¿A QUIÉN LE PERTENECEN NUESTRAS VIDAS?
Por Jaime A. Orrego*
Esta podría ser la pregunta que se hace Max, protagonista de la novela Tan cerca de la vida (2010) del escritor peruano Santiago Roncagliolo. Esto ocurre mientras él se encuentra en una convención de inteligencia artificial organizada en Tokio por la compañía para la cual él trabaja. Allí, similar a como sucede en Lost in Translation (2003) de Sofia Coppola, Max se siente desolado y con problemas para comunicarse con el resto de habitantes de la ciudad. Sólo logra tener unos pequeños y extraños intercambios con los asistentes a la convención y, en mayor medida, con una de las camareras del hotel. Es así como Max parece llevar una vida en la cual no tiene control alguno. Sus días están llenos de sugerencias de su teléfono inteligente, de encargos de su jefe, o de planes organizados por otros asistentes a la convención.
Como se ha mencionado en columnas anteriores, es reconocido que la ciencia ficción se ocupa más del presente que del futuro. Por lo tanto, aunque la novela de Roncagliolo está llena de humanoides y toma lugar en un año no determinado del siglo XXI, podemos encontrar una gran preocupación por el ser humano, el cual parece estar alejándose de su propia humanidad.
La novela comienza con Max en el aeropuerto de Tokio mareado y aturdido después de un vuelo de doce horas. En medio de la turbación, Max se cuestiona si unos extraños pensamientos que tuvo durante su viaje fueron causados por un sueño o si en realidad son memorias. Inicialmente, el protagonista asocia este conflicto entre fantasía y realidad con el jet lag, pero a lo largo de la novela nos daremos cuenta que estos sueños absurdos no son causados únicamente por su viaje.
Max se encuentra en un país extraño y en un ambiente desconocido para él, lo cual puede observarse con su asombro al entrar al hotel donde toma lugar la convención: “se encontró en un suntuoso salón de té, un escenario tan imponente que lo arrancó de sus divagaciones. De un lado brotaba agua de una fuente de mármol. Del otro extremo se encontraba la recepción del hotel…lo más impactante eran las vistas. Gigantescos ventanales encerraban el salón de té como si fuese una gran caja de cristal suspendida en el aire”.
Sin embargo, este asombro desaparece cuando no se puede encontrar su reserva en el hotel, pero es en medio de este caos que Max conoce a Mai, una camarera del hotel que le ayuda a registrarse. Aunque no puede localizar su reserva, ella le encuentra una habitación. Este hecho se convierte en el comienzo de una serie de diferentes ocasiones en las que Mai logra rescatarlo, por llamarlo de alguna manera, de situaciones en las que él no sabe qué hacer o cómo comportarse. Inicialmente podría pensarse que este desconocimiento de Max se debe a que se está en un país ajeno, con una cultura muy diferente a la suya, y donde además no se habla su idioma, pero posteriormente nos damos cuenta que no es así, que su incomprensión es mucho más profunda que esto.
Este desconocimiento puede verse, por ejemplo, cuando se sienta en el inodoro y siente “…un chorro de agua caliente, que limpió y masajeó sus zonas sensibles. Max no consiguió reprimir un ligero gemido de placer, de un placer que nunca había conocido antes”, o cuando va por primera vez a desayunar al comedor ejecutivo pues “sonaba como un lugar donde uno quiere comenzar el día”.
Sin embargo, no sólo es un desconocimiento de situaciones, también es un olvido de hechos que podrían pensarse como obvios. Esto ocurre una noche en la que se divierte en una cena con Mai, piensa que «desde su llegada al hotel, Max no se había reído. En realidad, ni siquiera recordaba la última vez que lo había hecho.” Igual sucede con los momentos tristes que no puede evocar: “Intentó recordar la última vez que había llorado pero no lo consiguió. Buscó en su mente algún momento de llanto tras la muerte de su hija, y no lo encontró. A lo mejor no sabía llorar. No estaba entrenado para eso”.
Algo similar sucede cuando sale con unos compañeros de la convención y comienzan a hablar de sus aventuras sexuales y cuando fue el turno de Max, él “trató de recordar algún momento sexual memorable de su pasado. Pero ningún recuerdo acudió a su llamada. Pensó en Anaís [su esposa]. Rastreó algún detalle picante de su vida de pareja. Sin éxito. Quiso imaginar alguna experiencia que satisficiese la curiosidad de sus colegas. Tuvo que admitir que no tenía imaginación”.
Estos aparentes problemas existenciales de Max, se intercalan con la presentación de diferentes tipos de humanoides, presentes en la convención, que el narrador nos hace. El primer contacto de Max con uno de estos, es a la entrada del salón principal “… lo recibió un robot, un pequeño armatoste hecho de circuitos y tubos, como el esqueleto de un niño. Su voz era aterciopelada, gentil, y estaba pregrabada en tres idiomas”. Posteriormente se encuentra con su jefe Marcus Kreutz, quien le muestra su mascota, un papagayo mecánico de nombre Golem, el cual está cubierto con plumas auténticas provenientes de cuarenta y dos animales. Después nos encontramos con DEV (Desactivador de Explosivos V), al igual que a BIBI (Bifuncional Interna Básica I) la cual ha sido un gran éxito para la compañía pues Kreutz señala: “…revolucionó el mercado del servicio doméstico. Por un lado, puede ocuparse de las tareas cotidianas del hogar: limpiar, regar, sacar al perro, contestar el teléfono (de hecho, ella es el teléfono). Pero también puede atender a personas con discapacidad, ancianos o niños, al menos en sus necesidades más sencillas… No se enferma, no toma vacaciones, y lo más importante, no cobra sueldo”.
