UNA CARA DE HORACIO QUIROGA
Por Jaime A. Orrego*
A pesar de que la literatura de ciencia ficción ha sido escrita con cierta frecuencia desde el siglo XIX, siempre se le ha considerado un género menor dentro del canon literario en América Latina. Algunas razones por las que ésto ha ocurrido son: corrientes más populares en el continente como la literatura fantástica, y el realismo mágico la han eclipsado; debido a que las naciones hispanas no han sido grandes investigadoras científicas, la ciencia ficción ha sido percibida como un producto extranjero e inauténtico; también porque se considera que a este tipo de literatura le falta un aparente referente social o político contemporáneo.
Es así como obras de este género tienen que luchar para llegar tanto a los lectores como a la crítica. Algunos escritores experimentan con la ciencia ficción pero prefieren dedicarse a otro género. Este podría ser el caso de Santiago Roncagliolo, autor peruano que publica la novela Tan cerca de la vida (2010) cuatro años después que Abril rojo recibiera el premio Alfaguara. A diferencia de esta última, novela realista que toma lugar en los años posteriores al Sendero Luminoso, Tan cerca de la vida se desarrolla en un futuro no determinado en Tokio, donde el protagonista, Max, llega a una convención de inteligencia artificial organizada por la compañía para la cual trabaja.
Asimismo, hay otros escritores que, por temor a ser catalogados como autores de ciencia ficción, escriben escondidos bajo un seudónimo. Este podría ser el caso de Horacio Quiroga, quien publicó en seis entregas su novela corta Hombre artificial (1910) bajo el seudónimo S. Fragoso Lima. La publicación se hizo en el semanario argentino Caras y Caretas entre los meses de enero y febrero de 1910.
Esta revista fue fundada inicialmente en Uruguay en 1890, pero luego que su director Eustaquio Pellicer se muda a Buenos Aires en 1898, crea allí la versión argentina de Caras y Caretas. En su primer número del 19 de agosto de ese mismo año, el editorial señala que el semanario es “una publicación que se presenta con los apelativos de festiva, literaria, artística y de actualidad, pues en ellos se condensa cuanto pudiera decirse acerca de su índole, tendencias y plan de labor”.
Es así como Caras y Caretas se convierte en un magazín importante dentro de la cultura porteña pues, como lo destaca el investigador uruguayo Pablo Rocca, “[Caras y Careta], impresa en un papel de calidad, con una cuidada diagramación y abundante material gráfico, fue la primera revista de actualidades en alcanzar circulación masiva entre las nacientes clases medias de las dos márgenes del Plata. Y, hay que destacarlo, fue una de las primeras que pagó adecuadamente las colaboraciones literarias”.
Quiroga se interesa en esta revista pues llega a Buenos Aires en 1905 con bastantes problemas económicos después de su fracaso al intentar vivir en el Chaco argentino. En esta revista, Quiroga publica desde artículos biográficos de personajes famosos hasta cuentos. Hubo un período donde alcanzó a tener ocho cuentos publicados al año. Fue precisamente aquí donde se dio a conocer por primera vez “El almohadón de plumas” en la edición 458 del 13 de julio de 1907. Además del alivio económico que pudo representar publicar en este semanario, Rocca destaca lo importante que sería estilísticamente para Quiroga el trabajo aquí pues “en Caras y Caretas (…) había hallado el camino justo para su verdadera vocación. Escribir para ella y luego para otras muchas publicaciones periódicas le hará aprender el dominio de una prosa austera y concentrada, que sólo la disciplina del espacio tasado podía enseñarle a cincelar. La hora del escritor modernista y decadente había concluido”.
Es así como un Quiroga en plena formación literaria, bajo el nombre S. Fragoso Lima, publica “El hombre artificial” en los números 588 a 593. Mucho se ha especulado el hecho que no publicara esta nouvelle bajo su nombre, pero la crítica Graciela C Sarti destaca que “El conjunto [las seis entregas] nunca fue reconocido públicamente por el autor, quien las habría escrito por razones económicas y apelando a los modos discursivos típicos del folletín”.
