PALABRA DE POETA: DESANGRARSE EN ONCE CANTOS Y UN FINAL INCIERTO

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palabra de poeta

Por Gustavo Gac-Artigas*

Pedirle a un autor que hable de su escritura es pedirle que se desnude frente a ustedes; pedirle a un poeta que hable de su poesía es pedirle que su corazón se desangre frente a ustedes.

Se le pide regresar en el tiempo, regresar a la primera palabra, a la primera imagen,
buscar significados escondidos,
olvidados,
significados que han cambiado con el pasar del tiempo

Se le pide que descubra ese segundo en que el verso lo abandona,
donde el autor desaparece y la obra se marcha para renacer en la mente del lector saltando por sobre ese espacio desconocido que separa «la muerte del escritor»,
como dijera Roland Barthes,
y el nacimiento del lector, ese nuevo escritor.

Como autor me pregunto ¿cuál es el sentido de la escritura si el verso al ser leído no atraviesa el espacio y no llega al lector?, ¿qué hace que la palabra se asfixie en el aire y no florezca
¿qué hace que la muerte del escritor a veces lleve en su seno la muerte del lector?

Sumido en la duda, dividiré esta intervención en once cantos, y cerraré con un final incierto.

CANTO UNO: DONDE APRENDÍ QUE LAS RAÍCES ALIMENTAN LA PALABRA

En la escritura creativa no hay fórmulas, y si las hay,
no quiero conocerlas.

De pequeño me rebelé contra toda regla que no entendía
y ello tuvo consecuencias,
de grande me sigo rebelando contra toda regla que me amarra
y ello tiene consecuencias.

El nacimiento de cada obra es para mí un misterio, un nuevo camino, un momento de libertad, una nueva aventura,

lo confieso, soy un aventurero, viajo sin mapas.

Nací Sandokán, el tigre de la malasia, y moriré, plebeyo caballero, luchando con mis molinos de viento.

Nací en un mundo real
pero vivo en un mundo imaginario

imagen o sentimiento, realidad o imaginación, se entrechocan día a día, noche a noche, en mi escritura.

Nací en una época en que decir que se nació pobre era un estigma
vivo en una época en que ser pobre es un horror
el estigma se ocultaba
hoy, el horror duerme en las calles o marcha por la selva del Darién

vivo en una época donde intentan cercar nuestros espacios de libertad
quitarnos el oxígeno de la rebeldía y volvernos adictos al narcótico de la sumisión

nos enseñan a aceptar sin cuestionar,
a seguir un camino por otros determinado;
como corderos nos llevan al matadero de la conformidad.

Es el nuestro un oficio que se alimenta del dolor y la felicidad,
un oficio contradictorio
se es individuo y a la vez multitud,
se es yermo y a la vez vergel
se es rebelde
y se es quijote caminando por nuevos caminos,
nuevos tiempos.

Mi caminar en la escritura es una historia que comenzó muy lejos, y en lejanos tiempos, en el sur de Chile.

En mi infancia viví en Temuco, —la Frontera— frontera entre dos civilizaciones, dos universos, dos formas de ver el mundo y ello me ayudó a entender mi mundo.

En la gran ciudad, Santiago, se podía acceder a lo moderno,

en Temuco, las carretas tiradas por yuntas de bueyes difícilmente avanzaban en el fango y se disponía del tiempo para llegar a las raíces, escuchar el canto de los árboles y a lo lejos, en Nueva Imperial, el cultrún de una machi invocando a sus muertos en un machitún,

era un nuevo mundo,
para mí inexplorado, salvaje, misterioso, subyugante, la tierra de los araucanos,

«esa gente tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida»
como cantara don Alonso de Ercilla, en La Araucana.

Aprendí a escribir primero con mis ojos, con mis oídos, con mis manos, con mi cuerpo y mis heridas en las rodillas, en los codos, en las cejas, en el alma, heridas de la infancia,
luego con mi mente,
ello, antes de escribir mi primer palote.

