EL REGRESO DEL MAESTRO
Por Santiago Cruz Hoyos*
El poder de las historias
Se llama Juan José Hoyos Naranjo. Es periodista y escritor. Nació en 1953 y lleva 32 años escribiendo historias. La de Esmar Agudelo, por ejemplo. Es la crónica de un campesino de Balboa, Risaralda, que se salvó de morir en una masacre perpetrada en el Magdalena Medio en los años 80. Agudelo le habló como un muerto que podía hablar y le dijo una frase que leída hoy aún sacude: «Los muertos fuimos cinco».
Hay otras historias. ‘Un fin de semana con Pablo Escobar’; o ‘Un beso antes de morir’, el relato de Luis Carlos Arango García, un comerciante de carros que iba a ser ejecutado un 3 de mayo en la silla eléctrica, en Estados Unidos; y ‘La guerra del corazón y la cruz’, que trata sobre un curioso enfrentamiento no con balas o puños sino con pintura, y que se libraba en los muros de Medellín. Unos, «los soldados», que firmaban con el corazón, escribían letreros contra el matrimonio, la Iglesia, las monjas. Los otros, tapaban esos mensajes y en cambio pintaban una cruz.
También escribió la historia de la familia del futbolista John Jairo Trellez; o la de cómo se filmó la película ‘Rodrigo D. No futuro’, de Víctor Gaviria; o la historia de un encuentro con el escritor Manuel Mejía Vallejo; y la fiebre y maldición del oro en Remedios, un pueblo de Antioquia.
Todas esas historias las escribió en la época en que era periodista de El Tiempo, hace más de 20 años, y aún había espacio en los periódicos para la crónica y el reportaje.
Cuando el panorama cambió, y los periódicos dejaron de publicar historias, Juan José Hoyos renunció. De paso, también le estaba cumpliendo una promesa que le había hecho al escritor argentino Ernesto Sábato. Una vez en Medellín, Sábato le hizo jurar, con la mano puesta sobre un ejemplar de ‘El Túnel’, que iba a abandonar para siempre el periodismo. El argentino le había advertido que escribir en un periódico prostituye el alma.
Hoyos cuenta la historia de su renuncia en el prólogo de su libro de crónicas ‘Sentir que es un soplo la vida’. Ahí escribe que los periódicos del país se olvidaron la lección de Scheherezada en ‘Las mil y una noches’: las historias son poderosas. «Si la joven escapó a su destino fue porque supo cómo esgrimir el arma del suspenso: el único recurso literario que surte efecto ante tiranos y salvajes».
También contó una historia que le sucedió a él y que le demostró que las historias tienen un poder a veces insospechado. Resulta que se enteró de que en Valparaíso, Antioquia, existía una tribu de indios katíos. Desde los años 50, época de la violencia, los katíos habían sido arrasados y los pocos que quedaban «se internaron en los bosques y vivieron durante años en lo alto de los árboles… Para no morir, aprendieron a vivir convertidos en hombres callados e invisibles que no dejaban huella alguna».
Cuando los katíos regresaron del bosque, vieron que el mundo era distinto y ajeno al que habían conocido. Tampoco tenían tierras. Entonces se convirtieron en un pueblo nómada. Vivían de la caza.
Pasaron los años y apareció Vicente, un señor que había heredado unas tierras, y se las regaló a los katíos para que dejaran de ser errantes. Juan José Hoyos escribió y publicó esa historia.
«El relato conmovió a muchos lectores, pero en cambio, a los indios y a Vicente les causó muchos problemas», escribe. Vicente amaba su anonimato y lo había perdido. Los Katíos empezaron a ser visitados por antropólogos. «Les parecía muy extraño el paso de un estado semi–nomada, a uno sedentario, en pleno Siglo XX».
En una de esas visitas, uno de los antropólogos le robó un tambor al Jaibaná Salvador, el líder de la tribu. El tambor, escribe Juan José, había sido fabricado con la piel de un mico que se había extinguido. Con ese tambor, el Jaibaná curaba enfermos, espantaba espíritus malignos. El tambor era el eje de los rituales katíos. Por eso desde que se lo habían robado en una borrachera, o mejor, se lo habían cambiado por una flauta, por un tenedor, por un cuchillo, por un portacomidas y 200 pesos, era tanta la tristeza del Jaibaná, cuando despertó de su letargo, que no volvió a hablar.
