Literatura Cronopio

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MONÓLOGO DE UN SUICIDA AGONIZANTE

Por Fray Esteban Atehortúa Aguirre (Fr4y)*

«Yo no puedo aportar nada al mundo,
pues mi manera de vivir es única:
La de la agonía»
(E. Cioran)

Nota: Quienquiera que usted sea, amigo o enemigo, un curioso resignado o un resignado curioso, sugiero, cometiendo en ello un pecado venial, leer lo que sigue escuchando el Ave María de Schubert. Brindo por ti viajero o aventurero de estas líneas, pues desde ahora seremos cómplices, no solo por el contenido de estas páginas, sino por ese enigma del vivir. Te invito para que dancemos desde la medianoche hasta despuntar el día.

Era una tibia noche de mayo y el haz de la luna se filtraba a través del vitral multicolor, estaba pintado con muchos detalles un pasaje de la biblia [sic]: La Anunciación. Sobresalía de la escena las imponentes alas del ángel Gabriel, este auscultaba con su mirada la inmaculada virgen en la intimidad de su aposento. De tanto en tanto Ernesto fijaba su mirada en lo alto, meditabundo, intentando desentrañar lo indescifrable. Se iba cuajando una idea radical, inminente. Siempre se había caracterizado por su voluntad de hierro y su bondad inmensa. Ernesto se consagró en cuerpo, alma y corazón a la obediencia divina y amar al prójimo sin ningún miramiento. Hacía cuarenta años que tenía una vida ejemplar y edificante como dirían algunos de sus amigos más allegados.

Aquella noche tomó entre sus manos una copa en la que vertió dos líquidos perfectamente compatibles. Ernesto vivió como un buen cristiano, siguiendo en todo los designios de dios, hizo el bien por donde anduvo, vistió al desnudo, dio de comer al hambriento, posada al desprotegido; la muchedumbre lo admiraba, se rumoraba dizque poseía no sé qué don divino del cielo, incluso la gente creía con fervor en su santidad. El clérigo bebió a sorbos la delicia contenida en la copa, encendió un tocadiscos de antaño, sonaba más bellamente el Ave María de Schubert en el silencio espectral de la medianoche. Gozaba de la vitalidad de un joven y la salud de un niño.

De pronto su respiración se aceleró, su corazón agitado quería salirse del pecho, anunciaba en el estrépito un mal augurio, un desenlace fatal. Serenamente Ernesto cogió la biblia y la llevó a su regazo. Pero la turbación interior trae consigo muchas indagaciones fundamentales que cruzan por la mente en la hora incierta. En un murmullo Ernesto, como alucinado, se increpaba:

¿Qué es la vida? Un terrible malentendido y el hombre insuperable error, soy el sentido de la tierra y del universo, en el fondo la medida del mal, al hombre se le atribuye como elemento esencial el ser capaz de pensar y razonar, pero es abigarrado y sujeto a la pasión abrumadora, al salvajismo de la emoción, cuya fuerza desborda la capacidad del intelecto. Cuántos días he soñado en una muerte ¡Magnifica muerte!

¿Cuánto he de esperar ese espectro, esa sombra brumosa del olvido? Soy lo breve y lo delicado, me conmueve la fragilidad humana y su vano esfuerzo. Inmediatamente evoco lo vivido… me arropa la nostalgia, el recorrido me ha dejado cicatrices indelebles de las punzantes laceraciones, de la llaga gangrenada. Pero el hombre, ese sustantivo común, enigmático y complejo se agota en un solo deseo: ser amado, visto y reconocido por aquello que ama, al fin se encuentra con la infinita soledad de dios, el abandono de lo amado.

¡Oh, dolor, oh, agonía! Ven espíritu egregio, amigo de la locura y de mis antepasados, cubre con tu estela el bochorno de esta pobre y desdichada alma, tras lentas y lentas palabras de la voz que habla todo lo pasado, del pasado y de lo que acontece, voz que en un soliloquio se opaca, se agota tiernamente en su mensaje incomunicable, espíritu de los espíritus, acalora mi gélida alma, que siente el frío inerte de la nada y del olvido, en todo caso, se percibe solo vacío y un ser ausente. Estar presente en la ausencia, la ausencia toda ausencia: la turbación, la alquimia y la falacia inmensa de anunciar la muerte como un estado único, de facto. La única verdad es que estamos muriendo poco a poco, en el fluir inmenso del tiempo, en los efectos de lo corpóreo, la materia ajada, rasguñada por el ponzoñoso Kronos, el viejo devorador, bajo el imperio de lo efímero.

Si le debo algo a la vida, son aquellas horas de profunda amargura y desazón, horas de presentimientos de muerte, horas de las tinieblas. En el sufrimiento, la conciencia del tiempo, el tedio y como consecuencia, la fecundidad del pensamiento y el acto creador, un tránsito a lo reflexivo.

De pronto todo se ilumina con la luz clara y orientadora de la triste existencia humana, el burdo faro de la inconmensurable sin razón, el camino extraviado, el imposible volver. La existencia languidece paulatinamente en el onírico abismo de la visión desgarradora, basta decir que solo se puede expresar con un grito que perdurará en el infinito instante. Me circundan sombras y la nada en todas partes, hay en la muerte algo de frenético, vierto una lágrima virginal frente a la experiencia límite, bordear la muerte en un orgásmico paroxismo.