Así aprendí que las raíces dan origen, dejan marcas y esas experiencias de vida dan significado a la palabra.

CANTO DOS: DONDE APRENDÍ QUE LOS SUEÑOS VIENEN DE LOS LIBROS Y QUE ESTOS TE ENSEÑAN A CAER, A LEVANTARTE Y CAMINAR POR LOS CAMINOS DE LA ESCRITURA

En Temuco, en la cima del cerro Ñielol, me agarraba de una liana y me balanceaba sobre el abismo, no el abismo exactamente, pero me balanceaba sobre la pronunciada pendiente del monte y su manto de coligües,
me soñaba Tarzán.

Las múltiples caídas me enseñaron a moderar mis impulsos.

Así aprendí a manejar los tiempos, no fuera que me fuera a caer al precipicio llevado por palabras que no saben detenerse a tiempo.

Otras veces me perdía por el camino de Agua Santa para subir hasta lo más alto, la cima de la cordillera, y conversando con las estrellas viajaba a la luna con Julio Verne, o bajaba, a la base del cerro, donde la montaña tocaba tierra, y en una gruta me perdía en un viaje al centro de la tierra.

Así aprendí que tenía que viajar por diferentes caminos para alcanzar el corazón de la palabra.

Aprendí también que los libros de la biblioteca de mi padre contaban mi futuro y me ayudaban a romper reglas y ataduras.

En mis sueños me transformaba en personaje escapado de los libros esperando divisar en el horizonte a la Bella entre las Bellas, aquella que encontraría más tarde en París cuando en un mes de septiembre, al igual que D’Artagnan, me incliné frente al amor. Enchanté dije y le besé la mano.

Así aprendí que la palabra, como el amor, es húmeda, tierna, te abraza, te ama, a veces te odia, que es una aventura, un desafío, un duelo perpetuo entre la pluma y el papel, que te puede herir o ayudarte a levantar, que es aguerrida y a la vez frágil como la rosa del Principito,
que a veces se esconde, tose para llamar tu atención, o te abandona.

CANTO TRES: DONDE APRENDÍ QUE NUNCA SE ES EL PRIMERO

Temuco marcó a Neruda, el indómito caudal del río Cautín, mezcla de aguas nacidas al pie de los volcanes, fruto de la nieve y el fuego, daba una inútil y titánica batalla para impedir que las aguas se llevaran el camino,
como si quisieran mantener prisionero al poeta en su vientre e impedirle que viajara, hacia otros mundos.

Yo, abandoné Temuco de pantalones cortos, escuálido cuerpo, las rodillas peladas tras caerme al dar los primeros tropezones de mi vida, y la cabeza llena de pajaritos rumbo a Rancagua, en la zona central del país, donde mi padre, periodista, eterno perdedor en las lides de la política fue enviado en castigo al no achuntarle al presidente de turno.

Así aprendí que la política, la escritura y el compromiso es un boleto de ida y vuelta y que ello sería la causa de mi exilio años más tarde y Rancagua mi cárcel,
pero no nos adelantemos, eso no lo sabía, lo que sí sabía era en qué lado de la lucha me ubicaría.

CANTO CUATRO: DONDE ME ENSEÑARON QUE TENÍA QUE APRENDER A APRENDER

En la escuela secundaria en Rancagua, tuve la suerte de tener dos profesores de literatura que me ayudaron a encausar mis sueños y a plasmarlos en el papel.
Uno de ellos fue Martín Panero, un cura español, miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, correspondiente de la Real Academia, amigo de Unamuno,
un enamorado de la literatura, apodado cariñosamente el Palta —aquí le llamaríamos el aguacate—, quizás por la generosidad de ese verde fruto que alimentando produce un placer indescriptible y eleva el espíritu cuando se consume esparcido sobre un pan caliente a la hora en que se corren las cortinas para dejar entrar la luz a espantar las sombras de la noche.

Fue él quien me enseñó a avanzar en la maraña de un buen libro, aquel difícil de leer, aquel no lineal, aquel que representaba un desafío y que despertaba mi mente al igual que un primer amor de estudiante despertara mi corazón.