Juan José Hoyos también quedó mudo cuando conoció la tragedia que había generado su crónica. Entonces, pensó, si una historia había «jodido» la vida del Jaibaná, otra historia se la podía arreglar. Y escribió la crónica completa del robo del tambor. Se publicó con este título: «¡Que devuelvan el tambor!» Y a los días, sí, lo devolvieron.
Cuando el Jaibaná recibió su tambor se alegró mucho. También dijo: «Ese hombre tiene más poder que yo». Se refería, en realidad, al poder que tiene una historia.
Literatura de urgencia
A pesar de que no volvió a los periódicos como periodista de planta y se dedicó a la docencia durante años en la Universidad de Antioquia, Juan José Hoyos no dejó el periodismo y siguió contando historias. Se refugió, por ejemplo, en los libros: ‘El oro y la sangre’ que es un reportaje de largo aliento con el que ganó el Premio Germán Arciniegas en 1994; ‘Escribiendo historias, el arte y el oficio de narrar en el periodismo’ es una joya, lo mejor que se ha escrito en el país sobre los secretos del arte de narrar; ‘Viendo caer las flores de los guayacanes’ reúne sus mejores columnas, (aunque él las llama también crónicas) publicadas en el periódico El Colombiano. Ha publicado, además, dos novelas: ‘Tuyo es mi corazón’ y ‘El tiempo que perdimos’. Y un estudio sobre el pionero del reportaje en Colombia, Francisco de Paula Muñoz.
Y ahora, regresa de nuevo. Acaba de lanzar ‘La pasión de contar’, una monumental antología de 968 páginas de reportajes escritos por grandes narradores de la prensa colombiana desde 1638 hasta el año 2000. Es que le dio tristeza que los estudiantes de periodismo aprendieran el oficio de narrar en libros de periodistas norteamericanos o españoles, habiendo en Colombia tantos maestros del reportaje y la crónica. Sólo que están olvidados, con sus nombres empolvados en periódicos viejos.
En ‘La pasión de contar’ se leen reportajes de Alberto Urdaneta, fundador del primer periódico gráfico en la historia del país, el Papel Periódico Ilustrado; o historias del médico Arnold Juliao, que según Juan José escribía mejores reportajes que ‘Gabo’; o de Soledad Acosta de Samper, la primera mujer que se dedicó al periodismo en Colombia; o historias de otros narradores más conocidos como Jorge Isaacs, Luis Tejada, José Joaquín Jiménez, Alfonso Fuenmayor, Germán Pinzón, José Salgar, Álvaro Cepeda Samudio, Guillermo Cano, Germán Castro Caycedo, ‘Gabo’; e historias de cronistas de nuestros días como Germán Santamaría, Alberto Salcedo Ramos y Gerardo Reyes.
Todos, haciendo reportajes, lo que Juan José Hoyos y otros autores definen como literatura de urgencia. Por eso, él no siente que haya traicionado la promesa que le hizo a Sábato. Siguió contando historias, haciendo periodismo narrativo que, bien hecho, es también literatura.
¿De dónde le surgió la idea de hacer un libro como ‘La pasión de contar’?
Primero que todo, de mi pasión por leer periódicos y revistas, heredada de mi padre. Luego, de una larga conversación con Germán Castro Caycedo. Él me contó que había decidido ser periodista cuando era estudiante de Antropología en la Universidad Nacional, durante una larga huelga. Como no tenía clases, se iba para la biblioteca a leer periódicos viejos. Allí se encontró grandes tesoros de nuestro periodismo narrativo: todos los grandes reporteros de la década de los 50 del siglo XX. Me habló de tres o cuatro: Germán Pinzón, Camilo López, Leopoldo Pinzón, Marco Tulio Rodríguez. Y se dijo a sí mismo: lo que yo quiero hacer en la vida es esto. Y se salió de la universidad y se puso a hacer periodismo.
