ABERRACIONES DEL PODER Y PERIODISMO INVESTIGATIVO
Por Juan Manuel Zuluaga Robledo
En un lujoso edificio de apartamentos conocido en Washington como el Watergate, ocurre un caso de sabotaje y espionaje político digno de una película de James Bond; personas cercanas al presidente Nixon, son descubiertas instalando equipos electrónicos y de escucha en las oficinas del partido demócrata. Acaba de iniciar uno de los escándalos políticos más difundidos del siglo XX por las agencias de prensa. La primicia la tiene el Washington Post: los jóvenes reporteros Carl Bernstein y Bob Woodward son encargados de llevar el caso que posteriormente llevaría al propio Nixon a renunciar al mayor cargo político de los Estados Unidos.
Al final de su investigación, y luego de haber ganado el codiciado premio Pullitzer, los periodistas decidieron publicar una crónica de 331 páginas titulada «Todos los hombres del presidente». Ya es un clásico del periodismo. En un principio narran las intrigas políticas de alto nivel para entorpecer la investigación, los secretos más insospechados, las falsas pistas brindadas por funcionarios oficiales y la comprobación final de que el mismo presidente está implicado en todo el asunto.
En un principio Woodward es el encargado de la investigación, pero a medida que se van descubriendo nuevos datos, Bernstein se le une. Cabe destacar que nunca antes los periodistas habían trabajado juntos. Bernstein era redactor de la sección de Virginia y nunca se había topado con su colega en pesquisas periodísticas anteriores. La verdad era que los dos no sentían simpatía el uno por el otro. No obstante, la investigación conllevó a que por cuestiones de ética periodística, se limaran asperezas profesionales y comenzaran a trabajar juntos con precisión de relojero suizo. ¡Memorable trabajo el que hicieron estos personajes!
Su investigación repercutió tanto en tiempos de la contracultura de los 70 que Hollywood se interesó por la historia y de la mano de los ganadores del Oscar, Dustin Hoffman y Robert Redford, personificaron a los dos reporteros en una excelente película que pese a los años, sigue conservando actualidad y longevidad.
Ética periodística y una excelente reportería
Sin embargo, es importante hacer un recuento de las situaciones donde se denota la ética periodística durante la investigación del Watergate. También observar cómo se construye una óptima reportería.
Siete siniestros personajes fueron encargados de instalar los equipos de escucha en las oficinas del partido demócrata. Fueron descubiertos en el acto. La acción ilegal sucedió un sábado y dos días después —el martes siguiente, por puro olfato periodístico— Woodward ya estaba interesado en escribir un reportaje sobre la cuestión. El periodista se había ganado esa confianza: luego de nueve meses de arduo trabajo, se había ganado la confianza de su editor y era su mano derecha. Sin embargo, no estaba muy complacido con sus anteriores reportajes. Los consideraba de poca monta y pensó que ésta no era la excepción.
Llamó a la Casa Blanca y preguntó por uno de los más importantes colaboradores de Nixon, Howard Hunt. El funcionario figuraba en una agenda de uno de los sospechosos. Le dijeron que no estaba en su oficina. Lo más probable era que se encontraba en el despacho de un peso pesado de apellido Colson, concejero especial del presidente.
Entonces al instante llamó a esa oficina y le aseguraron que el señor Hunt no se encontraba en esa dependencia. Antes de publicar algo sobre Hunt, intentó comprobar si el hombre figuraba en la nómina de la Casa Blanca: efectivamente era empleado de Colson y también corroboró que hacía parte de una empresa de relaciones públicas.
Logró contactarse con él y le preguntó que por qué creía que su nombre estaba escrito en esa agenda. Hunt aseguró que no podía responder porque ese asunto era una investigación judicial que él tenía que respetar. De repente surgió un dilema ético: Woodward creyó que con todas esas consultas y la negativa de Hunt, tenía todo lo necesario para escribir su reportaje. Además comprobó que Howard también figuraba en un cheque y en la cuenta de un club de campo, información relacionada con uno de los sospechosos. ¿Debía publicar o no hacerlo?