El segundo, de cuyo nombre no me acuerdo, terminó en un manicomio, entre otras cosas por lo que durante todo mi último año en la escuela secundaria no siguió el estricto y pesado currículo impuesto por el Estado y solamente nos hizo leer El Quijote. ¡Qué hermoso regalo, un año leyendo El Quijote!
Con ello me dio la locura necesaria para amar la escritura y al mismo tiempo, junto a Sancho, me enseñó a caminar por este mundo.

Así aprendí que el aprender no tiene límites.

CANTO CINCO: DONDE DESCUBRÍ LA VOZ REBELDE ESCONDIDA TRAS EL VERSO

Ya de pantalones largos, regresé al sur, a Valdivia, a la universidad más austral del mundo en aquella época,

Valdivia, con sus lluvias eternas y sus festivales de poesía; en ellos, fueron los versos los que pulieron mi escritura y suavizaron mi mirada.

Fue la voz rebelde y apasionada de Yevgeny Yevtushenko la que me hizo entender que el idioma debe rebelarse contra las barreras, contra los comisarios, contra las rígidas reglas si es que quiere ser universal y sobrevivir en el tiempo.

Era una época en que Gonzalo Rojas, durante los festivales de poesía, subía al escenario cual un Papa rodeado de la admiración de los otrora aún más jóvenes poetas.

Al mismo tiempo, otro Gonzalo, Gonzalo Arango allá lejos, en Medellín, en un acto sacrílego prendía fuego a los libros de escritores consagrados para mostrar que el nadaísmo rompía con el pasado y el verso desacralizado se abría al futuro.

En Valdivia me encontré con Las ánimas, y en esa población con los olvidados de la sociedad, sus cuerpos famélicos temblando alrededor de un brasero, los niños, sus piececitos desnudos azulosos de frío.

Temblé, mi corazón tembló, mi mente tembló, mi escritura tembló y comenzó a marchar por los caminos de la injusticia en busca de la justicia.

Así aprendí que la palabra debe ser indomable, aunque duela.

CANTO SEIS: DONDE LA PALABRA SE TRANSFORMÓ EN PERSONAJE Y SALIÓ A RECORRER EL MUNDO

Un día me volví teatro, y la palabra regresó a ser imagen, cobró vida en el escenario. En esa lejana universidad García Lorca llegó al escenario con Doña rosita la soltera, la última obra que éste estrenara en vida; al caer el telón, el poeta ausente nos dijo, hasta aquí llego yo, ahora les toca a ustedes.

Éramos jóvenes, locos e irresponsables, creíamos que podíamos cambiar el mundo, y dijimos: gracias, Federico, ahora le toca al pueblo y partimos con Osvaldo Dragún a contar historias, pero no era tan fácil como parecía.

Ahí aprendí que hay que tener cuidado y no caer en la arrogancia, arrogancia juvenil, o peor aún arrogancia con bastón, por no mencionar la arrogancia senil, la nueva Esfinge.

Empujado por mí deseo de aventuras viajé a encontrarme con la historia,
no sabía como ésta me cambiaría,

corría el año 1968, París ardía en ideas, los teatros abrían sus puertas y el teatro regresaba a la calle, donde había nacido. La ópera se despojó de pesados vestuarios y se vistió de harapos,

París era un verso corriendo por las calles, subiendo por las barricadas, cada Gavroche era un poeta.

De París viajé a Sofía, Bulgaria, el otro lado de la cortina de hierro, todo eran canciones y banderas; en una nueva religión nos reunimos bajo las cúpulas de oro de viejas iglesias.

Un día me di cuenta de que no era oro el que brillaba, era pintura dorada descascarándose.

Fue en Sofia que por primera vez vi un camión que transportaba tristes seres, la mirada perdida, presos políticos custodiados por la «narodna militzia»; la policía del pueblo te protege, me explicaron.

