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PAPAGAYO, CISNE Y ROSA

Por José Cardona López*

Dicen, lo cual también es improbable, que hace más de cinco siglos desde los hombros de un indígena un papagayo miró a un español que vestía como sota de bastos, con las polainas todavía mojadas de agua de mar. Lo miró con sus ojos de párpados blancos y tan arrugados. Lo observó por un buen rato, con su mirada de cabeza ladeada, alistando la lengua seca y lisa para repetir las nuevas palabras del recién llegado y sus acompañantes. Dicen también, y la historia sigue de oídas, que con el paso de los días el papagayo pudo reproducir los sonidos de la «R» y la «RR» y sus combinaciones con los de las vocales y consonantes hasta decir rosa y cigarra, jaguar y corazón y algunos proverbiales trabalenguas. Esto no lo dicen, pero es fácil imaginar con los oídos y nuestra propia lengua lo difícil que al papagayo le pareció pronunciar las palabras honradez y honrado … Pobre papagayo, queriendo hacer sonar una única «R» entre consonante y vocal, sin saber de normas de pronunciación, de urbanidad y esas cosas.

Más de un erudito dice que con las culturas azteca, maya e inca, nuestros antepasados tenían afirmación y presencia en el mundo. Había una palabra, diversa en lenguas, y existían unas historias míticas que explicaban el origen del mundo y los actos de los hombres. No necesitaban todavía del hierro y la rueda, pero tenían suficiencia para vivir. Ayudados por sus mitos, los pueblos amerindios se indagaban a sí mismos y las ecuaciones que explicaban y resolvían su existencia eran más bien sencillas pero maravillosas. Con la palabra recién llegada, con la nueva visión del mundo que ella traía, las situaciones comienzan a complicarse. ¿Cómo desplazar a Quetzalcóatl, Hunab Ku, o Pachacámac para dar cabida a otro dios?, ¿cómo, después, llegar a aceptar en nuestros cielos espirituales la presencia de Changó y aquellas explicaciones del mundo según versiones islámica y judía? Cosmovisión variada es la que contiene el hispanoamericano, mestizo de raza y culturas. Inmensa variedad de actitudes ante la vida y el mundo es la caja de herramientas de que dispone él para interrogarse sobre su existencia.

Hispanoamérica ha tenido guerras y terremotos, volcanes despiertos, cólera, guerrilla, administraciones tramposas y corruptas, dictadores atroces, y todavía por ahí está la rosa que aprendió a nombrar el papagayo. Hemos tenido dictaduras con botas y sin botas y todavía los niños pueden dormirse antes de que la cigarra apague su canto. Es un pueblo que todavía aprende a conocer la caída, pero también a levantarse, limpiarse la arena en las raspaduras y seguir.

Hispanoamérica, y en forma más amplia Latinoamérica, ha escrito una historia muy particular. Historia que de una u otra manera ha participado de los desplazamientos políticos y sociales que han forjado el mundo de hoy día. Muchos países y variadas formas de gobierno surgieron en el siglo XIX, para ello fue menester un pensamiento romántico, el mismo que hurgaba las entrañas intelectuales de España en la primera mitad de aquel siglo. La palabra cautivaba a las poblaciones desde las guías que otorgaba una intelectualidad comprometida y alimentada por las ideas básicas de la Revolución Francesa. Los ateneos y las tertulias literarias eran tahonas donde la palabra se hinchaba para salir a reventar en la calle. Surge así el ensayo político con fines inmediatos y prácticos. En ningún momento de la historia de nuestros pueblos ha tenido mayor reversión social el ensayo como discurso autónomo del pensamiento. Pero el ensayo no solo daba cuenta de destinos políticos, también lo hacía con las preocupaciones por el idioma, máxime cuando el español de Hispanoamérica había ya alcanzado legitimidad con las obras de Garcilaso Inca de la Vega y Juan Rodríguez Freyle, y forma excelente con Sor Juana Inés de la Cruz. Era entonces la rosa del verbo, la misma rosa y el mismo verbo de aquel papagayo de cristal. La palabra en manos de creadores para volverse verso o prosa, pensamiento o acción.

Ninguna guerra justifica un gran poema, una gran novela, pero una vez éstos han sido escritos, nada justifica sus ausencias y desconocimientos por la humanidad. Pienso ahora en todo lo que hubo de pasar en nuestros destinos para que don Neftalí Ricardo Reyes Basoalto fuera conducido a la clandestinidad e hiciera uso del refugio de su desventura para escribir Canto general. Talento y sensibilidad gradiosos dieron forma a la preocupación esencial de cantar la epopeya de América, desde mucho antes de la peluca y la casaca hasta algunos meses antes de los cuarenta y cinco años de la edad del poeta. Neruda escribe un texto fundamental para conocer y entender la historia de América toda. Si en escuelas y colegios se tuviera este canto como referencia de estudio de gran parte de nuestra historia, más tarde mujeres y hombres hispanoamericanos podrían cantar sus vidas sin tantos desencantos generales.