Pensó publicar su reportaje con el siguiente título «Un concejero de la Casa Blanca relacionado con los sospechosos de espionaje telefónico», sin embargo eso era una mezquina maquinación. Sería anti–ético con Hunt y poco entendible para los lectores del ‘Post’. Acto seguido, llamó al subdirector de servicios de comunicaciones del presidente, anterior periodista del Post. Preguntó sobre el cargo de Hunt y le informó la cuestión de su nombre en la agenda. Hunt laboraba en la calificación de papeles del Pentágono, pero ahora no estaba realmente en la lista de trabajadores de Nixon. En la compañía de relaciones públicas pidió información sobre el sujeto. Un empleado dijo sobre Hunt que fue empleado directo de la CIA entre 1949 y 1970.
Luego el comunicador de la Casa Blanca le infomró que Hunt era considerado sospechoso por el FBI en el asunto Watergate, pero le dijo a Bob que no utilizara esta información para un reportaje, ya que esta era información netamente confidencial. No obstante, el resto de la información era publicable.
Por eso antes de publicar el artículo, se hace necesario definir el nombre del mismo. Es una cuestión muy sencilla que muchos periodistas —por vivir una vida vertiginosa— olvidan con facilidad. Es uno de los elementos más importantes de una investigación periodística.
Antes de eso, con la ayuda de Barry Sussman, redactor jefe de la sección local, buscaron una carpeta donde se describía a Colson como «una de las eminencias grises… un hombre osado, uno de esos tipos dispuestos a poner las cosas en orden cuando se salen de madre y hacer el trabajo sucio cuando las circunstancias así lo requieren». Woodward relató en su artículo la relación de Hunt con los implicados, su labor en la Presidencia y en la oficina de Colson y por último, la información ofrecida por el comunicador de la Casa Blanca.
La ética también se ve reflejada en la edición de una nota periodística. De lo contrario se puede desvirtuar la investigación. Luego del reportaje, Hunt y otros personajes, no habían podido ser localizados por el reportero y eso que el FBI contaba con ciento cincuenta agentes para dar con su paradero. Bob habló con un colega que conocía al abogado de Hunt, William Bittman, durante lo corrido de la investigación.
Según el abogado, Bittman recibió 25 mil dólares para que se ocupara de la difícil situación de Hunt. Luego de esta información, le habló de una alta suma de dinero: 100 mil dólares aportados por el CRP (Comité para la Reelección del Presidente) y empleados para la Seguridad de la Convención. Era fijo que todo iría a parar al espionaje en Watergate. Bernstein y Woodward contactaron a Bittman, pero el prestigioso abogado se negó a hablar del asunto.
Posteriormente, los periodistas no pudieron hablar con alguien que confirmara estas implicaciones. La Casa Blanca en un intento sucio y falto de ética quería desviar la atención de los reporteros con información falsa; incluso decía que el caso Watergate era utilizado por sectores anticastristas para demostrar que el partido demócrata estaba recibiendo ayuda financiera de Cuba. Por falta de ética administrativa parecía que la investigación llegaba a un punto muerto.
Para confirmar fuentes de información, se podría contar con la ayuda de la Compañía Bell Telefónica, donde se podían examinar todas las llamadas realizadas y recibidas por una persona. Sin embargo, Carl Bernstein dudó en utilizar esta ayuda pues surgía un nuevo dilema ético: escuchar las conversaciones privadas de las personas implicadas en el Watergate. Todo se podía comprobar mediante el estudio de las fichas de llamadas telefónicas. En el libro se pregunta textualmente: «¿Por qué un periodista tenía acceso a las fichas personales y financieras individuales, cuando esta investigación le hubiera parecido un ultraje de haber sido él el sometido a tal intromisión en su vida privada por parte de los investigadores?».