Ahí me di cuenta de que no todo lo que brilla es oro y que el escalofrío que recorrió mi espalda me anunciaba que un día sería yo quien iría encadenado en un bus rumbo a la cárcel. Por el bien de la democracia, me dijeron.

Pasé por Praga en tiempos de primavera

era primavera resplandeciente
era la calle de los alquimistas
buscando la piedra de la democracia

Praga
es un viejo tanque
símbolo de pasadas invasiones
es un puente
es un castillo

es teatro negro
saltando de la escena 

es un poema
y el canto de un fusilado
en la plaza del reloj

Una semana más tarde, en la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 los tanques del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia para aplastar la primavera de Praga,
a lo lejos se escuchó el crepitar de un cuerpo en flor ardiendo en la plaza Wenceslao
algunos hacían los oídos sordos

tic tac
tic toc
sonaba el viejo reloj en la plaza

Así aprendí que no es fácil pasar del sueño a la realidad.

CANTO SIETE: DONDE APRENDÍ QUE JAMÁS SE REGRESA AL COMIENZO

Regresé a Valdivia, allí me di cuenta de que algo faltaba a mi mundo, a mi escritura y a mi alma.

Abandoné la universidad, creé «el correo de la poesía», calcé ojotas, me quité la corbata, arranqué el cuello de mi camisa, y con incipiente barba salí por Latinoamérica al encuentro de mi pueblo, mis raíces.

En los mercados conocí los platos de nuestros antepasados, en ellos adiviné dolores y amores, fragancias y hedores,

En cada recital llegaban al correo de la poesía nuevos poemas buscando un juglar que los llevara a otros puertos, que los arrojara a nuevos vientos, a nuevos oídos.

Crucé Chile de sur a norte, sobre un camión transportando cebollas, lágrimas de adiós, lágrimas de mi pueblo, lágrimas de poeta, lágrimas del hambre de mi pueblo.

Crucé Perú y Bolivia, en Perú vi las llamas de la Biblioteca Nacional quemada por un oficial del ejército chileno durante la ocupación de Lima en la guerra del Pacífico, en Bolivia, vi los salares secos mirando ese mar que un día bañó los pies de los altivos habitantes del altiplano, a ambos pueblos pedí perdón.

En Ecuador, me encontré con Los Tzánsicos, los temibles reductores de cabeza que apuntaban con sus cerbatanas, pucunas, al corazón del estudiantado para que cada verso penetrara a la sangre y a la mente.

Sabios poetas que en lugar de reducir la mente la agrandaban.

En Colombia subí al altar de la poesía junto a los nadaístas de la mano de Fanny Buitrago, Dina Merlini y Patricia Ariza junto a Gonzalo Arango.
Conocí esa poesía rebelde, poesía ruptura con lo establecido, poesía respuesta a la violencia que azotaba Colombia por más de 40 años.
Poesía rebelde grito de un pueblo asesinado.

En Bogotá durante un ensayo general de La buena alma de Sechuan de Bertold Brecht, dirigida por Santiago García en La Candelaria, el tercer dios se solló, se desnudó, saltó del escenario y, a cuatro pies, salió corriendo por la puerta repitiendo «soy dios, soy dios, soy dios».

Tres días más tarde lo encontraron en la cima del cerro Monserrate y lo internaron por loco en un manicomio, ¡en un manicomio!, en medio de la locura que vivía Colombia.

Al cabo de los tres días recibí un mensaje de Santiago, ofreciéndome ser el tercer dios.

Y así fue como regresé de la palabra escrita a la palabra personaje, viaje de ida y vuelta en la que ambas palabras se fueron fundiendo, y en mi escritura, surgió una nueva voz.

CANTO OCHO: DONDE APRENDÍ QUE A VECES, CONTADAS VECES, LOS SUEÑOS SE CUMPLEN

En 1971, en mi país triunfó Salvador Allende, primer presidente socialista elegido por la vía electoral en la historia del mundo,
regresé a mi tierra y su gente.

En la casa de la cultura del mineral El Teniente, la mina de cobre subterránea más grande del mundo, formé actores y dirigí el Teatro Experimental del Cobre. Mis actores fueron los mineros, sus esposas, sus hijos.