La palabra española en América tuvo sus momentos de levante en aguas atlánticas cuando Rodrigo de Triana gritó «tierra». Como todo verbo, como toda vida, el español en el nuevo continente sostenía así su primordialidad acuática. En este caso, primordialidad del elemento agua acompañado por el elemento aire en el instante de nombrar la palabra del tercero: tierra. Desde luego, el fuego ya estaba representado en las luces que la noche anterior habían visto Colón y su tripulación. Pero en este caso, decir fuego es también referirse al fuego particular de la Conquista, el que produjeron arcabuces y cañones de otra civilización. Agua, aire, tierra y… ¡fuego! Y por ahí, entre los cuatro, en sus bordes, dentro de ellos, la palabra de un idioma que a golpes infames se quedaba en estas tierras.

El calendario maya anuda otras lunas, el reloj de arena europeo se dobla infinitas veces sobre sí, y la palabra en Hispanoamérica levanta la mano para brindarle al idioma español nueva poesía. Entre azules y profanaciones el cisne de Rubén Darío cruza el mar con la rosa virgen. Así como en Francia la poesía nunca volvió a ser la misma después de Rimbaud, en España e Hispanoamérica ocurrió lo mismo después de Rubén Darío. Pero todavía la palabra en Hispanoamérica se preparaba para otra jugada. Justo en 1892, cuando ocurrían los cuatrocientos años de la llegada de Colón y Darío viajaba a España para saber cómo andaba la poesía allá, nuestras tierras sacaban al aire el primer grito de otro poeta indispensable en sus letras. Nacía César Vallejo, hombre y poeta solidario de poemas tan humanos, quien desde la cárcel con su Trilce habría de rebelarse contra la poesía misma para entregarle a ésta más belleza.

Seguía lustrándose la garganta del español en América. Darío y Vallejo, Agustini, Huidobro, Bombal, Reyes, Quiroga y Mistral, y luego Borges, Asturias, Neruda, Carpentier y Paz. La lengua española encontraba por aquí nuevos agentes de los que jamás podría ser sin ellos. Creadores de altura universal que elaborarían obras definitivas para la literatura. En medio de las tantas angustias que el siglo XX tuvo, «siglo miserable, escandaloso, grande, valiente y heroico», como lo llamó el poeta Nazim Hikmet, de nuevo estaba en alto la rosa hispanoamericana de la creación, la palabra poética y literaria que dice y canta la epopeya de un pueblo, o las pequeñas y cotidianas épicas del hombre común y corriente, que en todo caso vienen a ser lo mismo. La reflexión profunda en las indagaciones del origen de estos pueblos, la búsqueda del ser universal en los libros y lenguas antiguas, el canto sobre las desgracias de los pueblos oprimidos, la averiguación por la presencia del ser hispanoamericano, encontraban perfecta expresión en el español de América. Y vendrá luego otra sorpresa literaria, aquella que fue bautizada con la ruidosa palabra boom. Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa escribieron novelas que oxigenaron el español y la novela universal. Y junto a ellos seguían andando por ahí Borges, Rulfo, Sábato, Arguedas, Donoso, Roa Bastos, Onetti y Cabrera Infante. Paz y Neruda continuaban en la poesía. Todos nombrando y recreando la rosa, la cigarra, el jaguar, el corazón, el tigre, la luna, la soledad, la alegría y demás consecuencias y proyecciones del existir.

La literatura de Hispanoamérica no ha vuelto a ser la misma después de conocerse las obras de estos autores y los muchos que no fueron ni son tan nombrados. No es la misma, pero sigue siendo igual terreno de creación e imaginación para historias particulares y múltiples, de realidades similares pero a la vez distintas. Y una sola palabra para nombrar lo que es Hispanoamérica.

Dicen que como una rosa es una rosa y en su nombre está contenido el laberinto de los pétalos de la rosa, el que a veces es el de la soledad en el jardín de senderos que se bifurcan, a pesar de ese tal Pedro Páramo aún podemos jugar rayuela en la ciudad y los perros, mientras el obsceno pájaro de la noche y tres tristes tigres se miran en un costado de la región más transparente, no importa que la vida breve pueda ser cien años de soledad sobre héroes y tumbas, de todas maneras los ríos profundos tienen sus versos en un canto general. Bueno, es lo que muestran y desarrollan los pétalos de esta literatura. Y en el centro de este laberinto dicen que también se encuentra la ecuación del ser hispanoamericano, para no ir muy lejos.

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* José Cardona López, Regents Professor de literatura hispanoamericana y creación literaria en Texas A&M International University. De ambas disciplinas también fue profesor en la escuela de español de Middlebury College (2003-2011). Ha publicado la novela Sueños para una siesta (1986) la nouvelle o novela corta Mercedes (e-book, 2014) y los libros de cuentos La puerta del espejo (1983), Siete y tres nueve (2003), Todo es adrede (1993, 2009) y Al otro lado del acaso (2012). Como investigador académico ha publicado el libro Teoría y práctica de la nouvelle (2003) y la plaquette en portugués Versos para um ser ideal: «muger fermosa» de Juan Ruiz e «receita de mulher» de Vinícius de Moraes (2014). Cuentos, microficciones, poemas, ensayos y artículos suyos han aparecido en libros y revistas impresas y electrónicas de Colombia y el exterior. El director de cine independiente Luis Gerardo Otero ha filmado tres cortometrajes y un mediometraje a partir de tres cuentos y una nouvelle suyos.

 

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