendí por qué mi pediatra chileno nos delegaba al médico de turno en emergencias, porque limitaba sus interacciones, así como la distancia entre nosotros… Simplemente estábamos en otra época, la relación paciente–médico no es la misma con la que yo crecí. El sistema ha construido una muralla infranqueable. Sin embargo, esto no significa que no existan Quijotes en pleno siglo XXI. Miren cómo Migue ha logrado encontrar un Quijote que le está ayudando con sus rodillas, ¡le costó ocho años, pero lo encontró!

El mundo ha cambiado, pero sigue siendo redondo y sigue girando. Existen mujeres y hombres con alta moral, que luchan como médicos por no comercializarse, teniendo el bien y la salud de los enfermos, como su principal objetivo honrando el viejo juramento hipocrático del siglo V a.C. Si en su camino encuentra uno de estos personajes no olvide reconocerle su gran corazón. A mi juicio, con todo respeto y contradiciendo a todo nuestro sistema profesional estos «Quijotes» no existen solamente por haber logrado el título de médico, aunque el título sea un requerimiento. Estos «Quijotes» existen justamente por su gran corazón que les permite conectar con el alma de sus pacientes, manteniendo la nobleza de la medicina y la esperanza de que como seres humanos venzamos nuestra avaricia.

NOTAS:

[1] Omar Félix. Campohermoso Rodríguez, Ruddy Soliz Soliz, Omar Campohermoso Rodríguez, Wilfredo Zúñiga Cuno. «Hipócrates de Cos, Padre de la Medicina y de la Ética Médica Hippocrates», Cuadernos Hospital de Clínicas, versión impresa ISSN 1562-6776. Cuad. – Hosp. Clín. vol.55 no.4 La Paz 2014. Disponible: http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1652-67762014000100008

[2] Juan Jaramillo-Antillón, «Evolución de la medicina: pasado, presente y futuro», Acta Médica Costarricense On-line versión ISSN 0001-6002 Print versión ISSN 0001-6012. Acta méd. costarricense vol.43 n.3 San José Jul. 2001

[3] Luis Eugenio Todd, «Médicos, sacerdotes y maestros», Mileni, El Nacional, Ciudad de México 2022

[4] Jorge Barba González, «Codicia, bondad y capitalismo», Archivos Académicos USFQ Disponible: https://revistas.usfq.edu.ec/index.php/polemika/article/view/307/425

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* María del Rocío Vallejo Alegre nació en México. Hija de inmigrantes y refugiados españoles, Vallejo creció en la ambigüedad que le otorga la pertenencia a dos tierras: España y México. El destino, integrar una tercera tierra, Estados Unidos, que le permita afianzar sus raíces y redescubrir su pasión: la enseñanza. Trabajó durante doce años como docente en la Universidad del Estado de Nueva York, en el campus de Geneseo. Recibiendo en el 2017 Chancellor’s Award for Excellence in Adjunct. En 2021 participó en la creación de la organización sin fines de lucro llamada «Cultures Learning TOGETHER» (Culturas aprendiendo JUNTAS) https://www.cultureslearningtogether.org/ donde sigue participando en la actualidad.

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