Ahora le toca al pueblo volví a escuchar en mis oídos.

Ahí aprendí que los sueños son recurrentes. Federico sonrió.

Era nuestro gobierno, los muros se vistieron de colores para plasmar la historia de Chile, las calles se llenaron de canciones, los versos encontraron su camino y su destino gracias a la editorial Quimantú con tirajes de hasta 50.000 ejemplares

Al mismo tiempo el gobierno alimentaba con medio litro de leche a los niños de Chile, esos futuros lectores.

Medio litro de leche hacía la diferencia, un libro al alcance de la mano del pasante hacía la diferencia, era otra forma de gobernar, por lo que esta vez no se trataba simplemente de cambiar un presidente, y ello hacía la diferencia.

En 1973 aprendí que la diferencia tiene su precio y se paga caro.

CANTO 9: DONDE APRENDÍ QUE LOS SUEÑOS MIENTRAS MÁS HERMOSOS SON, DE MÁS CORTA DURACIÓN SON

Un 11 de septiembre un manto negro, el de la dictadura, se extendió sobre mi país, ese amanecer me encontraba en la mina de Chuquicamata en el norte, junto a mi grupo de teatro. Presentaba Libertad-Libertad, un llamado a oponerse al golpe de Estado.

Lo que sigue es la historia de muchos, fui detenido, llevado a la cárcel de Rancagua, 2000 kilómetros al sur, fui interrogado por los servicios de inteligencia militar, mis ojos vendados pero mi mente mirando desde afuera para no cometer un error, alertándome: mantén la voz neutra, sin emociones, para no dar una pista.
No me dijo cómo controlar mi cuerpo. La mente fue el actor principal, mi cuerpo personaje secundario.

Las preguntas, no tenían sentido, la tortura sí, romper la dignidad humana.

Meses más tarde, una delegación de Naciones Unidas llegó a la cárcel y logró arrancarme de las garras del teniente Luis Alberto Medina Aldea, mi torturador.

Así aprendí que se puede liberar tu cuerpo, pero no tu memoria.

CANTO 10: DONDE APRENDÍ QUE LOS SUEÑOS PUEDEN DAR NACIMIENTO A PESADILLAS

De esa época quedan noches en vela, pesadillas, el despertar temblando y gritando.

Lo que no queda son los poemas que escribí en la cárcel, los enviaba a casa de mis padres, escondidos en una ropa interior inmunda para escapar a los ojos de la censura.

Mi padre los quemaba religiosamente en las hogueras del miedo,
no fueran a caer en manos de los militares en un allanamiento.

Lo único que recuerdo es que en uno de ellos hablaba de la libertad
esa que mi mente ejercía escapando por la pequeña ventana de tres barrotes que desde mi celda me abría el camino a las nubes, mi libertad.

Meses más tarde fui expulsado de mi país,
y sin papeles, con un certificado de la Cruz Roja que decía mi nombre, llegué a París en calidad de exiliado.

Allí aprendí a reemprender mi largo caminar.

CANTO 10: PARÍS, DONDE APRENDÍ QUE LOS CAMINOS PUEDEN TENER BARRERAS, PERO QUE ESTAS SE PUEDEN TRASPASAR

En París me reconstruí y reconstruí mi grupo de teatro; obligado por las circunstancias mi lenguaje se volvió universal, para lograrlo se desnudó y entregó la palabra desprovista de falsos adornos, directa, por todos comprensible.
Un lenguaje sin adjetivos que lo oscurecieran, que lo volvieran incomprensible, pretencioso.

En París conocí el amor, Priscilla,
ella me enseñó que el camino de la soledad es más llevadero si se viaja acompañado, desde hace 45 años que juntos recorremos el mundo

Así aprendí que un nuevo comienzo amplía el horizonte, enriquece la palabra y da cabida al amor.

DESENLACE: DONDE APRENDÍ A SACAR CONCLUSIONES

Aprendí que nuestra profesión es solitaria, pero que necesita de un mundo para existir.