Yo apunté esos nombres y me fui a buscarlos en la sala de periódicos de la Universidad de Antioquia. Allí me di cuenta de que había muchos más y empecé a leer periódicos y revistas de la década del 40, de los años 30, de los 20, de comienzos de siglo. Luego hablé con Fernando Vallejo y me contó la historia de Porfirio Barba Jacob en Centroamérica y México, cuando trabajaba como periodista, es decir, la mayor parte de su vida. Volví a conversar con Germán Castro y me habló de Alberto Urdaneta y el Papel Periódico Ilustrado. Entonces me fui a la biblioteca a buscar gente del Siglo XIX. De este modo fui a parar hasta los periódicos coloniales.
P.: En Colombia hay muy buenos cronistas. Pero pocos, como usted, (exceptuando a Daniel Samper y Maryluz Vallejo) se han dado a la tarea de investigar a fondo el origen del reportaje en Colombia. ¿De dónde nace esa pasión suya por investigar la génesis del periodismo colombiano?
R.: Me entregué a esta tarea durante varios años porque me daba tristeza ver a los periodistas de mi generación y a los de las anteriores estudiando periodismo en las universidades con libros españoles o gringos. ¡Y Colombia con ese montón de maestros del periodismo olvidados en las bibliotecas! Yo quise ser periodista por mi pasión por la literatura. Y en el periodismo narrativo colombiano encontré las raíces de nuestra mejor literatura, su génesis. Incluso la de un escritor tan importante y tan contemporáneo como Gabriel García Márquez. Él viene de Sófocles y de Faulkner, pero sobre todo viene del arte de contar, de los grandes cronistas colombianos.
P.: Hablemos del proceso de investigación del libro. ¿Cómo fue? ¿Se imaginó que esta obra llegaría a las 968 páginas?
R.: En 1975 me puse a leer en forma más o menos ordenada los periódicos que había en la biblioteca de la universidad desde el Papel Periódico de Santa Fe de Bogotá hasta 1854. En esa época todavía no estaban clasificados ni la mitad de los periódicos de la hemeroteca. Después de trabajar unos diez años en el periodismo diario, volví a la Universidad de Antioquia como profesor en 1985 y también volví a la sala de periódicos con alguna regularidad.
Como era profesor de los cursos de periodismo narrativo y de literatura, muchas veces me iba con los estudiantes y los ponía a que leyeran periódicos viejos, los que quisieran. En 1995 presenté un proyecto de investigación sobre periodismo y literatura en Colombia y ya empecé a leer en forma organizada, pero al revés, es decir, leyendo primero a los periodistas contemporáneos más importantes y luego devolviéndome hasta comienzos del Siglo XX, y luego hasta el XIX, hasta encontrar las raíces de ese gran árbol que es el periodismo narrativo colombiano. Por eso el libro es de 968 páginas.
Y en la investigación usé el mismo método que uso como reportero cuando salgo en busca de una historia: la paciencia. Quien va despacio va más lejos. Si uno llega de afán a una entrevista se embota el sentido más importante que debe tener un periodista: el de la escucha. Uno tiene que tratar de averiguar en la medida de lo posible hasta el último detalle de una historia antes de escribir la primera palabra. En una investigación es igual. Una semana antes de entregar el primer informe escrito de la investigación para cumplir con los requisitos de Colciencias apareció un libro para mí desconocido del Siglo XIX: ‘El crimen de Aguacatal’, de Francisco de Paula Muñoz. Entonces me dije: debe haber muchos más escritores y periodistas olvidados, como el autor de este libro. Y seguí investigando unos años más, hasta que recibí el apoyo de Hombre Nuevo Editores y pude acabar la investigación.
P.: Después de leer la antología consignada en el libro, ¿se podría afirmar que en Colombia se ha hecho periodismo narrativo de gran factura en el continente?
R.: ¡Claro que sí! Un periodismo a la altura del que hicieron los grandes periodistas hispanoamericanos que crearon la crónica moderna como José Martí, Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, Roberto Arlt, Martín Luis Guzmán… Y de la misma altura, en algunos casos, de los grandes periodistas norteamericanos.
