Cronopio Reflexión

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Nostalgia de los sueños

NOSTALGIA, LOS SUEÑOS DE MIS OJOS…

Primera parte
Por Rocío Vallejo Alegre*

«Crecemos con sueños en nuestros ojos
y canciones en nuestros labios, y descubrimos
luego que la vida no es lo que pensábamos
que sería. Y luego, descubrimos la nostalgia»
(Gabriel García Márquez).

La longevidad, la duración de la vida. Esa relativa cercanía a la eternidad que aún no hemos podido conquistar y que nos obsesiona ha buscado llamar mi atención en este segundo semestre de 2022. Pareciese que los aniversarios buscaran insistir en que debo poner atención en los años transcurridos. Siendo tan despistada como soy, tuvieron que llamar mi atención en tres diferentes ocasiones para que por fin me diera cuenta…

La primera llamada de atención fue a principios de septiembre. Una noche platicando con Héctor, mi esposo, me tomó por sorpresa descubrir que en febrero cumpliría 60 años. En algún momento de mi vida ¡había perdido un año! Creí que aún tenía un año más antes de llegar a los terribles 60, pero estaba equivocada. Le llevo 30 años a mi hija y ella llevaba organizando su festejo desde hacía un año y ni así me había dado cuenta que cumpliría 60 años. Casualmente, mi hijo me llamó para preguntarme si yo sabía que él iba a cumplir 25 años en enero. Extraña pregunta. Sencillamente me reí: «No hay duda de que eres mi hijo —le respondí—, tu padre hace poco me clarificó que yo cumplo 60 en febrero, así que “sí” tú cumples 25 en enero y tu hermana 30 este noviembre». 60, 30 y 25 definitivamente aniversarios poco comunes.

Para mi sorpresa, en el festejo de las 30 primaveras de mi hija estaba yo incluida. Marimar había decidido festejar visitando a su abuelo en la Ciudad de México y luego pasar unos días en el bello Puerto Vallarta. Con un año de anticipación me había reservado un boleto de avión para que yo visitara a mi padre con ella ¡Qué genial! Fue una gran sorpresa para mi padre que yo también fuera. Aproveché para comunicarme con mis queridos amigos, dos increíbles matrimonios cuya amistad guardo como todo un tesoro y que han compartido toda una vida conmigo. Dulce y Sócrates, Alma y José Luis. Era nuestra gran oportunidad, ¡podíamos vernos! Aquí ocurrió la segunda llamada de atención. Sócrates me preguntó inmediatamente por las fechas de mi estancia. Resulta que estaban festejando su trigésimo aniversario de casados y saldrían de viaje. ¡Claro! Recordé que no me fue posible acompañarlos en ese día tan especial. Estaba esperando a Marimar cuando fue su boda, había ganado un montón de peso y justamente ese día tenía los pies como dos sapos. No había zapato que me entrara. El Médico no estaba nada contento conmigo.

Sócrates, José Luis y yo estudiamos juntos la carrera. Imagínense todos los recuerdos compartidos de cinco años de estudio en nuestra alma mater, La Salle. La amistad con Dulce se remonta a la preparatoria. Toda emocionada se lo comenté. Su respuesta me sorprendió: «Rocío, nos conocemos desde sexto de primaria», imagínense mi vergüenza.

Decidí sacudir mis viejos álbumes de fotografías y con ello limpiar las telarañas de mi memoria tratando de encontrar a Dulce en sexto de primaria. Mis álbumes de fotos fallaron, al igual que mi memoria. La imagen más antigua que encontré de nosotras fue de preparatoria. Al revisar estos álbumes el pasado llamó a mi puerta y una cierta extraña sensación empecé a sentir en la boca del estómago.

La tercera llamada de atención fue estando en México. Justamente en compañía de mis amigos y mi padre. Dulce comentó cómo nuestras compañeras del Instituto Pedagógico Anglo Español, donde estudiamos, estaban organizando la celebración de los 60 años. Y para agregar aniversarios a la cuenta. Alma me comentó que la Universidad La Salle, cumplía también ¡60 años! Empecé a tomar conciencia del tiempo transcurrido. Esa extraña sensación que les comenté empezó a invadirme. Sin embargo, no podía describirla. No sabía qué nombre darle. No era tristeza, no era dolor, no era angustia. Era de todo un poquito.