En la medida que los días pasaban y se hacía más sólida la investigación, los investigadores parecían más flexibles con Woodward. A través de los informes y corroborándolos con los primeros, descubrió que los fondos de dinero eran piezas fundamentales para la financiación de la seguridad en la convención y el posterior espionaje político. Estos fondos sumaban en total 100 mil dólares, una cifra astronómica para ese entonces.
La ética tiene mucho que ver con amistad y colaboración profesional. La investigación seguía su curso, los dos reporteros se sentían impulsados por el Watergate. Una fuerza de atracción por develar el lado oscuro de la situación los mantenía aferrados a su trabajo. También contaban con la colaboración de un informante clave —conocido en esa época como Garganta Profunda, título de una famosa película pornográfica de los 70— que les estaba aportando valiosos datos para su investigación.
Garganta Profunda: una fuente indispensable
Garganta Profunda era fuente directa de Woodward. Tenía acceso a la información de los informes del CRP, asimismo de todo lo que proviniera de la Casa Blanca. Sólo en ocasiones peculiares y especiales, el reportero establecía contacto con su informante. Durante más de treinta años su nombre permaneció en el anonimato. Woodward prometió que jamás divulgaría el nombre de su fuente. Garganta Profunda era el contacto idóneo para confirmar informaciones recibidas en otros ámbitos y poner otra visión interna sobre los asuntos.
Al inicio de todo, el informante se comunicaba con el periodista por vía telefónica. Después de mucha insistencia, se encontró cara a cara con Woodward. Para citarse con la fuente tuvo una buena idea: El reportero abriría las persianas de su pequeño apartamento y así daría la señal para el encuentro en la noche en un garaje viejo y descuidado. En cierta ocasión, Garganta Profunda e informó un 19 de junio que Hunt era uno de los actores más comprometidos en el Watergate. En ese momento la CIA y el FBI, no sabían de dónde El Post recibía información tan confidencial. Muchas veces, el informante decía que los reportajes podían ser mucho más duros de lo que realmente escribían los dos reporteros. A los pocos días de hablar con él por primera vez, Garganta Profunda se sintió profundamente molesto y le dijo que el FBI estaba dispuesto a averiguar cuál era la fuente de información anónima de Woodward. Al tanto, comprometió a otros dos colaboradores de Nixon en el Watergate: Magruder y Porter. Aseguró que esos individuos habían recibido cada uno 50 mil dólares de los fondos del CRP, utilizándolos para labores de espionaje político.
Más adelante, meses después, la fuente le diría lo siguiente: «la política se había infiltrado en todos los rincones del gobierno, como un brazo fuerte, una mano que todo lo abarcaba y estaba metida dentro de todos los departamentos de la Casa Blanca de Nixon. Algunos ayudantes políticos jóvenes daban órdenes al más alto nivel de la burocracia, para desvirtuar el caso Watergate».
El 2 de junio del 2006, el diario Washington Post aseguró que Mark Felt, agente jubilado del FBI era realmente Garganta Profunda. Fue tan importante su papel de informante y tan fidedigna su información aportada que luego desencadenó en la dimisión del propio Nixon en 1974. En esta oportunidad, Bob Woodward aseguró que Felt colaboró con ellos en esta investigación, en momentos tensos entre la administración Nixon y el FBI.
Así se daba por resuelto uno de los enigmas más grande del periodismo contemporáneo. Felt se adelantó a las declaraciones, y eso que los dos periodistas solo dirían su identidad sí éste llegara a morir, en un claro ejemplo de ética periodística: mantener siempre en reserva el nombre de las fuentes, sobre todo cuando se abordan asuntos truculentos y escabrosos de la vida pública y política.
Felt moriría tranquilo a los 95 años a comienzos del 2008, rodeado de hijos, nietos y bisnietos. Dos años atrás, el enigma de Garganta Profunda quedaría al descubierto para gloria del buen periodismo.