PERIODISMO A LA CARTA
Por Jairo Valderrama*
Un famoso cantante puertorriqueño anunció sus inclinaciones sexuales. Miles, quizás millones, de seguidores y muchas personas más comentaban acerca del ciclónico suceso; imaginamos que infinidad de reuniones familiares o de amigos coparon el tiempo por esos días en dilucidar el acierto o la equivocación de tal proceder.
Por supuesto, el entrecejo curvado y un dedo índice apoyado en la sien, mientras las piernas se cruzaban, sentados en un amplio sillón, para exponer unos zapatos de charol brillante, daban el carácter irrefutable a las afirmaciones de esos apresurados intelectuales (en casi toda reunión hay uno).
Podría notarse también a la señora anfitriona sostener con dificultad una sonrisa fingida y un movimiento de cabeza afirmando esas palabras que, sólo por cortesía, ahora respalda. En sus manos permanecería aún una bandeja con los trozos de queso o de jamón, improvisados como pasabocas. Así seguirían las horas: derrochando argumentos en asuntos insustanciales para el dinamismo social.
Por fortuna, hay temas variados entre las personas. Así, en una tienda de barrio de cualquier municipio colombiano, los alcohólicos consuetudinarios pasan horas enteras tratando de aclarar si, en el último partido, en la jugada previa a la marcación de un gol, el equipo de fútbol que invade sus almas estaba habilitado o no para continuar una orden del árbitro. Mientras tanto, despachan docenas de litros de juguito de cebada o de agüita… ardiente, quizás para alimentar la lucidez mental de sus razones, que mezclan con palabras y saliva en el rostro de los contertulios.
Muchos de ellos, suponen que el volumen de voz es proporcional a la calidad argumentativa, y se morirán creyéndolo. A las pocas horas, regresan alternadamente del baño, exhibiendo una mancha húmeda en los pantalones, de la cual se ignora si es agua del lavamanos, cerveza derramada o cualquier otro líquido indeciso, porque de humanidad sólo les queda un tambaleo incesante y la apariencia. Han perdido su esencia: la razón.
Esas dos escenas, quién lo duda, jamás conforman la cotidianidad nacional. ¿Acaso alguien comenta temas relativos a la farándula o al fútbol? Probamos cada día que la disputa por ocupar el primer lugar en la carrera por la estupidez es inconsciente. Cada quien intenta reiterar, sin que lo sepa a cabalidad, las versiones más trilladas de los medios masivos de comunicación y, en el fondo de la intuición, los miembros de las audiencias se consideran informados si citan con prontitud, precisión y amplitud los datos del más reciente noticiero televisivo o radial, porque, para ellos, eso es estar informado. Y se ufanan de ello.
Temas frescos
En realidad, estos temas que a diario conforman la agenda pública rara vez entrañan efectos determinantes en el cambio social. Los reportes mediáticos surgen de unas fuentes, casi todas oficiales, y son éstas las que, en últimas, trazan el camino por el cual transitan los comentarios, llamados casuales, de los ciudadanos. Las intenciones, así, son políticas y comerciales.
Sin que se perciba, se ha adentrado en la conciencia colectiva la razón de que la existencia es muy corta para debatir sobre hechos complejos; que, fuera de los ambientes de estudio o trabajo, divierten y entretienen sólo los asuntos de la vida íntima de las personas famosas o de las actividades deportivas públicas, más que nada las alusivas al fútbol. El trabajo constante de aletargamiento mental lleva a emitir estas afirmaciones.
Las definiciones de noticia impartidas en las escuelas y facultades de periodismo cierran o abren las posibilidades para identificar y distinguir tales hechos, según la experiencia del docente de turno que aborda el tema. Sin embargo, las teorías en esta materia coinciden en que los hechos calificados de noticiosos deben generar interés en el público, ser actuales, inéditos, comunicables y reales.
Con todas estas características, sin duda, encajan allí la declaración de homosexualismo de un cantante famoso y la posible validez de un gol. Pero, en el periodismo, en muchos instantes, falta citar la trascendencia del hecho; es decir, el efecto, la modificación, el cambio, la alteración en el campo social. Desde ese punto de vista, podríamos agregar que el mayor porcentaje de la información transmitida en los medios con el carácter de noticia no es tal, y se aleja bastante de generar un real efecto social.
Aparte de estas secciones (inmodificables hoy en día en casi todos los medios, debido a su garantía lucrativa), aparece con frecuencia la presentadora de un noticiero de televisión anunciando «la cosa política». En seguida, ella informa cómo en un debate del Congreso, acerca del aumento salarial, el senador Armando Tumbadas tropezó en uno de los escalones y trastabilló antes de ingresar alcsagrado recinto. Los pocos segundos de la imagen del congresista y su traspié se repiten una y otra vez, mientras imaginamos a los televidentes con los ojos fijos en la escena y la boca semiabierta, con otro hilo de baba que cae sin que lo adviertan. Ese tipo de información es frecuente, curioso y divertido, si se quiere.