Tenía en el tintero la reflexión para esta publicación; por primera vez sencillamente no había encontrado un tema. Había intentado usar algunos de los libros que había estado leyendo y nada. Había buscado un par de temas controversiales y nada. Sinceramente pensé que por primera vez desde que empecé esta columna, no podría participar. Sin embargo, con todos estos aniversarios pareciese que el llamado estaba claro, escribiría sobre mis 60 años… Empecé a darle vueltas a este proyecto… ¿Cuál podría ser un buen enfoque?, ¿qué podría compartir que pudiese ser de interés?, ¿cuáles memorias debería desenterrar?

Así pensando qué debería escribir, recordé una famosa frase que inventé hace treinta y cinco años. Migue estaba recién nacido y mi pequeñita tenía solo cinco añitos: «¡A mis 60 años voy a ser abuelita reventada!». La creación de esta frase fue uno de esos días que todos tenemos. Uno de esos días donde vemos todo color «negro», cuando sentimos que estamos atrapados por el «deber». Fue entonces cuando encontré o inventé esta salida. Aquella «situación insoportable» tendría un límite: ¡mis 60 años! Falsamente creí que algún día podría ser libre del «deber» y hacer lo que «quisiese». Falacias que nos contamos a nosotros mismo. Hasta este día, para ser exactos, ¡precisamente hoy! Escribiendo esta reflexión he descubierto que el «deber» y lo que «creemos» son lo mismo. Hacemos lo que «creemos» que «debemos» hacer. Es decir, el poder de la decisión siempre ha estado en nosotros, aunque no siempre nos gustase. Han pasado prácticamente 25 años para comprenderlo.

En fin, esta lapidaria frase: «a mis 60 años voy a ser abuelita reventada», me ha acompañado desde entonces. Mi esposo y mis hijos suelen reírse conmigo o de mí, como prefieran interpretarlo, cada vez que «amenazantemente» se las digo. Estando a meses de mis 60 años y escribiendo esta reflexión juzgué conveniente analizar las medidas tomadas para cumplir mi amenaza… que quizás, podríamos definirla como uno de los sueños en mis ojos…

  • Primer paso, ser «viejita». Aquí realmente no he tenido mucho que hacer, sencillamente la vida pasa dejado sus estragos. Y por favor, les pido que recuerden qué pensaban de las personas de 60 años cuando eran adolescentes. Porque yo sé que si me comparan con una persona de noventa, soy una cría. Pero seamos sinceros, las canas, la artritis, las arrugas y el dolor de cuerpo no me dejan mentir, soy «viejita».
  • Segundo paso, «retirarme». Mágica posición en la que después de una vida de arduo trabajo eres libre para hacer lo que quieras, teóricamente. Héctor y yo tuvimos la gran suerte de que yo pudiera dedicarme a nuestros hijos de tiempo completo. Creo ciegamente en que, si es posible, esta es la mejor opción para los niños. Así que mi profesión a partir de que nació Marimar ha sido ser mamá.


Esta es una extraña profesión, no existe el retiro, empiezas siendo «indispensable» y poco a poco te conviertes en «dama de compañía». Pasas de ser «sabia» a simple aprendiz y de pronto eres una completa ignorante. Trabajas las 24 horas los 7 días de la semana y antes de que te des cuenta ya no eres requerida. Tus proyectos (niños) son solo tuyos y en un abrir y cerrar de ojos los tienes que compartir con todo el mundo. El orgullo de verlos volar es inmenso, pero es igual de grande el vacío que te dejan al volar.

Estando mis hijos en su adolescencia, tuve la oportunidad de dar clases en la universidad. Esto me permitió manejar ese vacío que al crecer me estaban dejando. Así en 2020, cuando decidí retirarme por muy buenas razones, tenía en mente «el mágico retiro que nos inculcan» y vaya sorpresa me he llevado. No lo encontré nada mágico y el vacío de mis pequeñitos se me hizo inmenso. Sin embargo, para cumplir con mi objetivo de ser «abuelita reventada», creo que estar retirada resulta un elemento básico. Por lo menos eso espero.

