LOS CUENTOS DEL FÚTBOL
Por Mauricio Montoya Vásquez*
«Tengo dos problemas para jugar al fútbol.
Uno es la pierna izquierda. El otro
es la pierna derecha».
Fontanarrosa.
Aunque parezca poco común imaginar un Camus lejos de la angustia existencial del extranjero o más aún pensar en un Vladimir Nabokov como cancerbero, no precisamente de las musas literarias sino del pórtico de equipos como los de Cambridge, en su época de estudiante, y a su vez de oncenos de exiliados rusos en el tiempo en que gravitó por Europa.
Vale decir que las historias de muchos hombres de las letras están claramente unidas con el fútbol, pues mientras Camus llegó a participar como guardameta de un equipo profesional de su país, otros como Fontanarrosa gozaron recreando literariamente las hazañas del buen fútbol como aquella del 19 de diciembre de 1971 relatada en un cuento del mismo nombre y que hace memoria de la victoria de los llamados canallas (Rosario Central de Argentina —Equipo de los amores no solo de Fontanarrosa sino hasta del propio «Che» Guevara) sobre los leprosos (Newell’s old boys) en un partido donde no solo fue consagrado el gol de Palomita del jugador Aldo Pedro Poy, sino también el fervor de una fanaticada que tiempo después Fontanarrosa retrataría en la figura del viejo Casale, personaje principal de su cuento.
«¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante!
Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos; ‘¡qué importa!’ ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! ¡Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle ganado a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa…» (Fontanarrosa. Fragmento del cuento ‘19 de diciembre de 1971’)
Las dos caras de la moneda
«¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le profesan los intelectuales».
El 2 de junio de 1978 cuando Argentina disputaba su primer partido del campeonato mundial enfrentando a los húngaros en el Estadio Monumental de Buenos Aires, uno de los grandes de las letras gauchas no estaba en el estadio ni mucho menos frente a la televisión. Se dice de Borges, quien despreciaba el fútbol con todas sus fuerzas, que su crítica sutil y burlesca se llevó a cabo al programar en el mismo día y hora del partido de los albicelestes una conferencia sobre la inmortalidad.
En contraparte, su compatriota y reconocido escultor Adolfo Pérez Esquivel, galardonado con el premio Nobel de paz en 1980 por su férrea resistencia contra la dictadura Argentina, no compartía para nada la apatía del escritor y recordaba siempre su frenético amor por el fútbol, sobre todo en aquellas épocas mundialistas en las que él mismo había sido encarcelado y de las que tiempo después hablaría con desgarrador sentimiento: «En la cárcel, como los guardias también querían escuchar los partidos, el relato radial nos llegaba por altoparlantes. Era extraño, pero en un grito de gol nos uníamos los guardias y los prisioneros. Me da la sensación de que en ese momento, por encima de la situación que vivíamos, estaba el sentimiento por Argentina…»
De la cancha al campo de batalla
Aunque muchos partidos mundialistas recibieron el apelativo de verdaderas batallas campales («batalla de Burdeos» protagonizada por brasileros y checoslovacos en el mundial de Francia 1938; «batalla de Berna» protagonizada por brasileros y húngaros en el mundial de Suiza 1954; «batalla de Santiago» protagonizada por chilenos e italianos en el mundial de Chile 1962) ninguno se tradujo en un conflicto bélico entre dos naciones como aquel que enfrentó en la eliminatoria mundialista de 1970, y luego en el campo de batalla a salvadoreños y hondureños en lo que dio por llamarse la guerra de las 100 horas, o lo que algunos, como el famoso reportero polaco Kapuscinski, denominarían como la «guerra del fútbol», título de uno de sus famosos libros de investigación periodística en el que recrea la crudeza de la guerra centroamericana y que tiempo después Eduardo Galeano, en el tercer tomo de memorias del fuego, reseña así: «La llamada ‘guerra del fútbol’ tiene por enemigos a dos pedazos de América Central, jirones de la que fue, hace un siglo y medio, patria única.»
Finalmente, la guerra terminaría el 20 de Julio de 1969 dejando un saldo desolador de víctimas, una grave situación social en ambos países y un desequilibrio institucional que llevaría al Salvador a enfrascarse en una guerra civil entre 1980 y 1992.
Ya en cuestiones de fútbol los salvadoreños accederían al tiquete mundialista tras derrotar por 3 a 2 a su similar de Honduras en un tercer partido de desempate disputado el 27 de julio de 1969 en la ciudad de México.