Sin embargo, para eso se fijan las temáticas de los programas, y las comedias son los espacios llamados a cumplir con este propósito. Los noticieros, se da por sentado, deben centrar su tarea en asuntos distintos: las noticias. Indicar cómo se prepara un ‘calentao’, de qué manera se mantiene un recinto libre de impurezas o cuál es el recurso más adecuado para evitar la anorexia o la bulimia (que ahora es mental) corresponde más a una telerrevista. A pesar de ello, mucha gente supone que basta atender a los contenidos de un llamado noticiero para saberse informado. Es como asegurar que hay una invitación a almorzar en un palacio y, en realidad, instalan a los comensales en una caballeriza.
Las cosas, según la lógica aristotélica, no son porque se las designe de una manera; y no dejan de ser lo que son, si les designa con otro apelativo. ¿Por qué califican de noticiero a un espacio donde la información transmitida no es periodística? La razón de ser del periodismo es la preexistencia de la noticia. Por tanto, una actividad, aunque se propague como periodismo, no lo es si no se centra en hechos con efectos en la vida regular de un gran número de personas.
Volvamos a la primera escena: ¿la condición sexual de un cantante famoso incide en que dejemos de estudiar, de trabajar, de tener la novia, el novio o la esposa, el esposo que tenemos? ¿Se erradica con ello la desnutrición infantil en el país? ¿Los grupos alzados en armas dejan de acceder al poder por la fuerza? Con tales versiones, ¿disminuye o desaparece (ojalá) la corrupción política (perdonen la redundancia)? Si alguien proclama su homosexualismo o bisexualismo, ¿aumenta el salario? Otra vez: ¿qué efecto social genera ese hecho?
Por supuesto, aparece de nuevo la carrera por la competencia que ya mencionamos: «¡pero, a mucha gente le interesa ese tipo de hechos!», se defenderá alguien. Eso es claro. Pero, repetimos: no basta el interés público; se requiere verificar un efecto real en la dinámica social. En estos tiempos, hay muchos hechos prefabricados: torneos de fútbol, reinados de belleza. Por tanto, de éstos ya se prevé su ocurrencia. Y vamos con la segunda escena: ¿la seguridad aumenta en las carreteras porque el delantero Chuequín marcó un gol en el minuto 17 del segundo tiempo?
¿Desaparece el tráfico ilegal de armas en el mundo porque despidieron al director técnico del club campeón intercontinental? Pocos advierten que los equipos de fútbol son empresas, con secretarias, vigilantes, mensajeros, gerentes, recepcionistas, socios, etc., y de esa forma, en esencia, estos datos son tan importantes como los de otra empresa dedicada a otras actividades (por supuesto: todas convergen en su intención rentable).
Si a la actriz Pocamente y al cantante Gallón los vieron, sonrientes ellos, compartiendo una exquisita cena, ¿qué relevancia entraña este hecho para la sociedad? ¿Acaso, por necesidad vital, todos los seres humanos no nos alimentamos? Y si se insinúa un cortejo entre ellos, ¿no ha procedido más de media humanidad de esa manera durante muchos siglos y en todos los lugares del planeta? Si no fuera así, nuestra especie estaría en riesgo de desaparecer.
¿Un acto de libertad?
Se ha esparcido en el imaginario colectivo, entonces, la acepción de «importante» para asignarla a personas famosas o reconocidas públicamente. Cuando se califica a una persona de «importante», significa que quien usa tal calificativo, inconscientemente, se considera menos importante o «no importante». Ante tal avalancha de hechos, no obstante, una ilimitada cantidad de personas sigue interesándose en éstos, porque no falta la inclinación morbosa por conocer la intimidad ajena. Y, lo decimos con vergüenza, eso vende, y, por lo regular, nada hay de ilegal en esos contenidos; pero eso no es periodismo. Llámenlos espectáculo, entretenimiento, farándula, diversión… Es decir, para ser sinceros, hay que quitarles el disfraz de periodismo a esos mensajes.
Para la mayoría de los ciudadanos, el nivel y la calidad de la educación formal en el país son bastante reducidos; el índice de consumo de alcohol entre la población nacional aumenta aceleradamente; la inclinación por la lectura selecta y frecuente se dispersa como humo en la niebla; la cantidad de televidentes crece cada día… En ese panorama y sin la conciencia del fenómeno que lo envuelve, ¿existe oportunidad para que el hombre de la calle ejerza la autonomía del pensamiento y, por ende, de los actos? Es mucho más nocivo enseñar mal que no enseñar nada.
No obstante, la ignorancia es un derecho, y muchos seres humanos desean defenderlo y preservarlo a como dé lugar, ni más faltaba.
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* Jairo Valderrama es escritor, periodista e investigador. Asimismo es un destacado docente de periodismo en la Universidad de la Sabana.