Finalmente Kreutz presenta al humanoide más avanzado de la compañía: LUCI (Ligera Unidad de Compañía I). Ella ha sido diseñada especialmente para ayudar a las personas en los eventos multitudinarios. Sin embargo, aunque admite que es un modelo bastante bien logrado, Max no queda muy impresionado con ella la primera vez que la ve: “Era una especie de maniquí femenino móvil con traje de azafata y peluca rubia. Sus movimientos eran torpes sin duda. Las articulaciones se movían de una en una”. Pero los problemas con LUCI parecen no ser sólo físicos, sino también de comunicación, como se refleja en un diálogo que ella tiene con Max :
—¿Cómo ha amanecido hoy?
—Muy mal. Tuve una noche espantosa.
—Me alegro. Nada como un sueño reparador para empezar el día.
Con LUCI se nota una cierta frustración por parte del presidente de la compañía Géminis, pues aunque este es un androide que ha generado grandes beneficios económicos para la compañía, aun no es lo suficientemente humano para pasar desapercibido, como lo quiere Kreutz. En otras palabras, el gerente de la compañía quiere que sus androides pasen el test de Turing que se mencionó en la edición anterior de “Multiverso”. Es por eso que él quiere continuar en el proyecto de encontrar una inteligencia artificial más avanzada, y admite a su audiencia que el trabajo ha sido duro: “Estamos dando la pelea, pero de momento, la naturaleza sigue siendo más económica que nosotros. Produce series más largas, así que sus costos de producción son más bajos. Así no se puede competir… Si Dios tuviera un domicilio fiscal, podríamos denunciarlo por dumping”. Con este interés de Kreutz podemos ver el aspecto más humano de la novela, en otras palabras, encontramos una crítica a la deshumanización a la que nos está llevando la ambición humana con el uso de la tecnología.
Como ya se ha mencionado, la CF ha sido muy crítica al mal uso de los avances tecnológicos. Esto se observa en novelas como Frankenstein (1818) de Mary Shelley y La isla del Dr Moreau (1896) de H.G Wells. Así también como las ya analizadas Eva (2011) o la novela corta El hombre artificial (1910). Roncagliolo, aunque sin un final trágico como el de las obras previamente mencionadas, continúa con esta característica del ser humano jugando el papel de creador.
Así pues, casi al final de la novela, nos enteramos que la obsesión de Kreutz por lograr una inteligencia más avanzada, lo lleva a experimentar con Cyborgs lo que, en cierta medida, se conoce como el post-humanismo. El cual, según Berta Guerrero Almagro, es “…un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la condición mortal…El posthumanismo es, pues, un desprecio de lo orgánico y una defensa de lo mecánico… Existe en el posthumanismo un deseo de perfeccionar la especie humana”.
Sin embargo, al igual que sucediera en la película Robocop (1987), más que un deseo de perfeccionar la especia humana, lo que quiere Kreutz es perfeccionar lo mecánico valiéndose de partes humanas. Actitud en la cual nos encontramos con una deshumanización del hombre para lograr la humanización de las máquinas.
Al enterarse de lo que en realidad quiere Kreutz, Max cuestiona el uso de personas en este proyecto, pero su jefe no ve nada de malo en ello: “No [son partes humanas]. Estamos hablando de órganos. Tejidos. Células. Se experimenta con ellos desde que existe la medicina. Es lo más natural del mundo”. Ante la insistencia de Max por más explicaciones, Kreutz le cuenta que la compañía ya ha alcanzado unos niveles avanzados de investigación con este tipo de cyborgs y que Max, sin saberlo, ha sido parte fundamental de estos experimentos y es aquí dónde él podría preguntarse: ¿A quién le pertenece su vida?
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+Multiverso Cronopio es la nueva columna de Jaime A. Orrego, sobre temas relacionados con la Ciencia Ficción.
*Jaime Orrego es profesor de español y literatura latinoamericana en Saint Anselm College en Manchester (New Hampshire, USA). Es Ingeniero Industrial de la Universidad Javeriana de Bogotá (1999) y Ph.D. en literatura de la Universidad de Iowa (2008). Tiene cuentos, artículos y entrevistas publicados en diversas revistas especializadas en Colombia y los Estados Unidos. Su narrativa, utilizando mayoritariamente los recursos estilísticos de la ciencia ficción, trata el tema de la realidad colombiana de los últimos años, sin restarle por ello el dramatismo a una época violenta y hostil que marcará profundamente su infancia y adolescencia. Además de la creación literaria, también se dedica a la labor investigativa, enfocándose principalmente en la violencia colombiana desde el período de la independencia (principios del s. XIX). Web:www.jaimeorrego.com.