Hay algo mejor que morir, no haber nacido nunca, no haber sido contemplado, no haber sido nunca mirado. No haber tenido alma, ni cuerpo, ni un sentimiento sincero.

Si dios existe ha sucumbido conmigo, dentro de mí, por fuera de mí, en la asquerosa pesadez del existir; siempre hay una voz que se apaga frente al frío hiriente de la vejez y la fracasada lucha, si hay algún sentido definido es la manera como lo organizado se precipita a la muerte y en últimas a la nada. Si me ven, en apariencia me han conocido, pero, nunca me conocerán, ahí les quedo en una mirada desapercibida y pasiva, visos de luz, tenue luz de lo confuso, todo se lo debo a la experiencia vital.

Nadie nos advierte que intentar ser humano a veces cuesta tanto, incluso hasta el acto sacrificial de la vida misma.

Ven amarga soledad, por fin seré todo tuyo, sigue llenando todos los rincones de este ser que se sumerge indefectiblemente en esa noche sin luna, ni estrellas, una noche sin fin, ni fondo. En la neblina, en la figura, en la campana: el corazón del desierto, el vertimiento de lo humano en lo divino inexistente.

Cuánto amor se requiere el quedarse solo consigo mismo, cuánta paciencia, cuántos amargos reproches. A veces nos mentimos a nosotros mismos, intentando encubrir demonios internos, batallas interiores que otros ojos no pueden ver, ni siquiera intuir.

Si pudiera le quitaría el alma a lo humano, le eliminaría esa detestable forma de ser en el mundo, le dejaría el instinto animal, el celo y la angustia.

Si le debo algo a la angustia, son esas horas intensas, la configuración del yo, todo se lo debo a una lágrima sangrienta, al corazón siniestro. Todo se lo debo a la imagen del lobo disfrutando de la oveja (sugiere la sospecha de su ternura envenenada).

Cuánto odio se requiere para seguir viviendo, es la misma distancia entre yo y el mundo, entre la razón y la fe, entre lo impávido de la racionalidad y el calor de los afectos. Y en los «entre», tantos matices que se nos escapan.

Cuántos siglos se requieren para aprender del amor y el odio, de la creatividad destructora, incluso es tan difuso lo que motiva la mano que escribe. Esta, al mismo tiempo, quiere ser borrada, vaciada de significado; cuánto daría por ser solo una fantasía, una alegoría que desaparece de la mente creadora, que me da la existencia.

Todo se lo debo a ese sueño que me sueña, a ese sueño soñado, a esa gran mentira, al escenario del mundo, a este gran teatro, a este aposento estéril, al conglomerado cuyas fuerzas están siempre aisladas y solas; si esto que digo es tan solo un triste solipsismo, qué increíble sería poder estar en otros, con otros, ser otro. Pero es tan difícil que presupone todo el misterio del mundo, es de este misticismo que se duda, se inclina el espíritu a un visión metafísica del ser ontológico (requiere la fe del carbonero).

Pero dios está solo y yo me he quedado con él, cerca de él, yo soy aquel que tiempos ha no me acompaña, en todo caso yo soy el olvido de dios, la hoja en blanco, el porvenir de la mentira, la vitalidad que se extingue, la carencia en potencia, la potencia invertida en acto, la actualidad del desastre.

Al terminar el parloteo incesante, esa lucha consigo mismo llegó a su fin, al examinar detalladamente su vida, queda un silencio incomodo… se sintió abrumado por la soledad. El frío se iba apoderando de todos sus órganos, le sucedía el vértigo; en el fondo él quería vivir, lo abrigó desprevenido la esperanza, él soñaba con un mundo mejor, la gloria de dios en la tierra, su obra no había concluido. Sin embargo, fue demasiado tarde, el veneno había hecho su labor. Ernesto arrepentido quiso huir ante el beso y la mirada de la muerte. Ahora cesa ya de sufrir Ernesto, tus labios amoratados, tu cuerpo exánime, tus ojos abiertos sin ver, han contemplado por fin el infinito. A los suicidas les corresponde el fuego eterno, has realizado el atroz acto que dios en su omnipotencia no puede ejecutar: El suicidio. Este que está en todos partes también habrá de estar en el infierno, desde allí Ernesto podrás inculpar a dios y escupir en su rostro corrupto por tantos delitos infames. ¿Acaso no has consagrado tu vida a una ilusión que se diluye en un momento de lucidez mortífera?

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* Fray Esteban Atehortua Aguirre es Tecnólogo en gestión del talento humano (Servicio Nacional de Aprendizaje SENA, Colombia), egresado de la facultad de derecho de la Universidad Autónoma Latinoamericana y estudiante de filosofía de la Universidad de Antioquia. Es coautor de un artículo en la Revista Indisciplinas, titulado: «Experiencia clínica en el caso Túnel Verde: Expectativas y desencantos». Actualmente está en curso la publicación de un artículo de investigación y un capítulo de un libro acerca de la participación ciudadana y la planeación del desarrollo. Fue finalista con un microcuento en la primera versión Medellín en 100 palabras, con el cuento: La última noche. Ha sido facilitador de los talleres impartidos en diferentes comunas de Medellín acerca de: Gobernanza, control social, participación ciudadana, Objetivos de Desarrollo Sostenible y desarrollo con un enfoque basado en derechos humanos, en el marco de la Alianza Unaula–Observatorio de Participación Ciudadana de la Personería de Medellín.

 

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