  • Tercer pasos, «tener nietos». Si bien no tengo ninguno y la postura de mis hijos es muy clara: no hijos. He logrado superar esta limitación «adoptando» cualquier pequeñito con el que tengo oportunidad de convivir. Especialmente un grupo de 13 chiquitines entre 3 y 5 cinco añitos con los que tuve el placer de trabajar después de mi «exitoso» retiro. Y para prolongar esta experiencia, en enero, empezaré un piloto en la biblioteca donde daré clases de español a pequeñitos justo de esa edad. Así que como verán mi programa de adopciones continúa viento en popa.
  • Cuarto paso, «horas laborales limitadas». Con mi fabuloso «retiro» descubrí que el mantenerme ocupada es no solo parte de mi naturaleza, sino que es un requisito para mi sanidad mental y de todos los que me rodean, especialmente para el pobre del Valencia, mi marido. Pueden estar orgullosos de mí, muy maduramente he puesto un límite y después de las 7 de la noche ya no sigo trabajando. Aunque no lo crean, me duermo a las 10:00 de la noche y a veces ¡antes! E incluso algún fin de semana me he despertado pasadas las 8:00 de la mañana ¡increíble!
  • Quinto paso, «tener reventones». Las fiestas no han sido un elemento muy característico de mi familia. Ni de mis padres, ni de mi esposo. Cuando decidí ser «abuelita reventada» pensaba en salir a espectáculos, viajar por todo el mundo, tener muchas reuniones y fiestas entre otras actividades. Ahora al estar por cumplir mis 60 años, quiero decirles que los «reventones» tienen otro significado. Héctor y yo no necesitamos ninguna actividad especial. El tener la oportunidad de estar con uno de nuestros hijos es un gran reventón para nosotros. Imagínense cuando logramos tenerlos a los dos al mismo tiempo, es la panacea.

Me gustaría enfatizar que todos los miércoles, a la mitad de la semana, tenemos una cena especial con nuestra Marimar, vemos películas y ¡nos desvelamos! Y déjenme acentuar ¡a la mitad de la semana! Esto rompe todos los parámetros con los que crecí y con los que crecieron mis hijos. Definitivamente esto es ser súper reventados.

  • Sexto paso, «tener un pasatiempo». Marimar y mi compañera de crímenes, mi muy querida amiga Beth me regalaron en mi retiro un montón de pinturas y cositas para dedicarme a hacer manualidades o «monitos» como les llama mi esposo. He intentado diferentes cosas sin encontrar algo que cautive mi interés. No es precisamente que me guste hacerlos, el problema es qué hago con ellos. ¡No puedo regalar más «monitos» a mis hijos, a sus amigos y a mis amigos!

Después de dos años de experimentos y de llenar de «monitos» a todos mis seres queridos, pareciese, podría ser, que he encontrado un pasatiempo que además de ser útil, prolonga una antigua tradición que mi padre comenzó cuando era niña, «el arte con corcho». Los domingos mi padre solía hacernos al final de la comida burritos con el corcho de la botella de vino y unos palillos. Mis hijos crecieron con esta tradición y algunos de estos burritos están en casa aún. Durante años coleccioné los corchos porque pensaba que algún día podría hacer artesanías con ellos y aunque algunas veces lo intenté, nunca nada me gustó. Hoy estoy haciendo diferentes decoraciones con los corchos, y con el increíble apoyo de mi Marimar los he empezado a vender en una tienda. Tal vez he encontrado por fin mi pasatiempo.

Este es mi balance, ¿qué opinan?, ¿creen que voy por buen camino para ser «abuelita reventada»? Es curioso, no había tomado conciencia de que esta «amenaza» fuese un sueño para mí y sin embargo, ¡lo es!

No obstante, me resulta más insólito que mientras escribía esta parte de mi reflexión encontré la palabra que describe esa extraña sensación que les comenté que sentía. Esa sensación que a golpe de recuerdos se ha ido incrementando en mi ser. Mis próximos 60 años me están llenando de nostalgia.

Sí, ¡nostalgia! extraña y compleja sensación. El diccionario la define como el sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, la privación o la pérdida de alguien o algo queridos. ¿Eso es lo que siento dentro de mí? Gabriel García Márquez me explica el por qué este sentimiento se ha apoderado de mí:

«Crecemos con sueños en nuestros ojos y canciones en nuestros labios, y descubrimos luego que la vida no es lo que pensábamos que sería. Y luego, descubrimos la nostalgia».