Entre el ideal y el estigma poético
Mientras que el famoso poeta Español Rafael Alberti, fanático furibundo del Barcelona, recordaba en un poema al portero húngaro Franz Platko, aquel cuya hidalguía había permitido a su equipo vencer a la Real Sociedad en la final de la copa española en 1928, ganándose así las palabras de un poeta que le apodaría «el gran oso rubio de Hungría»; otro gran poeta hispano, Gabriel Celaya, pero éste hincha de la real sociedad, arremetía con vehemencia contra la famosa oda de Alberti, recordándole que si algo habían ganado no había sido en franca lid.
Un duelo poético…
Oda a Platko (Rafael Alberti)
Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko, rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales, contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano, rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la hierba de otro país,
¡Tú, llave, Platko, tú llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie, nadie se olvida, Platko…
Contraoda del poeta de la Real Sociedad (Gabriel Celaya)
Y recuerdo también nuestra triple derrota en aquellos partidos frente al Barcelona que si nos ganó, no fue gracias a Platko sino por diez penaltis claros que nos robaron. Camisolas azules y blancas volaban al aire, felices, como pájaros libres, asaltaban la meta defendida con furia y nada pudo entonces toda la inteligencia y el despliegue de los donostiarras que luchaban entonces contra la rabia ciega y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado.
Todos lo recordamos y quizá más que tu, mi querido Alberti, lo recuerdo yo, porque yo estaba allí, porque vi lo que vi, lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos y hay algo que no cambian los falsos resultados.
Eduardo Galeano: el profeta del fútbol
«Yo soy un mendigo del buen fútbol que va por el mundo, sombrero en mano, suplicando una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el milagro ocurre, lo agradezco…» E. Galeano.
Su juego con las palabras lo convirtieron en un mago, un verdadero malabarista con estilo. Sus gambetas literarias le dieron reconocimiento mundial y sus estudios sobre el tema le llevaron a hablar de fútbol a sol y sombra.
Tal vez Eduardo Galeano no haya jugado en un equipo reconocido o en la selección de fútbol de su país, más aún tal vez nunca haya hecho una buena finta o un gol de chilena, pero sus palabras son la mejor jugada a la hora de dar vida a esas memorias futbolísticas olvidadas, a las historias que nadie cuenta y que todos quieren oír y a esa pasión llamada fútbol que trasciende las canchas y paraliza millones de corazones cada vez que suena un silbato para dar comienzo a la fiesta.
Así transcurren entonces los relatos con los que Galeano nos hace soñar y a la par de las estadísticas, las historias políticas, las intrigas, los misterios y la magia futbolística queda también un espacio para hablar de aquella profesión tan sacrificada y tan poco reconocida en el ámbito futbolero como la del árbitro.
«El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio…» E. Galeano.
Entre letras y goles
El escritor Peruano Alonso Cueto afirmaba que el fútbol «es la gloria de lo efímero» y Javier Marías sentenciaba que «es la recuperación semanal de la infancia». Así entonces, no hay dicha más grande para el fanático que el delirio de la multitud, esa que ha nutrido libros enteros, catalogada de torpe e irracional, pero que cada tanto inunda las calles y los estadios con un maravilloso carnaval.
Estas son máximas que quedaron en las memorias de algunos y que hoy, tiempo después, merecen ser contadas para todos, con el sublime objetivo de mantener viva la única religión en el mundo que, como sentencia Galeano, no tiene ateos:
«Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol», Albert Camus.
«No veo el fútbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva», Edgar Morin.
«No hay un lugar de mayor felicidad humana que un estadio lleno de fútbol», Albert Camus.
«Creo que el fútbol es un pensamiento que se juega, y más con la cabeza que con los pies», Milán Kundera.
«Tal vez ellos (los jugadores) tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan, tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo», Germán Santamaría.
«El fútbol me recuerda viejos e intensos amores, porque en ningún otro lugar como en el estadio se puede querer u odiar tanto a alguien», Francoise Sagan.
«Es algo bellísimo; al menos tan hermoso como el sexo, la reflexión filosófica y los juegos de azar en que se apuestan frijolitos», Umberto Eco.
¿La selección ideal?
Arquero: Albert Camus
Defensas: Milan Kundera – Edgar Morin – Pérez Esquivel – Javier Marías
Mediocampistas: Umberto Eco – Fontanarrosa – Rafael Alberti – Gabriel Celaya
Delanteros: Eduardo Galeano (Capitán) – Kapuscinski
Director técnico: Vladimir Nabokov
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* Mauricio A. Montoya Vásquez es filósofo de la Universidad Pontificia Bolivariana. Estudios de Historia en la Universidad Nacional de Colombia. Maestrando en Historia y Memoria de la Universidad Nacional de la Plata.
Muy buen artículo, bastante romántico a ratos pero esa es otra forma de ver el fútbol. Saludos desde http://www.hinchapedia.com
Muy buena crónica. Da gusto leerla.