El libro tiene muchas lecturas. Es un viaje a la memoria, rescate de esa literatura de urgencia. Segundo, un tributo a reporteros de quienes jamás habíamos oído su nombre: Luis Zea Uribe, Jorge Mateus, El Cabo Pérez…
El libro es todo eso: un viaje a la memoria, un rescate de una literatura de urgencia perdida y olvidada en las bibliotecas y en las hemerotecas, y un tributo a esos reporteros de los que los colombianos de hoy no habíamos oído siquiera su nombre. Mencionas algunos, yo agregaría otros: Guillermo Pérez Sarmiento, Pavlo Zarre, Antolín Díez, Jairo Zea… Son tantos…
P.: ¿Le faltó alguien que debería estar ahí?
R.: No pude incluir dos o tres que habría querido que estuvieran y su trabajo es anterior a 1980. Me faltaron muchos de los mejores periodistas de las últimas generaciones porque yo me había propuesto terminar el libro hablando de la historia del periodismo narrativo en Colombia hasta 1980. Los editores, al final, me propusieron tratar de ir hasta el 2000 y ya el límite de páginas no daba para incluir a todos los que hubiera deseado incluir.
P.: En el libro usted habla que los años 50, con ‘Gabo’ a la cabeza, fue una época dorada para el reportaje y el periodismo narrativo. ¿Cuál es el panorama hoy?
R.: De 1980 para acá, como lo dice en forma muy aguda Daniel Samper Pizano, el periodismo narrativo en Colombia se convirtió en una especie en vías de extinción. Sobre todo en los periódicos. Ha revivido un poco en algunas revistas durante los últimos años. Por fortuna se mantiene vivo, y de qué modo, en el exilio de los libros.
P.: ¿Y en los diarios? El reportaje en los diarios…
R.: En los diarios los reportajes han sido reemplazados por las entrevistas con grabadora. Mera transcripción de declaraciones. Periodismo del «dijo». Una copia desmejorada del periodismo radial.
P.: Dicen algunos editores y dueños de periódicos que la gente ya no lee. ¿Usted qué opina?
R.: Esa pregunta hágasela a los lectores. Yo creo que cuando a la gente le cuentan una historia la lee de principio a fin. ¿No te has preguntado por qué la gente ve telenovelas y no lee los periódicos? Respeto mucho la opinión de los editores y los dueños de los periódicos, pero yo creo que la gente no puede vivir sin historias.
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* Santiago Cruz Hoyos es periodista oriundo de la ciudad de Cali. En 2009 ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la Categoría Beca al Periodismo Joven por una crónica sobre el escritor Andrés Caicedo titulada ‘No hay flores en la tumba de Andrés’. Esa historia, además, recibió mención de honor en el Premio de Periodismo Alfonso Bonilla Aragón. También ganó el Premio de Periodismo Colprensa 2009 con la crónica ‘La villa del cine’. Esa historia, además, fue declarada como la mejor crónica del año en los premios de periodismo de El País. Ha escrito crónicas, reportajes y perfiles para El Periódico del Sur y del Norte, en Cali; el periódico El Giro, de la Sala de Periodismo de la Universidad Autónoma; el noticiero 90 minutos; la revista Ébano Latinoamérica y la revista Semana. Desde hace dos años trabaja en el periódico El País.
gracias por su reportaje pero por curiosidad y pura casualidad me encuentro con este reportaje y me llena de mucho orgullo que el autor Juan Jose Hollos inclulle las narraciones de mi padre en su libro y lo compara con Gabriel Garcia Marquez y dice que sus narraciones son mucho mejores mi padre era Arnold Juliao y amaba escribir pero nunca se dedico de lleno porque su tanbiem vocacion por la medicina le quitaba tienpo pero si recuerdo que el director del Espectador le suplicaba que escribiera porque la gente solicitaba sus escritos yo no habia nacido todabia era en los anos que el estudiaba medicina y hay muchisimas cartas en mi casa de Guillermo Cano pidiendo que escribiera. A si es que me gustaria poder contactar al escritor Juan Jose Hollos si usted me puede facilitar comunicarme con el gracias por su atencion. Belkis Juliao
Juan Josè Hoyos, SIEMPRE me ha parecido intere santìsimo como escribe.- Como rionegrero tengo
gran afinidad con su estilo sincero y directo del oriental antioqueño.- Un abrazo.- Quisiera conocerlo, pues estoy pròximo a empezar unos relatos.- El serìa mi profesor.-