El diccionario nos brinda dos definiciones para soñar:

1.Imaginar cosas o sucesos que se perciben como reales mientras se duerme.

2.Imaginar, generalmente con placer, una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad existente o que solo existe en la mente, pero que pese a ello se persigue o se anhela.

Queda claro que por definición los sueños no son reales, son un producto de nuestra imaginación y por si esto no fuese suficiente, es improbable que sucedan. Sin embargo, nosotros hablamos todo el tiempo de hacer realidad nuestros sueños. Pareciese que los sueños son una de esas falacias con las que crecemos. Una forma de expresar nuestros anhelos…

Es tan común hoy en día escuchar: «Fulanito hizo realidad su sueño, Zutanito convirtió su sueño en realidad, Perenganito logró el sueño americano…». Yo recorro los rincones de mi memoria y solamente recuerdo un par de sueños en mi vida. Después de pensarlo y visitar mi pasado he llegado a la conclusión que así como nunca pensé que mi «amenaza» de ser una «abuelita reventada a los 60 años» fuese un sueño, algunos de mis sueños han estado disfrazados… y es así como he logrado descubrirlos.

LOS SUEÑOS DE MIS OJOS…

Formar una familia y tener un hogar. Pareciese que fue un sueño intrínseco en mí, que nunca me confesé hasta este momento. Practiqué inconscientemente con mis muñecas, especialmente con mi «Baby Bean» color rosa y Liboria, una changuita de peluche. Me ejercité en las labores domésticas con mi casita de muñecas ubicada en un compartimiento del armario de mi cuarto. Amueblada con piezas de madera compradas por mi abuela y mi madre en los tianguis. Desarrollé el arte de la armonía familiar al buscar que Skipper, la señorita Lili Ledy, Barbie, la mujer biónica y una muñeca que simulaba ser Doris Day convivieran cordialmente entre ellas, así como con el hombre de acción y el hombre biónico, juguetes de mi hermano. Experimenté un sinfín de «comiditas» con mi cocinita de latón. Creé platillos muy elaborados a base de hojas, flores o semillas en mis ollitas de barro. Y así jugando aprendía lo que es crear una familia y formar un hogar.

Mis padres nunca promovieron la necesidad de casarme. Era algo natural que se daría cuando encontraras a la persona correcta. Recuerdo cómo mi madre me contaba que su padre nunca lo hizo tampoco. Posición muy progresista para aquella época, he de reconocer. Solíamos reírnos de la ocurrencia de mi abuelo el día de la boda de mis padres. Al ir a entrar a la iglesia, llevando a mi madre de su brazo, le dijo: «si quieres nos podemos ir, no necesitas que nadie te mantenga». Esta ocurrencia ocasionó numerosas risotadas entre mi madre y yo. Pero también dejó un claro mensaje. El matrimonio era una opción, nunca un objetivo y mucho menos una necesidad. Mi madre siempre buscó que fuese una mujer preparada e independiente donde casarme sería mi decisión. Fueron mis padres los que me enseñaron que una familia, un hogar, es un proyecto de vida. Y fue así, hace 33 años que Héctor y yo iniciamos este sueño sin final. Un sueño al que se unieron Marimar y Migue. Un sueño en el que seguimos trabajando los cuatro, con sus altas y sus bajas.

El siguiente sueño que he recordado gracias a esta reflexión es el de ser maestra. Recuerdo cómo jugaba a ello con mis muñecas y a veces hasta a mi hermano le tocaba sentarse a aprender. ¡Qué gran sorpresa! Siempre he dicho que soy maestra por azares del destino, que nunca estudié para ello, que la vida me fue llevando, que ser maestra nunca estuvo en mis planes. ¡Llevo más de 40 años enseñando! He tenido la fortuna de enseñar desde pre-kinder hasta Universidad. Empezando con computación y terminando con español; con plena conciencia de participar activamente en la formación de mis estudiantes como personas. Y es justamente hasta este momento que comprendo que ser maestra es un sueño hecho realidad para mí, no una coincidencia de la vida, como solía describirlo.