Aprendí que es un trabajo que viene de la nada, de esa nada desbordante que es el ser humano.

Aprendí que hay que poner en movimiento a la palabra, acompañarla en su viaje, sacarla de su silencio, devolverla a la vida, plasmarla en un poema, un cuento, una novela y echarla a andar antes de que desaparezca.

Aprendí que mi mundo de fantasía no era tan de fantasía como pensaba.

Aprendí que el mundo cambia y debo cambiar con él.

Aprendí que ser conformista lleva al inmovilismo, a la escritura repetitiva, a la fórmula fosilizada.

Aprendí que los que se erigen en jueces supremos son estatuas con pies de barro, becerros de oro de la escritura, algunos los adoran, otros los derribamos.

Aprendí que no somos emperifolladores de palabras, que somos albañiles de la palabra.

Aprendí que el buscar la aprobación de otros es mala consejera,
que el dejarse guiar por el qué dirán envilece la escritura.

Aprendí que las murallas de hierro existen en las fronteras y en la mente.

Aprendí que al juzgar a otros se tiene el peligro de estar juzgándose a sí mismo.

Y finalmente, aprendí que tenía que escoger mi lado en este mundo, que no es fácil, y que tiene consecuencias,

hace años escogí
navegante solitario
navegar con los habitantes de mi mundo,
los olvidados,
los de abajo,
seres que navegan por el mundo en busca de sus sueños,
esos sueños que son mis sueños
y su realidad es la brújula de mi escritura

hasta que llegue a puerto.

* * *

Este texto fue el discurso pronunciado por Gustavo Gac-Artigas al serle dedicada la XVII Feria Internacional del Libro Hispana/Latina de Queens en octubre 2023

* * *

Vídeo de Youtube: https://youtu.be/i3MLniwdrNw?si=UHRPmpejE7YKah-N

Discurso de Gustavo Gac-Artigas al dedicársele la 17ma Feria del Libro Hispano/Latino. Queens 2023

CÓDICE

escribí sobre mi piel
la historia de la piel de otros
la de la piel curtida de los campesinos de mi tierra
la de la piel ardiente de las campesinas de mi tierra
la de la piel temblorosa de deseo de las estudiantes de mi tierra

escribí sobre mi piel de enamorado
las historias de amor de otros cuerpos
la fragancia de amores floreciendo
el sudor de amores desapareciendo

al sentarme a escribir un poema
miro mi piel y arranco una parte de ella

antes de comenzar un nuevo amor

FUGACES

las estrellas brillan en el firmamento
humildes
celosas
brillan sin iluminar el cielo

quizás para que la luna ilumine
los sueños de los humanos
que se atreven a mirar el firmamento
dijo el poeta

mientras tanto las estrellas
amor eterno
dando vuelta sus hermosas espaldas
iluminan un lejano futuro
al que los poetas no tendremos acceso

____________

* Gustavo Gac-Artigas nació en Chile pero reside en los Estados Unidos desde hace más de tres décadas, luego de doce años de exilio en París y un fallido intento de regreso a su país en 1985. Su poesía ha aparecido en revistas académicas como la Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE), Multicultural Echoes Literary Magazine (Universidad de California, Chico), Enclave, Revista de Creación Literaria en Español (CUNY), entre otras, así como en revistas culturales como Todoliteratura.es, Resonancias.org, Viceversa Magazine, y Revista Kametsa, Perú, o en antologías poéticas. Es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Escribe artículos de opinión para la agencia Efe, Impacto latino y Le Monde Diplomatique, edición chilena. Premios: Poetry Park (1989), Róterdam, Holanda por «Dr. Zamenhofstraat», prosa lírica; International Latino Book Award 2018 en la categoría de «mejor libro de ficción en traducción del español al inglés» por Y todos éramos actores, un siglo de luz y sombra (2016), traducción: Andrea G. Labinger. Actualmente se encuentra trabajando en un nuevo poemario: Hombre de América.

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