Literatura Cronopio

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meter sangre

METER LA SANGRE EN LA HERIDA

Por Germán Antonio Portela Yaima*

A papá le decían «Pernales», hace dos meses salió a trabajar y nunca más volvió. He escuchado a algunos vecinos decir que lo tiraron al río, porque entró a buscárselas con alguien que no debía. A mamá le dicen «Lupa», salió a buscar qué comer, pero ya lleva cinco días sin venir a la casa, a ella le tocó más duro desde que desapareció papá, porque el sueldo que ganaba vendiendo dulces en los buses no alcanzaba ya ni para el mercado, por eso decidió cambiar de trabajo y empezar a sudar por las noches. Alfonso era mi hermano, acababa de cumplir catorce años y siempre fuimos muy unidos. Él y yo casi completamos la semana de estar solos viviendo de la caridad de doña Tulia, una vecina que nos daba algo de comer cuando le sobraban migajas en su casa. Ella dejó de venir hace un par de días, yo creo que ya se le olvidó que estamos acá. Mi hermano y yo nos cuidábamos el uno al otro, aunque ya no habrá obligación entre nosotros.

Veíamos muñecos cuando se dañó el televisor, intentamos arreglarlo moviendo la antena, pero no dio señal. Oscureció y se pasó otro día en que ninguno de los cuchos llegó a dormir. Eran como las 8 cuando nos cansamos. Aburridos, escarbamos entre los chécheres, buscamos en los cajones cualquier moneda refundida para comprar, al menos, un pan. Estuvimos en eso un buen rato y no encontramos nada en la pieza, fuimos a la cocina y al abrir el cajón del mercado, detrás de los tarros del arroz vacío y en medio de las botellitas de vinagre, había un frasquito plástico que decía «Fórmula». Era esa «Fórmula mágica» que olía a zapatos recién armados, algo así como a sueño sin hambre. Era el mismo líquido amarillo y pegajoso que encontrábamos en una bolsa y a veces regado por todas partes cuando regresábamos del colegio y junto a él, estaban los viejos tirados en el piso, con los ojos clavados en el techo, hablando cosas que solo ellos entendían y señalando sombras que solo ellos podían ver.

Mi hermano consiguió un empaque de pan tajado, echamos el líquido en la bolsa y absorbimos toda la poción. Entonces, empezó la función (nos turnábamos), con la bolsa bien pegada a los cachetes y cuidando que no se fuera a salir el aire por encima de la nariz. Después de estar un rato en el «sube y baja», escuché un pito que se parecía al sonido que le ponen a uno para la revisión de los oídos en el médico. Luego, un ruido retumbó en mi cabeza, era como si fuera a despegar un avión. Por último, entraron en escena nuestros papás, saltando en la cama. Alfonso y yo no parábamos de reír. Nos echaron un par de madrazos y después se nos vinieron encima y nos levantaron a patadas. De ese momento recuerdo que mi hermano se reía o se quejaba igual que yo y que teníamos una conversación desconocida, hasta que llegó el instante en que no recuerdo nada.

Desperté sobre el tapete en el centro de la pieza, mi hermano estaba debajo de la cama, lo moví y se levantó. Se sentó en el borde y se llevó las manos a la cabeza, mientras yo me agarraba la frente porque me dolía demasiado. No soporté ese infierno, entonces escapé otra vez de aquella realidad. Tomé la bolsa y le eché lo último que quedaba de nuestra poción. Mi hermano me miraba y con sus manos aún en la cabeza, en algún momento dijo:

—Juan Carlos, ya no más.

Yo no le escuché y, en cambio, inhalé unas diez veces con ritmo desesperado. Luego, Alfonso me arrebató la bolsa, corrió hacia la cocina y yo fui tras él, en busca de mi botín. Él cerró la puerta, pero logré abrirla sin dificultad. Alfonso estaba cansado y no tenía mucha fuerza, yo solo quería que me devolviera el tesoro más preciado de esa noche, pero él se resistió.

Al entrar a la cocina, sobre la mesa de la estufa, vi un cuchillo de cacha de madera, lo tomé y sin permitirle mediar palabra, en medio de una algarabía de pitos y matracas, de risas lacerantes y aplausos burlones, frente a la imagen de mi padre morado y reventado, podridas sus carnes, con un hueco ensangrentado en la frente y ante la imagen de mamá mostrando las tetas, le clavé el cuchillo en el pecho y él cayó entre la mesa de la estufa y el mesón del lavaplatos; contra la pared, con las piernas flexionadas, mirándome fijamente a los ojos. Mamá y papá desaprobaron el acto.

Mi hermano decía que le metiera la sangre por entre la herida y yo, mientras con una mano sostenía mi bolsa, con la otra iba tomando puñados de ese líquido viscoso y lo intentaba poner nuevamente en él. Sin embargo, el brillo de sus ojos se fue en el instante. Hinché la bolsa más rápido y la deshinché, tragando todo aquel aire que se me pegaba al fondo del pecho y, sobre todo, en los pensamientos. Repetí los movimientos una y otra vez. Los viejos se sentaron junto a mi hermano y me miraron en silencio. Mamá se levantó y me acarició la cabeza. Papá puso un cigarro en los labios de Alfonso, pero el humo se le salió por la herida. Ambos se reían. Se rieron tanto que me dormí sin darme cuenta cómo o cuándo. Al rato, Alfonso me despertó pidiéndome la bolsa y yo se la entregué, pues mi «fórmula mágica», ya seca, había perdido su aroma de ensueño.

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* Germán Antonio Portela Yaima (Ortega – Tolima, 1984) es licenciado en Educación Básica con Énfasis en Humanidades y Lengua Castellana por la Universidad Uniminuto (2016).

Ganador en 2011 del 1er Puesto en el IV concurso de Cuento Corto Uniminuto, Facultad de Comunicación. En 2014 participó en la publicación «Círculo de Sombras» del semillero «Exégesis», Uniminuto. En este mismo año fue cofundador de la revista independiente Scriptoris y participó como ponente en el VII Congreso Nacional Cátedra UNESCO, para la lectura y la escritura. En el año 2016, participó en la 5ta Jornada Nacional de Investigación y 3er Encuentro de Semilleros Uniminuto con la ponencia «Apertura de espacios para nuevas escrituras».

Radicado en Villavicencio, en el año 2017, autogestiona el poemario «Sombras de silencio». En el 2019 es garante, para la Secretaría de Educación y la Alcaldía de Villavicencio, del I Encuentro de Escritores Estudiantiles de Poesía Inédita. En junio de 2020, la revista La raíz invertida publicó parte de su poemario y en septiembre, el periódico El Espectador publica, en su sección «La esquina delirante», su microcuento denominado «Perspectivas del destierro». En este mismo año participó como ponente «Ad Honorem» en la conferencia «La escritura creativa en la básica secundaria como método de aprendizaje en el confinamiento» en el marco de la X Semana Nacional y II internacional de la Educación, Universidad Minuto de Dios.

Por otro lado, ha participado como autor–editor para algunas editoriales educativas. Actualmente es docente de lengua castellana en el colegio Jorge Eliécer Gaitán Ayala (JEGA), en la ciudad de Villavicencio y se encuentra trabajando en su próxima publicación de poesía para este 2021.

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