La trama comienza el 23 de agosto de 1909 en Buenos Aires, en el laboratorio de tres científicos no sólo de diferentes nacionalidades, sino también con un pasado muy variado. Estos son: Nicolás Ivanovich Donissoff, ruso, y último descendiente de una de las más nobles familias del imperio; Luigi Marco Sivel, italiano, de una familia pobrísima y cuyo padre ha sido un delincuente; y finalmente, Ricardo Ortiz, argentino, nacido en Buenos Aires en medio de una familia muy rica.
En este laboratorio los científicos dan vida a una rata después de trabajar cerca de tres años en su creación. Poco tiempo después, se dan cuenta que la rata está muriendo debido a que su estructura ósea se estaba disolviendo en la sangre y estaba envenenando al animal. Podría pensarse que este hecho desalentaría a los científicos, pero muy por el contrario, esa misma noche, los tres asociados no duermen resolviendo el problema con el tejido óseo que tuvo la rata.
Al terminar, se les ocurre crear un hombre, siendo Donissoff el que más presiona para que lo hicieran: “la tentación es demasiado grande para que no la abordemos”. Pocos meses después tienen en la camilla a un hombre, a quién llaman Biógeno, el cual es “de mediana estatura, de maravillosa proporción. Representaba veinticinco años. Las facciones tenían una serenidad sorprendente”. Ahora el problema que tenían los científicos era cómo lograr madurar a este hombre, en otras palabras, que no actuara como un bebé recién nacido.
Este inconveniente es aparentemente resuelto por Donissoff, quien engaña a un pordiosero y lo trae al laboratorio. Su idea es conectar a este sujeto con el nuevo hombre, torturar al primero y lograr así la maduración del segundo. Podría pensarse que estos tres estudiosos tendrían un problema moral al causarle dolor a un desconocido, pero “el tormento aplicado a un pobre ser inocente no podía ser obstáculo al triunfo de su ideal científico”. Es así como le arrancan las uñas al pordiosero una por una, y sus desgarradores gritos son transmitidos a Biógeno quien poco a poco va reaccionando.
Después de haber terminado con la tortura, se llevan al pordiosero, quien tenía “una flacura cadavérica…el rostro lívido y los ojos hundidos en el fondo de las órbitas” a otro cuarto. Los científicos vuelven a la camilla donde se encuentra su creación para verlo despertar y se percatan de la mirada de terror que le da a los tres, y sus primeras palabras son para quejarse del dolor en sus uñas.
En este momento se dan cuenta que su experimento no ha resultado como lo esperaban ya que Biógeno ha absorbido todas las torturas a las que fue sometido el pordiosero, y como lo dice Sivel “¡Hemos hecho un monstruo de dolor!”. Mientras que el pordiosero se está muriendo en otro cuarto, la creación siente un dolor terrorífico por el más mínimo contacto, sea físico o mental. Nuevamente Donissoff sugiere haber encontrado la solución, la cual consiste en torturar a Biógeno para que transmita su sufrimiento a otra persona y así lograr un balance. A pesar que tanto Ortiz como Sivel se oponen, Donissoff se ofrece de voluntario argumentando que sólo será una pequeña transmisión. Desafortunadamente para este último el resultado es catastrófico, y mueren tanto la creación, como uno de sus creadores.
Podría entonces pensarse que este relato de Quiroga está muy alejado de la realidad, pero gran parte de la crítica reconoce que la ciencia ficción se ocupa más del presente que del futuro, como lo señala el crítico Luis Cano “…[La ciencia ficción] no se propone ofrecer un proyecto predictivo de representación del futuro, sino que busca desfamiliarizar y reestructurar nuestra experiencia del presente”. Yolanda Molina-Gavilán no solo estaría de acuerdo con Cano, sino que agregaría “…la ciencia ficción se preocupa no sólo de los avances científicos, sino también de las fantasías que alimentan la condición humana”.