Es un orgullo para mí que me llamen mamá, profe, maestra o miss. No podría imaginar mi vida sin ser mamá o sin ser maestra. Sé que estos sueños no tienen gran glamour. No «he hecho una gran diferencia en el mundo», «no he descubierto el hilo negro» y definitivamente «no he hecho millones». Pero mi familia, mi hogar y el placer de enseñar/aprender está en cada célula de mi ser. Son dos sueños que se han transformado en mi pasión y no puedo separarlos, están intrínsicamente ligados a mi corazón.

Ser bióloga, con especialidad en microbiología fue mi sueño completamente frustrado y eliminado. Química y biología fueron mis materias favoritas desde secundaria. En quinto de preparatoria la pasión por la biología me cegó. Recuerdo que hasta presentaba los exámenes sin estudiar para probarme a mí misma mis conocimientos. Marie Curie era mi ídolo y yo soñaba, estando atrás del microscopio, descubrir nuevos microorganismos. Estaba en tercero de preparatoria iniciando los preparativos para entrar a la universidad cuando mi madre categóricamente me dijo: «puedes estudiar lo que quieras, pero en la Universidad La Salle». La carrera de biología solo se ofrecía en la UNAM, al otro lado de la ciudad de México. A mi madre siempre le gustaron las escuelas cerca de casa, así que la UNAM estaba fuera de mi alcance. Además, agregó: «como bióloga te vas a morir de hambre, los fondos de investigación son muy limitados». Llorando le hablé a una de mis amigas, ella me comentó que varias de mis compañeras estaban estudiando Cibernética en La Salle, que entrara a estudiar con ellas. Recuerdo haberle preguntado, ¿qué es cibernética? y me contestó: «Algo relacionado a la filosofía y a dar clases». Definitivamente ella estaba más perdida que yo. Pronto descubrí que era una ingeniería y que además tenía que cursar un propedéutico para poder ser seleccionada para esta carrera. Siempre había alucinado el inglés, mis dotes lingüísticas son nulas y qué puedo decirles de los números, mi dislexia numérica nunca me ha permitido amarlos. Y a pesar de todo, estudié Ingeniera Cibernética y Ciencias de la Computación, con todos los libros en inglés, 10 semestres de diferentes matemáticas y con mis dotes naturales para hacer corto circuito con la tecnología, característica genética heredada de mi padre. Y así terminó mi sueño de ser bióloga…

Ser escritora, me atrevería a decir, es uno de esos sueños guajiros que todos tenemos. Una fantasía irrealizable o poco probable. Mucho menos probable que ser bióloga, me atrevería a decir. Las primeras imágenes que me vienen a la cabeza de este sueño son estando en mi cuarto, encima de mi cama escribiendo historias, cuentos y ¡hasta poemas! Dos «obras» me vienen a la mente, aunque obviamente ninguna logró el premio nobel a la literatura, como podrán imaginar.

La primera es de cuando tendría unos 7 años, la titulé «Los cerebros». Era una especie de poema, escrito en uno de esos cuadernos de papel grueso para dibujar. Cierro los ojos y logro ver en mi memoria los pequeños globos terráqueos representando nuestro mundo, dibujados a lo largo del poema. En él expresaba la frustración de obedecer a mis padres y como ellos, «cerebros mayores», nos obligaban a los «cerebros pequeños» a ser como ellos. No recuerdo por qué usé cerebros para expresarme. Dudo que a los siete años tuviera en mi vocabulario la frase «lavado de cerebro», aunque pareciese que el concepto sí lo comprendía. Aquella famosa obra nunca salió de mi habitación y hoy a mis 60 años agradezco a mis padres todo lo que me enseñaron y cómo me ayudaron a ser hoy lo que soy, con sus lavados de cerebro y aun no siendo bióloga.

La segunda obra que recuerdo, tendría unos 12 o 13 años. Mi profesor Maya de literatura nos pidió una composición como trabajo final. Puedo verme orgullosamente escribiendo un intricado cuento policíaco. Utilicé todos los conocimientos adquiridos en las novelas policíacas de mi abuela, creando una serie de crímenes perfectos imposibles de resolver. El asesino iba cambiando las cabezas para que nadie supiese quienes eran sus víctimas… ¡Imagínense aquello, peor que las sangrientas películas de Halloween! Mi profesor me otorgó una «B» provocándome una gran frustración. Yo la futura gran escritora no había logrado una «A». Una de mis amigas me pidió ayuda con su composición. No recuerdo el título y mucho menos la historia. Lo que bien recuerdo es que según yo «era completamente cursi» lo que escribí. Empezaba con algo así como «los rayos dorados del sol se colaban entre las ramas de los árboles…» No tengo ningún otro recuerdo de aquella historia, excepto el consuelo que a mi profesor sí le gustó esta composición y mi orgullo se recuperó un poquitín pues mi compañera logró la «A». Sin embargo, confieso que mi frustración de no reconocer mi gran ingenio en novelas de crimen me persiguió largo tiempo. Para darle un toque aún más fantasioso a este sueño agregaré que este incluía la fantasía de vivir en una hermosa cabaña en lo alto de un risco viendo al mar. Detrás de la cabaña había grandes pinos resguardándola. La imagen está en mi mente como si fuera una fotografía. Aquella cabaña era la fuente de mi inspiración. Vivo en Geneseo, NY, en una casa, y bastante lejos del mar, pero cuento con seis hermosos pinos a la espalda de mi casa.

Estos son los sueños que veo en mis ojos. Me sorprende que los dos más importantes que son la pasión de mi vida nunca los consideré sueños hasta hoy. Y mi sueño guajiro, lo he podido cristalizar gracias a compartir mis reflexiones con ustedes. El no ser bióloga lo he superado, quizás este nunca fue realmente un sueño.

Escribiendo esta reflexión, mi nostalgia, se ha adormecido. Pareciese que este ejercicio le ha permitido olvidarse del color negro y ver el color rosa de la vida. Mi nostalgia ha descubierto los sueños en mis ojos…

Y así surge una canción en mis labios:

«Así es la vida de caprichosa,
a veces negra y a veces color rosa.
Así es la vida: jacarandosa.
Te quita, te pone, te sube, te baja
y a veces te lo da».

Canción titulada «Así es la vida» del Grupo Elefante, publicado en su álbum «El que busca encuentra» en el 2001.

Empiezo a creer que, a lo mejor, la nostalgia no es el resultado de «descubrir que la vida no es lo que pensamos», como nos dice Gabriel García Márquez. Quizás, solo tal vez, es nuestra propia miopía la que no nos permite ver la vida como un todo, por perdernos en el día a día. O tal vez el problema es que no reconocemos nuestros sueños… O a lo mejor están disfrazados…

No lo sé, puede ser que analizando las canciones en mis labios termine por darle la razón a Gabriel García Márquez, sin embargo, dejaré las canciones en mis labios para mi siguiente reflexión.

Antes de despedirme solo quiero agradecerles por ayudarme a tener una nueva perspectiva de mis 60 años. Por adormecer mi nostalgia, por ayudarme a ver la foto completa y descubrir los sueños en mis ojos.

___________

* María del Rocío Vallejo Alegre nació en México. Hija de inmigrantes y refugiados españoles, Vallejo creció en la ambigüedad que le otorga la pertenencia a dos tierras: España y México. El destino, integrar una tercera tierra, Estados Unidos, que le permita afianzar sus raíces y redescubrir su pasión: la enseñanza. Trabajó durante doce años como docente en la Universidad del Estado de Nueva York, en el campus de Geneseo. Recibiendo en el 2017 Chancellor’s Award for Excellence in Adjunct. En 2021 participó en la creación de la organización sin fines de lucro llamada «Cultures Learning TOGETHER» ( Culturas aprendiendo JUNTAS) donde trabaja voluntariamente. En la actualidad está enseñando a nivel Pre-Kinder, recordando sus tiempos de madre y disfrutando el cariño de los niños.

https://www.geneseo.edu/languages_literatures/vallejo

Ha recibido los siguientes reconocimientos:

Joseph M. O’Brien Award for Excellence in Part-Time Teaching 2011
Service-Learning Course Development Award for «Medical Spanish courses» 2013
Honored on Faculty Recognition Day by Classes of 2013-2014-2015 2013-2015
Patricia and Gerry Award Endowed Faculty 2015
Appreciation award by Academic Affairs Committee and Learning Center 2015
Positively Geneseo Highlight Book 2016
Chancellor’s Award for Excellence in Adjunct Teaching 2017

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