Esta crítica a los avances tecnológicos se puede encontrar desde los inicios de la ciencia ficción, como es el caso de la que ha sido considerada por muchos como la primera novela en desarrollar temas de ciencia ficción: Frankenstein; or The Modern Prometheus de Mary Shelley. Esta obra, escrita en pleno auge de la Revolución Industrial en Inglaterra, presenta los extremos a los que puede llevar la ambición humana. Y es que Shelley era parte de un grupo de intelectuales, junto a Lord Byron y Percy Shelley, quienes “expresaron abiertamente sus inquietudes en relación con los efectos del desarrollo tecnológico con la vida cotidiana y se pronunciaron públicamente contra lo que consideraban el sacrificio de los seres humanos en beneficio de las máquinas” Lo cual, en cierta medida, es lo que intenta hacer Victor Frankenstein al crear vida de diferentes partes de cuerpos humanos.
H.G. Wells también parece seguir esta tendencia en su libro La isla del Dr Moreau (1896) en la cual presenta a un científico que experimenta con animales a través de la vivisección para luego insertarles genes humanos. Similar a como sucediera con la novela de Shelley, La isla tiene un final trágico pues esta obra también es pesimista con respecto a la obsesión de los avances tecnológicos de la época ya que, como lo dice Cano, ambas obras “aceptaban irrestrictamente las leyes naturales, pero examinaban con rigor el papel del científico así como las condiciones y limitaciones que la sociedad le imponía…”
Quiroga, en cierta medida, continúa con esta característica también común en Hispanoamérica pues como lo señala Cano “…la CF se ha caracterizado por una constante actitud crítica que disecciona el desarrollo de nuevas tecnologías, examina la forma en que éstas han sido manipuladas, y formula juicios sobre el papel del científico en su sociedad”.
Así, con el final de esta nouvelle, nos damos cuenta a los extremos que puede llegar la obsesión de la ciencia. En su afán por crear vida, los tres científicos hacen totalmente lo opuesto, crean muerte. Aunque al final el narrador parece indicar que los dos científicos sobrevivientes han aprendido la lección: “¡Todo estaba concluido! ¡Jamás, jamás volverían a aspirar a nada! ¡Nunca más entrarían en el laboratorio! Su porvenir entero estaba muerto ya, como había muerto el hombre de las manos vendadas; como había muerto su creación abominable; como allí —criatura sublime, arcángel de genio, voluntad y belleza— estaba muerto Donissoff”. Sin embargo, ya es muy tarde, no se pueden cambiar sus acciones, mataron una rata y a tres hombres: el pordiosero, Biógeno y Donissoff.
+Para aquellos interesados en acceder a la colección de Caras y Caretas, la Biblioteca Nacional de España tiene el formato digital de este semanario (del 08/10/1898 al 07/10/1939, que incluye los números del 1 al 2139) en: https://hemerotecadigital.bne.es/results.vm?q=parent%3A0004080157&s=0&lang=es
Multiverso Cronopio es la nueva columna de Jaime A. Orrego, sobre temas relacionados con la Ciencia Ficción.
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* Jaime Orrego es profesor de español y literatura latinoamericana en Saint Anselm College en Manchester (New Hampshire, USA). Es Ingeniero Industrial de la Universidad Javeriana de Bogotá (1999) y Ph.D. en literatura de la Universidad de Iowa (2008). Ha escrito numerosos cuentos, artículos y entrevistas publicados en diversas revistas especializadas en Colombia y los Estados Unidos. Su narrativa, utilizando mayoritariamente los recursos estilísticos de la ciencia ficción, trata el tema de la realidad colombiana de los últimos años, sin restarle por ello el dramatismo a una época violenta y hostil que marcara profundamente su infancia y adolescencia. Además de la creación literaria, también se dedica a la labor investigativa, enfocándose principalmente en la violencia colombiana desde el período de la independencia (principios del s. XIX). Entre sus obras más recientes está un libro sobre la otredad en la obra de Manuel Mejía Vallejo, tema en el que se centró su tesis doctoral en la Universidad de Iowa.
Me gusto mucho el artículo, muy interesante y toca temas de los cuales no estaba enterada.